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Metrópolis

Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
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10
4 de noviembre de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una gigantesca ciudad industrial subterránea, los obreros, incitados por un robot diabólico, se levantan contra la clase intelectual que ostenta el poder y amenazan con destruir la preciosa ciudad que hay encima. Freder, el hijo del gran soberano de Metropolis, con la ayuda de la profesora María (el primer papel de Brigitte Helms) se pondrán manos a la obra par intentar evitar la catástrofe. La trama es una combinación de ideas expresionistas, religiosas y sociales un tanto utópicas, estilizadas bella y monumentalmente sobre un fondo de decorados gigantescos, para lo que el cámara Eugen Schüfftan desarrolló una técnica especial de filmación.

Una de las películas más complejas y apasionantes de la historia del cine y una de las más importantes películas de ciencia ficción social que se hayan hecho nunca. Sin discusión alguna, una de las grandes obras de la Historia del Arte, una obra de inconmensurable valor cinematográfico. A día de hoy, ‘Metrópolis’ es una de las pocas películas consideradas “Memoria del Mundo” por la UNESCO.
8
18 de octubre de 2016 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda "Metrópolis" es uno de los hitos del cine mudo, junto a "El nacimiento de una nación", "Intolerancia", "El gabinete del doctor Caligari", "Nosferatu", "Amanecer" , "El acorazado Potemkin" y las películas del primer Chaplin, sin olvidarse de algunas de Buster Keaton y Harold Lloyd, y otras que no refiero por falta de espacio.

Pero la película de ese genio llamado Fritz Lang también es un mito del cine en general (ya sólo el título tiene aureola legendaria), con esas poderosas imágenes de la colosal arquitectura, el icónico "Ser-Máquina", sus efectos especiales o la trascendencia e influencia que ha tenido en toda la ciencia-ficción posterior, especialmente en las distopías robóticas.

Visualmente espectacular y arrolladora, fascinante en ciertos fragmentos, operística en otros, no es una película que pueda verse ni considerarse con nuestros ojos del siglo XXI, más bien creo que hay que hacer un cierto esfuerzo para creernos que estamos en 1927. Los descomunales decorados, la cantidad de extras, la calidad de los escenarios y la fuerza de la imagen denotan un trabajo extraordinario, cuyo valor se acentúa si tenemos en cuenta los 90 años transcurridos.

Ahora bien, en otros aspectos no ha envejecido tan bien. Al ser cine mudo los diálogos son escasos y la expresión facial lo es todo, por lo que hoy en día las interpretaciones del reparto se ven exageradas, chirriantes (con todo, es loable el duro trabajo que tenían que realizar estas gentes de los primeros tiempos del cine, cuando su voz no se escuchaba y debían decirlo todo con su cara y su mirada). Especialmente vodevilesca es la actuación de Gustav Fröhlich (Freder), siendo más contenido Alfred Abel (Fredersen) e incluso el gran Rudolf Klein-Rogge como el científico loco; mención especial para la bella y cautivadora Brigitte Helm, que realiza un gran trabajo en un doble papel que exigía expresividad, candor y arrestos para llevar un incómodo y pesado "traje".
Otra cuestión es el mensaje de la película, la ideología, por así decirlo. Realmente es un pastiche pues se suman las ideas "marxistas" del propio Lang con las más cercanas al nacional-socialismo de su por entonces mujer Thea Von Harbou; si a todo esto le añades cierta simbología judeo-cristiana plagada de referencias y enunciados bíblicos, te queda un producto algo estrafalario y que no ha aguantado bien el paso del tiempo. Si critico a "Novecento" por su sesgo y maniqueísmo, no puedo evitar decir los defectos de "Metrópolis". Es sabido que Lang, al huir del nazismo y de Alemania, rompió con su mujer nazi; principios del nacional-socialismo que también abrazarían Fröhlich y Klein-Rogge, no así Helm que se negó a ser utilizada por el partido y se exiliaría del país, no regresando hasta el final de la guerra.
Por cierto, he visto la "versión íntegra", de 153 minutos, la estrenada en Alemania. Pese a todo fue un fracaso comercial y sólo fue reconocida varios años después, aún así su director nunca tuvo cariño por ella (tal vez por las connotaciones que contiene). Ciertamente Lang tiene películas mejores.

