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Críticas ordenadas por utilidad
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8
28 de enero de 2018
28 de enero de 2018
43 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
La batalla de los sexos (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2017) nos cuenta los entresijos del mítico partido de tenis que enfrentó en 1973 al ex-tenista de 55 años, Bobby Riggs, y a la número uno mundial, Billie Jean King, en un partido que se denominó como la batalla de los sexos. Sin duda el título de la cinta es adecuado, ya que desde el inicio Dayton y Faris resaltan la necesidad de denunciar la injusta desigualdad existente entre hombres y mujeres, en este caso tenistas. Haciendo un inciso es importante y triste resaltar que desgraciadamente las cosas siguen siendo poco justas y aunque en el campo tenístico los premios se han ido equiparando entre hombres y mujeres, hay muchísimas profesiones en las que la desigualdad sigue siendo escandalosa. De hecho fijándose en la protagonista de esta historia, Emma Stone (ganadora del Óscar por La la land en 2017), es la actriz mejor pagada del mundo en 2017, con 26 millones de dólares, frente al actor mejor pagado que es Mark Wahlberg, con 68 millones. Una desigualdad que parece que ocurre hasta entre las mujeres más exitosas y envidiadas del planeta. Pero volviendo a la película, como decía, la denuncia de la poca equidad entre hombres y mujeres es un tema vertebrador que se refleja desde los primeros planos de Billie Jean (Emma Stone), en los que denuncia ante uno de los jefazos, de la ATP, el abuso sufrido por las tenistas, que ganan ocho veces menos que sus compañeros en un torneo tan importante como el US Open. Una secuencia muy elocuente, que al mismo tiempo que sienta las bases del tema principal de la película (el machismo), con ese rancio salón, solo para hombres, en el que todos los buitres trajeados esperan a las dos jóvenes “señoritas”, deja ver también, muy claramente, el carácter combativo y valiente que va a llevar a cabo Billie durante toda la trama.
Porque Billie Jean liderará los intentos de liberación de la mujer, desde la bondad y el desconocimiento, de aquel que hace algo sin dobleces y guiado exclusivamente por sus emociones. Billie es una chica de veintinueve años, casada felizmente con su novio de toda la vida, que gracias al tenis logra salir de la pobreza y de paso sentirse mejor consigo mismo. Una chica, totalmente, autosuficiente, que está casada pero no por ello se siente prisionera y que contrasta con la situación de Margaret Court (la que puede ser la mala de la función), una madre que juega al tenis y una mujer retratada siguiendo todos los tópicos de la abnegada madre y esposa. Dos mujeres muy diferentes y enfrentadas, pero que comparten la pasión por el tenis. En el caso de Billie, para ella el tenis es su vida y es lo que le conecta con el mundo, pero en un momento casual, toda su ordenada vida va a sufrir un vuelco. Billie conocerá a Marilyn, una peluquera con vocación de coach, y a sus casi treinta años Billie saldrá del armario, en la todavía misógina sociedad de 1973. Una actitud, tremendamente, valiente, que la película no deja en un segundo plano, sino que retrata con naturalidad y ternura.
En toda esta reseña, puede parecer que me he olvidado del antagonista, Bobby Riggs, pero es que realmente es un personaje tan vacío, caricaturesco, ridículo, machista, adicto y frustrado, que no da para mucho comentario. Ni siquiera es un hombre consecuente con sus rancios principios y vive lujosamente, mantenido por su mujer. Una mujer que en la parte final de la película decide separarse de él, ante su reincidencia en el juego y que, llamativamente, vuelve con él, tras su humillante derrota frente a Billie y a medio país. No se entiende muy bien esta decisión (aunque nadie es quién para juzgarla), pero después del visionado de la película uno puede intentar empatizar con este Bobby Riggs fracasado y con escasas luces, que solamente destaca a través del juego, y comprender los sentimientos de esta mujer, ante un hombre que, según ella, le hace reír como nadie lo había hecho.
