Sin lugar para los débiles
2007 

7.2
114,745
13 de febrero de 2008
13 de febrero de 2008
65 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hago la crítica según mis gustos y mis criterios, sin ánimo de ofender a nadie y respetando siempre la opinión de los demás, pero la mía es la siguiente:
La película empieza prometiendo bastante, pero poco a poco, se desinfla, hasta que te aburre. Tanto artísticamente como técnicamente la película es buena (los planos generales del principio me han impresionado, y la iluminación me ha gustado bastante) pero creo que el guión no te deja las cosas claras, ni quien es cada uno, ni que hace, ni que papel desempeña en la historia. En el spoiler lo especifico.
En definitiva: aburrida.
La película empieza prometiendo bastante, pero poco a poco, se desinfla, hasta que te aburre. Tanto artísticamente como técnicamente la película es buena (los planos generales del principio me han impresionado, y la iluminación me ha gustado bastante) pero creo que el guión no te deja las cosas claras, ni quien es cada uno, ni que hace, ni que papel desempeña en la historia. En el spoiler lo especifico.
En definitiva: aburrida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Por qué no me ha gustado?
- Tommy Lee Jones: habla demasiado, en un momento de despiste, pierdes el hilo.
- Javier Bardem asesina sin motivo aparente, por diversión, y roba furgonetas que luego no utiliza.
- ¿Woddy Harrelson qué hace exactamente?
- Personajes innecesarios que sobran, como la chica de la piscina o el mexicano que lleva una furgoneta con todos los cadáveres.
- ¿Qué pasa con el alijo de marihuana?¡desaparece y no se vuelve a saber de él!
- ¿Por qué nadie llama a la policía despues de escuchar un tiroteo en toda regla?
- Tommy Lee Jones: habla demasiado, en un momento de despiste, pierdes el hilo.
- Javier Bardem asesina sin motivo aparente, por diversión, y roba furgonetas que luego no utiliza.
- ¿Woddy Harrelson qué hace exactamente?
- Personajes innecesarios que sobran, como la chica de la piscina o el mexicano que lleva una furgoneta con todos los cadáveres.
- ¿Qué pasa con el alijo de marihuana?¡desaparece y no se vuelve a saber de él!
- ¿Por qué nadie llama a la policía despues de escuchar un tiroteo en toda regla?
4 de octubre de 2009
4 de octubre de 2009
41 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según mi compañera y sin embargo amiga, P. B. (“no pongas mi nombre en FA si quieres seguir con vida”, P.B. dixit), las películas deben acabar con un beso (no negro) y/o el asesino en la cárcel (“si es negro mejor”, KKK dixit). Obviamente, a P.B. no le gustó el último filme de los hermanos Cohen… pese a ser… ¿demasiado Cohen?
Puede que el regusto del cine clásico y sobredosis pasional de los creadores de “Sangre fácil” queden patentes en ese retrato donde, como siempre y en la locura más desesperada de todo comienzo, una acción idiota se superpone a otra. Hay persecuciones, desiertos, ironía encerrada en violencia contundente, muecas inteligentes en los recursos que emplea el guión, pero también existe cierta madurez en la adaptación de Cormac McCarthy: sus giros son totalmente radicales de cara a la galería más clásica o su recta final consecuente y espanta-espectadores no acostumbrados a tiempos modernos.
Ciertamente los premios más deseados y al mismo tiempo menos valorados del año están denotando, que últimamente, hay que consolidar a los autores (verdaderos) “no premiados” del cine americano, dejando una sensación de leve indignación… ¿Es “No es un país para viejos” mejor que “Fargo”, “El gran Levobsky”. “Muerte entre las flores”? Posiblemente sea la menos redonda aunque el buen cine aparece intacto por momentos: crónica de la América profunda en un western aparentemente convencional como anacrónico e interesante. El desierto, sus protagonistas y un killer como Bardem pueden formar parte de algún punto remoto de la geografía americana… Bueno, el peinado de Bardem, obviamente, no.
Puede que el regusto del cine clásico y sobredosis pasional de los creadores de “Sangre fácil” queden patentes en ese retrato donde, como siempre y en la locura más desesperada de todo comienzo, una acción idiota se superpone a otra. Hay persecuciones, desiertos, ironía encerrada en violencia contundente, muecas inteligentes en los recursos que emplea el guión, pero también existe cierta madurez en la adaptación de Cormac McCarthy: sus giros son totalmente radicales de cara a la galería más clásica o su recta final consecuente y espanta-espectadores no acostumbrados a tiempos modernos.