Por último, el final es algo "flojo" para lo que uno espera después de una hora de apocalipsis en ciernes, pero en definitiva, "Metrópolis" es una de esas películas que hay que ver al menos una vez en la vida, aunque sólo sea por el poderío visual y la fascinación que suscita, 90 años después.
9
13 de febrero de 2017 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Todas las máquinas, confinadas en sus pedestales cuales deidades en sus tronos, vivían sus vidas divinas: sin ojos lo veían todo, sin oídos lo escuchaban todo, sin habla una boca proclamaba, engendradora y productiva, sin vida sacudían el aire de sus templos con el aliento inagotable de su actividad. [...] Y la máquina, sin cerebro, engulle el cerebro de su vigilante, y no se detiene hasta que un ser cuelga del cerebro succionado, ni es hombre ni máquina, es un vacío...".

Produce grima, repulsión, dolor, leer las descripciones tan duras y persistentes que Thea Von Harbou hacía de las salas de máquinas desde la alucinada perspectiva de Freder, el héroe que debe poner fin a tan aterrador, sin embargo necesario, reino de tortura y miseria, en la fantasía de "Metropolis", que aquélla iba escribiendo al tiempo que su marido, el genio Fritz Lang, le daba forma día tras día en una colosal producción cinematográfica la cual, sin saberlo, superaría los 5 millones de marcos, movilizaría a miles de extras, llevaría a la compañía U.F.A. de Erich Pommer a la ruina y terminaría siendo considerada una obra magna por el mismísimo Joseph Goebbels.
Todo eso y más fue y será "Metropolis". También el director, en su entrevista con William Friedkin, afirmaría que "le gustó mucho mientras la rodaba, pero la odió tras estrenarse". Asombrado por la metrópolis neoyorkina al aterrizar en Manhattan en 1.924, concibió junto a su esposa lo que sería su visión de un futuro, lejano, inabarcable, fantasioso, también real y cruel, una distopía sombría que transformaba la era de la industrialización de la República de Weimar en una criatura con vida propia, donde brillantes rascacielos ocultaban el Sol y automóviles cruzaban las inmensas autopistas elevándose sobre las nubes.

Un visionario único, Lang. Un futuro inimaginable que era a la vez un futuro no distante plausible, capaz de materializarse alguna vez en nuestro presente. Pero también un futuro de ensueño; la película trasladó, aunque con algunas reservas, el imaginario tan extraño del libro de Von Harbou; la mitología, la magia, el esoterismo, la Biblia, un escenario donde ciencia y mito se unían en una alternativa deslumbrante. Así, el joven Freder, encarnado por el debutante Gustav Fröhlich, corretea por los jardines del placer despreocupado, un nuevo Edén de animales exóticos y ninfas juguetonas, una tierra mística que pareciera sacada de "Los Nibelungos"...
No es más, sin embargo, que la burbuja de un príncipe caprichoso pagada con dinero de papá. Y nosotros le conocemos cuando se da de bruces con la realidad y su burbuja explota; demasiado temprano, no tenemos tiempo de investigar a fondo los placeres que degusta gracias a su estatus social de clase alta cuando la sucia Maria (la bellísima Brigitte Helm también en su debut) entra junto a un puñado de niños en los jardines clamando por una igualdad imposible que destruye toda conciencia de clase. El príncipe ciego que cae enamorado ante la vagabunda que ya forma parte del mito, del cuento.

