Blow-Up (Deseo de una mañana de verano)
1966 

6.9
15,035
Intriga. Drama. Thriller
Adaptación de un cuento de Julio Cortázar que narra la historia de Thomas (David Hemmings), un fotógrafo de moda que, tras realizar unas tomas en un parque londinense, descubre al revelarlas una forma irreconocible que resulta ser algo tan turbador como inesperado. (FILMAFFINITY)
16 de junio de 2008
16 de junio de 2008
30 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crimen fue rodarla y castigo es visionarla. Creo recordar que va de un tipo que hace una foto y en ella se intuye una sombra que parece una pistola entre unos cipreses. Luego, el espectador navega en un continuo sopor durante 108 minutos en los que deseará estar viendo el diario de patricia, tómbola o la teletienda antes que sufrir un segundo más esta paja mental.
17 de enero de 2011
17 de enero de 2011
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí tenemos otra de esas películas tan chulas, tan impactantes y tan sofisticadas que tienes que ver, amigo cinéfilo, sí o sí. Pues no.
Porque hay que fastidiarse, hay que cabrearse y hay que añorar el tiempo perdido tras haber tenido la desgracia de visionar una de las películas más tediosas y más insoportablemente pretenciosas de la historia. Trasfondo (siempre en términos de suposición): la supuesta adaptación de un cuento de Julio Cortázar (infinitamente superior) le sirve de excusa al Antonioni ese para encauzar sus paranoias y sus sucesivas caladas al porro, así como su temperamento "tranqui", en un largometraje hinchado y lento que ni él mismo sabe de lo que va. Que igual tiene que hacer otra película para conseguir explicarlo con claridad, admite el capullo, y todo.
Claro, que como el porreta tiene una elegancia innata, lo envuelve todo en una atmósfera peculiar y definida, bastante sobresaliente admitiré con desgana (el lugar donde sucede el asesinato, o no sucede, o lo que sea, es poderoso visualmente, de eso no hay duda), y como está a la última mete a un grupo de rock (los legendarios Yardbirds) en una escena ciertamente divertida. Y, para controlar un poco el cabreo que va a provocar (quizá por cubrirse las espaldas), acaba la película, poesía visual, experimento metacinematográfico o lo que sea, con una secuencia que inevitablemente fascina, y que te deja un regusto agridulce. Acabas la película bastante cabreado, y teniéndole más asco al director que al insufrible protagonista de la película (y eso es ciertamente un logro en cuanto a competitiva repugnancia).
Pero entonces hay que mirar el lado bueno, el suplicio ha concluido, y ahora podrás sumergirte en alguna otra película que de verdad merezca la pena, alguna obra maestra declarada con buen guión, o simplemente una comedieta más complaciente y, seguramente, mejor que la excelsa película vanguardista que acabas de sufrir.
Porque hay que fastidiarse, hay que cabrearse y hay que añorar el tiempo perdido tras haber tenido la desgracia de visionar una de las películas más tediosas y más insoportablemente pretenciosas de la historia. Trasfondo (siempre en términos de suposición): la supuesta adaptación de un cuento de Julio Cortázar (infinitamente superior) le sirve de excusa al Antonioni ese para encauzar sus paranoias y sus sucesivas caladas al porro, así como su temperamento "tranqui", en un largometraje hinchado y lento que ni él mismo sabe de lo que va. Que igual tiene que hacer otra película para conseguir explicarlo con claridad, admite el capullo, y todo.
Claro, que como el porreta tiene una elegancia innata, lo envuelve todo en una atmósfera peculiar y definida, bastante sobresaliente admitiré con desgana (el lugar donde sucede el asesinato, o no sucede, o lo que sea, es poderoso visualmente, de eso no hay duda), y como está a la última mete a un grupo de rock (los legendarios Yardbirds) en una escena ciertamente divertida. Y, para controlar un poco el cabreo que va a provocar (quizá por cubrirse las espaldas), acaba la película, poesía visual, experimento metacinematográfico o lo que sea, con una secuencia que inevitablemente fascina, y que te deja un regusto agridulce. Acabas la película bastante cabreado, y teniéndole más asco al director que al insufrible protagonista de la película (y eso es ciertamente un logro en cuanto a competitiva repugnancia).
Pero entonces hay que mirar el lado bueno, el suplicio ha concluido, y ahora podrás sumergirte en alguna otra película que de verdad merezca la pena, alguna obra maestra declarada con buen guión, o simplemente una comedieta más complaciente y, seguramente, mejor que la excelsa película vanguardista que acabas de sufrir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo mejor: Los Yardbirds, el parque que desencadena la trama (por llamarla de algún modo) y la escena final de los mimos. Y no es que sea lo mejor, es que es lo único bueno.
