La rueda de la maravilla
6.2
10,209
Drama
En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
30 de diciembre de 2017
30 de diciembre de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué difícil criticar a un genio. Quién soy yo, una simple espectadora para meterme a opinar. Diré solo que está es una película olvidable, que se va de tu mente a la hora de verla, y pasados cuatro días te preguntas, qué ví el domingo pasado...y eres incapaz de contestar porque has olvidado totalmente la historia de esta mujer gritona y descontenta con su propia vida, con crisis de los 40 y predecible desengaño amoroso y vital. No todas pueden ser obras maestras. Qué fue de Blue Jasmine?
18 de diciembre de 2017
18 de diciembre de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amigo, la película te sumerge en un juego de luces, mas sigues un telón de ensueño que se pudre por dentro.
La ambientación es espléndida, de eso no hay lugar a dudas. La atmósfera creada en Coney Island es una atracción emocional, que sube y baja sin cesar. Las actuaciones muchas veces recuerdan a una obra de teatro propia de la FEKS, con chispazos cómicos.
Ahora sí, lo más característico del filme es la ruptura de la fantasía. Casi cualquier espectador sabe de antemano lo que va a pasar o se posiciona en oda a la alegría, deseando ese "final cumbre". Woody Allen se ha vuelto un ser triste: en antaño los desenlaces eran dulces o melancólicos, pero ya no. Toda la película es una metáfora que se marchita, pues ya ni en la gran pantalla reinan los sueños. Es irónico como, bajo una feria celeste, la realidad nos golpea con vehemencia.
Lo bonito reside en tildar lo ocurrido como bello. Lo amargo apuntala la lejanía de los actores (no llegamos a conectar con ellos), sus ademanes y el final indeseado. El drama quizás no sea el fuerte de Woody, pero la película no deja indiferente y se nota su sello impregnado en ella.
Limón y sal señores.
La ambientación es espléndida, de eso no hay lugar a dudas. La atmósfera creada en Coney Island es una atracción emocional, que sube y baja sin cesar. Las actuaciones muchas veces recuerdan a una obra de teatro propia de la FEKS, con chispazos cómicos.
Ahora sí, lo más característico del filme es la ruptura de la fantasía. Casi cualquier espectador sabe de antemano lo que va a pasar o se posiciona en oda a la alegría, deseando ese "final cumbre". Woody Allen se ha vuelto un ser triste: en antaño los desenlaces eran dulces o melancólicos, pero ya no. Toda la película es una metáfora que se marchita, pues ya ni en la gran pantalla reinan los sueños. Es irónico como, bajo una feria celeste, la realidad nos golpea con vehemencia.
Lo bonito reside en tildar lo ocurrido como bello. Lo amargo apuntala la lejanía de los actores (no llegamos a conectar con ellos), sus ademanes y el final indeseado. El drama quizás no sea el fuerte de Woody, pero la película no deja indiferente y se nota su sello impregnado en ella.
Limón y sal señores.
28 de diciembre de 2017
28 de diciembre de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo bueno que tiene la Navidad es que los días señalados duran lo mismo que cualquier otro día del año. ¿Ustedes se imaginan, por ejemplo, una Nochebuena que durara treinta y ocho horas o cuarenta y cinco? Espantoso, sencillamente espantoso.
Sobre todo porque en esas fechas no se puede hacer nada. No se puede ir a ningún sitio (bares, tiendas, cine) después de las ocho, porque es Nochebuena. No se puede ir a ningún museo, porque es Navidad. No se puede quedar con nadie, porque todo el mundo está ocupado con las cosas familiares. No se puede visitar ninguna ciudad diferente de la propia, porque está todo cerrado. Etcétera.
Pues bien, quizá para compensar un poco tan fúnebre panorama, este año ha llegado en el centro de las fiestas la última película, por ahora, de Woody Allen. Concretamente, Wonder Wheel (2017), donde entre todos los actores, resplandece, sin duda, Kate Winslet, a quien corresponde el papel más amargo, es decir, Ginny, dentro de un filme bastante cargadito de amargura.
