Dolor y gloria
2019 

6.8
32,497
Drama
Narra una serie de reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única ... [+]
15 de julio de 2019
15 de julio de 2019
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película generó demasiadas expectativas entre los seguidores de Almodovar, puesto que se esperaba que fuese una síntesis lúcida de su cinematorafía. Pero esta pieza no pasa de ser un aburrido tour de force, pleno de egocentrismo. La narrativa se imbrica con tramas paralelas y sub-tramas con raíces en el pasado (recuerdos de infancia y adolescencia), que no llegan a hacer buen corolario en el presente por su aridez emocional. Sí puede reconocerse la alta calidad de un auto-biopic a medida, que se advierte en el rico diseño de producción, pero que adolece de una gran falta de acción y también de sentimiento, que en el cine de este gran director siempre supo traducirse en un apabullante pathos dramático. Lo mejor de la película es Antonio Banderas, que a pesar de estar confinado en un guión anodino y exiguo, sabe demostrar una brillante madurez actoral que no es vejez sino añejamiento, como en los buenos vinos.
22 de septiembre de 2019
22 de septiembre de 2019
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El dominio técnico incuestionable. Qué menos a estas alturas. La pretensión de "enfant terrible", ya no cuela. Hay casi unanimidad entre los críticos: una obra maestra, mientras que entre los usuarios la calificación que más se repite es entre un 6 y un 8. Esta discrepancia es cuanto menos sorprendente.
Almodóvar debe asumir que tiene 70 tacos y que no es dios. Por su salud mental. La película está plagada de soberbia, autobombo, prepotencia y quejas ridículas (no tendrá también un padrastro?), la historia es inconsistente, esta mal contada.y no emociona, no transmite nada más que lo dicho.
Un ser con un trastorno narcisista grave que quiere forzar al espectador para que piense como él. Un buen relato ha de dejar que el espectador saque sus conclusiones, no imponer las propias. Eso fatiga mucho, quiere que repitamos a coro, eres el mejor, el que más ha sufrido, el que más ha triunfado, como eres tan humilde, etc. (Que hay de esa escena en la que el protagonista se pregunta ¿cómo me pueden querer tanto en Islandia? Yo la encuentro vomitiva). Así no se cuenta una historia, eso no es respetar la inteligencia de los espectadores. Y el autor y hasta el narrador, debe estar algo menos presente
Los primeros minutos nos aburre con sus enfermedades de las que hace drama con un infantilismo que sorprende. Lo más grave es que tiene ¡un pico de loro! entre dos vértebras. Menudo calvario ¿verdad? A su edad todo el mundo tiene artrosis, que es la evolución normal de las articulaciones. Si eso es lo más grave que tiene, debería estar haciendo palmas con las orejas y no cargándonos con sus mojigatería y sus pamplinas de niño mimado. También el resto de la historia está plagada de quejas infantiles, banales y aburguesadas. No se puede hacer un drama con esos mimbres. Debería bajar alguna vez al mundo real y saber qué es un problema real. Tal vez así podrá conseguir llegarnos al corazón, hacernos pensar, entender cosas, dejarnos rumiando un par de días la historia, mostrarnos un mundo interesante, unos personajes consistentes en los que durante la narración se produzca algún cambio.
Las escenas de la infancia llegan a lo kitsch de lo cursis que son. Qué felices eran los pobres durante el franquismo, que monos todos, qué bien alimentados y vestidos, qué buenas dentaduras lucían. Qué vida aquella tan perfecta . ¿Verdad? Pobres pero felices.
Siento haber hablado más del director que de la peli, pero he visto más a aquel que a ésta.
Memento morí, Almodovar. Aunque te den el Óscar, que allí les parecerá que este país y sus gentes (que como en casi todas tus pelis no se parecen en nada a la realidad), son y somos pintorescos; memento morí.
Almodóvar debe asumir que tiene 70 tacos y que no es dios. Por su salud mental. La película está plagada de soberbia, autobombo, prepotencia y quejas ridículas (no tendrá también un padrastro?), la historia es inconsistente, esta mal contada.y no emociona, no transmite nada más que lo dicho.