Ciertamente los premios más deseados y al mismo tiempo menos valorados del año están denotando, que últimamente, hay que consolidar a los autores (verdaderos) “no premiados” del cine americano, dejando una sensación de leve indignación… ¿Es “No es un país para viejos” mejor que “Fargo”, “El gran Levobsky”. “Muerte entre las flores”? Posiblemente sea la menos redonda aunque el buen cine aparece intacto por momentos: crónica de la América profunda en un western aparentemente convencional como anacrónico e interesante. El desierto, sus protagonistas y un killer como Bardem pueden formar parte de algún punto remoto de la geografía americana… Bueno, el peinado de Bardem, obviamente, no.
25 de septiembre de 2010
25 de septiembre de 2010
36 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque el film está ambientado en la América profunda cercana a la frontera de hace varios años, algunas cosas han cambiado poco.
La noticia que comenta el gran T. Lee Jones sobre la pareja que alquilaba habitaciones a ancianos, los torturaba por placer, los mataba y luego cobraban sus pensiones parece sacada de las páginas de sucesos actuales.
No es país para viejos, ni siquiera es mundo para viejos. Ya no se respeta nada. Al débil se le masacra de forma gratuita y sólo sobrevive alguien como el personaje al que da vida Javier Bardem -en el papel de su vida, no me extraña que después de ésto se lo rifen en Hollywood-, capaz de sobreponerse a todo y "sacrificar" a quien haga falta por conseguir sus miserables objetivos.
Todo vale. En cuanto a ausencia de moral o de ética hemos conseguido superarnos a nosotros mismos.
Los hermanos Coen, después de muchos años en ésto, filman su obra maestra sin ninguna concesión a los sentimientos de los espectadores, con un guión sensacional, unos monólogos antológicos -sobre todo los de T. Lee Jones- y una interpretación de Bardem de las que quitan el hipo.
Imprescindible.
La noticia que comenta el gran T. Lee Jones sobre la pareja que alquilaba habitaciones a ancianos, los torturaba por placer, los mataba y luego cobraban sus pensiones parece sacada de las páginas de sucesos actuales.
No es país para viejos, ni siquiera es mundo para viejos. Ya no se respeta nada. Al débil se le masacra de forma gratuita y sólo sobrevive alguien como el personaje al que da vida Javier Bardem -en el papel de su vida, no me extraña que después de ésto se lo rifen en Hollywood-, capaz de sobreponerse a todo y "sacrificar" a quien haga falta por conseguir sus miserables objetivos.
Todo vale. En cuanto a ausencia de moral o de ética hemos conseguido superarnos a nosotros mismos.
Los hermanos Coen, después de muchos años en ésto, filman su obra maestra sin ninguna concesión a los sentimientos de los espectadores, con un guión sensacional, unos monólogos antológicos -sobre todo los de T. Lee Jones- y una interpretación de Bardem de las que quitan el hipo.
Imprescindible.
17 de febrero de 2008
17 de febrero de 2008
45 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notoria decepción la mía. Tal vez mi nivel de exigencia con los hermanos Coen sea excesivo... Tal vez mi humilde intelecto no ha sabido codificar la quintaesencia de esta historia... Quién sabe!.
El caso es que salí del cine mosqueadillo y deshinchado al mismo tiempo. Con cierta sensación de gatillazo cinéfilo. Cinéfilo, he dicho. Vamos a ver.
El ritmo reposado de la peli podría obtener excelentes resultados si, tratándose como se trata de un thriller, los Coen pretendieran exasperar al espectador. Inquietarle. El problema sobreviene cuando la parsimonia roza peligrosamente el tedio. Y “No es país para viejos” abusa, a mi entender, de ese cadencia impávida. Su clima frío y seco tampoco contribuye precisamente a mantener la atención. Cierto es que Joel y Ethan descargan sus fogonazos de acción y violencia en el momento adecuado, pero el hilo argumental es algo vago y acaba dejando demasiados cabos sueltos. Además, el triángulo protagonista no acaba de armonizar del todo.
