La vida sin mí

Coixet en la propia peli nos recomienda pensar. Eso sí, ella jamás lo hizo. Todas y cada una de las frases de la película están tomadas de otras, sólo cambian los planos, y las hemos oído ya mil veces y de mil formas distintas y mil veces mejor, y ya estamos hasta el culo.

El ritmo está marcado a la perfección, o sea, que es para idiotas. Nos deja muy claro cuando debemos llorar y cuando no, por si somos cortos y no vemos a kilómetros sus intenciones de poeta que juega a hacer dramas del tipo "pásame un clínex, please". Según avanza la idiotez en cuestión nos fusilan con una lluvia de gilipolleces que tumban a cabezazos la barrera del absurdo tratando desesperadamente de arrancar una lagrimilla al espectador. Más falso todo que un gamusino, y por si fuera poco rellenando con tópicos los pocos momentos que no son puras paridas sin ton ni son. No son muchos: el marido sin pasta, el padre en la cárcel, la madre compatibilidad cero con la hija, los nenes, amante... Buah, impresionante, colosal...

¿Pero por qué le encanta esto a la gente? ¿Soy el único tío que aun siendo sensible le da asco esta basura? Yo pensaba que en los dramas había un principio, un desarrollo y un clímax final, o algo por el estilo. Esa mínima coherencia y golpes de efecto que hace que una escena lleve a otra sucesivamente y la cinta funcione y te llegué adentro sin que te des cuenta. Aquí solo son rollos y rollos de celuloide con brochazos de purpurina; luego a la sala de montaje, y listo, una cinta más plana que una tabla de planchar. Hasta la prota me parece de cartón. E Isabel, ya que desde el comienzo sabemos como acabará tu peli, por lo menos haber hecho el favor de ofrecer algo de interés durante dos putas horas ademas de tu obsesión con la muerte en todos los diálogos. Grábanos en tu lecho de muerte unas palabras con lo que piensas hacer durante tus últimos días, apuesto a que se parece horrores a lo que acabo de ver.

He estado a punto de romper el dvd, pero no lo he hecho, aún me sobra sitio. Creo que dejé un hueco libre en la balda de surrealismo, o en la de ciencia ficción, justo al lado de "El milagro de P.Tinto". Sí, exacto, ahí te luzcas.

La única pretensión de la obra es emocionarte, pero lo que ha conseguido es cabrearme de lo lindo. Le doy un cero de los que me gustan, de los que sabes que se que quedará puesto toda la vida, aunque te mueras, tía, sin ti también seguirá.

De largo la película más estúpida que he visto en los últimos doce meses. Y ahora discúlpenme que voy a coger el coche por la acera y a atropellar a los peatones feos, porque me acaban de informar de que me quedan dos telediarios.

He tenido varias oportunidades a lo largo de mi vida para ver esta película. "Mi vida sin mí" es, de hecho, esa clase de obra que al parecer todo el mundo ha visto ya, esa que destaca por su sensibilidad y su buen gusto en el drama. Así que puede decirse que acabo de saldar una cuenta pendiente al verla.

Ahora bien, ¿está justificada la buena fama de la película? ¿Es realmente una historia conmovedora, sincera y hermosa? La respuesta a estas dos preguntas y cualquiera del estilo es un seco y recurrente "a medias".
En mi opinión hay dos problemas que lastran la calidad narrativa en según qué escenas. El primero es la tendencia a la exageración y el melodrama, y el segundo la presencia de diálogos rimbombantes y frases lapidarias (como ejemplo de esto destaca el "No existe la gente normal, mamá." que cuelan en los primeros minutos). Claro, ¿cuánto de esto es perdonable? Cuando se trabaja con una historia como la de "Mi vida sin mí", y además desde un punto de vista como el que propone la obra, es demasiado fácil sobrepasar algún límite de este tipo. Y realmente, en este caso no se llega a un extremo demasiado molesto, pero sí que dota a la narración de una cierta irregularidad, combinando escenas muy conseguidas (como por ejemplo, la del coche con la horterada esa de "Senzafine" de fondo o cualquiera de las escenas familiares) con otras en las que personajes y guión no van bien cogidos de la mano (el diálogo sobre el cáncer en el hospital).
Sin embargo, y aunque la película tenga sus fallos, Coixet consigue imprimirle una atmósfera única, que a mí se me hace muy atractiva. Entro en la vida de Ann sin ninguna dificultad, entiendo lo que siente y hasta cierto punto todo lo que hace. No diría que estamos ante el retrato más exacto de un personaje que pueda realizarse, pero sí que a nivel global la obra logra transmitir bastante bien sus motivaciones. Si se hubiera explotado este filón de una manera más solvente, sería una obra maestra y no simplemente un filme aceptable-bueno como el que es.