Un ser con un trastorno narcisista grave que quiere forzar al espectador para que piense como él. Un buen relato ha de dejar que el espectador saque sus conclusiones, no imponer las propias. Eso fatiga mucho, quiere que repitamos a coro, eres el mejor, el que más ha sufrido, el que más ha triunfado, como eres tan humilde, etc. (Que hay de esa escena en la que el protagonista se pregunta ¿cómo me pueden querer tanto en Islandia? Yo la encuentro vomitiva). Así no se cuenta una historia, eso no es respetar la inteligencia de los espectadores. Y el autor y hasta el narrador, debe estar algo menos presente
Los primeros minutos nos aburre con sus enfermedades de las que hace drama con un infantilismo que sorprende. Lo más grave es que tiene ¡un pico de loro! entre dos vértebras. Menudo calvario ¿verdad? A su edad todo el mundo tiene artrosis, que es la evolución normal de las articulaciones. Si eso es lo más grave que tiene, debería estar haciendo palmas con las orejas y no cargándonos con sus mojigatería y sus pamplinas de niño mimado. También el resto de la historia está plagada de quejas infantiles, banales y aburguesadas. No se puede hacer un drama con esos mimbres. Debería bajar alguna vez al mundo real y saber qué es un problema real. Tal vez así podrá conseguir llegarnos al corazón, hacernos pensar, entender cosas, dejarnos rumiando un par de días la historia, mostrarnos un mundo interesante, unos personajes consistentes en los que durante la narración se produzca algún cambio.
Las escenas de la infancia llegan a lo kitsch de lo cursis que son. Qué felices eran los pobres durante el franquismo, que monos todos, qué bien alimentados y vestidos, qué buenas dentaduras lucían. Qué vida aquella tan perfecta . ¿Verdad? Pobres pero felices.
Siento haber hablado más del director que de la peli, pero he visto más a aquel que a ésta.
Memento morí, Almodovar. Aunque te den el Óscar, que allí les parecerá que este país y sus gentes (que como en casi todas tus pelis no se parecen en nada a la realidad), son y somos pintorescos; memento morí.
11 de febrero de 2020
11 de febrero de 2020
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está visto que uno nunca aprende y acaba cayendo en las trampas de la publicidad y los patriotismos mal entendidos. Cuando este showman manchego se dedicó a adornar la lamentable movida con su pseudocine de esperpento y cutrez (sin contar sus horrorosos espectáculos antimusicales), decidí no volver a dejarme atrapar por esa falsa publicidad que siempre nos cacareaba el típico falso argumento de "esta película sí que es buena". Caí en la trampa dos y hasta tres veces, pero decidí no volver a creer nunca más en nadie que pretendiese elevarme un cine tan cutre, vacío y repetitivo como el de Almodóvar a supuestas categorías artísticas que no consigo encontrar ni en los títulos de crédito.
Pero está visto que el ser humano es el único ser que tropieza dos, tres y hasta cuatro veces en la misma piedra. Nuevamente me he dejado llevar por malos consejos, y animado por ese comentario (que ahora sé que es falso y muy desatinado) que he podido leer en repetidas críticas sobre que "Dolor y gloria es la película de Almodóvar que gustará a los que no les gusta el cine de Almodóvar", he vuelto a caer de nuevo en la trampa. Craso error, nuevamente he de lamentarme por un tiempo perdido dedicado a ver una película completamente prescindible, vacía y sin ningún interés.
Mucho nos venden el cine de este señor con letras de oro, demostrando únicamente que el manchego tiene la fortuna de contar con un marketing de lujo, capaz de comer el tarro a las masas como nadie. Porque en lo que respecta a talento cinematográfico y capacidad de crear buenas historias, su calificación se acerca peligrosamente al cero absoluto,
En Dolor y Gloria nos encontramos (nuevamente, y van...) un guión bastante lamentable, sin interés, en el que repite una y otra vez los mismos clichés que lleva desarrollando cuarenta años, siempre los mismos temas, el mismo tipo de personajes, algo que aburría en sus ya lejanas sobrevaloradísimas primeras películas y que sigue aburriendo en su eterno tedio, en diálogos insulsos y carentes de cualquier característica que se acerque a menos de 100 kms de la genialidad con la que pretenden envolvernos este paquete de celuloide desaprovechado. Una vez más Almodóvar lo ha vuelto a hacer, no hay duda que es el rey midas del cine cutre y bajonero, es capaz de coger un montón de basura y lograr pasearlo por medio mundo con la bandera de las cualidades de las que carece: originalidad, creatividad y buen hacer.
Y qué decir del elenco, actores que han demostrado su calidad en otras pelíiculas dejándose llevar por las filias, las fobias, las manías y los complejos de un mediocre al que han alimentado su complejo de estrella hasta el paroxismo de lo absurdo. Y una Penélope Cruz que nunca demostró ser más que una mediocre actriz, aportando aquí lo que para mi debería ser un merecidísimo e indiscutible premio: el Razzie. Es muy difícil hacerlo peor.