Javier Bardem borda su papel de sociópata, pero su horrenda declamación desvirtúa considerablemente el impacto de su diabólica imagen. Pese a todo, no estimo exagerado aventurar que Anton Chigurh está predestinado a convertirse en un dignísimo sucesor de Hannibal Lecter. Josh Brolin, por su parte, demuestra porque cada día que pasa su cartel crece como la espuma. Eso no quita que, en esta ocasión, la interrelación de su personaje con los demás resulte casi inexistente. Tommy Lee Jones completa este atípico triunvirato interpretando a un sheriff demasiado viejo, demasiado cansado y, lo que es peor, demasiado insulso.
Imagino que mi opinión suscitará indignación y animosidad generalizada. Lo siento. Me sentiría hipócrita dorándoles la píldora a los hermanitos cuando yo soy el primero en esperar mucho más de ellos. Aunque, pensándolo bien, un siete no es tan terrible. La escultórica puesta en escena de los cadáveres; el crudo tratamiento de la violencia y el nacimiento de un nuevo mito -santo y seña de la maldad más apocalíptica- merecen sobradamente dicho guarismo.
El caso es que salí del cine mosqueadillo y deshinchado al mismo tiempo. Con cierta sensación de gatillazo cinéfilo. Cinéfilo, he dicho. Vamos a ver.
El ritmo reposado de la peli podría obtener excelentes resultados si, tratándose como se trata de un thriller, los Coen pretendieran exasperar al espectador. Inquietarle. El problema sobreviene cuando la parsimonia roza peligrosamente el tedio. Y “No es país para viejos” abusa, a mi entender, de ese cadencia impávida. Su clima frío y seco tampoco contribuye precisamente a mantener la atención. Cierto es que Joel y Ethan descargan sus fogonazos de acción y violencia en el momento adecuado, pero el hilo argumental es algo vago y acaba dejando demasiados cabos sueltos. Además, el triángulo protagonista no acaba de armonizar del todo.
Javier Bardem borda su papel de sociópata, pero su horrenda declamación desvirtúa considerablemente el impacto de su diabólica imagen. Pese a todo, no estimo exagerado aventurar que Anton Chigurh está predestinado a convertirse en un dignísimo sucesor de Hannibal Lecter. Josh Brolin, por su parte, demuestra porque cada día que pasa su cartel crece como la espuma. Eso no quita que, en esta ocasión, la interrelación de su personaje con los demás resulte casi inexistente. Tommy Lee Jones completa este atípico triunvirato interpretando a un sheriff demasiado viejo, demasiado cansado y, lo que es peor, demasiado insulso.
Imagino que mi opinión suscitará indignación y animosidad generalizada. Lo siento. Me sentiría hipócrita dorándoles la píldora a los hermanitos cuando yo soy el primero en esperar mucho más de ellos. Aunque, pensándolo bien, un siete no es tan terrible. La escultórica puesta en escena de los cadáveres; el crudo tratamiento de la violencia y el nacimiento de un nuevo mito -santo y seña de la maldad más apocalíptica- merecen sobradamente dicho guarismo.
12 de marzo de 2009
12 de marzo de 2009
32 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
El asesino se escapa a los cinco minutos. Dibujado en el linóleo, el baile agónico de un policía. En la frente de un conductor que viajaba por allí, un agujero.
Con peinado de paje y andares de autómata, con el hieratismo de un Hércules gélida y profundamente cabreado, lleva la bombona abrepuertas, la especie de minibazooka, el detector acústico con que detecta a la presa. El Anton Chigurh creado por Javier Bardem es un psicópata de pesadilla. Anda suelto por un terroso reino de parajes desiertos donde el viento silba muy largo. El sheriff de ese reino (Tommy Lee Jones), veterano y flemático, evoca nostálgicamente el estilo de los agentes predecesores. Qué bien se las arreglaban… El crimen tenía algo medio doméstico. Hasta se podía patrullar sin armas. ¡No como ahora, con estos criminales incontrolables y sus narconegocios multimillonarios!
