El gran dictador
1940 

8.6
86,953
Comedia
Un humilde barbero judío que combatió con el ejército de Tomania en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después del fin del conflicto. Amnésico a causa de un accidente de avión, no recuerda prácticamente nada de su vida pasada, y no conoce la situación política actual del país: Adenoid Hynkel, un dictador fascista y racista, ha llegado al poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de ... [+]
5 de agosto de 2013
5 de agosto de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran dictador de Charles Chaplin, es una comedia satírica sobre el nazismo y Hitler. Dirigida con un ritmo dinámico, consigue realizar su primera y mejor obra sonora de forma portentosa y maravillosa, con un resultado impecable, mezclando el humor y el dramatismo.
Las actuaciones, son entrañables y carismáticas por parte de Charles Chaplin y Paulette Goddard, con interpretaciones expresivas y deslumbrantes tanto en momentos de humor, como en las partes dramáticas. Con una narrativa ingeniosa e hilarante, gracias a unos diálogos graciosos y cómicos, llevados a cabo con gran espontaneidad, y emotiva e inolvidable en el discurso final, que paso a la historia como uno de los mejores del cine.
El guión, del mismo Chaplin, es original y único, provocador como pocos en su momento, no deja a nadie indiferente por la burla hacia Hitler y el nazismo. Y la música, también de Chaplin, es emotiva, bella y profunda acompañando magistralmente la acción.
Para terminar, destacar tanto los vestuarios evocadores y ocurrentes que conseguirán las risas de todos, y unos efectos conseguidos y competentes para la época, también llevados a cabo con el ingenio suficiente para hacer reír a toda la familia.
Por lo que en líneas generales, es una comedia perfecta, totalmente imperecedera y esencial dentro del séptimo arte, por hacer sentir y emocionar a todos, con una obra que mezcla de forma sobresaliente el humor y lo dramático, para llegar directo al corazón.
Las actuaciones, son entrañables y carismáticas por parte de Charles Chaplin y Paulette Goddard, con interpretaciones expresivas y deslumbrantes tanto en momentos de humor, como en las partes dramáticas. Con una narrativa ingeniosa e hilarante, gracias a unos diálogos graciosos y cómicos, llevados a cabo con gran espontaneidad, y emotiva e inolvidable en el discurso final, que paso a la historia como uno de los mejores del cine.
El guión, del mismo Chaplin, es original y único, provocador como pocos en su momento, no deja a nadie indiferente por la burla hacia Hitler y el nazismo. Y la música, también de Chaplin, es emotiva, bella y profunda acompañando magistralmente la acción.
Para terminar, destacar tanto los vestuarios evocadores y ocurrentes que conseguirán las risas de todos, y unos efectos conseguidos y competentes para la época, también llevados a cabo con el ingenio suficiente para hacer reír a toda la familia.
Por lo que en líneas generales, es una comedia perfecta, totalmente imperecedera y esencial dentro del séptimo arte, por hacer sentir y emocionar a todos, con una obra que mezcla de forma sobresaliente el humor y lo dramático, para llegar directo al corazón.
15 de enero de 2007
15 de enero de 2007
45 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era yo todavía un niño, admiraba la forma en como Chaplin parodiaba al siniestro dictador; pero con el correr del tiempo y ahora que volví a ver de nuevo esta película, caigo en cuenta que no es lo que yo esperaba. Algo pasó, y me resultó plomiza, muy larga, lenta, de un humor que no acababa de atraparme. Y entonces pienso que es mejor recordar al actor Charles Chaplin en otros papeles, y por otro lado, al terrible dictador Nazi como alguien aparte, en otro contexto, tal vez formando de la parte de la historia oscura que es la segunda guerra mundial. Hitler como el villano que inspira terror y a Chaplin como un gran comediante. Por favor no mezclemos el arte de “Charlot” con el humor negro que inspira el loco Adolfo.