Desde luego, Bobby no puede ser un personaje situado más a las antípodas de Billie y es por ello que la estructura utilizada en la película, que puede definirse como paralela, resulta tan efectiva. Los dos son emparejados desde el principio por la cámara, como si el destino se hubiera encargado de juntarles. Por un lado, Bobby desde el encierro de uno de los despachos, de un gran edificio, en forma de colmena y por el otro, Billie con sus triunfos frente al televisor de Bobby y con sus reivindicaciones en defensa de los derechos de las mujeres.
Una película americana de superación y buenas intenciones, que transciende y provoca una reflexión final, además de descubrir una historia que muchos no conocíamos.
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Porque Billie Jean liderará los intentos de liberación de la mujer, desde la bondad y el desconocimiento, de aquel que hace algo sin dobleces y guiado exclusivamente por sus emociones. Billie es una chica de veintinueve años, casada felizmente con su novio de toda la vida, que gracias al tenis logra salir de la pobreza y de paso sentirse mejor consigo mismo. Una chica, totalmente, autosuficiente, que está casada pero no por ello se siente prisionera y que contrasta con la situación de Margaret Court (la que puede ser la mala de la función), una madre que juega al tenis y una mujer retratada siguiendo todos los tópicos de la abnegada madre y esposa. Dos mujeres muy diferentes y enfrentadas, pero que comparten la pasión por el tenis. En el caso de Billie, para ella el tenis es su vida y es lo que le conecta con el mundo, pero en un momento casual, toda su ordenada vida va a sufrir un vuelco. Billie conocerá a Marilyn, una peluquera con vocación de coach, y a sus casi treinta años Billie saldrá del armario, en la todavía misógina sociedad de 1973. Una actitud, tremendamente, valiente, que la película no deja en un segundo plano, sino que retrata con naturalidad y ternura.
En toda esta reseña, puede parecer que me he olvidado del antagonista, Bobby Riggs, pero es que realmente es un personaje tan vacío, caricaturesco, ridículo, machista, adicto y frustrado, que no da para mucho comentario. Ni siquiera es un hombre consecuente con sus rancios principios y vive lujosamente, mantenido por su mujer. Una mujer que en la parte final de la película decide separarse de él, ante su reincidencia en el juego y que, llamativamente, vuelve con él, tras su humillante derrota frente a Billie y a medio país. No se entiende muy bien esta decisión (aunque nadie es quién para juzgarla), pero después del visionado de la película uno puede intentar empatizar con este Bobby Riggs fracasado y con escasas luces, que solamente destaca a través del juego, y comprender los sentimientos de esta mujer, ante un hombre que, según ella, le hace reír como nadie lo había hecho.
Desde luego, Bobby no puede ser un personaje situado más a las antípodas de Billie y es por ello que la estructura utilizada en la película, que puede definirse como paralela, resulta tan efectiva. Los dos son emparejados desde el principio por la cámara, como si el destino se hubiera encargado de juntarles. Por un lado, Bobby desde el encierro de uno de los despachos, de un gran edificio, en forma de colmena y por el otro, Billie con sus triunfos frente al televisor de Bobby y con sus reivindicaciones en defensa de los derechos de las mujeres.
Una película americana de superación y buenas intenciones, que transciende y provoca una reflexión final, además de descubrir una historia que muchos no conocíamos.
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6.6
28,317
9
16 de febrero de 2018
16 de febrero de 2018
43 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía muchas ganas de ver Lady Bird (Greta Gerwig, 2017), después de todo lo que se está hablando de ella y por tener en la dirección a la actriz de Frances Ha (Noah Baumbach, 2012) y la verdad es que después de verla, salgo con ganas de repetir. Porque esta historia de una estudiante, llamada Lady Bird, que sueña con escapar de Sacramento para ir a una universidad de la costa Este, funciona desde los primeros planos. Resulta acertado que Gerwig enfoque toda la trama desde la perspectiva de la búsqueda identitaria. Y más acertado aún resulta que lo haga desde la verdad y la cotidianidad más absoluta, ya que Lady Bird es una chica con la que cualquiera podría identificarse. Una chica que como muchos a los diecisiete (especialmente si vives en EE.UU), está deseosa de ser aceptada en una buena universidad que le permita salir de su entorno y que vive con vaivenes los nuevos descubrimientos que la edad le va poniendo ante sus ojos. La confusión y el rechazar todo lo que se tiene son características propias de la adolescencia que si bien pueden ser buenas para vencer al conformismo, pueden a la larga acarrearte una insatisfacción perpetua. Christine reniega de su nombre, en un acto aparentemente rebelde y divertido, pero en el fondo está renegando de toda una herencia familiar, que a su modo de ver le ha condenado a vivir de forma mediocre en “el lado equivocado de las vías”. Un nombre, Christine, que curiosamente le emparenta, de forma inevitable, con esa religión católica de la que tanto reniega, por su carácter represor.
