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La emperatriz Yang Kwei-fei

Drama. Romance Ambientada en la China del siglo VIII, narra la historia de amor entre el emperador Hsuan Tsung, viudo desde hace algunos años, y una joven plebeya que se parece mucho a su mujer fallecida. La familia Yang pretende proporcionar al emperador una consorte para poder consolidar su influencia sobre él tras la muerte de su esposa. Para ello, deciden preparar a una pariente del general An Lushan que trabajaba en la cocina, de quien se enamora ... [+]
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
3 de junio de 2010
40 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera y penúltima película en color de Mizoguchi. Algo raro, porque no decirlo. Pero por aquellos años Japón triunfaba en todo festival que existiera. Un año antes la misma productora (Daiei Studios) ganaba con “La puerta del infierno” un Oscar al vestuario “por el color”.

Mizoguchi recoge un encargo de la productora con el objetivo de volver a componer un tapiz de colores vivos y casi auditivos. Antes, vira el guión para acercarlo más a sus convicciones políticas transformando el rol noble de Machiko Kyô en plebeya y dando un papel fundamental al pueblo.

No será esta película, ejemplificadora de la técnica de Mizoguchi. No encontraremos los plano-secuencias tan característicos en su cine, observaremos que la cámara es menos móvil y que casi no existen los exteriores y sus planos generalísimos, dando todo esto como resultado una sensación de momentánea teatralidad a lo largo del metraje. Esta rigidez teatral de la que a veces no puede salir, pudo ser debida también a la forma de rodaje en estudio a la que se vio abocado el director.

Como es habitual en su filmografía, será la mujer la que tenga que lidiar con las convenciones encorsetadas de la época y también como nos tiene acostumbrados, Mizoguchi recurrirá siempre que pueda, al fuera de campo para “mostrar” la violencia (1), procurando que esta no sea un fin, sino una forma para que los personajes puedan evolucionar.

Es imposible no acordarse de “Vacaciones en Roma” (William Wyler, 1953) cuando el emperador Xuan Zong (Masayuki Mori) y su amada ( Machiko Kyô) se escapan de palacio en lo que es una de las mejores escenas de la película.
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Chagolate con churros
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12 de octubre de 2012
43 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gusta por tres razones.

1.- Todas las películas de Mizoguchi están ambientadas en Japón, preferentemente en períodos anteriores a la época Meiji, de apertura a Occidente, pero también en el Japón contemporáneo. “La emperatriz Yang Kwei Fei” es un film que tiene lugar en China; naturalmente, como reparo es muy superficial, si no fuera porque me parece que Mizoguchi, posiblemente obligado, introduce en ella un elemento ajeno por completo a su obra: el exotismo.

A los que no estamos familiarizados con la cultura japonesa, sus películas nos resultan irresistiblemente exóticas, fascinantemente exóticas, aunque no sea esa la intención de su autor. Pero por debajo de esa primera impresión percibimos que se mueve una obra de arte que trata de pasiones universales cifrada en un lenguaje de rotunda originalidad y violenta perfección. “La emperatriz Yang Kwei Fei” obliga a Mizoguchi a moverse en un territorio histórico-social y, lo que es peor, en un escenario histórico-estético que no domina y cuya tradición le resulta a él mismo exótica. En, por ejemplo, la bellísima “Los cuarenta y siete samuráis”, la filmación de los rituales esconde siempre un significado teatral profundo, trágico o lírico; en “La emperatriz Yang Kewi Fei” predomina el exotismo pictórico.

2.- Esta fue la primera experiencia de Mizoguchi con el color, que le interesaba mucho en su programado salto a Hollywood. Tuvo un sinfín de problemas técnicos, de los que salió airoso, aunque la película se resintió inevitablemente, en especial a la hora de mover la cámara. Los clásicos planos secuencia de Mizoguchi carecen de la profundidad habitual; son muchas veces superficialmente descriptivos, sin ese sentido narrativo dramático que es la marca de su cine y una de las cosas por las que merece la pena vivir para ser cinéfilo. No obstante, hay que reconocer la belleza cautivadora de algunas secuencias y el delicadísimo uso de las tonalidades en la mayoría de la película.