28 de octubre de 2008
28 de octubre de 2008
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película entretenida con gags, marca de la casa Chaplin, y en la que interpreta un doble papel esencial en esta historia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tiene escenas ya míticas en la historia del cine, como la del "dictador" solo en un gran comedor jugando con la bola del mundo, claro que es una gran crítica a Hitler y al fascismo y que fue estrenada en 1940, pero no se podría haber hecho lo mismo con Rossevelt, no nos engañemos esta película es propaganda del bando que ganó la guerra y por eso ha sido mitificada, pero ni es de las mejores de Chaplin ni mucho menos una de las mejores de la historia.
26 de septiembre de 2013
26 de septiembre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, ver de nuevo El Gran Dictador me ha supuesto una gran decepción. Hacía tiempo que no lo hacía, y reconozco que esperaba mucho más.
Empieza todo con la I Guerra Mundial, y esto es casi lo peor de la película. Estas escenas me han recordado mucho a las de Sopa de Ganso. Por el uso del sonido, de la cámara y por cómo ocurre lo que ocurre, parecen todas procedentes de una película bastante anterior a 1940. También me recordó este principio a Armas al Hombro (que es, por cierto, infinitamente superior a El Gran Dictador). La película avanza con un ritmo irregular y desigual en calidad y eficacia. Hay momentos en que creo ver a un imitador de Chaplin, viejo y desesperado por hacer reír, en vez de al genio de Luces de la Ciudad o El Chico.
Y es que la actuación de Chaplin, al menos en su interpretación del barbero judío, me resultó torpe y sin gracia; se le ve viejo y desentrenado; el sonido le sobra absolutamente. Este barbero, que según el propio Chaplin no es El Vagabundo Charlot, es curiosamente idéntico a él: bombín, bastón, bigote, forma de andar... Sólo el sonido y una voz meliflua y cursi consiguen diferenciarlo; pero son elementos suficientes para echarlo a perder. Este fantástico personaje no se adapta bien al cine sonoro; ni falta que le hacía adaptarse.
En su papel de dictador está mucho mejor: estúpido, cobarde, histérico y completamente desquiciado, me parece la mejor burla de Hitler que he visto en el cine. Sus escenas, las más interesantes. Si el talento de Chaplin brilla en alguna parte en esta película, es en el personaje del dictador.
El resto de personajes son planuchos y sin ningún interés. Paulette Goddard, la pobre, tenía una voz de pito bastante desagradable (también gana en el cine mudo), y su personaje es tirando a insoportable. Su padre o su casero o lo que sea, me deja también bastante frío. Al único que sí podría destacar es a Napoloni, que da lugar a una serie de situaciones muy divertidas.
La película, demasiado larga; el ritmo, un poco desigual; los últimos momentos transcurren como si a Chaplin le hubiesen acabado todas las ideas; y el discurso final...
Respecto del discurso final, hay gente que se emociona con él, que lo encuentra valiente, maravilloso, sabio y yo qué sé cuántas cosas más; hay otros, por el contrario, a los que les parece un tanto demagógico y no les gusta. No coincido ni con unos ni con otros. Para mí es simplemente nulo, sin pies ni cabeza, anti-elocuente, un cúmulo de lugares comunes sin gracia alguna, una interpretación empachosa, una lágrima fácil, y un conjunto cursilón y demasiado barato, digno de Zapatero y de la Tierra, que es del viento. Ni siquiera me parece demagógico.
Pero vamos, no todo va a ser hablar mal de esta película. Hay escenas verdaderamente ingeniosas y divertidas, dignas del mejor Chaplin, que hacen que ver esta película sea algo que merezca la pena. Me quedo con el barbero afeitando a su cliente al ritmo de Brahms; la escena de las monedas; los accesos de histeria del dictador; su encuentro con Napoloni, y otros cuantos detalles más.
Empieza todo con la I Guerra Mundial, y esto es casi lo peor de la película. Estas escenas me han recordado mucho a las de Sopa de Ganso. Por el uso del sonido, de la cámara y por cómo ocurre lo que ocurre, parecen todas procedentes de una película bastante anterior a 1940. También me recordó este principio a Armas al Hombro (que es, por cierto, infinitamente superior a El Gran Dictador). La película avanza con un ritmo irregular y desigual en calidad y eficacia. Hay momentos en que creo ver a un imitador de Chaplin, viejo y desesperado por hacer reír, en vez de al genio de Luces de la Ciudad o El Chico.