Un cazador de rifle (Josh Brolin) sigue un rastro extraño y encuentra el escenario de una matanza fresca y, allí mismo, un irresistible maletín de billetes grandes. A partir de ese momento entra en la siniestra órbita del psicópata. Y no es que faltase tensión a la película. En el minuto 8 los cadáveres superan ya la media docena. Exceptuando el depresivo monólogo inicial del sheriff, la tensión instaurada desde el principio por la presencia de Chigurh, que transpira homicidio con sólo hablar al empleado de la gasolinera, raya el límite. Y se sostiene ahí, sin aflojar. Desde la angustiosa persecución del perro de presa, río abajo por un rápido, la caza humana se alarga y alarga. El efecto de saturación no tarda, y la persecución del fugitivo empieza generar indiferencia.
Chigurh, depredador obstinado, siembra mortandad mientras por moteles y callejones tenebrosos acecha a su víctima sin perder el rastro, como Mitchum en “La noche del cazador”. Se cree omnipotente, a sus anchas: juega a cara-o-cruz la vida de los desconocidos con que se encuentra. La policía, a distancia, se muestra lenta e inoperante.
Como por goteo, más heridas y sangre a cada minuto, el maletín por medio.
Aunque en medio de la rutina de tiroteos y muertes hay picos de tensión (unos pasos en el hotel, una sombra en la rendija de la puerta, las pulsaciones son timbales), la reiteración de situaciones de acecho y balacera va apagando el interés: deviene sucesión de anécdotas violentas muy bien filmadas. Y aún baja otro poco cuando el sheriff se entrega a soliloquios estoicos, pasajes que dejan demasiado patente su origen literario. Personajes lacónicos largan de pronto parrafadas: reflexiones crepusculares y sueños premonitorios poco funcionales en un film que al mismo tiempo quiere ser de acción seca, brutal y, a ratos, con un impávido Bardem genialmente convertido en hermano infernal y cuadrado de Buster Keaton, meter terror en el cuerpo.
Con peinado de paje y andares de autómata, con el hieratismo de un Hércules gélida y profundamente cabreado, lleva la bombona abrepuertas, la especie de minibazooka, el detector acústico con que detecta a la presa. El Anton Chigurh creado por Javier Bardem es un psicópata de pesadilla. Anda suelto por un terroso reino de parajes desiertos donde el viento silba muy largo. El sheriff de ese reino (Tommy Lee Jones), veterano y flemático, evoca nostálgicamente el estilo de los agentes predecesores. Qué bien se las arreglaban… El crimen tenía algo medio doméstico. Hasta se podía patrullar sin armas. ¡No como ahora, con estos criminales incontrolables y sus narconegocios multimillonarios!
Un cazador de rifle (Josh Brolin) sigue un rastro extraño y encuentra el escenario de una matanza fresca y, allí mismo, un irresistible maletín de billetes grandes. A partir de ese momento entra en la siniestra órbita del psicópata. Y no es que faltase tensión a la película. En el minuto 8 los cadáveres superan ya la media docena. Exceptuando el depresivo monólogo inicial del sheriff, la tensión instaurada desde el principio por la presencia de Chigurh, que transpira homicidio con sólo hablar al empleado de la gasolinera, raya el límite. Y se sostiene ahí, sin aflojar. Desde la angustiosa persecución del perro de presa, río abajo por un rápido, la caza humana se alarga y alarga. El efecto de saturación no tarda, y la persecución del fugitivo empieza generar indiferencia.
Chigurh, depredador obstinado, siembra mortandad mientras por moteles y callejones tenebrosos acecha a su víctima sin perder el rastro, como Mitchum en “La noche del cazador”. Se cree omnipotente, a sus anchas: juega a cara-o-cruz la vida de los desconocidos con que se encuentra. La policía, a distancia, se muestra lenta e inoperante.
Como por goteo, más heridas y sangre a cada minuto, el maletín por medio.
Aunque en medio de la rutina de tiroteos y muertes hay picos de tensión (unos pasos en el hotel, una sombra en la rendija de la puerta, las pulsaciones son timbales), la reiteración de situaciones de acecho y balacera va apagando el interés: deviene sucesión de anécdotas violentas muy bien filmadas. Y aún baja otro poco cuando el sheriff se entrega a soliloquios estoicos, pasajes que dejan demasiado patente su origen literario. Personajes lacónicos largan de pronto parrafadas: reflexiones crepusculares y sueños premonitorios poco funcionales en un film que al mismo tiempo quiere ser de acción seca, brutal y, a ratos, con un impávido Bardem genialmente convertido en hermano infernal y cuadrado de Buster Keaton, meter terror en el cuerpo.
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