Además es admirable la capacidad de Gerwig para crear un personaje femenino proactivo, independiente y alejado de los cuentos de príncipes y princesas. No es habitual que el cine componga chicas jóvenes que lleven la iniciativa en sus relaciones sociales y que no se muevan en función de las aspiraciones masculinas. Actitudes fruto de la personalidad especial y única de Lady Bird, pero también consecuencia de no ser la típica bicho rara que tan habitual es en otras cintas. Aquí la unicidad de Bird no le hace ser la típica chica fea, gordita y con una familia disfuncional. Muy al contrario, Bird es una chica guapa, con relativo éxito para acometer sus conquistas y con una familia que la quiere y que se quiere.
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Además es admirable la capacidad de Gerwig para crear un personaje femenino proactivo, independiente y alejado de los cuentos de príncipes y princesas. No es habitual que el cine componga chicas jóvenes que lleven la iniciativa en sus relaciones sociales y que no se muevan en función de las aspiraciones masculinas. Actitudes fruto de la personalidad especial y única de Lady Bird, pero también consecuencia de no ser la típica bicho rara que tan habitual es en otras cintas. Aquí la unicidad de Bird no le hace ser la típica chica fea, gordita y con una familia disfuncional. Muy al contrario, Bird es una chica guapa, con relativo éxito para acometer sus conquistas y con una familia que la quiere y que se quiere.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Otro aspecto que vertebra Lady Bird es el dilema de realidad o sueños. Lady Bird se pasa toda la película con la cabeza repleta de pájaros y un montón de sueños de ascenso social. Bird pasea obnubilada frente a las mansiones más alucinantes de la ciudad, entabla una fingida amistad con Jenna, la chica pija del insti, y desprecia el conformismo familiar. En definitiva, Bird vive totalmente instaurada en el futuro y por ello es incapaz de apreciar las cosas que le van sucediendo en el presente, llegando a poner en riesgo su amistad con Julie. Aunque después de verse entre la élite, Bird se dará cuenta de que sus sueños superaban a la realidad y será al perder lo que tenía, cuando por primera vez lo eche de menos.
Sin duda la relación de amor-odio entre madre e hija es uno de los elementos más sobresalientes de la película. Las dos están continuamente a la gresca, incapaces de demostrarse el amor que se tienen. Es muy significativa la secuencia en el probador, donde por vez primera Bird le reclama a su madre un poco de afecto y ésta sorprendida intenta rectificar, desde el orgullo que atenaza a ambas. Sin embargo es curioso como cuando Danny le dice a Bird que su madre es muy dura con ella, ésta le contesta que es porque la quiere muchísimo. Como dice el padre, las dos tienen unos caracteres demasiados fuertes, que Hipócrates definiría como coléricos y unos problemas comunicativos que provocan que sus momentos de mayor intimidad y cercanía, coincidan con los momentos en los que más alejadas están físicamente. Asimismo es interesante la relación de Bird con su amiga Julie y su relación con su madre. Recurriendo a la puesta en escena, está claro que Lady Bird queda asociada al rosa y su madre Marion, está fuertemente relacionada con el azul. Por eso resulta sugerente como cuando Bird se reconcilia con su amiga, ella vaya con un vestido rosa y Julie con uno azul. Puede pensarse que Julie sea una representación de la madre. Al fin y al cabo, como le pasa con Marion, Bird va acabar recurriendo a su amiga Julie, a la que se dará cuenta que quiere y necesita más de lo que pensaba.