Y el director neoyorquino se vale de una serie de mimbres para construir su trama, que merecen ser enumerados o, al menos, mencionados. Observamos así que la acción se traslada a los años cincuenta en Conney Island, lo cual podría implicar un delicado toque vintage con su dulce melancolía ad hoc, si no fuera por el pequeño detalle de que Woody pretende establecer un paralelismo entre una feria decadente y la vida. Incluso el propio nombre de la película se electriza de ironía, pues la rueda de existencias a las que asiste el espectador es cualquier cosa menos maravillosa, habida cuenta de que desde el primer momento se nos ofrece la vida en el parque de atracciones bajo un halo de resignación. Y para que no falte de nada, los momentos más dramáticos de la cinta se resuelven bajo los acordes azucarados de “Conney Island Washboard”. Un delicioso toque de perversidad a cargo de nuestro caro realizador.
Otro de los mimbres que utiliza Allen son las referencias clásicas o de autores consagrados, con particular énfasis en las tragedias. Se habla así de Edipo y de Hamlet, pero también de Eugene O’Neill, de quien se destacan sus recreaciones sobre la condición humana, nunca bajo una óptica demasiado encomiástica, por decirlo de la manera más suave posible. Y quiero aludir aquí a algo que forma parte de mi etapa de estudiante de Filosofía, dado que Richie, interpretado por Jack Gore, el hijo de Ginny, está obsesionado por las hogueras, siendo así que para Heráclito el fuego era el más excelso de los elementos al convertir objetos de muy diferente naturaleza en una mezcla de la misma ceniza. De ser correcta esta modesta interpretación personal, la referencia a Heráclito debería llevarnos también al dolor por el paso del tiempo, que es una de las señas de identidad del director de Annie Hall.
Tampoco es ajeno a este largometraje el entramado propio de la vida como teatro, y viceversa. Podemos comprobarlo en las siguientes situaciones, además de las referencias sugeridas en el párrafo anterior: Ginny es una actriz fracasada que conoció a su primer marido dentro del mundillo de la farándula y ahora se gana la vida como camarera en un restaurante de almejas, pero realmente ella no sirve mesas, sino que interpreta el papel de una camarera, puesto que ésa no es su actividad laboral de sus sueños; Mickey, interpretado por Justin Timberlake, anhela ser un poeta, pero un poeta autor teatral, y a través de ese prisma percibe la realidad. Etcétera. De manera que nos hallamos ante el gran teatro del mundo, con todas las evocaciones calderonianas que eso implica.
Otro de los mimbres fundamentales en este filme son las referencias filosóficas que planean sobre las acciones que se desarrollan en la pantalla y que de alguna manera se concentran en el amigo a quien Mickey pide consejo.
Porque eso es precisamente lo que debemos buscar en esta película de Woody Allen: un sentido. Y es que, si nos fijamos en la mera acción, se trataría de un melodrama, como hay miles. Pero ése no es el caso del director de Manhattan (ciudad y película): debemos buscar en él una intención o, con otras palabras, qué cesto quería hacer con esos mimbres. Y mucho me temo que en este caso he de coincidir con lo que la crítica cinematográfica ha dicho al respecto, dado que considero que nos hallamos ante uno de los filmes más afiladamente pesimistas del cineasta que nos ocupa.
Percatémonos tan sólo en cómo se construyen los personajes, donde todos son víctimas y verdugos simultáneamente. Todos hacen daño a todos sin que se lo hayan propuesto, empezando por uno mismo, como debe suceder en la destrucción bien entendida, y para un personaje que intenta mantener unas señas de pureza, Carolina, interpretada por Juno Temple, resulta que es una mujer marcada porque en su primerísima juventud se enamoró de un mafioso bastante predecible: con otras palabras, un asesino.
No resulta extraño, por ello, que el amor, lejos, muy lejos, de constituir un sentimiento ennoblecedor de la persona se convierte en el hilo conductor de todas las inmundicias y todas las desgracias que se despliegan a sus anchas en este filme. No quiero arruinar al argumento a quienes todavía no han asistido a la proyección de esta película, pero si el amor de Carolina por un gánster la deja en grave peligro para su vida, los sucesivos de amores tóxicos de Ginny dejan detrás de sí un reguero de vidas destrozadas.