Lo peor: Paso ya de malgastar más letras criticando esta mierda.
Lo peor: Paso ya de malgastar más letras criticando esta mierda.
7 de marzo de 2013
7 de marzo de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tediosa, lenta y aburrida para el espectador normal. Te pasas la película esperando que ocurra algo que dé sentido a lo que estás viendo, pero llega el final y ... nada. En un cuadro abstracto, cada persona puede interpretar a su manera lo que está viendo, y de forma distinta a los demás. Esta película, igualmente abstracta, puede admitir todo tipo de comentarios y valoraciones, pudiendo fluctuar del 0 al 10, o lo que es lo mismo, de considerarla una tomadura de pelo, a considerarla una obra maestra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por la escena final del partido de tenis sin pelota, y la invitación al protagonista a participar, devolviendo esa pelota imaginaria, pudiera interpretarse que hemos visto una película sin argumento, y que es el espectador quien debe configurarla y sacar sus conclusiones. Claro que, en el partido de tenis, intuyes por dónde va la pelota, pero en la película...
21 de marzo de 2014
21 de marzo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thomas conduce por la Londres de los años 60 en su Rolls Royce descapotable. Es un fotógrafo de prestigio, arrogante y extravagante, al que nada ni nadie parece importarle. Cansado de la mojigatería de las modelos, intenta desconectar en un parque aislado del tumulto de la ciudad. Allí descubre a una enigmática pareja, a la cual fotografía sin cesar. Al llegar a su estudio y revelar las instantáneas, se queda fascinado ante el posible hallazgo que tiene entre manos. Tan apasionante como el propio cine.
El protagonista de Blow-Up piensa que ha sido testigo de un asesinato y que su cámara ha captado al homicida y al cadáver. Antonioni nos muestra claramente esas fotografías, pero en ellas no podemos comprobar con seguridad si Thomas está en lo cierto. Resultan tan ambiguas como el propio personaje, que se mata por conseguir un trozo de guitarra de los Yardbirds, para después tirarla a la basura. Su interpretación sobre lo ocurrido puede ser tan válida como la de aquellos escépticos que no ven ningún crimen en las imágenes. Cada uno ve lo que quiere ver. Somos unos ilusos, como Thomas en la escena final, capaces de ver esa pelota de tenis. Quizás por eso resulta tan acertado el título de la última película de Jonás Trueba, su particular homenaje al mundo del celuloide.
El poder del lenguaje audiovisual es uno de los mayores valores del cine. Una vez me dijeron que ver películas es una actividad demasiado pasiva. Sin embargo, muchos directores ofrecen cintas donde la implicación del espectador es fundamental. Donde las imágenes no tienen como única función conducirnos por una presentación, un nudo y un desenlace (precisamente en Blow-Up ni siquiera podemos afirmar que exista una historia como tal). El significado de las escenas puede variar de forma considerable, según cómo se muestren, dónde se usen, incluso dependen de nuestras experiencias y formas de ser. ¿Cuántas veces escuchamos una canción y parece que hable de nosotros? Ya sea en la música, en el cine o en la literatura, nuestra percepción lo condiciona todo y termina otorgándole un valor incalculable a la obra. Incluso en actos tan cotidianos como en un partido de fútbol lo podemos observar. Las imágenes ofrecen la repetición de una jugada sobre una posible infracción, pero hasta en los aficionados más imparciales hay disparidad de opiniones. Esta secuencia, en la película Film Socialisme (2010, Jean-Luc Godard) adquiere un significado completamente distinto. Donde se iniciaba un ferviente debate deportivo, ahora otros lo interpretan como una metáfora sobre el adoctrinamiento de la sociedad.
Las interpretaciones no dejan de ser suposiciones subjetivas. Algunas tan personales que hasta da vergüenza publicarlas. Eso no es ni de broma lo que el autor pretendía, dicen algunos al leer ciertas reseñas. Como el hombre que intenta convencer a Thomas de que no ha sido testigo de ningún homicidio. Pero irse por las ramas es mucho menos pretencioso que asegurar con objetividad las intenciones de un director. Quizás a Antonioni y a tantos otros les ocurre lo mismo que al amigo de Thomas, el pintor. Ruedan una serie de imágenes, que a priori no dicen nada mientras las filman. Con el tiempo suelen encontrar detalles que valen, que poco a poco van adquiriendo forma y sentido. Es como encontrar pistas en una novela sobre detectives. Con Blow-Up, al principio era incapaz de desarrollar ideas días después de su visionado. De pronto se te viene a la cabeza una imagen, una pista. ¿Qué me suscita? La película ya va tomando forma, una dirección. Podría haber sido impaciente, verme el comentario de Peter Brunette sobre la película u otros análisis milimétricos, pero sacar conclusiones por ti mismo es impagable. Ésa es la magia del cine: nosotros, los ilusos, nuestros pensamientos, nuestras reflexiones. Seguramente, Blow-Up sería menos que nada sin la interacción del espectador.