3.- Es una película fatalmente blanda para ser de Mizoguchi. Cierto que narra una historia trágica, pero el Mizoguchi catártico que nos impacta y nos fascina después de habernos sumergido en el dolor más extremo, no aparece.

Y con esto termino abruptamente. Mi crítica está autocensurada, había comentarios de mal gusto que herían mi propia sensibilidad. Por el simple hecho de haberlos concebido, me impongo la penitencia de dos críticas laudatorias de películas de Mizoguchi; nunca un castigo me dará mayor placer.
Talibán
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4 de febrero de 2010
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el lejano Oriente, se nos legaron hace décadas genuinas maravillas del séptimo arte. Hubo directores en Japón que no sólo se dedicaron a hacer cine estratosférico. Hicieron un cine prácticamente perfecto, sublime, de primera magnitud, que brillaba con tanta potencia que su luz no se ha apagado ni un ápice, ni siquiera con lo mucho que ha llovido en el medio siglo que hace que fueron alumbradas esas delicadas exquisiteces.
Mizoguchi, por si cabía alguna duda, es para mí el mejor director japonés de todos los tiempos. En mi escala personal, supera en algún peldaño (aunque por muy poco) al insigne Yasujiro Ozu, y también al gigante Akira Kurosawa. Pero he de reconocer que es tremendamente difícil dilucidar cuál de los tres es más magnificente. Tres verdaderos dioses del invento de los Lumière, que copan en todo caso los puestos más altos del podium.
Hay cineastas que lo llevan en la sangre. Que portan en sí esa alquimia milagrosa del arte, la sabiduría, la diligencia absoluta en su cometido, el respeto, la veneración, la comprensión y el asombro hacia los diversos aspectos de la vida en general, hacia la Historia, hacia las culturas, los pueblos, las épocas. Para quienes lo que relatan, aunque sea el relato sobre el más humilde de los humildes, es objeto de admiración y culto. Observadores ecuánimes, comprensivos, raras veces indulgentes aunque a menudo compasivos. Exponiendo al foco de su agudeza la complejidad de la gente y de las culturas. Con una elegancia inigualable, cada director en su estilo, pintó un lienzo móvil en el que retrató e inmortalizó rasgos, comportamientos, pasiones, tribulaciones, tragedias y hechos cotidianos, tanto sencillos como trascendentales. Las historias narradas en esas imágenes armoniosas, exóticas, corrientes, llamativas, sosegadas o enervantes, y siempre hermosas, son historias sobre trozos de plena vida que nunca morirá.
Kenji Mizoguchi me taladra hasta las fibras más recónditas fotograma a fotograma. Me transporta a tiempos remotos, a lugares que no he pisado jamás, a acontecimientos que hablan de honor y deshonor, amor y odio, sufrimientos y alegrías, rebeldías y acatamientos, redenciones y castigos, y el empeño de las personas en crearse prisiones a su alrededor, cadenas que no se ven pero que las atan con ligaduras más apretadas que las de la más recia de las sogas. Las cadenas del honor, de la ley y del ojo público.
Mizoguchi dio lugar a un romance desgarradoramente conmovedor, ricamente decorado con una fotografía en color que resalta la deliciosa gama cromática de los vestidos y de los escenarios. Adornado con la serenidad de ese objetivo minucioso y sutil. Con los rasgueos de los instrumentos. Mezclando suavidad y vehemencia. El roce de un amor que nace como las flores del ciruelo. Silenciosamente, discretamente, hasta que de pronto muestra un esplendor que roba el corazón y los sentidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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24 de julio de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los más hermosos films rodados sobre el sentimiento amoroso, sobre su permanencia en el tiempo, sobre su irrealidad y sobre las obsesiones generadas por él. El film está definido inicialmente, por medio de dos movimientos de cámara en sentido inverso y de distinto carácter. Uno es la panorámica inicial que nos acerca al envejecido emperador para mostrar su negativa a acatar la orden de reclusión dada por su hijo. El otro es un memorable “traveling” sobre sedas, a través del cual nos deslizamos en el tiempo para encontrar al emperador en su juventud llorando en y con música, la prematura muerte de su esposa.

