Picnic en Hanging Rock
6.8
5,086
Intriga. Drama
El día de San Valentín de 1900, las estudiantes de la Escuela Appleyard van de excursión a Hanging Rock, una región australiana montañosa. A lo largo del día se producen una serie de fenómenos sobrenaturales: el tiempo se detiene, estudiantes y maestras pierden el conocimiento y tres chicas y una profesora desaparecen. (FILMAFFINITY)
28 de diciembre de 2007
28 de diciembre de 2007
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este romántico drama de suspense es un sutil thriller de época que nos introduce en algunos de esos espeluznantes misterios de los que a menudo oímos hablar, misterios que jamás se resuelven. Lo inexplicable actúa para pulverizar el orden lógico de las cosas y para alterar el orden cotidiano y remover la conciencia colectiva.
Imaginad la estampa: en Australia, una típica escuela victoriana de señoritas. Una directora de apariencia severa e intachable. Unas profesoras dedicadas al cuidado y educación de las jóvenes. Y unas chicas en la flor de la adolescencia. El etéreo femenino, perfume de rosas, lirios y gardenias, poemas recitados por voces dulces que suspiran por el Amor aún apenas intuido. Mejillas sonrosadas, cabellos largos y relucientes, el mundo en las miradas. Vestidos blancos de organdí con mangas de farol, volantes y encajes. Sombrillas coquetas. Risas, anhelos. Compostura ante la autoridad, alegre expansión cuando la rígida disciplina se relaja.
Nada haría sospechar que aquel 14 de febrero de 1900, día de San Valentín y de la alegría del amor, sería el comienzo de la tragedia. Observando a las rosas en ciernes que apenas empiezan a abrirse, nadie sospecharía que la garra del horror se abatiría sobre toda la zona como una maldición que perduraría para siempre.
Una inocente excursión a la roca conocida como Hanging Rock se convertiría en uno de esos grandes enigmas que después las generaciones transforman en leyendas y relatos que se narran a la luz del fuego.
Un análisis de cortante filo pero tratado con delicadeza, lirismo, una atmósfera en la que se mezcla la sensación de fatalidad inminente, de inquietud, de angustia en ocasiones punzante.
También la impaciencia que sentimos debido a la desidia humana, a ese gran defecto de la indolencia (o de la cobardía ante lo desconocido) que con frecuencia nos hace culpables de retardarnos demasiado en actuar, de movilizarnos para tratar de salvar vidas que tal vez se podrían salvar si se actúa rápido. Y, además de todo eso, también una ambigüedad insoluble: ¿Una aventura que acabó en accidente? ¿Búsqueda voluntaria de una muerte aceptada? ¿El morbo de caminar al borde del peligro, de adentrarse en territorios de los que no es posible regresar? ¿Alguna otra causa que escapa al razonamiento humano? ¿Qué ocurrió realmente? Nunca se podrá saber.
La rutina de los días habituales destrozada. El veneno de la amargura va haciendo su efecto y ya cada cual portará sus heridas en el alma.
Imaginad la estampa: en Australia, una típica escuela victoriana de señoritas. Una directora de apariencia severa e intachable. Unas profesoras dedicadas al cuidado y educación de las jóvenes. Y unas chicas en la flor de la adolescencia. El etéreo femenino, perfume de rosas, lirios y gardenias, poemas recitados por voces dulces que suspiran por el Amor aún apenas intuido. Mejillas sonrosadas, cabellos largos y relucientes, el mundo en las miradas. Vestidos blancos de organdí con mangas de farol, volantes y encajes. Sombrillas coquetas. Risas, anhelos. Compostura ante la autoridad, alegre expansión cuando la rígida disciplina se relaja.
Nada haría sospechar que aquel 14 de febrero de 1900, día de San Valentín y de la alegría del amor, sería el comienzo de la tragedia. Observando a las rosas en ciernes que apenas empiezan a abrirse, nadie sospecharía que la garra del horror se abatiría sobre toda la zona como una maldición que perduraría para siempre.