Christine-Lady Bird va a culminar un viaje identitario hacia la aceptación de su yo, que va a ir acompañado de un nuevo sentimiento de estima hacia su gente y hacia los lugares que conoce, en contraposición a los “no lugares ” que componen, para ella, Nueva York. Este climax lo resuelve Gerwig con una secuencia muy sensorial y conmovedora en la que Christine y Marion quedan unidas en la distancia a través de un viaje en coche, por las calles de Sacramento. Madre e hija consiguen por fin un elemento positivo y emotivo que les une y que consigue que ambas compartan una sonrisa plácida. No obstante, después de dicho viaje uno queda descolocado cuando Christine conoce a un chico en una fiesta de Nueva York y vuelve a mentir sobre su lugar de procedencia. Ella sigue avergonzada de venir de Sacramento y se inventa que viene de San Francisco. Puede pensarse que Christine tiene unas alas demasiado grandes como para pertenecer a un único lugar y que su alma inquieta no casa con la ciudad de Sacramento. Al fin y al cabo para su familia Sacramento es solo una ciudad de paso.
Siendo una película muy notable y recomendable, se le puede solamente achacar un poco de mordiente a su contenido. Es posible que sea una cinta demasiado amable, al no tratar apenas la supuesta depresión del progenitor y los problemas económicos de la familia. Sin mencionar el hecho de que la cinta esta situada en el 2002 (tras los atentados del 11S) y que sin embargo no muestra traumas en su sociedad. Muy al contrario, Lady Bird y sus compañeros de instituto parecen vivir en su burbuja de irrealidad.
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Sin duda la relación de amor-odio entre madre e hija es uno de los elementos más sobresalientes de la película. Las dos están continuamente a la gresca, incapaces de demostrarse el amor que se tienen. Es muy significativa la secuencia en el probador, donde por vez primera Bird le reclama a su madre un poco de afecto y ésta sorprendida intenta rectificar, desde el orgullo que atenaza a ambas. Sin embargo es curioso como cuando Danny le dice a Bird que su madre es muy dura con ella, ésta le contesta que es porque la quiere muchísimo. Como dice el padre, las dos tienen unos caracteres demasiados fuertes, que Hipócrates definiría como coléricos y unos problemas comunicativos que provocan que sus momentos de mayor intimidad y cercanía, coincidan con los momentos en los que más alejadas están físicamente. Asimismo es interesante la relación de Bird con su amiga Julie y su relación con su madre. Recurriendo a la puesta en escena, está claro que Lady Bird queda asociada al rosa y su madre Marion, está fuertemente relacionada con el azul. Por eso resulta sugerente como cuando Bird se reconcilia con su amiga, ella vaya con un vestido rosa y Julie con uno azul. Puede pensarse que Julie sea una representación de la madre. Al fin y al cabo, como le pasa con Marion, Bird va acabar recurriendo a su amiga Julie, a la que se dará cuenta que quiere y necesita más de lo que pensaba.
Christine-Lady Bird va a culminar un viaje identitario hacia la aceptación de su yo, que va a ir acompañado de un nuevo sentimiento de estima hacia su gente y hacia los lugares que conoce, en contraposición a los “no lugares ” que componen, para ella, Nueva York. Este climax lo resuelve Gerwig con una secuencia muy sensorial y conmovedora en la que Christine y Marion quedan unidas en la distancia a través de un viaje en coche, por las calles de Sacramento. Madre e hija consiguen por fin un elemento positivo y emotivo que les une y que consigue que ambas compartan una sonrisa plácida. No obstante, después de dicho viaje uno queda descolocado cuando Christine conoce a un chico en una fiesta de Nueva York y vuelve a mentir sobre su lugar de procedencia. Ella sigue avergonzada de venir de Sacramento y se inventa que viene de San Francisco. Puede pensarse que Christine tiene unas alas demasiado grandes como para pertenecer a un único lugar y que su alma inquieta no casa con la ciudad de Sacramento. Al fin y al cabo para su familia Sacramento es solo una ciudad de paso.
Siendo una película muy notable y recomendable, se le puede solamente achacar un poco de mordiente a su contenido. Es posible que sea una cinta demasiado amable, al no tratar apenas la supuesta depresión del progenitor y los problemas económicos de la familia. Sin mencionar el hecho de que la cinta esta situada en el 2002 (tras los atentados del 11S) y que sin embargo no muestra traumas en su sociedad. Muy al contrario, Lady Bird y sus compañeros de instituto parecen vivir en su burbuja de irrealidad.