Resumiendo: un subproducto más de la incansable factoría Almodóvar, solo para muy seguidores de este tipo de cine dedicado a navegar de forma absurda y repetitiva por el propio ego de su autor, reflejando historias patéticas y lamentables, sin profundidad, carentes del más mínimo interés, repitiendo hasta la saciedad los mismos viejos clichés y tratando de encumbrar unos sentimientos que son más dignos de lástima por su superficialidad y patetismo que por una supuesta e inexistente profundidad. Tiempo lamentablemente perdido que podría haber dedicado a ver algo mucho más edificante.
Pero está visto que el ser humano es el único ser que tropieza dos, tres y hasta cuatro veces en la misma piedra. Nuevamente me he dejado llevar por malos consejos, y animado por ese comentario (que ahora sé que es falso y muy desatinado) que he podido leer en repetidas críticas sobre que "Dolor y gloria es la película de Almodóvar que gustará a los que no les gusta el cine de Almodóvar", he vuelto a caer de nuevo en la trampa. Craso error, nuevamente he de lamentarme por un tiempo perdido dedicado a ver una película completamente prescindible, vacía y sin ningún interés.
Mucho nos venden el cine de este señor con letras de oro, demostrando únicamente que el manchego tiene la fortuna de contar con un marketing de lujo, capaz de comer el tarro a las masas como nadie. Porque en lo que respecta a talento cinematográfico y capacidad de crear buenas historias, su calificación se acerca peligrosamente al cero absoluto,
En Dolor y Gloria nos encontramos (nuevamente, y van...) un guión bastante lamentable, sin interés, en el que repite una y otra vez los mismos clichés que lleva desarrollando cuarenta años, siempre los mismos temas, el mismo tipo de personajes, algo que aburría en sus ya lejanas sobrevaloradísimas primeras películas y que sigue aburriendo en su eterno tedio, en diálogos insulsos y carentes de cualquier característica que se acerque a menos de 100 kms de la genialidad con la que pretenden envolvernos este paquete de celuloide desaprovechado. Una vez más Almodóvar lo ha vuelto a hacer, no hay duda que es el rey midas del cine cutre y bajonero, es capaz de coger un montón de basura y lograr pasearlo por medio mundo con la bandera de las cualidades de las que carece: originalidad, creatividad y buen hacer.
Y qué decir del elenco, actores que han demostrado su calidad en otras pelíiculas dejándose llevar por las filias, las fobias, las manías y los complejos de un mediocre al que han alimentado su complejo de estrella hasta el paroxismo de lo absurdo. Y una Penélope Cruz que nunca demostró ser más que una mediocre actriz, aportando aquí lo que para mi debería ser un merecidísimo e indiscutible premio: el Razzie. Es muy difícil hacerlo peor.
Resumiendo: un subproducto más de la incansable factoría Almodóvar, solo para muy seguidores de este tipo de cine dedicado a navegar de forma absurda y repetitiva por el propio ego de su autor, reflejando historias patéticas y lamentables, sin profundidad, carentes del más mínimo interés, repitiendo hasta la saciedad los mismos viejos clichés y tratando de encumbrar unos sentimientos que son más dignos de lástima por su superficialidad y patetismo que por una supuesta e inexistente profundidad. Tiempo lamentablemente perdido que podría haber dedicado a ver algo mucho más edificante.
26 de marzo de 2019
26 de marzo de 2019
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Disfruté muchísimo durante toda la proyección, pero a pesar de ello, la impresión final fue que “Dolor y gloria” no puede situarse en el Olimpo del universo Almodóvar, junto con “Volver”, “Todo sobre mi madre” y alguna otra privilegiada.
La película es una radiografía del propio director, por mucho que él se empeñe en negarlo. Dicha negación ya la utilizó en “La mala educación”, y si bien en aquella podía creerse que los tintes de suspense estaban alejados de la realidad, en este caso es evidente que la fuente original es la vida y milagros del propio director. Banderas viste y calza a imagen del propio director (pelo asalvajado incluido), hasta se adueña de parte de sus dejes y maneras; al set de su casa se llevaron muebles y cuadros del propio director, incluso se ven fotos reales de sus padres. Las dolencias del director, así como algunas anécdotas que suceden en la película, ya las ha contado en varias entrevistas previas: cómo su madre y él escribían cartas a los catetos del pueblo, cartas que adornaban y mejoraban con inventadas cosechas propias (recursos muy utilizados cinematográficamente, sin ir más lejos en la reciente “Green Book”); o cómo la madre de Pedro le insistía en vida con cómo quería que la amortajaran cuando llegase su hora final.
