Ludwig, la pasión de un rey
7.4
2,048
Drama
En 1864, antes de cumplir los veinte años, Ludwig de Wittelsbach (Luis II, "el rey loco") ocupó el trono de Baviera. El joven rey era generoso y romántico y soñaba con traer la felicidad a su pueblo. Fue un gran mecenas que amaba el arte, la paz y la armonía universal. Sin embargo, por confiar en sus consejeros, llevó a Baviera a una desastrosa guerra que la dejaría en manos de Bismarck. Hasta sus más fieles colaboradores conspiraban ... [+]
8 de abril de 2020
8 de abril de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Espectacular producción de gran formato y de vocación intemporal que asombra desde las primeras escenas por la suntuosa pero correcta ambientación, por su vestuario, por sus interiores ubérrimos, por sus exteriores límpidos, por su clima general y por su desbordante banda sonora.
A medida que avanza el metraje también acredita la excelencia de un guión magnífico, la solvencia de un director ambicioso y la perfección de su técnica narrativa.
Se trata de una película para degustar con pausa, como una obra de arte, y disfrutar hasta el último detalle.
Es íntima, introspectiva, psicológica y en cada una de sus facetas brilla la maestría cinematográfica.
Culta pero sin petulancia, profunda pero cercana y entrañable aunque palaciega.
Como si la jaula de oro fuera su ámbito natural, R. Schneider aparece luminosa y enérgica en su papel mientras que H. Berger, rotundo en la fragilidad de su personaje, da la réplica perfecta en un maravilloso ejercicio de interpretación.
A medida que avanza el metraje también acredita la excelencia de un guión magnífico, la solvencia de un director ambicioso y la perfección de su técnica narrativa.
Se trata de una película para degustar con pausa, como una obra de arte, y disfrutar hasta el último detalle.
Es íntima, introspectiva, psicológica y en cada una de sus facetas brilla la maestría cinematográfica.
Culta pero sin petulancia, profunda pero cercana y entrañable aunque palaciega.
Como si la jaula de oro fuera su ámbito natural, R. Schneider aparece luminosa y enérgica en su papel mientras que H. Berger, rotundo en la fragilidad de su personaje, da la réplica perfecta en un maravilloso ejercicio de interpretación.
7 de octubre de 2012
7 de octubre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A un maduro Visconti le atraía recrear ciertos ambientes y recrearse en ellos. Con harta frecuencia estos ambientes se asocian con la decadencia, lo que no pasa de ser una pobre exculpación de ese pecado para nuestra época. Quizá Visconti no refleja decadencia sino exuberancia. Pero es lo que le atrae Visconti y lo presenta muy bien. Baviera en los momentos del reinado de Luis II muestra ese mundo y Visconti se sumerge en él gustosamente.
Pero a Visconti no le basta el marco y precisa el personaje que se encuadre perfectamente en él. En este caso es Luis II de Baviera, una personalidad extraña cuyos perfiles distan de estar perfectamente definidos y siguen siendo discutidos pero que, en todo caso, poseen ese grado de indefinición que permite su perfecta inserción en el ambiente. Una ambigüedad a la que sirve perfectamente Helmut Berger.
En los biopics siempre se tiene la sensación de que más que la película se critica el correcto reflejo del personaje cuya historia se nos presenta. Pero lo cierto es que esto último es un condicionante básico de la película y si ésta se confiesa como biopic debe ser fiel a la realidad. Visconti es fiel a la en este caso a la imagen de Luis II de Baviera; transmite las contradicciones y las dudas que aun existen sobre su vida, comenzando por la que afecta a su muerte por suicidio o por asesinato. Sucede, sin embargo, que se trata de un personaje terriblemente difícil y complejo. Se abordan problemas como su amistad con Wagner, sus deficiencias como gobernante, su carácter caprichoso, sus problemas sexuales, o su peculiar pacifismo.
Se acusa a la película de ser larga y lenta, una doble y peculiar acusación. Pero la duración es fruto de la complejidad de la historia contada y, a la vez, fruto de la morosidad que debe existir en determinados momentos para permitir la comprensión del personaje. Habría que preguntarse si hubiera sido posible acortarla sin perderse el sentido de la historia contada.
La película derrocha preocupación estética. Y lo hace con éxito en la mayor parte de las ocasiones. Dejando a Visconti a un lado, los protagonistas llevan a cabo grandes interpretaciones. Helmut Berger refleja perfectamente las distintas etapas de Luis II, desde el joven coronado al monarca acosado, pasando por el gobernante desnortado. Romy Schneider ofrece la imagen de una Sissi poderosa e influyente. Trevor Howard nos ofrece un Wagner verosímil y natural. Todos los demás intérpretes cubren perfectamente sus papeles, lo que suele ser un signo de la habilidad del director.