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20 de junio de 2018
20 de junio de 2018
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curro, un soñador vendedor de robots de cocina, le promete a su hijo Nico unas vacaciones de ensueño si éste saca unas notas brillantes. Para sorpresa del padre, que se ha quedado sin un duro tras la crisis, el niño termina sacando un sobresaliente en todas las asignaturas y Curro tendrá que apañárselas para no decepcionar a su hijo. Éste es el punto de partida de El mejor verano de mi vida la nueva película de Dani de la Orden, director, entre otras, de Barcelona noche de verano y Barcelona noche de invierno.
Ya en sus títulos de crédito iniciales, vemos que El mejor verano de mi vida se sustenta en la comicidad y verborrea de Leo Harlem y en la entrañable relación que mantiene con su hijo ficticio. Por mucho que Curro sea un aspirante a emprendedor repleto de deudas y con una mujer hastiada, para Nico su padre es su héroe. Así que convencido de que no puede faltar a su palabra, Curro decide coger un viejo coche y emprender un viaje junto a su hijo en busca de las vacaciones perfectas y de la felicidad extraviada. Al principio la realidad caerá como una losa en la relación paternofilial, pero el azar conseguirá convertir la calabaza en carroza para que por unos días los dos disfruten de un verano lleno de comodidades.
Resulta interesante que una cinta pensada para llegar al mayor número de espectadores posibles apueste por un modelo de familia alejado de los cánones tradicionales, en el que sobresalen una pareja de padres maduritos y un niño que es hijo único. Sin embargo, cuando padre e hijo llegan al resort “pijo”, que dirige Maggie Civantos, los tópicos empiezan a ser reiterados y algunos personajes están demasiado desmedidos. Se salvan los niños que están sorprendentemente naturales y creíbles y Leo Harlem que cumple con la línea blanca y familiar que preside la cinta, aunque para aquellos que no les guste el tipo de humor vertiginoso de Harlem la historia posiblemente se les haga un poco cargante.
De todos modos aunque El mejor verano de mi vida es una clara comedia familiar, también puede verse desde la perspectiva de las historias de superhéroes. Eso sí, en este caso un superhéroe pegado a la realidad y muy castizo, que viaja por ahí con su coche vintage y que tiene el poder de hacer reír a quien se le ponga por delante y, si llega el caso, devolver la voz a los que han optado por el silencio. Pero quizás es también esa obsesión por los cuentos de hadas lo que hace que la cinta se vuelva demasiado azucarada y previsible.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Ya en sus títulos de crédito iniciales, vemos que El mejor verano de mi vida se sustenta en la comicidad y verborrea de Leo Harlem y en la entrañable relación que mantiene con su hijo ficticio. Por mucho que Curro sea un aspirante a emprendedor repleto de deudas y con una mujer hastiada, para Nico su padre es su héroe. Así que convencido de que no puede faltar a su palabra, Curro decide coger un viejo coche y emprender un viaje junto a su hijo en busca de las vacaciones perfectas y de la felicidad extraviada. Al principio la realidad caerá como una losa en la relación paternofilial, pero el azar conseguirá convertir la calabaza en carroza para que por unos días los dos disfruten de un verano lleno de comodidades.
Resulta interesante que una cinta pensada para llegar al mayor número de espectadores posibles apueste por un modelo de familia alejado de los cánones tradicionales, en el que sobresalen una pareja de padres maduritos y un niño que es hijo único. Sin embargo, cuando padre e hijo llegan al resort “pijo”, que dirige Maggie Civantos, los tópicos empiezan a ser reiterados y algunos personajes están demasiado desmedidos. Se salvan los niños que están sorprendentemente naturales y creíbles y Leo Harlem que cumple con la línea blanca y familiar que preside la cinta, aunque para aquellos que no les guste el tipo de humor vertiginoso de Harlem la historia posiblemente se les haga un poco cargante.