Es tal la sensación de biografía que transmite, que me hace pensar en quién puede estar basado el personaje de Asier Etxeandía. Mi intuición me hace pensar en Eusebio Poncela. Menos aventurero parece asociar a Nora Novas el papel de Lola García (más que nada, porque lo ha reconocido el propio Almodóvar). Pero son sólo conjeturas a modo de juego.
El tema de las drogas me parece demasiado remarcado. Puede valer su inclusión como subrayado de ese dolor incontenible que las drogas legales (bien machacaditas y mezcladas con yogur líquido) no pueden aplacar, pero creo que se incide demasiado en este tema y no aporta nada especialmente relevante a la trama. Además, para lo adelantado a su tiempo que suele ser Almodóvar, me parece que el tema racial peca de estereotipado con su asistenta del hogar latinoamericana, y los vendedores de droga de raza negra, el barrio al que acude el director para conseguir estupefacientes parece más propio del Bronx, con un episodio ultraviolento que ocurre casualmente durante su visita. Como visita al “top manta” de las drogas me parece mucho más conseguida aquella que realiza Candela Peña en “Todo sobre mi madre”, o la de “Átame” con una rabiosa Rossy de Palma como camella odiosa y adorable a partes iguales (por cierto, en la estantería que hay detrás de la mesa de despacho del director en la que Asier Etxeandía lee el relato de “La adicción”, hay una taza que juraría que lleva inscrito los rasgos faciales de la actriz picassiana).
El carácter reivindicativo de Almodóvar no podía quedar fuera de la película, como ilustra un “YO SÍ TE CREO” tatuado en uno de los muros, en clara alusión a la víctima de la manada, o la no velada acusación de egoísmo hacia los seminaristas católicos, capaces de analfabetizar a un crío con tal de obtener banales beneficios propios (de cosas peores ya fueron acusados en “La mala educación”).
En alguien con la presunta fama de egocéntrico y arrogante de Almodóvar, cabría esperarse un autorretrato más favorecedor y descompensado hacia las luces. En cambio, “Dolor y gloria” se inclina por mostrarnos a un ser humano débil y equivocado, herido en lo físico y en lo moral, y con glorias a las que reserva poca importancia, o en todo caso, recluidas en tiempos pasados. Hubiera sido un detalle curioso, a la par que valiente, haber introducido un pequeño apunte (bien de carácter autocrítico, bien justificativo) referente a los papeles de Panamá, que tanto revuelo causó coincidiendo con su anterior estreno.
La Filmoteca Española juega un papel importante en la película. Es evidente que están viviendo un romance mutuo en los últimos tiempos: hace poco se proyectó una retrospectiva con los 20 títulos dirigidos por el manchego; entre otras actividades, recientemente también se realizó la presentación de un libro que ilustraba la relación de Madrid con la filmografía Almodóvar. En la Filmoteca se proyecta una copia restaurada de “Sabor”, y como no podía ser de otra forma, es en la Filmoteca donde se realizó uno de los (al menos, 3) preestrenos de “Dolor y gloria”.
Las actuaciones, sobresalientes. Banderas se reinventa. Penélope recicla a la ya inmortal Raimunda, desnudándola de glamour pero quedándose con todo lo demás, exudando fotogenia incluso entre una ristra de chorizos. Julieta nos enamora con esa viejecita con los remos averiados pero la cabeza lucidísima. Todos de correctos para arriba. Pero son actores de los que no te esperas menos porque ya han demostrado todo lo demostrable en el pasado. En cambio, el que de veras me ha sorprendido, ha sido Leonardo Sbaraglia, actor al que había visto en pocas películas, y que pensaba tenía un registro más limitado, y que aquí se muestra como el súmmum de dulzura y humanidad. En la otra cara de la moneda, a Asier Etxeandía no llego a verle despegar, y aunque he leído en reiteradas opiniones que su monólogo es de lo mejor de la película, lo cierto es que me desvirtúa un poco la excelencia actoral del film, además de verle demasiado joven para el papel.
Los actores noveles resultan sorprendentes. El niño emana una frescura que ya quisieran los críos de “La mala educación” (además de hacer mucho mejor el playback en los cánticos del coro), y el albañil cateto se desenvuelve con gracejo y tiene un atractivo inconsciente que provoca admiración y desmayos en toda la platea.