Y es que la actuación de Chaplin, al menos en su interpretación del barbero judío, me resultó torpe y sin gracia; se le ve viejo y desentrenado; el sonido le sobra absolutamente. Este barbero, que según el propio Chaplin no es El Vagabundo Charlot, es curiosamente idéntico a él: bombín, bastón, bigote, forma de andar... Sólo el sonido y una voz meliflua y cursi consiguen diferenciarlo; pero son elementos suficientes para echarlo a perder. Este fantástico personaje no se adapta bien al cine sonoro; ni falta que le hacía adaptarse.
En su papel de dictador está mucho mejor: estúpido, cobarde, histérico y completamente desquiciado, me parece la mejor burla de Hitler que he visto en el cine. Sus escenas, las más interesantes. Si el talento de Chaplin brilla en alguna parte en esta película, es en el personaje del dictador.
El resto de personajes son planuchos y sin ningún interés. Paulette Goddard, la pobre, tenía una voz de pito bastante desagradable (también gana en el cine mudo), y su personaje es tirando a insoportable. Su padre o su casero o lo que sea, me deja también bastante frío. Al único que sí podría destacar es a Napoloni, que da lugar a una serie de situaciones muy divertidas.
La película, demasiado larga; el ritmo, un poco desigual; los últimos momentos transcurren como si a Chaplin le hubiesen acabado todas las ideas; y el discurso final...
Respecto del discurso final, hay gente que se emociona con él, que lo encuentra valiente, maravilloso, sabio y yo qué sé cuántas cosas más; hay otros, por el contrario, a los que les parece un tanto demagógico y no les gusta. No coincido ni con unos ni con otros. Para mí es simplemente nulo, sin pies ni cabeza, anti-elocuente, un cúmulo de lugares comunes sin gracia alguna, una interpretación empachosa, una lágrima fácil, y un conjunto cursilón y demasiado barato, digno de Zapatero y de la Tierra, que es del viento. Ni siquiera me parece demagógico.
Pero vamos, no todo va a ser hablar mal de esta película. Hay escenas verdaderamente ingeniosas y divertidas, dignas del mejor Chaplin, que hacen que ver esta película sea algo que merezca la pena. Me quedo con el barbero afeitando a su cliente al ritmo de Brahms; la escena de las monedas; los accesos de histeria del dictador; su encuentro con Napoloni, y otros cuantos detalles más.
5 de diciembre de 2013
5 de diciembre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la barbarie nazi en la SGM se han rodado kilómetros de celuloide que han reflejado, con más o menos acierto, esa época en la que la Humanidad se hundió en el abismo más oscuro. La megalomanía imperialista de Hitler ha supuesto un torrente cultural que aún no ha encontrado su fin, en literatura, cine y otros medios. En la gran mayoría, el retrato del dictador alemán suele ser de un individuo cruel, sanguinario, loco y capaz de las mayores atrocidades.
Charles Chaplin no se quedó atrás. Cambió el registro de sus magníficas comedias mudas por el cine sonoro con “El gran dictador”, y con ello no sólo se arriesgó a cambiar su estilo cinematográfico sino que también se arriesgó a rodarla cuando Hitler invadía Polonia, cuando Alemania aún no era enemiga de Estados Unidos. Chaplin no dudó al ponerse en las carnes de Hynkel, dictador de Tomania, poniendo todo en el asador en una parodia tan recordada que ya forma parte de la imaginería popular.
“El gran dictador” es todo un ejemplo de atrevimiento, de crítica y denuncia contra las dictaduras despóticas y fascistas, cuyos representantes en la época, Hitler y Mussolini, son relegados a figuras patéticas, caricaturescas y cómicas. La soberbia y el derroche de poder verbal propagandístico de Hitler es parodiado de forma magistral por Chaplin, el cual emplea un sucedáneo del alemán cada vez que da un discurso, o se ridiculiza frente a sus acólitos a base de torpezas y estupideces. Hynkel es un loco, humillado por haber perdido la Primera Guerra Mundial, poseedor de un poderoso ejército y deseoso de extender su gloria por todo el orbe. Un orbe del que, en una de las secuencias más brillantes de la historia del cine, se siente propietario y se dedica a jugar con él, acompañando esos delirios con la música de Wagner. Toda una declaración de intenciones.
