Ana de los milagros

Arthur Penn es un nombre imprescindible de la historia del cine. El creador de obras maestras de la dimensión de “La jauría humana” o “Bonnie & Clyde” deslumbró al mundo en 1962 con “El milagro de Ana Sullivan”, uno de los grandes filmes de la década. Cruda y sin edulcorar, la película pone al espectador ante una tesitura durísima que afronta sin piedad para que el viaje fílmico deje una huella indeleble a través de tres elementos fundamentales:

1 La portentosa historia que se narra, con un guión de William Gibson adaptando al cine su propia obra teatral, sobre una maestra con problemas de visión que es contratada para intentar educar de alguna forma mínima a una joven ciega, sorda y muda, lo cual tendrá que alcanzar con una paciencia infinita y basándose en el sentido del tacto. La menor tampoco es fácil de instruir, por cuanto su situación “asalvajada” ante una familia que la dio por imposible, la ha convertido en un ser caprichoso e irascible. Los diálogos que contiene la cinta son de una calidad y profundidad poco habitual y siempre resultan oportunos. Pero cuando no comparecen, como en la escena de la mesa que dura unos diez minutos sin que se emita una sola palabra, el resultado sigue siendo una obra maestra atemporal.

2 La impresionante fotografía de Ernesto Caparros en uno de los films en blanco y negro más hermosos que se hayan conocido. La fuerza y el carisma los pone el genial Arthur Penn que sabe dónde, cómo y para qué poner la cámara en todo momento haciendo brillar la historia a través de sus personajes. La fuerza visual de sus escenas iniciales marcan de por vida a quienes tienen la suerte de contemplarlas en un espectáculo estético que no decae en ningún momento.

3 Sus dos actrices protagonistas, regalándonos ambas uno de los mayores festivales interpretativos de la historia del cine. Si Anne Bancroft como la maestra resulta épica, todo palidece ante la volcánica y violenta interpretación de la joven actriz Patty Duke como Hellen, la niña discapacitada, capaz de conformar un personaje que marca al espectador de forma indeleble. Ambas actrices fueron premiadas justamente con sendos Oscars en la ceremonia de 1962.

Su metraje de 107 minutos vuela ante nuestros ojos como un suspiro, dejando ganas de mucho más, de conocer los antecedentes y las consecuencias de la magistral historia que se relata. Al igual que resulta muy funcional y adecuada la partitura musical de Laurence Rosenthal.

Lo mejor de la película es la interpretación de Anne Bancroft, -la cual con ese look con gafas de sol circulares sale muy favorecida,- y los diálogos. Con la trama no he llegado a conectar bastante, la verdad. Principalmente, no me creo del todo los avances conseguidos en tan poco tiempo y el proceso en sí me lleva a pensar si otras personas fisiológicamente más sanas pudieran aprender a comprender a relacionarse mejor con su entorno con unas enseñanzas tan intensivas. Porque de eso va la película, ¿no? De todas formas logra emocionar en ciertos momentos debido a la fuerte carga de sentimientos vertidos, pero no puedo decir que me haya gustado demasiado. 'El hombre elefante' tampoco. Las películas en las que 'el enfermo' y sus progresos son el plato fuerte no son santo de mi devoción, si la cosa va de provocar desolación me implico más con la lucha de personas plenamente capaces, que es al fin y al cabo más apasionante de observar, como me pasó con 'El aceite de la vida', una de las películas más duras (y mejores) que he visto.

Pasable cinta de Arthur Penn que me dejó algo frio en su conjunto. Y es que durante toda la trayectoria del metraje, me encontré con demasiados altos y bajos.

El primer cuarto del film me resultó poco interesante. Aprecié sobre todo demasiadas estridencias, demasiada sobreactuación. Para dar dramatismo al dibujo de las escenas, los actuantes sobreactuan, y en mi opinión se recarga todo el conjunto con ruidos y actuaciones estridentes que no hacen otra cosa que chirria, y como consecuencia las diversas situaciones pierden fuerza.

Toda la parte central de la película se me hizo demasiado larga. Las carreras de la profesora detrás de la niña eran interminables. Supongo que el director quería mostrar eso, lo difícil que era para la profesora encontrar una vía de trabajo que funcionara con la alumna. Pero en mi opinión esa reiteración de la misma idea acaba provocando sopor, pues la acción me resultaba plana. Y estamos hablando de muchos, muchos minutos de película. Yo al menos lo viví así.

Sobre la escena climax final voy en el spoiler.

El conjunto de la obra no está mal ensamblado, el blanco y negro da su especial personalidad a la historia, pero siendo correcta, tampoco me entusiasmó. He destacado los puntos en los que a mi parecer flaquea y que me obligan a bajarle la nota hasta el 5, pero no quiero obviar algunas de sus virtudes: la actuación de la niña y la tutora, el tratamiento del tema de la disciplina, el naturalismo sosegado de algunos momentos, la inteligencia del amor femenino.

La película es por momentos embarullada y no facilita la reflexión. Me quedo con la idea del final, la enseñanza y la disciplina sin acompañarla de amor no tienen mucho sentido.

Película que directamente no apetece ver, dramón de gente enferma, niñas disminuidas físicas y problemas varios, pero que por lealtad al cine uno acaba asumiendo. "El milagro de Ana Sullivan" efectivamente es un rollo muy plano y encorsetado que me deja totalmente indiferente, entre otras cosas porque Arthur Penn se equivoca en el tono, la intención y el conflicto existente. De nuevo una historia real, la de la joven Helen Keller (Patty Duke), es alterada a favor de una obra de teatro de William Gibson, y en esta transformación se han dejado la mayor parte de lo que hace interesante la figura de esta mujer. De hecho, lo que se supone que es la escena cumbre de la película, es en realidad un momento trivial dentro de los comienzos de lo que es el progreso de Helen. Por otro lado la película está mucho más interesada en la disciplina de Helen, planteada de forma torpe, poco creíble y fuera de lugar, en domarla, que en si sale de su pozo.

Por lo demás, el blanco y negro es elegante, Anne Bancroft y Patty Duke están bien, las dos se llevaron el Oscar, a actriz principal y de reparto, respectivamente, y tiene algún momento logrado, esa pelea en el salón impacta. Sin embargo, también incurre en los errores del cine clásico. Por ejemplo, la manía de buscar siempre una oposición, en este caso aparatosa, vociferante y absurda, del padre; demostrar la superioridad, el éxito de sus personajes, tanto de la profesora, superviviente nata, como de la niña, dispuesta a romper cualquier barrera; y por último, especialmente la teatralidad, que no tiene nada que ver con el buen teatro. Ser teatral es ser, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, "efectista, exagerado y deseoso de llamar la atención" y esto es lo que le pasa a esta película, que está pendiente del espectador, cuando se debe rodar con la naturalidad que nace de hacer como si éste no existiera.