(continúa en spoiler)
La película es una radiografía del propio director, por mucho que él se empeñe en negarlo. Dicha negación ya la utilizó en “La mala educación”, y si bien en aquella podía creerse que los tintes de suspense estaban alejados de la realidad, en este caso es evidente que la fuente original es la vida y milagros del propio director. Banderas viste y calza a imagen del propio director (pelo asalvajado incluido), hasta se adueña de parte de sus dejes y maneras; al set de su casa se llevaron muebles y cuadros del propio director, incluso se ven fotos reales de sus padres. Las dolencias del director, así como algunas anécdotas que suceden en la película, ya las ha contado en varias entrevistas previas: cómo su madre y él escribían cartas a los catetos del pueblo, cartas que adornaban y mejoraban con inventadas cosechas propias (recursos muy utilizados cinematográficamente, sin ir más lejos en la reciente “Green Book”); o cómo la madre de Pedro le insistía en vida con cómo quería que la amortajaran cuando llegase su hora final.
Es tal la sensación de biografía que transmite, que me hace pensar en quién puede estar basado el personaje de Asier Etxeandía. Mi intuición me hace pensar en Eusebio Poncela. Menos aventurero parece asociar a Nora Novas el papel de Lola García (más que nada, porque lo ha reconocido el propio Almodóvar). Pero son sólo conjeturas a modo de juego.
El tema de las drogas me parece demasiado remarcado. Puede valer su inclusión como subrayado de ese dolor incontenible que las drogas legales (bien machacaditas y mezcladas con yogur líquido) no pueden aplacar, pero creo que se incide demasiado en este tema y no aporta nada especialmente relevante a la trama. Además, para lo adelantado a su tiempo que suele ser Almodóvar, me parece que el tema racial peca de estereotipado con su asistenta del hogar latinoamericana, y los vendedores de droga de raza negra, el barrio al que acude el director para conseguir estupefacientes parece más propio del Bronx, con un episodio ultraviolento que ocurre casualmente durante su visita. Como visita al “top manta” de las drogas me parece mucho más conseguida aquella que realiza Candela Peña en “Todo sobre mi madre”, o la de “Átame” con una rabiosa Rossy de Palma como camella odiosa y adorable a partes iguales (por cierto, en la estantería que hay detrás de la mesa de despacho del director en la que Asier Etxeandía lee el relato de “La adicción”, hay una taza que juraría que lleva inscrito los rasgos faciales de la actriz picassiana).
El carácter reivindicativo de Almodóvar no podía quedar fuera de la película, como ilustra un “YO SÍ TE CREO” tatuado en uno de los muros, en clara alusión a la víctima de la manada, o la no velada acusación de egoísmo hacia los seminaristas católicos, capaces de analfabetizar a un crío con tal de obtener banales beneficios propios (de cosas peores ya fueron acusados en “La mala educación”).
En alguien con la presunta fama de egocéntrico y arrogante de Almodóvar, cabría esperarse un autorretrato más favorecedor y descompensado hacia las luces. En cambio, “Dolor y gloria” se inclina por mostrarnos a un ser humano débil y equivocado, herido en lo físico y en lo moral, y con glorias a las que reserva poca importancia, o en todo caso, recluidas en tiempos pasados. Hubiera sido un detalle curioso, a la par que valiente, haber introducido un pequeño apunte (bien de carácter autocrítico, bien justificativo) referente a los papeles de Panamá, que tanto revuelo causó coincidiendo con su anterior estreno.
La Filmoteca Española juega un papel importante en la película. Es evidente que están viviendo un romance mutuo en los últimos tiempos: hace poco se proyectó una retrospectiva con los 20 títulos dirigidos por el manchego; entre otras actividades, recientemente también se realizó la presentación de un libro que ilustraba la relación de Madrid con la filmografía Almodóvar. En la Filmoteca se proyecta una copia restaurada de “Sabor”, y como no podía ser de otra forma, es en la Filmoteca donde se realizó uno de los (al menos, 3) preestrenos de “Dolor y gloria”.
Las actuaciones, sobresalientes. Banderas se reinventa. Penélope recicla a la ya inmortal Raimunda, desnudándola de glamour pero quedándose con todo lo demás, exudando fotogenia incluso entre una ristra de chorizos. Julieta nos enamora con esa viejecita con los remos averiados pero la cabeza lucidísima. Todos de correctos para arriba. Pero son actores de los que no te esperas menos porque ya han demostrado todo lo demostrable en el pasado. En cambio, el que de veras me ha sorprendido, ha sido Leonardo Sbaraglia, actor al que había visto en pocas películas, y que pensaba tenía un registro más limitado, y que aquí se muestra como el súmmum de dulzura y humanidad. En la otra cara de la moneda, a Asier Etxeandía no llego a verle despegar, y aunque he leído en reiteradas opiniones que su monólogo es de lo mejor de la película, lo cierto es que me desvirtúa un poco la excelencia actoral del film, además de verle demasiado joven para el papel.