De todos modos aunque El mejor verano de mi vida es una clara comedia familiar, también puede verse desde la perspectiva de las historias de superhéroes. Eso sí, en este caso un superhéroe pegado a la realidad y muy castizo, que viaja por ahí con su coche vintage y que tiene el poder de hacer reír a quien se le ponga por delante y, si llega el caso, devolver la voz a los que han optado por el silencio. Pero quizás es también esa obsesión por los cuentos de hadas lo que hace que la cinta se vuelva demasiado azucarada y previsible.
Laura Acosta
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27 de enero de 2018
27 de enero de 2018
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época en la que los thrillers causan furor, llega En realidad nunca estuviste aquí (Lynne Ramsay, 2017), una historia centrada en Joe (Joaquin Phoenix) un ser solitario y torturado que se dedica a rescatar a mujeres, al tiempo que descarga toda su tremenda violencia. Joe es el típico antihéroe de la posmodernidad, que lleva una existencia plana y que malvive en un estado de letargo, en el que, siguiendo el título que da nombre a la película, está y al mismo tiempo no está. Un hombre de vida gris y metódica, que se arrastra por la vida, sin temor al final y sabiendo que éste le espera pronto, pero que tras el encargo de un senador, verá como su vida da un vuelco. Joe es un tipo aplicado y con muchos encargos, por ello un importante senador le encarga la tarea de rescatar a su hija pequeña que ha sido secuestrada. Joe hace el trabajo sin inmutarse, pero cuando la niña y él mismo parecen a salvo, todo se retuerce y estalla, literalmente sobre su cabeza, iniciándose un viaje hacia los infiernos. Viaje que Ramsey trasmitirá desde un formalismo que, para bien o para mal, tiene un carácter muy personal y original. Una estética de lo feo (que queda muy bien reflejada en el arma que utiliza Joe, un simple martillo de dieciocho dólares y no una refinada arma de fuego), depurada con una música electrónica desasosegante, que inunda al personaje cada vez que se encara con el exterior, con el mundo al fin y al cabo, y que nos hace pensar si el mundo cada vez se está convirtiendo en un lugar menos amable y más amenazante (por lo menos para Joe lo es). Además destacan la abundancia de primeros planos, para lucimiento de Phoenix y disfrute del espectador, los flashaback, que seguramente sean su punto flaco ya que no contribuyen a aclarar las cosas y una puesta en escena basada en dos vertientes muy claras. Por un lado, la muestra de la violencia explícita y directa y por el otro, la abundancia de planos con una violencia en fuera de plano (están muy bien utilizados los planos de las cámaras de vigilancia por ejemplo).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
De modo que volviendo al protagonista de la historia, Joe tendrá que hacer uso de su conocida violencia, para sobrevivir a la situación y volver a poner, definitivamente, a salvo a la niña, pero también tendrá que sufrir la pérdida de los pocos seres con los que convive. El más importante será el de la madre, con la que Joe tiene los únicos momentos distendidos. Una pérdida significativa tras la que Joe, puede que liberado del último amarre que le ligaba a su traumático pasado, logrará soltar el lastre suficiente para salir a flote.
Joe es un tipo asocial que se dedica a solucionar problemas a la sombra. No es el típico héroe de acción, fuerte, que busca el reconocimiento social. Él solventa los problemas, cobra y se mete en su casa sin buscar el halago. En ese sentido puede verse como un tipo con principios, que cree de verdad en lo que hace (salvar a mujeres víctimas de la trata) y que se aparta del heroísmo tan típicamente americano. No es un guapo especialista de cine, con una chupa de piel con un escorpión, que conduce por las noches a toda velocidad, como ocurría en Drive. Joe es un hombre de aspecto moribundo y mente completamente traumatizada, tanto por la guerra que vivió como soldado, como por su infancia junto a un padre violento. Y es aquí cuando aparece uno de los temas que vertebran toda la trama, que es la violencia y más concretamente como esta violencia puede heredarse de generación en generación. Joe convive con continuas alucinaciones (en forma de flashbacks) en las que recuerda momentos de su infancia, marcados por la dolor. Un dolor consecuencia de un padre agresivo que maltrataba a su madre y despreciaba la forma de ser del hijo. Vivencias, todas ellas, acontecidas en un momento crucial para la formación de cualquier ser humano (la niñez), que son definitorias en nuestras vidas como adultos. Al sufrir traumas en la infancia, el ser humano se convierte en un muñeco roto, al que cualquiera puede manipular, instalados en la anhedonia, y alejados de la empatía. Además Joe puede definirse por su violencia, una violencia heredada y aprendida desde la más tierna infancia, con la que parece tener una relación de pura dependencia. Porque Joe es víctima y verdugo. Él mata a martillazos, pero también convive con la carga de no haber podido salvar a su madre de las garras de su padre y de alguna forma se castiga llevando una vida gris, como si quisiera vivir en un mundo paralelo.
