La vida sin mí

Isabel Coixet nos pone en la piel de Ann, una joven limpiadora nocturna de 23 años residente en las afueras de Vancouver, donde vive en una caravana en el jardín de su madre, junto a su marido -su primer y único amor hasta la fecha- y sus dos hijas. Su desalentadora vida va a dar un giro de ciento ochenta grados en un chequeo médico, donde le hallan un agresivo tumor que le deja tan sólo dos meses de vida.

Llegados a este punto son inevitables las comparaciones con ‘Vivir’, del gran Akira Kurosawa (para muchos la mejor película de la década de los cincuenta). En ambas encontramos la misma situación: una existencia completamente gris se ve drásticamente interrumpida por una trágica noticia anunciando a los protagonistas muy poco tiempo para intentar dar o encontrar algún sentido a su vida. Lo que cambia aquí se ve reflejado en el eterno dilema del vaso con agua… Kurosawa siempre lo vio medio vacío y así queda plasmado en sus filmes, que derrochan grandes dosis de pesimismo hacia el ser humano. Contrariamente a ello, Isabel Coixet demuestra ver el vaso medio lleno (incluso aunque éste no llegue ni a un cuarto de su capacidad).

Porqué precisamente de esto trata ‘Mi vida sin mí’, de los múltiples obstáculos que nos plantea la vida, muchos de ellos infranqueables, y de cómo hay que encajarlos. En éste aspecto el personaje de Ann (maravillosamente interpretado por Sarah Polley) es modélico ya que apuesto a que su actitud ante la muerte es la que todos desearíamos tener. Lejos de venirse abajo, decide escribir una lista con las cosas que hacer antes de morir… tareas que son el reflejo de sus inmensas ganas de vivir pero a la vez de dejar completamente arreglada la vida de sus seres queridos.

‘Mi vida sin mí’ es una de estas obras en las que se ve clarísimo que ha sido hecha por un alma tremendamente sensible... el cuidadísimo trato de los colores, la hipnótica ambientación, las intensas escenas románticas y el genial uso de la banda sonora (inolvidable la escena del primer beso entre Polley y Mark Ruffalo -estupendo también en el papel de Lee- con el “Senza fine” sonando de fondo… una maravillosa canción reciclada de la no menos maravillosa ‘¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?’, obra del genio Billy Wilder) y sobretodo la capacidad por tratar a la perfección un tema tan duro y complicado son los principales puntos fuertes de esta obra maestra que consigue conmover sin echar mano de recurso fácil en ningún momento.

Con ‘Mi vida sin mí’, Isabel Coixet regaló al mundo una intensa e intimista reflexión sobre la vida, la muerte y los pequeños grandes detalles que pueden hacer de nuestra existencia algo -al fin y al cabo- complejamente maravilloso. HAY que verla.

Mágica. Estupenda. Maravillosa. Es una película que transmite belleza por los cuatro costados, que aunque toca un tema muy triste, sabe ser un canto a la vida. Sarah Polley descubre que tiene cáncer y que eso le impedirá disfrutar de muchas cosas (aunque su vida no sea del todo ideal), pero decide hacer una lista con cosas que hacer antes de morir. Pero sin duda, a la vez hace un magnífico regalo a los que la rodean, al no contarles su enfermedad. Las actuaciones son increíbles e Isabel Coixet maneja como nadie la historia hasta convertirla en un cuento encantador.
LO PEOR: El doblaje tan raro de Leonor Watling. Basta de que se doblen ellos mismos.
LO MEJOR: Todo lo demás. Enamora.

Lluvia y monólogo. La cosa echa a rodar, y la impresión inicial es un tanto reservada, induciendo a un tono que por suerte a la postre no será predominante. Las dudas se disipan rápidamente. Planos cortos y súbitos se entrelazan ágilmente unos tras de otros, primeras imágenes de Ann. Viéndola limpiar ya se atisba su candor y humildad. Ya enamora.

Se presenta su entorno. Una amiga y compañera obsesionada con su peso; tan vulgar como extravagante. Una madre antitética a ella, seca y áspera. Un marido fracasado, pero entregado y optimista. Unas hijas dulces y cariñosas, a su imagen y semejanza. Se repite una y otra vez la misma secuencia, con una fuerte carga simbólica:

Charla <--> Amiga
Viaje <--> Madre
Llegada <--> Marido
Despedida <--> Hijas

Lo hermoso de la rutina.

Llega el cáncer. La noticia es encajada con una calma y naturalidad peregrina. No hay tiempo para el derrumbamiento, empieza una nueva vida. Viejas deudas que ahora deben ser saldadas. "Lo merezco", se dice a sí misma. Una manera de escudarse de alguno de los más que reprobables propósitos que figuran en su mente.

Se abre un nuevo mundo de sensaciones. No quiere interiorizar en él, simplemente deja que le absorba. Sus nuevas miras no se persiguen, sencillamente surgen. Es una búsqueda pasiva. Mientras, aprenderá a saborear al máximo los pequeños detalles. Caramelos, abrazos, miradas, comidas. Todo ello mientras su tiempo y su salud se debilitan.

Hasta que finalmente se apagan.

Buena película, sin llegar a la excelencia. Una anunciada muerte inminente e inesperada hará temblar los cimientos de la vida la protagonista, que lleva una vida rutinaría (que vida no lo es) y dura, pero feliz (al menos eso parece) al lado de sus hijas y su marido (al que según parece ama). Antes de morir, Ann desea tener algunas vivencias que, debido a su trayectoria vital, no ha podido experimentar. El argumento, no nuevo pero siempre interesante, tiene grandes aciertos, como la actitud estoica que desde un princpio muestra Ann; pero esos aciertos se ven empañados por algunos hechos que desvirtuan al personaje, como las razones que esgrime para no informar a su marido sobre su muerte, o una aventura que acaba en mucho más, pero que en ningún momento le supone un dilema. Para acabar, los personajes que rodean los últimos momentos de la vida de Ann (que no olvidemos vive en una caravana, su padre está en la carcel, etc. etc.), y los desconocidos por encima de todo, está demasiado idealizados. A pesar del idealismo y de algunas cosas que no me encajan, la película es digna de ver.

Dura y fríamente, cuando nuestra vida está resuelta y nuestros días están contados, la única lucha que concierna a nuestra persona es que quede una estabilidad en ese pequeño mundo en el que habitábamos.
Nuestro círculo perfecto va a perder un ánima y el remplazamiento de éste hará suplir el dolor.
No queda tiempo para la nostalgia, tan sólo aprovechar cada momento, descubrir partes de uno mismo con las que antes no habíamos experimentado y dejar que el tiempo, aunque esté determinado, decida el resto.

Una lástima que sólo los momentos tristes nos fortalezcan.