Los actores noveles resultan sorprendentes. El niño emana una frescura que ya quisieran los críos de “La mala educación” (además de hacer mucho mejor el playback en los cánticos del coro), y el albañil cateto se desenvuelve con gracejo y tiene un atractivo inconsciente que provoca admiración y desmayos en toda la platea.
(continúa en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como siempre, aderezado con los cameos de rigor: el hermano de Almodóvar llevando a los niños al matadero; el maromo de Almodóvar, con unas manos que deben de medir medio metro cada una, como virtuoso del piano; y la gran Chavela, cuya muerte no es óbice para que su presencia engrandezca la película.
Las referencias a las últimas filias culturales del director, por fin están tratadas con la discreción adecuada. En películas anteriores, el director fijaba tanto el foco en ellas, que parecían sketches de publicidad encubierta. En esta ocasión, la sutilidad favorece el transcurrir de la historia, sin impedir que el espectador curioso busque las oportunas referencias de libros, cuadros,...
Si tuviera que quedarme con algo de la película, sin duda sería con esa cueva, que simboliza la infrapobreza más rotunda; una cueva robada a las entrañas de la tierra, pero conectada directamente con el cielo, nutriéndose directamente de luz y agua como si de un ser vivo se tratara; una cueva a la que se dignan a acudir los altos estamentos del bien y del mal (la beatona interpretada por Susi Sánchez, y la fruta prohibida materializada en la entrepierna de un albañil desinhibido, respectivamente); una cueva aparentemente inhóspita, que con solo unas capas de cal y unos azulejos de colores consigue no desentonar en el universo estético almodovariano y albergar las más alegres vivencias.
Sorprende el contraste de riesgo de Juan Gatti, que cual animador primerizo, conservador y asustadizo, elaboró una carátula de la película a modo de collage, visto mil veces con anterioridad, mientras que ya dentro de la película salta al vacío con las muy arriesgadas animaciones de la película que rompen con la tónica general de la película. En este caso, se cumple el dicho aquél de que quien no arriesga no gana, ya que mientras el diseño del póster quedará relegado al olvido (al contrario que los icónicos carteles de “Todo sobre mi madre”, “Tacones lejanos”, “La ley del deseo”, “Hable con ella”, “Mujeres…” y tantos y tantos otros, que con solo cerrar los ojos cualquier cinéfilo de pro podrá recrearlos en su mente), en cambio, los títulos de crédito del inicio y las animaciones serán recordados como insertos destacables (aunque a años luz de las cotas de genialidad de “El amante menguante”).
En definitiva, una de las películas buenas de Almodóvar, pero no de las mejores. Aunque las impresiones anteriores son a partir del primer visionado. Y en posteriores, suelen ganar enteros.
PD: esta película tenía todas las papeletas para callar las bocas de los apolillados detractores del cine de Almodóvar, aquellos que no se basan en factores cinematográficos ni sobre gustos personales para argumentar su rechazo, sino que solo esgrimen como criterio penalizador que en todas sus películas salen travestis y transexuales. Pero ahí está la (fugaz) aparición de Topacio Fresh, como una de las espectadoras de la Filmoteca. Hubiera sido genial, teniendo en cuenta el carácter crepuscular de la película, que todo el público de la Filmoteca hubiera estado compuesto por antiguos integrantes del universo Almodóvar. Me imagino a Loles León, a Alaska, a Bibi, a Victoria y a Carmen, por ejemplo, en las butacas de la primera fila. En las últimas filas, habría sitio incluso para Alex Casanovas, Miriam Díaz Aroca o Toni Cantó. Todo el aforo rebosante de caras conocidas. Y arriba, en el palco de honor, Chus Lampreave, José Salcedo, Ceesepe y Paquita Caballero…
Las referencias a las últimas filias culturales del director, por fin están tratadas con la discreción adecuada. En películas anteriores, el director fijaba tanto el foco en ellas, que parecían sketches de publicidad encubierta. En esta ocasión, la sutilidad favorece el transcurrir de la historia, sin impedir que el espectador curioso busque las oportunas referencias de libros, cuadros,...