El protagonista de Blow-Up piensa que ha sido testigo de un asesinato y que su cámara ha captado al homicida y al cadáver. Antonioni nos muestra claramente esas fotografías, pero en ellas no podemos comprobar con seguridad si Thomas está en lo cierto. Resultan tan ambiguas como el propio personaje, que se mata por conseguir un trozo de guitarra de los Yardbirds, para después tirarla a la basura. Su interpretación sobre lo ocurrido puede ser tan válida como la de aquellos escépticos que no ven ningún crimen en las imágenes. Cada uno ve lo que quiere ver. Somos unos ilusos, como Thomas en la escena final, capaces de ver esa pelota de tenis. Quizás por eso resulta tan acertado el título de la última película de Jonás Trueba, su particular homenaje al mundo del celuloide.
El poder del lenguaje audiovisual es uno de los mayores valores del cine. Una vez me dijeron que ver películas es una actividad demasiado pasiva. Sin embargo, muchos directores ofrecen cintas donde la implicación del espectador es fundamental. Donde las imágenes no tienen como única función conducirnos por una presentación, un nudo y un desenlace (precisamente en Blow-Up ni siquiera podemos afirmar que exista una historia como tal). El significado de las escenas puede variar de forma considerable, según cómo se muestren, dónde se usen, incluso dependen de nuestras experiencias y formas de ser. ¿Cuántas veces escuchamos una canción y parece que hable de nosotros? Ya sea en la música, en el cine o en la literatura, nuestra percepción lo condiciona todo y termina otorgándole un valor incalculable a la obra. Incluso en actos tan cotidianos como en un partido de fútbol lo podemos observar. Las imágenes ofrecen la repetición de una jugada sobre una posible infracción, pero hasta en los aficionados más imparciales hay disparidad de opiniones. Esta secuencia, en la película Film Socialisme (2010, Jean-Luc Godard) adquiere un significado completamente distinto. Donde se iniciaba un ferviente debate deportivo, ahora otros lo interpretan como una metáfora sobre el adoctrinamiento de la sociedad.
Las interpretaciones no dejan de ser suposiciones subjetivas. Algunas tan personales que hasta da vergüenza publicarlas. Eso no es ni de broma lo que el autor pretendía, dicen algunos al leer ciertas reseñas. Como el hombre que intenta convencer a Thomas de que no ha sido testigo de ningún homicidio. Pero irse por las ramas es mucho menos pretencioso que asegurar con objetividad las intenciones de un director. Quizás a Antonioni y a tantos otros les ocurre lo mismo que al amigo de Thomas, el pintor. Ruedan una serie de imágenes, que a priori no dicen nada mientras las filman. Con el tiempo suelen encontrar detalles que valen, que poco a poco van adquiriendo forma y sentido. Es como encontrar pistas en una novela sobre detectives. Con Blow-Up, al principio era incapaz de desarrollar ideas días después de su visionado. De pronto se te viene a la cabeza una imagen, una pista. ¿Qué me suscita? La película ya va tomando forma, una dirección. Podría haber sido impaciente, verme el comentario de Peter Brunette sobre la película u otros análisis milimétricos, pero sacar conclusiones por ti mismo es impagable. Ésa es la magia del cine: nosotros, los ilusos, nuestros pensamientos, nuestras reflexiones. Seguramente, Blow-Up sería menos que nada sin la interacción del espectador.
20 de noviembre de 2007
20 de noviembre de 2007
13 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se hubiese quedado en un mero reflejo de la cultura Pop londinense, de no haber adaptado una historia de Cortázar (Las babas del diablo). De este modo hay un poquito de acción, en absoluto trepidante, más bien reflexiva. Así, consigue una adaptación libre, muy libre, casi otra cosa. Del cuento quedan el fotógrafo y las fotos.
Además, la película recoge un momento histórico en la historia del Rock, que contaré en cuanto tenga un ratito.
Además, la película recoge un momento histórico en la historia del Rock, que contaré en cuanto tenga un ratito.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como el final propuesto por Cortázar no era muy viable para una película, Antonioni lo resuelve con una maravillosa última escena, que dio mucho que hablar. Mítico partido de tenis sin pelota entre dos mimos, durante cuatro minutos, metáfora absoluta del juego de realidad-ficción que proponía el argentino en su relato. No os lo perdáis. Digno de un Masters Series.
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