Pero a Visconti no le basta el marco y precisa el personaje que se encuadre perfectamente en él. En este caso es Luis II de Baviera, una personalidad extraña cuyos perfiles distan de estar perfectamente definidos y siguen siendo discutidos pero que, en todo caso, poseen ese grado de indefinición que permite su perfecta inserción en el ambiente. Una ambigüedad a la que sirve perfectamente Helmut Berger.
En los biopics siempre se tiene la sensación de que más que la película se critica el correcto reflejo del personaje cuya historia se nos presenta. Pero lo cierto es que esto último es un condicionante básico de la película y si ésta se confiesa como biopic debe ser fiel a la realidad. Visconti es fiel a la en este caso a la imagen de Luis II de Baviera; transmite las contradicciones y las dudas que aun existen sobre su vida, comenzando por la que afecta a su muerte por suicidio o por asesinato. Sucede, sin embargo, que se trata de un personaje terriblemente difícil y complejo. Se abordan problemas como su amistad con Wagner, sus deficiencias como gobernante, su carácter caprichoso, sus problemas sexuales, o su peculiar pacifismo.
Se acusa a la película de ser larga y lenta, una doble y peculiar acusación. Pero la duración es fruto de la complejidad de la historia contada y, a la vez, fruto de la morosidad que debe existir en determinados momentos para permitir la comprensión del personaje. Habría que preguntarse si hubiera sido posible acortarla sin perderse el sentido de la historia contada.
La película derrocha preocupación estética. Y lo hace con éxito en la mayor parte de las ocasiones. Dejando a Visconti a un lado, los protagonistas llevan a cabo grandes interpretaciones. Helmut Berger refleja perfectamente las distintas etapas de Luis II, desde el joven coronado al monarca acosado, pasando por el gobernante desnortado. Romy Schneider ofrece la imagen de una Sissi poderosa e influyente. Trevor Howard nos ofrece un Wagner verosímil y natural. Todos los demás intérpretes cubren perfectamente sus papeles, lo que suele ser un signo de la habilidad del director.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película cubre muchos frentes aunque haciéndolo de manera sutil. Por ejemplo: parece que Luis II de Baviera se bebía diariamente dos o tres botellas de champán. Y puede comprobarse cómo, en la película, las copas de champán aparecen de manera constante y discreta, sin alusión especial a esa dependencia. Como hay insinuaciones a su presunta homosexualidad, pero no un pasaje explícito que lo evidencie, como actualmente se lleva a uso; parece que Visconti consideraba aun al espectador como alguien inteligente.
Al hilo de lo anterior: el consumo habitual de una bebida como el champán, alcohólica y carbónica, puede explicar cefaleas y destrucción de la dentadura si se retiene en la boca.
Al hilo de lo anterior: el consumo habitual de una bebida como el champán, alcohólica y carbónica, puede explicar cefaleas y destrucción de la dentadura si se retiene en la boca.
14 de octubre de 2012
14 de octubre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ludwig como casi la totalidad de los filmes de Visconti es una obra de arte. Ambientación, fotografía, música, actuaciones -Helmut Berger "es" Ludwig- son magníficas, pero he notado más allá de su discurrir pausado, varias escenas que se despegan, podrían haberse evitado para dotar al film de mayor ritmo. Por ejemplo, la visita de la emperatriz Sissi a los tres palacios levantados por Luis, tienen el aire de un documental de arte, para dejar pasmados a los turistas con el lujo desplegado en ellos. Las escenas en el lago subterráneo con la barca-cisne, -Ludwig además de ser el rey de Baviera fue el absoluto rey del kitsch-, son muy repetitivas. En cuatro horas parece que sabemos mucho de Ludwig, pero nunca podremos comprender su enigma -¿homosexualidad, narcisismo, huída de la realidad, paranoia?, guarda su secreto hasta el final; en eso veo la prueba de la maestría de Visconti, no saca conclusiones, queda siempre ese núcleo de misterio que encierra toda vida humana.
22 de enero de 2022
22 de enero de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luis II de Baviera, el rey loco (1972) es uno de los titánicos biopics que dirigió Luchino Visconti a lo largo de su filmografía. La película, tan majestuosa y potente como una obra de Richard Wagner,(al igual que las óperas del alemán, la película tiene una duración exarcerbada) se centra en la figura histórica del rey Luis II, aunque muestra una visión romantizada de su figura, alejándose de la histórica. La película recibió numerosos premios y galardones en su momento.
La figura de Luis II de Baviera ha suscitado siempre mucha controversia. Es en cierto sentido una figura "pop", incluso para aquellos que no lo conocen, porque su patronazgo y promoción arquitectónica llevó a la edificación de castillos tan fascinante (algunos dirían tan Kitsch) como los de Neuschwanstein que no solo lo ha visto cualquiera en miles de guías de viajes sobre Alemania, sino que incluso sirvió de inspiración para la creación del logo del castillo de Disney. Esta versión "pop" del rey Luis se complementa también con la de ser uno de los primeros promotores de la carrera musical de Richard Wagner.