Se trata, por tanto, del Woody Allen más directo en sus postulados, sin eufemismos ni paños calientes en forma de humor, como ha mostrado en otras muchas ocasiones que están en la mente de todos. Pero no nos hallamos ante lo mejor de este director, quizá precisamente por la falta de sutileza expositiva, y no creo que este filme pase a formar parte del imaginario colectivo de quienes su obra con fidelidad.
Sobre todo porque en esas fechas no se puede hacer nada. No se puede ir a ningún sitio (bares, tiendas, cine) después de las ocho, porque es Nochebuena. No se puede ir a ningún museo, porque es Navidad. No se puede quedar con nadie, porque todo el mundo está ocupado con las cosas familiares. No se puede visitar ninguna ciudad diferente de la propia, porque está todo cerrado. Etcétera.
Pues bien, quizá para compensar un poco tan fúnebre panorama, este año ha llegado en el centro de las fiestas la última película, por ahora, de Woody Allen. Concretamente, Wonder Wheel (2017), donde entre todos los actores, resplandece, sin duda, Kate Winslet, a quien corresponde el papel más amargo, es decir, Ginny, dentro de un filme bastante cargadito de amargura.
Y el director neoyorquino se vale de una serie de mimbres para construir su trama, que merecen ser enumerados o, al menos, mencionados. Observamos así que la acción se traslada a los años cincuenta en Conney Island, lo cual podría implicar un delicado toque vintage con su dulce melancolía ad hoc, si no fuera por el pequeño detalle de que Woody pretende establecer un paralelismo entre una feria decadente y la vida. Incluso el propio nombre de la película se electriza de ironía, pues la rueda de existencias a las que asiste el espectador es cualquier cosa menos maravillosa, habida cuenta de que desde el primer momento se nos ofrece la vida en el parque de atracciones bajo un halo de resignación. Y para que no falte de nada, los momentos más dramáticos de la cinta se resuelven bajo los acordes azucarados de “Conney Island Washboard”. Un delicioso toque de perversidad a cargo de nuestro caro realizador.
Otro de los mimbres que utiliza Allen son las referencias clásicas o de autores consagrados, con particular énfasis en las tragedias. Se habla así de Edipo y de Hamlet, pero también de Eugene O’Neill, de quien se destacan sus recreaciones sobre la condición humana, nunca bajo una óptica demasiado encomiástica, por decirlo de la manera más suave posible. Y quiero aludir aquí a algo que forma parte de mi etapa de estudiante de Filosofía, dado que Richie, interpretado por Jack Gore, el hijo de Ginny, está obsesionado por las hogueras, siendo así que para Heráclito el fuego era el más excelso de los elementos al convertir objetos de muy diferente naturaleza en una mezcla de la misma ceniza. De ser correcta esta modesta interpretación personal, la referencia a Heráclito debería llevarnos también al dolor por el paso del tiempo, que es una de las señas de identidad del director de Annie Hall.
Tampoco es ajeno a este largometraje el entramado propio de la vida como teatro, y viceversa. Podemos comprobarlo en las siguientes situaciones, además de las referencias sugeridas en el párrafo anterior: Ginny es una actriz fracasada que conoció a su primer marido dentro del mundillo de la farándula y ahora se gana la vida como camarera en un restaurante de almejas, pero realmente ella no sirve mesas, sino que interpreta el papel de una camarera, puesto que ésa no es su actividad laboral de sus sueños; Mickey, interpretado por Justin Timberlake, anhela ser un poeta, pero un poeta autor teatral, y a través de ese prisma percibe la realidad. Etcétera. De manera que nos hallamos ante el gran teatro del mundo, con todas las evocaciones calderonianas que eso implica.
Otro de los mimbres fundamentales en este filme son las referencias filosóficas que planean sobre las acciones que se desarrollan en la pantalla y que de alguna manera se concentran en el amigo a quien Mickey pide consejo.
Porque eso es precisamente lo que debemos buscar en esta película de Woody Allen: un sentido. Y es que, si nos fijamos en la mera acción, se trataría de un melodrama, como hay miles. Pero ése no es el caso del director de Manhattan (ciudad y película): debemos buscar en él una intención o, con otras palabras, qué cesto quería hacer con esos mimbres. Y mucho me temo que en este caso he de coincidir con lo que la crítica cinematográfica ha dicho al respecto, dado que considero que nos hallamos ante uno de los filmes más afiladamente pesimistas del cineasta que nos ocupa.