Con Chaplin siempre hay una parte dramática, evocadora del romanticismo del cine mudo y portadora de la inocencia que ha hecho el cine de Chaplin inmortal. En “El gran dictador” no podría ser otra que el barbero Charlot, la figura que le dio la fama y que aquí tiene su barbería en un gueto judío de Tomania. No faltan las escenas preeminentemente mudas, en cuyos gags mímicos destaca por encima de todos el afeitado al ritmo de Brahms. Este barbero, con un gran parecido al dictador, será el encargado de realizar el discurso más sentido, sincero y atrevido que se ha visto jamás en una pantalla de cine. Todo un alegato antifascista, tan profundo que es el mismo Chaplin el que se despoja de sus personajes y lanza el grito en el cielo, utilizando todo el poder del cine sonoro a su disposición, ante la barbarie que estaba viviendo el mundo en aquel momento.
El filme es, irónicamente, el más conocido de Chaplin y el que menos características suyas tiene, algo comprensible de un autor especializado exclusivamente en el cine mudo. Aun así, su esencia sigue presente en cada fotograma, cada escena en blanco y negro, de una cinta que sigue teniendo un fuerte poder concienciador a pesar de los años. Después de todo, la intolerancia y el fanatismo siguen siendo males endémicos de nuestro mundo.
Obra maestra.
Charles Chaplin no se quedó atrás. Cambió el registro de sus magníficas comedias mudas por el cine sonoro con “El gran dictador”, y con ello no sólo se arriesgó a cambiar su estilo cinematográfico sino que también se arriesgó a rodarla cuando Hitler invadía Polonia, cuando Alemania aún no era enemiga de Estados Unidos. Chaplin no dudó al ponerse en las carnes de Hynkel, dictador de Tomania, poniendo todo en el asador en una parodia tan recordada que ya forma parte de la imaginería popular.
“El gran dictador” es todo un ejemplo de atrevimiento, de crítica y denuncia contra las dictaduras despóticas y fascistas, cuyos representantes en la época, Hitler y Mussolini, son relegados a figuras patéticas, caricaturescas y cómicas. La soberbia y el derroche de poder verbal propagandístico de Hitler es parodiado de forma magistral por Chaplin, el cual emplea un sucedáneo del alemán cada vez que da un discurso, o se ridiculiza frente a sus acólitos a base de torpezas y estupideces. Hynkel es un loco, humillado por haber perdido la Primera Guerra Mundial, poseedor de un poderoso ejército y deseoso de extender su gloria por todo el orbe. Un orbe del que, en una de las secuencias más brillantes de la historia del cine, se siente propietario y se dedica a jugar con él, acompañando esos delirios con la música de Wagner. Toda una declaración de intenciones.
Con Chaplin siempre hay una parte dramática, evocadora del romanticismo del cine mudo y portadora de la inocencia que ha hecho el cine de Chaplin inmortal. En “El gran dictador” no podría ser otra que el barbero Charlot, la figura que le dio la fama y que aquí tiene su barbería en un gueto judío de Tomania. No faltan las escenas preeminentemente mudas, en cuyos gags mímicos destaca por encima de todos el afeitado al ritmo de Brahms. Este barbero, con un gran parecido al dictador, será el encargado de realizar el discurso más sentido, sincero y atrevido que se ha visto jamás en una pantalla de cine. Todo un alegato antifascista, tan profundo que es el mismo Chaplin el que se despoja de sus personajes y lanza el grito en el cielo, utilizando todo el poder del cine sonoro a su disposición, ante la barbarie que estaba viviendo el mundo en aquel momento.
El filme es, irónicamente, el más conocido de Chaplin y el que menos características suyas tiene, algo comprensible de un autor especializado exclusivamente en el cine mudo. Aun así, su esencia sigue presente en cada fotograma, cada escena en blanco y negro, de una cinta que sigue teniendo un fuerte poder concienciador a pesar de los años. Después de todo, la intolerancia y el fanatismo siguen siendo males endémicos de nuestro mundo.
Obra maestra.
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