Si tuviera que quedarme con algo de la película, sin duda sería con esa cueva, que simboliza la infrapobreza más rotunda; una cueva robada a las entrañas de la tierra, pero conectada directamente con el cielo, nutriéndose directamente de luz y agua como si de un ser vivo se tratara; una cueva a la que se dignan a acudir los altos estamentos del bien y del mal (la beatona interpretada por Susi Sánchez, y la fruta prohibida materializada en la entrepierna de un albañil desinhibido, respectivamente); una cueva aparentemente inhóspita, que con solo unas capas de cal y unos azulejos de colores consigue no desentonar en el universo estético almodovariano y albergar las más alegres vivencias.
Sorprende el contraste de riesgo de Juan Gatti, que cual animador primerizo, conservador y asustadizo, elaboró una carátula de la película a modo de collage, visto mil veces con anterioridad, mientras que ya dentro de la película salta al vacío con las muy arriesgadas animaciones de la película que rompen con la tónica general de la película. En este caso, se cumple el dicho aquél de que quien no arriesga no gana, ya que mientras el diseño del póster quedará relegado al olvido (al contrario que los icónicos carteles de “Todo sobre mi madre”, “Tacones lejanos”, “La ley del deseo”, “Hable con ella”, “Mujeres…” y tantos y tantos otros, que con solo cerrar los ojos cualquier cinéfilo de pro podrá recrearlos en su mente), en cambio, los títulos de crédito del inicio y las animaciones serán recordados como insertos destacables (aunque a años luz de las cotas de genialidad de “El amante menguante”).
En definitiva, una de las películas buenas de Almodóvar, pero no de las mejores. Aunque las impresiones anteriores son a partir del primer visionado. Y en posteriores, suelen ganar enteros.
PD: esta película tenía todas las papeletas para callar las bocas de los apolillados detractores del cine de Almodóvar, aquellos que no se basan en factores cinematográficos ni sobre gustos personales para argumentar su rechazo, sino que solo esgrimen como criterio penalizador que en todas sus películas salen travestis y transexuales. Pero ahí está la (fugaz) aparición de Topacio Fresh, como una de las espectadoras de la Filmoteca. Hubiera sido genial, teniendo en cuenta el carácter crepuscular de la película, que todo el público de la Filmoteca hubiera estado compuesto por antiguos integrantes del universo Almodóvar. Me imagino a Loles León, a Alaska, a Bibi, a Victoria y a Carmen, por ejemplo, en las butacas de la primera fila. En las últimas filas, habría sitio incluso para Alex Casanovas, Miriam Díaz Aroca o Toni Cantó. Todo el aforo rebosante de caras conocidas. Y arriba, en el palco de honor, Chus Lampreave, José Salcedo, Ceesepe y Paquita Caballero…
23 de marzo de 2019
23 de marzo de 2019
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Lo escribí para olvidarme de su contenido, pero no quiero hablar de ello"
Adentrarse en una sala de cine para ver la nueva película de Pedro Almodóvar, Dolor y Gloria, produce la misma sensación que entrar en un confesionario con el director manchego. En la penumbra, el espectador asiste a una de las producciones más íntimas del director manchego, que rasga su propio corazón en la pantalla a través de ficcionar sus recuerdos de infancia, juventud y los dolorosamente más recientes.
La película presenta a Salvador Mallo (Antonio Banderas), un director de cine inmerso en los dolores físicos y mentales, que tiene la oportunidad de reencontrarse con un film que estrenó 32 años atrás. Esta zambullida hacia el pasado laeintroduce en un conjunto de recuerdos de su infancia (donde aparecen Penélope Cruz y Raúl Arévalo, como sus padres), reunirse con el actor protagonista con quien se había enemistado (Asier Etxeandía) y con un amor pasional de juventud perdido (Leonardo Sbaraglia).
Almodóvar juega con su iconoclastia pero sin ingredientes de ego. El manchego confiesa sus miedos, sus dolores, sus angustias que lo han marcado en el camino de la gloria. Los personajes de la película son bocetos ficcionados de la vida y lágrimas del director, que quiere hacer cómplices a los espectadores de su recorrido.
Con una fotografía excepcional, un pantone de colores digno de las mejores películas llamativas de Almodóvar y una banda sonora excelente, Dolor y Gloria vertebra un metraje que a ratos parece demasiado atareado en querer explicarlo todo, con la prisa de quien se emociona en contarte sus vivencias pero que, obviamente, tú no has vivido y tienes que ir cogiendo el hilo.