Percatémonos tan sólo en cómo se construyen los personajes, donde todos son víctimas y verdugos simultáneamente. Todos hacen daño a todos sin que se lo hayan propuesto, empezando por uno mismo, como debe suceder en la destrucción bien entendida, y para un personaje que intenta mantener unas señas de pureza, Carolina, interpretada por Juno Temple, resulta que es una mujer marcada porque en su primerísima juventud se enamoró de un mafioso bastante predecible: con otras palabras, un asesino.
No resulta extraño, por ello, que el amor, lejos, muy lejos, de constituir un sentimiento ennoblecedor de la persona se convierte en el hilo conductor de todas las inmundicias y todas las desgracias que se despliegan a sus anchas en este filme. No quiero arruinar al argumento a quienes todavía no han asistido a la proyección de esta película, pero si el amor de Carolina por un gánster la deja en grave peligro para su vida, los sucesivos de amores tóxicos de Ginny dejan detrás de sí un reguero de vidas destrozadas.
Se trata, por tanto, del Woody Allen más directo en sus postulados, sin eufemismos ni paños calientes en forma de humor, como ha mostrado en otras muchas ocasiones que están en la mente de todos. Pero no nos hallamos ante lo mejor de este director, quizá precisamente por la falta de sutileza expositiva, y no creo que este filme pase a formar parte del imaginario colectivo de quienes su obra con fidelidad.
28 de enero de 2018
28 de enero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wonder Wheel (Woody Allen, 2017) es la película número ochenta y uno del director norteamericano y posiblemente una de sus cintas más amargas. Allen retrocede a la década de los cincuenta y nos cuenta la historia de Ginny (Kate Winslet), una mujer próxima a la cuarentena que soñó con ser actriz, pero que ahora trabaja como camarera, está casada con un hombre mayor y alcohólico y tiene un hijo pirómano. Una mujer frustrada que verá como su vida da un vuelco tras la llegada de la hija de su marido y con el inicio de una relación con el joven guardacostas y aspirante a escritor, Mickey (Justin Timberlake).
Ginny es una mujer inestable que ha tenido que renunciar a sus sueños, para centrarse en la monótona cotidianidad. En ese sentido resulta interesante la dicotomía que se crea entre la realidad y los sueños, ya que Ginny está constantemente recordando lo que pudo ser y no fue y lo que ella era y ya no es. Varias veces le relata a su hijo batallitas de cuando era una joven actriz o cuando está con Mickey son muchas las ocasiones en las que la invade la melancolía. Pero rápidamente los sueños son abordados por la realidad que representa a la perfección Humpty (James Belushi), el marido pragmático y tosco de Ginny. De esta dicotomía puede también desprenderse una honda insatisfacción. Ginny convive con la aspiración, posiblemente mentirosa, de poder aspirar a ser algo más. Una aspiración que le hace vivir anclada en el pasado y que le impide disfrutar de su presente o tener la valentía de construirse otro presente nuevo. En cada plano uno puede ver como Ginny está hastiada de su marido y de todo lo que le rodea, pero prefiere tomar una posición pasiva. Hay una secuencia en la que se queja de que siempre tiene que recoger ella la mesa, como si fuera la criada, pero al instante da marcha atrás en sus quejas. Parece que a Ginny le resulta más cómodo quejarse, sin tomar partido, en una forma de actuar que es sin duda resultado de su personalidad inestable y tendente a la bipolaridad. Pudiendo así un día verla ilusionada ante su relación con Mickey y otro acabar enfurecida por el supuesto acercamiento de éste a Carolina (Juno Temple). Ginny no es capaz de racionalizar las situaciones y se deja llevar por el torrente de emociones que le llevan incluso a gastarse quinientos dólares en un reloj para Jackie.