Una inocente excursión a la roca conocida como Hanging Rock se convertiría en uno de esos grandes enigmas que después las generaciones transforman en leyendas y relatos que se narran a la luz del fuego.
Un análisis de cortante filo pero tratado con delicadeza, lirismo, una atmósfera en la que se mezcla la sensación de fatalidad inminente, de inquietud, de angustia en ocasiones punzante.
También la impaciencia que sentimos debido a la desidia humana, a ese gran defecto de la indolencia (o de la cobardía ante lo desconocido) que con frecuencia nos hace culpables de retardarnos demasiado en actuar, de movilizarnos para tratar de salvar vidas que tal vez se podrían salvar si se actúa rápido. Y, además de todo eso, también una ambigüedad insoluble: ¿Una aventura que acabó en accidente? ¿Búsqueda voluntaria de una muerte aceptada? ¿El morbo de caminar al borde del peligro, de adentrarse en territorios de los que no es posible regresar? ¿Alguna otra causa que escapa al razonamiento humano? ¿Qué ocurrió realmente? Nunca se podrá saber.
La rutina de los días habituales destrozada. El veneno de la amargura va haciendo su efecto y ya cada cual portará sus heridas en el alma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un retrato de la hermosa juventud truncada, del esplendor empañado por nubes que empalidecen el sol, del despertar de pasiones condenadas, de la represión del espíritu, de las frustraciones, de los agudos dolores que inflige la vida... Todo ello envuelto en un aura de frágil dulzura, de incógnitas que no hallan respuestas... Un sfumatto como el de las pinturas de Da Vinci, que da la sensación de estar a punto de desvanecerse si nos aproximamos demasiado...
"Lo que vemos, lo que parecemos, no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño."
"Lo que vemos, lo que parecemos, no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño."
31 de julio de 2007
31 de julio de 2007
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Envolvente y llena de sugerencias, con unas imágenes depuradas al máximo, se relata una extraña desaparición el día de San Valentín, año 1900 en Australia, conducida por medio de una narración inquietante en la que el uso del paisaje o la imagen de las propias rocas nos llevan por momentos de extraña ensoñación.
El colegio al que pertenecen las chicas se presenta como paradigma de refinamiento y buenas costumbres, pero en el viaje a Hanging rock, la austera profesora de matemáticas, al relatar el origen volcánico del lugar, hace gala de una locuacidad y apasionamiento poco habituales; más tarde, durante el picnic, comprueban como los relojes parecen haberse parado a la misma hora. A todo esto hay que añadir que las desestabilizadoras rocas tienen en la parte superior unas formas con cierta similitud fálica.
Aunque el desarrollo es diferente, el planteamiento tiene analogías con La aventura de Antonioni. "Todo tiene un principio y un final" se escucha por boca de una de las colegialas, lo que tras ver por completo la obra otorga a la frase una trascendencia mayor.
El colegio al que pertenecen las chicas se presenta como paradigma de refinamiento y buenas costumbres, pero en el viaje a Hanging rock, la austera profesora de matemáticas, al relatar el origen volcánico del lugar, hace gala de una locuacidad y apasionamiento poco habituales; más tarde, durante el picnic, comprueban como los relojes parecen haberse parado a la misma hora. A todo esto hay que añadir que las desestabilizadoras rocas tienen en la parte superior unas formas con cierta similitud fálica.
Aunque el desarrollo es diferente, el planteamiento tiene analogías con La aventura de Antonioni. "Todo tiene un principio y un final" se escucha por boca de una de las colegialas, lo que tras ver por completo la obra otorga a la frase una trascendencia mayor.
23 de mayo de 2012
23 de mayo de 2012
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando visiono una película como "Picnic en Hanging Rock" siempre me planteo: ¿dónde está el límite soportable para que una película deje de ser sumamente maravillosa, poética y subyugante para pasar a ser un rollo patatero absolutamente inaguantable? Supongo que esa línea tan fina de sobrepasar es algo que está al alcance de muy pocos maestros y, desde luego, el Weir de "Picnic en Hanging Rock" no es uno de ellos.