Sin duda, el éxito de esta historia recae en la magnífica interpretación de Joaquin Phoenix que se mete, como nadie, en la piel de esta solitaria alma torturada. Nadie mejor que él, para interpretar a este personaje que se siente extraño con todo lo que le rodea y que se mueve continuamente entre lo real y lo onírico. Si bien Phoenix es un experto en roles sufridores e ensimismados, aquí sorprende por su terrible transformación. Desde su pelo largo y grasiento, hasta su barba blanca o su figura fofa y llena de cicatrices. La interpretación de Phoenix es enorme. Consigue dar voz a este tipo, con su mirada huidiza y ambigua, su parquedad extrema o su forma de caminar, que parece más una forma de ir arrastrándose. Es tan sublime su interpretación, que consigue despertar compasión en el espectador, por muy terribles que puedan ser sus instintos. Y eso es difícil, cuando se afronta un rol tan viciado moralmente.
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Joe es un tipo asocial que se dedica a solucionar problemas a la sombra. No es el típico héroe de acción, fuerte, que busca el reconocimiento social. Él solventa los problemas, cobra y se mete en su casa sin buscar el halago. En ese sentido puede verse como un tipo con principios, que cree de verdad en lo que hace (salvar a mujeres víctimas de la trata) y que se aparta del heroísmo tan típicamente americano. No es un guapo especialista de cine, con una chupa de piel con un escorpión, que conduce por las noches a toda velocidad, como ocurría en Drive. Joe es un hombre de aspecto moribundo y mente completamente traumatizada, tanto por la guerra que vivió como soldado, como por su infancia junto a un padre violento. Y es aquí cuando aparece uno de los temas que vertebran toda la trama, que es la violencia y más concretamente como esta violencia puede heredarse de generación en generación. Joe convive con continuas alucinaciones (en forma de flashbacks) en las que recuerda momentos de su infancia, marcados por la dolor. Un dolor consecuencia de un padre agresivo que maltrataba a su madre y despreciaba la forma de ser del hijo. Vivencias, todas ellas, acontecidas en un momento crucial para la formación de cualquier ser humano (la niñez), que son definitorias en nuestras vidas como adultos. Al sufrir traumas en la infancia, el ser humano se convierte en un muñeco roto, al que cualquiera puede manipular, instalados en la anhedonia, y alejados de la empatía. Además Joe puede definirse por su violencia, una violencia heredada y aprendida desde la más tierna infancia, con la que parece tener una relación de pura dependencia. Porque Joe es víctima y verdugo. Él mata a martillazos, pero también convive con la carga de no haber podido salvar a su madre de las garras de su padre y de alguna forma se castiga llevando una vida gris, como si quisiera vivir en un mundo paralelo.
Sin duda, el éxito de esta historia recae en la magnífica interpretación de Joaquin Phoenix que se mete, como nadie, en la piel de esta solitaria alma torturada. Nadie mejor que él, para interpretar a este personaje que se siente extraño con todo lo que le rodea y que se mueve continuamente entre lo real y lo onírico. Si bien Phoenix es un experto en roles sufridores e ensimismados, aquí sorprende por su terrible transformación. Desde su pelo largo y grasiento, hasta su barba blanca o su figura fofa y llena de cicatrices. La interpretación de Phoenix es enorme. Consigue dar voz a este tipo, con su mirada huidiza y ambigua, su parquedad extrema o su forma de caminar, que parece más una forma de ir arrastrándose. Es tan sublime su interpretación, que consigue despertar compasión en el espectador, por muy terribles que puedan ser sus instintos. Y eso es difícil, cuando se afronta un rol tan viciado moralmente.