El príncipe cuyo padre gobierna a la ciudad-máquina y dirige el destino de todos con sólo presionar los botones de un panel de control en su despacho. Rey o dictador, el actor teatral Alfred Abel parece más bien uno de esos dirigentes de los grandes imperios antiguos obsesionados con la magnificencia de su creación hasta el punto de creerse dioses. Eso es esta Metropolis, ¿una Atlántida, una Roma moderna, tal vez? Maria utilizará el mito de la Torre de Babel en su sermón a los agotados trabajadores que ha reunido en una especie de secta bajo tierra que ha de aguardar la avenida de una figura que sepa unir al gobernante y al proletariado.
Esa figura parece la de un mesías, y es la que ha de asumir el joven héroe. Pero también es incomprensible, depende de la versión del film que se encuentre (hay docenas de versiones diferentes), los motivos morales que llevan a Freder a desear intercambiarse por un trabajador (como transmutándose en un Jesús que ayudara a otro condenado a cargar con su propia cruz, compartiendo su dolor). Este cambio drástico en el príncipe rico e ingenuo sucede muy rápido y sin explicaciones; su misión, unir a su padre, el dios-gobernante, con los esclavos, es el argumento principal, al que Lang imprime un ritmo endiablado igual que Von Harbou, sin muchas sutilezas, lograba en la novela.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Por desgracia su mensaje y tema, que "las manos necesitan un corazón para entenderse con el cerebro", quizás no resulte idiota, pero sí ingenuo. Lang se expresa en boca de Freder y es poco o nada creíble, pero quiere creer en la esperanza de que una alianza digna se puede formar entre jefes y proletarios, entre el mundo de arriba y el de abajo. ¿Pero en qué consistiría cuando ni siquiera se nos habla de la situación económica que realmente vive la ciudad?
Todo queda en ilusoria suposición. Una gesta mesiánica, evocadora, épica e inocente, en una distopía aterradora, pero presa del sueño, y gesta cinematográfica también ardua, agotadora y extenuante para todos sus implicados. Hoy amada o despreciada, tratada con maldad o devota adoración. Puede que "Metropolis" haya sido devorada por la mitología visionaria de la propia ciudad de Metropolis, pero sigue siendo fascinante visitarla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero ella y luego Lang abren una subtrama que se antoja muy auxiliar y confusa. Porque derrocar a Maria no es cosa difícil para el dirigente Joh (¿o Jehova?) Fredersen; podría ser asesinada y así evitar una más que posible rebelión de esos trabajadores hartos de verse consumidos por las máquinas.
No. Von Harbou añadía una carga de esoterismo que contrastaba de manera muy extraña con la avanzada ciencia del futuro; las ciencias ocultas se mueven bajo las entrañas de la ciudad, magia y tecnología unidas, más disimulado en la película. Entra entonces el científico loco clásico de la ciencia-ficción, Rotwang.

Rudolf Klein-Rogge, inquietante, aterrador, aquí más cerca de un hechicero, figuración del Mal, capaz de lo imposible, cuya casa está decorada con el Pentáculo. La fascinación de Lang por las máquinas le lleva a plasmar lo que en ese momento sucedía en Alemania, y hoy día está más vigente que nunca: la total dependencia del ser humano de la tecnología. Nace la "Maschinenmensch", "Futura" o "Parody", como es mencionada en la novela. La subtrama entre Rotwang y Joh abre una historia de amor trágica en el sentido más literal del término (el segundo le robó la amada al primero y ésta murió tras engendrar a su hijo, Freder) que pretende resolverse con la intromisión de la ciencia.
Von Harbou describía al ser robótico con "un cuerpo similar al cristal, a través del cual los huesos brillaban...". Lang lo hace más creíble, una figura mecánica de aspecto femenino, para que le sea sencillo hechizar y poseer al hombre; mientras éste nos aturde los sentidos con un riesgo formal sin parangón (en especial sus secuencias oníricas, delirios de pesadilla y locura) y viaja a su antojo a través de inmensos e imaginativos decorados, esta parte de la historia es la más entretenida y sin duda perturbadora. También la que deriva hacia la fantasía en lugar de ofrecer una visión más coherente, pero la fantasía casi siempre ha sido el lugar habitual del director.