Más en planoamericano.wordpress.com
Ginny es una mujer inestable que ha tenido que renunciar a sus sueños, para centrarse en la monótona cotidianidad. En ese sentido resulta interesante la dicotomía que se crea entre la realidad y los sueños, ya que Ginny está constantemente recordando lo que pudo ser y no fue y lo que ella era y ya no es. Varias veces le relata a su hijo batallitas de cuando era una joven actriz o cuando está con Mickey son muchas las ocasiones en las que la invade la melancolía. Pero rápidamente los sueños son abordados por la realidad que representa a la perfección Humpty (James Belushi), el marido pragmático y tosco de Ginny. De esta dicotomía puede también desprenderse una honda insatisfacción. Ginny convive con la aspiración, posiblemente mentirosa, de poder aspirar a ser algo más. Una aspiración que le hace vivir anclada en el pasado y que le impide disfrutar de su presente o tener la valentía de construirse otro presente nuevo. En cada plano uno puede ver como Ginny está hastiada de su marido y de todo lo que le rodea, pero prefiere tomar una posición pasiva. Hay una secuencia en la que se queja de que siempre tiene que recoger ella la mesa, como si fuera la criada, pero al instante da marcha atrás en sus quejas. Parece que a Ginny le resulta más cómodo quejarse, sin tomar partido, en una forma de actuar que es sin duda resultado de su personalidad inestable y tendente a la bipolaridad. Pudiendo así un día verla ilusionada ante su relación con Mickey y otro acabar enfurecida por el supuesto acercamiento de éste a Carolina (Juno Temple). Ginny no es capaz de racionalizar las situaciones y se deja llevar por el torrente de emociones que le llevan incluso a gastarse quinientos dólares en un reloj para Jackie.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Respecto a Carolina, llama la atención la magnífica planificación de la puesta en escena. Como hemos dicho, Carolina es una mujer marcada, a la que buscan los secuaces de su marido y por ello su vestido (en la cena en el italiano con Jackie) no puede ser más apropiado. Carolina lleva un vestido con los tirantes cruzados por la espalda (como si llevara una cruz), lo que anticipa su fatal destino. Algo parecido ocurre en la última secuencia de Ginny, en la que la vemos también con un vestido con los tirantes cruzados. Podemos pensar que tras su omisión del deber de socorro hacia Carolina, alguien pueda vengarse contra ella, pero seguidamente Ginny se cubre con una chaquetilla y así llegamos a la conclusión de que su vida no corre peligro.
Otro elemento que indudablemente destaca en la cinta es su fotografía. Durante todo el metraje Vittorio Storaro combina magníficamente las tonalidades rojas y azules, para contribuir al dramatismo del film. Por un lado, podemos observar planos azulados cuando los personajes están instaurados en la melancolía o la tristeza. Ocurre cuando escuchamos a Ginny hablar de cuando era joven o cuando al final parece en peligro, al observar como su marido vuelve a recaer en la bebida.
Y por el otro lado, vamos a presenciar planos rojos cuando la ira o la frustración entran en escena. Es el caso de las discusiones de Ginny con su marido o de su tenso amorío con Jackie. En relación a esto es sorprendente como Ginny viste mayoritariamente con colores anaranjados. No es sencillo comprender esta ambigüedad entre la fotografía de Storaro y el vestuario de la protagonista, ya que el naranja se suele asociar a la alegría, la felicidad o la ausencia de inseguridad. Más allá de las secuencias en las que Ginny se siente plena junto a Jackie es difícil de comprender la presencia del naranja en su vestuario.
En definitiva, una película entretenida, como acostumbra Allen, con una base teatral muy potente, pero en la que la mezcla de géneros no resulta totalmente victoriosa. Quizás si se hubiera apostado sin fisuras por el drama clásico o por una cinta con mayores dosis de humor negro, la fórmula hubiera resultado más acertada.
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Otro elemento que indudablemente destaca en la cinta es su fotografía. Durante todo el metraje Vittorio Storaro combina magníficamente las tonalidades rojas y azules, para contribuir al dramatismo del film. Por un lado, podemos observar planos azulados cuando los personajes están instaurados en la melancolía o la tristeza. Ocurre cuando escuchamos a Ginny hablar de cuando era joven o cuando al final parece en peligro, al observar como su marido vuelve a recaer en la bebida.