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5.4
1,261
7
20 de junio de 2018
20 de junio de 2018
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ópera prima del actor Pau Durá, Formentera Lady, (2018) nos cuenta la excéntrica vida de un viejo músico hippie instalado en Formentera, desde principios de los años setenta. No obstante, Durá intenta ir más allá para de paso reflejar el ocaso de toda una época que soñó con la libertad y que en pleno siglo XXI debe volver a la realidad. Por mucho que se empeñe, Samuel (José Sacristán) no es ajeno al peso del tiempo y a los achaques. Toda su filosofía de vida, que tantas renuncias le ha costado a lo largo del tiempo, tras la inesperada visita de su hija y de su nieto parece correr el peligro de venirse abajo. Sin previo aviso, Samuel debe quedarse a cargo del niño y por primera vez en muchos años tendrá que salir de su isla. Un doble isla, por un lado física, ya que Samuel odia pisar “el continente” y por otro lado, una isla emocional que parece impedirle establecer ningún grado de cercanía con nadie. Y aquí es donde se llega al tema principal de la película, que no es otro que el de la responsabilidad. Samuel ha decidido abandonarse a la filosofía hippie, como excusa para no responsabilizarse de nada y de nadie. Ni ha sido capaz de vivir en familia, ni tampoco ha podido después relacionarse con las mujeres de una forma saludable. Como consecuencia este setentón se ha convertido en una especie de Peter Pan, eso sí, tremendamente solitario. Un tipo que tiene un coche desvencijado, al que llama Ulises, en una metáfora de lo que es su filosofía de vida.
Como Ulises Samuel termina volviendo a casa, eso sí, después de muchas meteduras de pata y tras tomar consciencia de los peligros que su forma de vida le pueden acarrear a su nieto. Cuando deja de mirarse el ombligo y empieza a preocuparse por alguien más, su vida empezará a encauzarse. En este sentido, llama la atención la irresponsabilidad masculina que refleja Durá en su cinta. Cuesta imaginarse este mismo personaje, dentro de un cuerpo femenino.
En cuanto a la forma, la cinta destaca por su luminosidad y una mezcla bastante controlada de comedia y drama, en la que en ningún momento se intenta abusar de situaciones lacrimógenas. Además es de admirar como todo el equipo consigue retratar una Formentera paradisiaca y atemporal. Sin olvidar, el inmenso trabajo de prácticamente todo el elenco, quizás consecuencia de tener detrás de la cámara a un actor. José Sacristán está muy creíble, aunque vuelve a repetir el prototipo de hombre de pocas palabras y el niño tiene una mirada profunda y enternecedora.
En definitiva, Formentera Lady es una cinta sencilla, sin grandes aspiraciones, en la que las imágenes dicen más que las palabras. Quizás alguna situación es demasiado forzada, como el motivo de la repentina marcha de la madre, y otras terminas previéndolas demasiado pronto, pero en general resulta una cinta agradable.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Como Ulises Samuel termina volviendo a casa, eso sí, después de muchas meteduras de pata y tras tomar consciencia de los peligros que su forma de vida le pueden acarrear a su nieto. Cuando deja de mirarse el ombligo y empieza a preocuparse por alguien más, su vida empezará a encauzarse. En este sentido, llama la atención la irresponsabilidad masculina que refleja Durá en su cinta. Cuesta imaginarse este mismo personaje, dentro de un cuerpo femenino.
En cuanto a la forma, la cinta destaca por su luminosidad y una mezcla bastante controlada de comedia y drama, en la que en ningún momento se intenta abusar de situaciones lacrimógenas. Además es de admirar como todo el equipo consigue retratar una Formentera paradisiaca y atemporal. Sin olvidar, el inmenso trabajo de prácticamente todo el elenco, quizás consecuencia de tener detrás de la cámara a un actor. José Sacristán está muy creíble, aunque vuelve a repetir el prototipo de hombre de pocas palabras y el niño tiene una mirada profunda y enternecedora.
En definitiva, Formentera Lady es una cinta sencilla, sin grandes aspiraciones, en la que las imágenes dicen más que las palabras. Quizás alguna situación es demasiado forzada, como el motivo de la repentina marcha de la madre, y otras terminas previéndolas demasiado pronto, pero en general resulta una cinta agradable.
Laura Acosta
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