Dejando al margen esa sociedad futura en la que sólo descubrimos un tremendo salto entre clases, donde no existe la diferencia de culturas ni comentarios más profundos acerca de la economía o las relaciones entre hombres y mujeres (lo mismo sucede en la novela), lo importante es la aventura a contrarreloj por desenmascarar a la Maria-robot, con la que Helm roba el protagonismo a todos sus compañeros de reparto gracias a una actuación demencial, una resurrección, en otra muestra de simbolismo religioso, de la ramera de Babilonia del Libro de las Revelaciones, que cautiva, engaña y seduce, que confunde e instiga.
Es en esta parte final, cuando se produce la rebelión de los obreros, que la película cae en una espiral de intenciones desconcertantes. El dios-gobernante Fredersen permite su levantamiento violento a sabiendas de la rabia a la que se van a abandonar éstos, ¿para abrir los ojos al ingenuo Freder?, quizás para detenerles empleando la misma violencia. Pero todos los personajes caen presas de la estupidez; el gobernante se autodestruye sin remedio y los obreros dejan de ser la masa impersonal del principio para convertirse en una fuerza colectiva poderosa, pero sin rumbo. Lógico: actuaban bajo el engaño y la provocación.

El cine hace el resto. La banda sonora de Gottfried Huppertz se une a un espectáculo de descomunales dimensiones que deja en un juego de niños a los films históricos de Ward Griffith; el intenso ritmo, los efectos especiales y el caos generalizado dominan este clímax que une la tragedia, la épica y el cine de catástrofes para crear una visión muy creíble del Apocalipsis, o para recrear las caídas de los grandes imperios del pasado, la fatalidad histórica se repite.
Mientras, Freder y Rotwang, como el Mesías y el Demonio reencarnados, tienen su grandioso enfrentamiento final en la cima de la iglesia, claro, y Helm se gana su papel de heroína a pulso en esa inolvidable secuencia en la que intenta salvar a los niños. Maria, salvadora de la Humanidad.
6
15 de enero de 2020 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Evidentemente es un clásico. Una película monumental, para la historia. Su estética y demás pasarán a ser parte del séptimo arte sin duda. El argumento resulta interesante, sobre todo teniendo en cuenta que está basado en una novela de los años 20, se filmó en 1927, hay 3 versiones distintas del metraje... y algunos detalles aún están o empiezan a estar de actualidad. Y ya han pasado 93 años.
Pero seamos honestos: si no la ves con calidad 4k, la imagen en DVD en blanco y negro cansa.
El cine mudo se hace largo.
Y la versión más larga dura más de 2 horas... casi tres. Es muy larga. Se hace pesada.
Un clásico del cine, pero excesivamente denso.
Recomendable para el cinéfilo que busca esto en concreto. Para otros, mejor no.
9
2 de agosto de 2023 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por supuesto que estamos ante una obra maestra, por supuesto que es un filme adelantado a su tiempo, y que mantiene un pulso vivo a día de hoy, pero si lo analizamos fríamente resulta un tanto desconcertante, pues aparte de los mensajes mesiánicos, apocalípticos y morales, su fulgurante comienzo, su magnífico planteamiento inicial, queda empañado por el devenir de idas y venidas, de carreras a un lado y a otro de los personajes principales y secundarios.

La versión musicalizada por Giorgio Moroder posee la fuerza del sonoro, que no tuvo en su momento ninguna película muda, y por supuesto la canción de F.Mercury, Love Kills, pero cuando ves las versiones actuales, tan extendidas como los hallazgos de metraje perdido han permitido, comprendes que la película hace aguas conforme avanza, dejando de lado su grandeza inicial, para pasar a ser una mera película de carreras.

Imprescindible para conocer el germen del Cine, Magníficos decorados en las primeras escenas, y unas interpretaciones soberbias, me obligan a puntuarla con un Nueve.

Fritz Lang fue uno de los más grandes directores de la historia del Cinematógrafo.
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