Pero en realidad el rey, más allá de sus caprichos artísticos, fue una persona que en un primer momento si se interesó por los estados del gobierno, y que desde luego tenía una formación intelectual más elevada de la que presupone el mito.
Seguramente, uno de los mejores retratos pictóricos que se han realizado en la historia de la pintura es el del papa Inocencio X por parte de Diego Velázquez. No porque sus cualidades técnicas sean impresionantes, que sin duda lo son, sino porque el pintor español fue capaz de llegar al alma del retratado, mostrándonos su carácter. Pues bien, lo que hace Visconti con su película es lo mismo que hizo Velázquez, solo que cambiando de medio.
El acercamiento es a la figura del rey, y de su progresiva decadencia de facultades, aunque la película no evidencia de manera clara una supuesta locura, tal y como pretendieron hacer ver en su momento los consejeros y ministros del monarca, que intentaron engatusar al reino de Baviera, y desde luego la sensación final es la de estar asistiendo a un retrato del alma del personaje.
La película emplea numerosos planos que tienen una clara correlación con el arte de la pintura. Planos que son estáticos y que muestran claramente una desconexión en teoría con la lógica de la película, porque tienen una clara intencionalidad estética. A ello se le ha de sumar un intencionado uso de la iluminación, que es uno de los mejores recursos de la película.
Por un lado la película diferencía claramente de la iluminación de los interiores de las escenas que tienen lugar en los palacios del rey. Los interiores, que se grabaron su mayoría en Cinecitta, tienen un aspecto majestuoso, y realmente la recreación de una corte tan fastuosa como debía de ser la de Luis II queda bien retratada. Visconti seleccionó de manera intencionada que los elementos de iluminación así como los tiempos atmosféricos para que coincidieran exactamente con el estado de ánimo del rey, creando una correlación que le da un toque magistral a la película.
La película que la precedía era Muerte en Venecia (1971) y sin duda comparten muchas similitudes. En ambas nos encontramos con personajes principales en cierto modo muy similares, con una capacidad de ensimismamiento que les abstrae del todo y les convierte en seres pasivos, que únicamente existen para su mundo interior. Visconti es un maestro en retratar también la paulatina degradación de este tipo de personajes.
Hay también ciertos elementos operísticos que se respiran en Luis II de Baviera (1) y que ya se presentaban en la mente del director italiano desde que trabajara en una función de Bellini, la Sonnambula. Sin duda hay una intención por parte del cineasta de ir mezclando elementos de diversos géneros, no solo por la influencia Wagneriana obvia, sino también por el aparente sentido teatral de las escenas que suceden en el interior de los palacios del rey.
Conclusión
Luis II de Baviera, el Rey loco es una obra que mezcla elementos Wagnerianos con el cine de Visconti. Es imposible que a un cinéfilo le desagrade esta propuesta, si bien es cierto que al igual que sucede con numerosas óperas del maestro alemán, tanta exaltación puede dejarle a uno totalmente fuera de combate por la pesadez de tanto espectáculo. Por eso es bueno tener claro con que tipo de película nos vamos a encontrar antes de empezar a gozar del cine de Visconti.
Crítica escrita para Cinemagavia.es
La figura de Luis II de Baviera ha suscitado siempre mucha controversia. Es en cierto sentido una figura "pop", incluso para aquellos que no lo conocen, porque su patronazgo y promoción arquitectónica llevó a la edificación de castillos tan fascinante (algunos dirían tan Kitsch) como los de Neuschwanstein que no solo lo ha visto cualquiera en miles de guías de viajes sobre Alemania, sino que incluso sirvió de inspiración para la creación del logo del castillo de Disney. Esta versión "pop" del rey Luis se complementa también con la de ser uno de los primeros promotores de la carrera musical de Richard Wagner.
Pero en realidad el rey, más allá de sus caprichos artísticos, fue una persona que en un primer momento si se interesó por los estados del gobierno, y que desde luego tenía una formación intelectual más elevada de la que presupone el mito.
Seguramente, uno de los mejores retratos pictóricos que se han realizado en la historia de la pintura es el del papa Inocencio X por parte de Diego Velázquez. No porque sus cualidades técnicas sean impresionantes, que sin duda lo son, sino porque el pintor español fue capaz de llegar al alma del retratado, mostrándonos su carácter. Pues bien, lo que hace Visconti con su película es lo mismo que hizo Velázquez, solo que cambiando de medio.