Narrada en un largo “flash back”, China en el siglo VIII, el emperador Hsuan Tsung (Masayuki Mori) está triste por la muerte de la emperatriz Yang Kwei – Fei, de quien sigue enamorado. Mientras en la ciudad de Shangai unos hombres conspiran para derrocar a la dinastía Tang, pues el emperador desatiende los asuntos de estado. Con la complicidad de una poderosa abadesa, el codicioso general An Lu-Shang le llevará a palacio a una chica, de sorprendente parecido físico con la difunta emperatriz. El emperador quedará sorprendido de la belleza de Yokihi, creyendo reencontrar a su estimada esposa.

Uno de los más bellos cuentos tristes de amor de la historia del cine. La trastornada melancolía del emperador Hsuan Tsung inspiró leyendas y poemas, un hipnótico y sensual relato sobre la búsqueda de la felicidad, la añoranza y el delirio por amor. El maestro Mizoguchi se aproxima con buen gusto y una estética magistral sobre el tema de la necrofilia romántica, antes que lo hiciera Hichcock en “Vértigo” y Truffaut en “La habitación verde”. Lo del emperador es un amor obsesivo y malsano por una esposa fallecida. Cegado por el deseo de recuperarla, creerá encontrarla en la plebeya Yohiki una atractiva y sensual mujer, explotada por su familia que encarna en la pantalla Machiko Kyo. La actriz que había sido descubierta por Kurosawa en “Rashomon”, en Hollywod formó pareja con Marlon Brando en “La casa de té de la luna de Agosto” de Daniel Mann.

Narrada desde una utilización sabia de la elipsis, el talento para crear imágenes pictóricas en su primera película en color, filmando una historia de una belleza artística extraordinaria y asombrosa expresividad. Obra maestra del cine romántico, la evocación melancólica de una historia de amor con insinuaciones sobrenaturales. Hubo quien la tachó de blanda y demasiado sentimental, esa opinión depende en cualquier caso, de la dureza de quien hable de ella. Por lo demás, ¿cómo no va ser sentimental la evocación de un amor perdido hecha por un anciano a quien ya no le queda nada en la vida estando cerca su fin?
Continúa en spoiler.
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Antonio Morales
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27 de enero de 2010
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mizoguchi es uno de los directores consagrados del cine asiático. Quizás su nombre suene menos que el de Kurosawa y su forma de entender el cine sea sustancialmente diferente de la de Akira, pero conocer su filmografía siquiera parcialmente se hace imprescindible para quienes tratan de aproximarse a un cine donde cada fotograma se desprende de su envoltorio de celuloide para convertirse, detalle a detalle, en lágrima o en sonrisa, en definitiva en sentimiento vivo y enriquecedor.

Y es necesariamente cierto que quienes son capaces de concebir y realizar películas con tanto calado interior no pueden ser extraños a tales capacidades afectivas. La infancia y la juventud de Kenji Mizoguchi fueron un tratado de enseñanzas personales que el director convierte en experiencias a transmitir y lo hace. Y así la mujer adquiere un papel predominante en su cine. El papel que no pudo asumir una hermana a la que un padre despótico vendió como geisha. Hechos, circunstancias, que calan hondo, que marcan. Forja de hombres, que a poco que tengamos un atisbo de receptividad encontramos en su cine.

Desgranar los instantes mágicos de La emperatriz Yang Kwei-fei superaría el espacio que, prudentemente, debo dedicar a este comentario. Cada plano, cada secuencia, es un capítulo de una lección que cualquiera puede aprender. Se dice del film que es un cuento. El de la Cenicienta versión chino-japonesa. Bien. Así es. Pero, como todos los cuentos, detrás de una aparente sencillez se esconden las verdades más profundas. Y en este caso, como en el retablo de Maese Pedro, las aleluyas nos hablan del poder y sus limitaciones, de la obligación de gobernar frente a la devoción de los sentimientos, del emperador prisionero en su palacio, de la corte chino-faraónica y sus corruptelas sin operación Malaya, y sobre todo del amor. Del amor sencillo, del que se nutre de vivencias sencillas en el presente y magnificadas en el futuro. El amor representado en la música, en el baile o en un te de madrugada.

Amor y sensibilidad. El amor representado por una estatua. La sensibilidad por un pañuelo…
FATHER CAPRIO
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