La vida sin mí

La película cuenta con un buen puñado de momentos memorables, pero hay una secuencia que destaca por encima del resto, la protagoniza la enfermera a la que da vida la actriz Leonor Watling (tan encantadora como siempre), quien nos narra la trágica historia de unos siameses. De seguro una de las mejores escenas escritas por Coixet.

No me gusta decirle a la gente como tiene que votar y tal porque creo que ya somos mayorcitos para votar como queramos, pero sí que quiero hacer una reflexión. Yo antes era como muchos de los que rajan de esta cinta, buscaba realismo extremo y una lógica absoluta en las reacciones. Pero de un tiempo a esta parte cambié ese aspecto porque si no es imposible disfrutar de miles de buenas películas.

A ver, que ni tú ni yo, ni los de tu bloque ni los del mío, nos tomaríamos la noticia de la muerte como se la toma la protagonista. ¿Pero qué pasaría si la protagonista no reacciona así, si no que lo hace como casi todo el mundo? ¿Nos tragamos una peli sobre una tía semideprimida en una cama de hospital, sin nada que contar, con su familia destrozada yendo y viniendo y recibiendo falsos ánimos de gente que le importa un comino la situación? ¿Qué historia se cuenta ahí? ¿Qué hay de nuevo en eso? Estoy seguro de que muchos de los que han pasado por esa situación preferirían tomárselo como la chica que nos ocupa, ¿o no? Pues eso, que muchas veces para que hayan buenas historias, tenemos que ceder ante esos guiones que hacen rechinar nuestro sentido de la lógica.

¿Que la pava decide alegrarse la entrepierna en cama ajena? Pues suena raro, sobretodo viendo que quiere al marido. Pero seguro que hay gente que lo haría, ¿no hay gente a la que le gusta el reggaeton? ¿Que quiere hacerse la uñas? Pues comprensible, quién no se daría un caprichillo tonto.

Ahora para lo que le cascan dieces a mansalva, no me neguéis que la puesta en escena merecía poner a Kar-Wai en los créditos de agradecimientos y que es predecible a todos los niveles. A los 40 minutos ya sabía que la peli acabaría con música suave, escenas de todas las personas influenciadas por la prota y un soliloquio fácil al que le faltaba acabar con un "me siento fina y segura". Y el plano del supermercado convertido en una discoteca para hippies no me neguéis que no merece una multa. Hala, he dicho.