Porque hasta cierto punto (tal y como pasa en el soporífero y muy personal cine de Malick) lo que estás viendo te está sobrecogiendo y fascinando porque es pura poesía visual, es puro encanto campestre, es un canto a la naturaleza humana y hasta por momentos parece que ciertos cuadros impresionistas (sobre todo de Renoir) cobran vida de lo bien que está representado y contado. Todo en un tono fantasmagórico, onírico, misterioso, opresivo e incluso asfixiante que te embriaga por completo. Y podría haber sido una Obra Maestra, por supuesto que podría… y sin embargo es un bodrio vergonzoso.
¿Por qué principalmente? Pues porque hay que ser muy estúpido para pensar que una película se sostiene solo por cómo está rodada y por la atmósfera que se consigue, pues cualquiera sabe que sin un buen guión detrás todo acaba desmoronándose como un castillo de naipes. Y no es que el guión no sea bueno, es que es rematadamente malo y una tomadura de pelo absoluta. La historia no tiene coherencia ni sentido. Es un despropósito y algunos personajes (como el de Rachel Roberts) son patéticos de lo mal que están definidos y, sobre todo, resueltos.
Soy de los que opina que por muy bien dirigida que esté una película (y ésta lo está) si no tiene un guión aceptable detrás acaba naufragando (exceptuando quizás Orson Welles que filmó maravillas con guiones imposibles y absurdos, pero vamos, eso es ya otro cantar). Por tanto, para disfrutar de este "Picnic en Hanging rock" es mejor solo dejarse llevar por las bellezas de sus imágenes, por las delicadas y sensibles interpretaciones de sus inocentes protagonistas, por la poesía que desprende, por la envolvente música y, sobre todo, no pensar nunca en la vacuidad absoluta de su argumento.
De todos modos, puestos a ser rigurosos, todo lo dicho anteriormente, se podría aplicar también a la anterior película de Weir (la muy sobrevalorada "La última ola") que peca exactamente de los mismos defectos que ésta aunque también, todo hay que decirlo, de sus mismas virtudes.
http://www.eldespotricadorcinefilo.com
Porque hasta cierto punto (tal y como pasa en el soporífero y muy personal cine de Malick) lo que estás viendo te está sobrecogiendo y fascinando porque es pura poesía visual, es puro encanto campestre, es un canto a la naturaleza humana y hasta por momentos parece que ciertos cuadros impresionistas (sobre todo de Renoir) cobran vida de lo bien que está representado y contado. Todo en un tono fantasmagórico, onírico, misterioso, opresivo e incluso asfixiante que te embriaga por completo. Y podría haber sido una Obra Maestra, por supuesto que podría… y sin embargo es un bodrio vergonzoso.
¿Por qué principalmente? Pues porque hay que ser muy estúpido para pensar que una película se sostiene solo por cómo está rodada y por la atmósfera que se consigue, pues cualquiera sabe que sin un buen guión detrás todo acaba desmoronándose como un castillo de naipes. Y no es que el guión no sea bueno, es que es rematadamente malo y una tomadura de pelo absoluta. La historia no tiene coherencia ni sentido. Es un despropósito y algunos personajes (como el de Rachel Roberts) son patéticos de lo mal que están definidos y, sobre todo, resueltos.
Soy de los que opina que por muy bien dirigida que esté una película (y ésta lo está) si no tiene un guión aceptable detrás acaba naufragando (exceptuando quizás Orson Welles que filmó maravillas con guiones imposibles y absurdos, pero vamos, eso es ya otro cantar). Por tanto, para disfrutar de este "Picnic en Hanging rock" es mejor solo dejarse llevar por las bellezas de sus imágenes, por las delicadas y sensibles interpretaciones de sus inocentes protagonistas, por la poesía que desprende, por la envolvente música y, sobre todo, no pensar nunca en la vacuidad absoluta de su argumento.