Aún recuerdo el día en que vi esta película. Cuando salí del cine todo era diferente. Todo tenía un color y un sentido distintos. Las personas simbolizaban el milagro de la vida y la ciudad, inmensa entonces ante mí, el teatro donde transcurría todo.
La vida (y la muerte) tomaron un significado distinto.

Y lo lograste tú, Isabel. Tú, con esta maravillosa película. Tú y esos ojos de Sarah Polley, que reflejaban el abismo oscuro en el que se precipitaba. Ese abismo que no perdona, que no nos da segundas oportunidades.

Tú. Con esa sensibilidad que desprende. Eso sí, lejos de cualquier sentimentalismo y lágrima fácil. Tú, jugando sólo con una realidad que alguien sufre cada día. Ver como el mundo se apaga, se detiene, se desvanece.
Tú. Con esos pequeños monólogos, que son los gritos de una Ann que guarda todo su dolor para no contagiárselo a los que la rodean.
Tú. Porque nos muestras cómo el amor nos llega, sin prevenciones ni prejuicios. Sólo llega. Sin más. En una lavandería, ¿por qué no?
Tú. Que me haces llorar cada vez que la veo. Porque me siento débil, indefenso, condenado a un destino que nos une a todos. Pero del cual saco fuerzas para ver la luz del sol, para sentir que hay algo afuera. La vida en su máxima expresión. Ves el camino ya recorrido, pero te atreves a ver el que te queda aún por recorrer. Y el vitalismo recorre toda mi sangre, y me prometo que agotaré cada segundo en encontrar la felicidad, antes de que la muerte gane la batalla.

Tú, Isabel. Tú. Y sólo puedo agradecértelo. Porque ahora soy otro. Es increible como una historia ficticia de 100 minutos puede cambiar a alguien. Pues tú lo has conseguido.

Y ahora guardo a esa Ann en el recuerdo, siempre ligado al rostro de Sarah. Y a Mark, a Scott, a Deborah...
Gracias a ti, Isabel, he aprendido a ser feliz. Muchas gracias.

Imagina que te diagnostican un cáncer y te confiesan que al cabo de dos meses termina tu vida. ¿Qué harías?
Ahora piensa que tienes que hacer una película con este argumento. ¿Qué cuentas? ¿Cómo lo haces?

Isabel Coixet, a partir de un libro que ya existía, nos deleita con esta historia sobre la vida, y de cómo la muerte forma parte de ella, cambiando muchas cosas. Nos muestra cómo irrumpe la muerte en una persona, y la manera en que ésta afronta la situación.
Asimismo, Sarah Polley nos enamora con un personaje tan humano que conmueve; humano para lo bueno y para lo malo (si es que se puede hablar de maldad en este caso). Ella nos hace ver la esencia de la vida desde la posición límite en que se encuentra; en ella puede adivinarse lo grandioso y lo insignificante de nuestra existencia, de nuestro paso por el mundo. Y a la vez que nos deja paralizados visualizando sus últimos días, cuando nos abandona nos queda el vacío de un profundo pensamiento personal: "¿qué haría yo?"

¿Cómo enfrentarse a tu propia muerte? ¿Qué hacer cuando tienes los días contados? ¿Cómo mirar a la cara a quienes más quieres y anunciar que les dejas? ¿Cómo despedirte? ¿Cómo será tu vida sin ti?

"Mi vida sin mí" es hermosísima, sincera, sobria, contenida, desgarradora y optimista. Las formas puede que sean algo irregulares pero el fondo es una genialidad. El mérito es hacerlo desde la sencillez, contar un dramón como la copa de un pino desde el optimismo, no debe ser nada fácil.
Hablar de algo tan desgarrador como la muerte con fecha anunciada y empapar toda la historia de calidez, ilusión y ternura es una proeza digna de mi admiración y mi aplauso.
Esta es la mejor obra de Coixet sin duda, por mucho que ella se empeñe en decir que su última película, la sobrevalorada y aburridísima "La Vida secreta de las palabras" es una obra maestra (me entra la risa), sí lo es, una obra maestra contra el insomnio. La deberían recetar en las farmacias. Mano de santo.

En ésta sí toca la fibra del espectador, de manera limpia y sin trampas. Sobrecoge desde la misma idea de partida, desde un planteamiento tan sencillo como fascinante.
De las pocas veces que un film me rompe por la mitad y consigue anudarme la garganta con una pena inmensa. Y a la vez despedirse dejándome con una sonrisa. Una película difícil de olvidar. Una maravilla.