La trama, en ciertos momentos, se enfría por la descontextualización de ciertas escenas. Almodóvar salta hacia el pasado en varios momentos, sin mucho sentido al principio, pero con la intención de ir vertebrando una pieza filmográfica que se acaba exhibiendo en todo su esplendor al final de la película. Dolor y Gloria, aplaudida con vehemencia por muchos críticos, ha recibido matices negativos por la baja empatía que pueden producir ciertos actores, como Banderas. Más allá de la realidad, el malagueño no ironiza, ni imita ni caracteriza a Almodóvar. Vertebra un personaje con sentido, sentimiento y dolor, mucho dolor.
El deseo y la sexualidad, temas recurrentes en los filmes del director, son también ingredientes vertebrados a partir de la visión del Salvador más niño, cuando los descubrimientos y los primeros deseos afloran desde la más sentida pureza. Dolor y Gloria es un monólogo en la cueva, un canto de sirena de Almodóvar a sí mismo para alejarse del sufrimiento, para desempolvar la vejez y contener una emoción muy sentida.
Los detractores del manchego, si se liberan de sus prejuicios, se encontrarán con una película sincera, pasional y emotiva. Los simpatizantes y acérrimos de Almodóvar disfrutarán de un viaje a uno de los cocidos madrileños cinematográficos más distinguidos que ha hecho nunca. Reencontrarse, estimar, mirarse a los ojos, confesar las angustias. La gloria es inaccesible si no se siente dolor. Duele, sí, pero vale la pena.
Adentrarse en una sala de cine para ver la nueva película de Pedro Almodóvar, Dolor y Gloria, produce la misma sensación que entrar en un confesionario con el director manchego. En la penumbra, el espectador asiste a una de las producciones más íntimas del director manchego, que rasga su propio corazón en la pantalla a través de ficcionar sus recuerdos de infancia, juventud y los dolorosamente más recientes.
La película presenta a Salvador Mallo (Antonio Banderas), un director de cine inmerso en los dolores físicos y mentales, que tiene la oportunidad de reencontrarse con un film que estrenó 32 años atrás. Esta zambullida hacia el pasado laeintroduce en un conjunto de recuerdos de su infancia (donde aparecen Penélope Cruz y Raúl Arévalo, como sus padres), reunirse con el actor protagonista con quien se había enemistado (Asier Etxeandía) y con un amor pasional de juventud perdido (Leonardo Sbaraglia).
Almodóvar juega con su iconoclastia pero sin ingredientes de ego. El manchego confiesa sus miedos, sus dolores, sus angustias que lo han marcado en el camino de la gloria. Los personajes de la película son bocetos ficcionados de la vida y lágrimas del director, que quiere hacer cómplices a los espectadores de su recorrido.
Con una fotografía excepcional, un pantone de colores digno de las mejores películas llamativas de Almodóvar y una banda sonora excelente, Dolor y Gloria vertebra un metraje que a ratos parece demasiado atareado en querer explicarlo todo, con la prisa de quien se emociona en contarte sus vivencias pero que, obviamente, tú no has vivido y tienes que ir cogiendo el hilo.
La trama, en ciertos momentos, se enfría por la descontextualización de ciertas escenas. Almodóvar salta hacia el pasado en varios momentos, sin mucho sentido al principio, pero con la intención de ir vertebrando una pieza filmográfica que se acaba exhibiendo en todo su esplendor al final de la película. Dolor y Gloria, aplaudida con vehemencia por muchos críticos, ha recibido matices negativos por la baja empatía que pueden producir ciertos actores, como Banderas. Más allá de la realidad, el malagueño no ironiza, ni imita ni caracteriza a Almodóvar. Vertebra un personaje con sentido, sentimiento y dolor, mucho dolor.
El deseo y la sexualidad, temas recurrentes en los filmes del director, son también ingredientes vertebrados a partir de la visión del Salvador más niño, cuando los descubrimientos y los primeros deseos afloran desde la más sentida pureza. Dolor y Gloria es un monólogo en la cueva, un canto de sirena de Almodóvar a sí mismo para alejarse del sufrimiento, para desempolvar la vejez y contener una emoción muy sentida.
Los detractores del manchego, si se liberan de sus prejuicios, se encontrarán con una película sincera, pasional y emotiva. Los simpatizantes y acérrimos de Almodóvar disfrutarán de un viaje a uno de los cocidos madrileños cinematográficos más distinguidos que ha hecho nunca. Reencontrarse, estimar, mirarse a los ojos, confesar las angustias. La gloria es inaccesible si no se siente dolor. Duele, sí, pero vale la pena.
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