De todos modos, puestos a ser rigurosos, todo lo dicho anteriormente, se podría aplicar también a la anterior película de Weir (la muy sobrevalorada "La última ola") que peca exactamente de los mismos defectos que ésta aunque también, todo hay que decirlo, de sus mismas virtudes.
http://www.eldespotricadorcinefilo.com
15 de noviembre de 2014
15 de noviembre de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un almuerzo campestre en el día de San Valentín de 1900, tres alumnas y una profesora de un colegio de señoritas desaparecen inexplicablemente mientras subían un montículo conocido como Hanging Rock.
Peter Weir anticipa algunos de sus temas predilectos en esta adaptación de la novela homónima de Joan Lindsay, que generó una leyenda urbana en torno a la veracidad de la historia. Todo un éxito internacional del cine australiano, pronto objeto de culto por su originalísima entraña metafórica, formalmente onírica e irresoluble.
"Lo que vemos y lo que parecemos no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño."
Peter Weir anticipa algunos de sus temas predilectos en esta adaptación de la novela homónima de Joan Lindsay, que generó una leyenda urbana en torno a la veracidad de la historia. Todo un éxito internacional del cine australiano, pronto objeto de culto por su originalísima entraña metafórica, formalmente onírica e irresoluble.
"Lo que vemos y lo que parecemos no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño."
22 de diciembre de 2013
22 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película ambientada en el año 1900, el día de San Valentín un grupo de estudiantes de un renombrado colegio para señoritas salen de viaje hacía Hanging Rock con algunas docentes y encargados, el viaje se convierte en desgracia cuando tres de las chicas y una de las encargadas desaparece.
Mientras tanto en el colegio, paralelo a la búsqueda incesante y la desesperación por la situación, la directora de la institución la señora Appleyard (Rachel Roberts) continúa acosando a la joven estudiante Sara (Margaret Nelson), una chica huérfana que está en la institución gracias a un tutor.
De este film es muy interesante ver el manejo que se hace de la historia, primero la presentación de los personajes para luego caer en la intriga en cuanto a lo que sucedió con las chicas, el final que tiene se prevé fácilmente, en ese punto es donde la riqueza en cómo se da la narración adquiere mayor valía al lograr mantener el interés.
Por esto mismo destaco la labor en la dirección de Peter Weir, sobresaliente con un manejo de cámara exquisito. Además de la música a cargo de Bruce Smeaton, que logra compenetrarnos en esa atmósfera de misterio, la utilización que tiene es perfecta. De igual forma una bella fotografía de parte de Russell Boyd.
De esta forma tenemos una película extraña, intrigante y que logra mantener al espectador en ese halo de misterio que va construyendo, es un film para que cada persona saque sus propias conclusiones respecto a lo que está viendo, una obra elegante, bien ambientada e hilvanada con un pulso preciso y perfecto.
Mientras tanto en el colegio, paralelo a la búsqueda incesante y la desesperación por la situación, la directora de la institución la señora Appleyard (Rachel Roberts) continúa acosando a la joven estudiante Sara (Margaret Nelson), una chica huérfana que está en la institución gracias a un tutor.
De este film es muy interesante ver el manejo que se hace de la historia, primero la presentación de los personajes para luego caer en la intriga en cuanto a lo que sucedió con las chicas, el final que tiene se prevé fácilmente, en ese punto es donde la riqueza en cómo se da la narración adquiere mayor valía al lograr mantener el interés.
Por esto mismo destaco la labor en la dirección de Peter Weir, sobresaliente con un manejo de cámara exquisito. Además de la música a cargo de Bruce Smeaton, que logra compenetrarnos en esa atmósfera de misterio, la utilización que tiene es perfecta. De igual forma una bella fotografía de parte de Russell Boyd.
De esta forma tenemos una película extraña, intrigante y que logra mantener al espectador en ese halo de misterio que va construyendo, es un film para que cada persona saque sus propias conclusiones respecto a lo que está viendo, una obra elegante, bien ambientada e hilvanada con un pulso preciso y perfecto.
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