Y por el otro lado, vamos a presenciar planos rojos cuando la ira o la frustración entran en escena. Es el caso de las discusiones de Ginny con su marido o de su tenso amorío con Jackie. En relación a esto es sorprendente como Ginny viste mayoritariamente con colores anaranjados. No es sencillo comprender esta ambigüedad entre la fotografía de Storaro y el vestuario de la protagonista, ya que el naranja se suele asociar a la alegría, la felicidad o la ausencia de inseguridad. Más allá de las secuencias en las que Ginny se siente plena junto a Jackie es difícil de comprender la presencia del naranja en su vestuario.
En definitiva, una película entretenida, como acostumbra Allen, con una base teatral muy potente, pero en la que la mezcla de géneros no resulta totalmente victoriosa. Quizás si se hubiera apostado sin fisuras por el drama clásico o por una cinta con mayores dosis de humor negro, la fórmula hubiera resultado más acertada.
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30 de enero de 2018
30 de enero de 2018
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen es uno de mis 3 o 4 directores favoritos, he visto todo lo que ha hecho como director, guionista y actor, y en mi opinión esta Wonder Wheel es la peor película de toda su carrera como director, obviando su aberrante debut con What’s Up Tiger Lily?
Parece pues que el círculo se cierra tras toda una vida de muchas películas excelentes, algunas notables y algunas aceptables, pero ninguna tan floja como esta. Kate Winslet está soberbia en su papel y eso es lo único que me parece realmente destacable del film, porque a su alrededor todo lo demás son sombras. Timberlake está fatal, parece un payaso fuera de sitio, Jim Belushi tampoco sale bien parado, el célebre humor que salvó a algunas de las películas más flojas de Allen aquí está casi totalmente ausente, como también lo está la brillantez de los diálogos marca de la casa. Que la fotografía y la ambientación están bien? Pues sí, pero sólo faltaría que a estas alturas a Woody se le hubiera olvidado hacer cine, eso son cosas que ya le salen bien por puro oficio, pero a alguien tan grande yo le exijo más y para mí no es excusa que tenga más de 80 años. No seré yo el que trate al maestro de forma condescendiente porque está viejito, porque entre otras cosas, dirigir cine no es correr los 100 metros lisos y si con 70 años hizo algunos peliculones, por qué no podría hacer otro con 80?
Ahora encima resulta que Selena Gómez va a protagonizar la próxima, lo cual aunque no es demasiado sorprendente dado el historial de Allen a la hora de elegir a ciertas actrices, para mí ya es demasiado. Selena Gómez, no fastidiemos, palabras mayores. Esto ya no, yo me bajo aquí, no quiero empeorar el ya de por sí mal sabor de boca que me ha dejado esta Wonder Wheel.
Parece pues que el círculo se cierra tras toda una vida de muchas películas excelentes, algunas notables y algunas aceptables, pero ninguna tan floja como esta. Kate Winslet está soberbia en su papel y eso es lo único que me parece realmente destacable del film, porque a su alrededor todo lo demás son sombras. Timberlake está fatal, parece un payaso fuera de sitio, Jim Belushi tampoco sale bien parado, el célebre humor que salvó a algunas de las películas más flojas de Allen aquí está casi totalmente ausente, como también lo está la brillantez de los diálogos marca de la casa. Que la fotografía y la ambientación están bien? Pues sí, pero sólo faltaría que a estas alturas a Woody se le hubiera olvidado hacer cine, eso son cosas que ya le salen bien por puro oficio, pero a alguien tan grande yo le exijo más y para mí no es excusa que tenga más de 80 años. No seré yo el que trate al maestro de forma condescendiente porque está viejito, porque entre otras cosas, dirigir cine no es correr los 100 metros lisos y si con 70 años hizo algunos peliculones, por qué no podría hacer otro con 80?
Ahora encima resulta que Selena Gómez va a protagonizar la próxima, lo cual aunque no es demasiado sorprendente dado el historial de Allen a la hora de elegir a ciertas actrices, para mí ya es demasiado. Selena Gómez, no fastidiemos, palabras mayores. Esto ya no, yo me bajo aquí, no quiero empeorar el ya de por sí mal sabor de boca que me ha dejado esta Wonder Wheel.
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