El acercamiento es a la figura del rey, y de su progresiva decadencia de facultades, aunque la película no evidencia de manera clara una supuesta locura, tal y como pretendieron hacer ver en su momento los consejeros y ministros del monarca, que intentaron engatusar al reino de Baviera, y desde luego la sensación final es la de estar asistiendo a un retrato del alma del personaje.
La película emplea numerosos planos que tienen una clara correlación con el arte de la pintura. Planos que son estáticos y que muestran claramente una desconexión en teoría con la lógica de la película, porque tienen una clara intencionalidad estética. A ello se le ha de sumar un intencionado uso de la iluminación, que es uno de los mejores recursos de la película.
Por un lado la película diferencía claramente de la iluminación de los interiores de las escenas que tienen lugar en los palacios del rey. Los interiores, que se grabaron su mayoría en Cinecitta, tienen un aspecto majestuoso, y realmente la recreación de una corte tan fastuosa como debía de ser la de Luis II queda bien retratada. Visconti seleccionó de manera intencionada que los elementos de iluminación así como los tiempos atmosféricos para que coincidieran exactamente con el estado de ánimo del rey, creando una correlación que le da un toque magistral a la película.
La película que la precedía era Muerte en Venecia (1971) y sin duda comparten muchas similitudes. En ambas nos encontramos con personajes principales en cierto modo muy similares, con una capacidad de ensimismamiento que les abstrae del todo y les convierte en seres pasivos, que únicamente existen para su mundo interior. Visconti es un maestro en retratar también la paulatina degradación de este tipo de personajes.
Hay también ciertos elementos operísticos que se respiran en Luis II de Baviera (1) y que ya se presentaban en la mente del director italiano desde que trabajara en una función de Bellini, la Sonnambula. Sin duda hay una intención por parte del cineasta de ir mezclando elementos de diversos géneros, no solo por la influencia Wagneriana obvia, sino también por el aparente sentido teatral de las escenas que suceden en el interior de los palacios del rey.
Conclusión
Luis II de Baviera, el Rey loco es una obra que mezcla elementos Wagnerianos con el cine de Visconti. Es imposible que a un cinéfilo le desagrade esta propuesta, si bien es cierto que al igual que sucede con numerosas óperas del maestro alemán, tanta exaltación puede dejarle a uno totalmente fuera de combate por la pesadez de tanto espectáculo. Por eso es bueno tener claro con que tipo de película nos vamos a encontrar antes de empezar a gozar del cine de Visconti.
Crítica escrita para Cinemagavia.es
18 de mayo de 2019
18 de mayo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era en el otoño salmantino cuando me dirigía de la mano de mi amada novia cacereña, junto con mi hermano y un amigo al que llamábamos “el burgalés”, camino del cine Coliseum, en el pasaje del mismo nombre, a ver una obra que era de obligado cumplimiento para los buenos aficionados al cine. Las calles estaban alfombradas de hojas secas, ofreciendo un aspecto romántico teñido de melancolía. Justamente lo propio para ver esta cinta.
Es una película histórica que cuenta la vida del entonces veinteañero Ludwig de Wittelsbach (Luis II, "el rey loco"), un hombre generoso e idealista que amaba la paz y el bienestar de su pueblo. Luis II ocupó el trono de Baviera, sin reparar en las perfidias de la corte, los malos consejeros y los conspiradores que sumieron a Baviera en una terrible guerra de la cual se benefició el artífice de la unificación alemana: Otto von Bismarck. Luis II entró en una tremenda decadencia física y mental que el film retrata muy bien.
Nada hay que añadir a la excelente, clasicista y preciosista dirección de un Luchino Visconti en plenitud, con un guión de altura, del propio Visconti junto a Enrico Medioli y Suso Cecchi d'Amico, escrito con sesudos y poderosos diálogos. La trama está tan bien narrada que deja en el espectador esa sensación de desasosiego cuando es testigo de los desmanes humanos, tanto en lo político, en las insidias e intrigas palaciegas, como en la violencia que no perdona cuando de conseguir el poder se trata.
Una banda sonora esplendorosa de Jacques Offenbach (la excelsa música es firmada casi íntegramente por Wagner) acompaña a una bellísima fotografía Armando Nannuzzi, junto con una puesta en escena maravillosa. Además, es una película de planos muy cuidados rodados en formatos anchos, primeros planos, panorámicas rodadas con zoom, una obra con tendencia al divismo y al histrionismo, con una cuidada ambientación, elección de localizaciones y excelente diseño de vestuario. En realidad, como digna sucesora de “Muerte en Venecia”, esta es una película que reflexiona acerca de las relaciones entre la vida y el arte, entre la estética y la ética.
Este prolijo retrato del mundo mental de Luis II y su decadente y progresivo ocaso se extiende en un metraje excesivo (264 minutos), que no todo el mundo tolera igual; si bien, al más puro estilo viscontiniano, esta es una cinta en extremo bella y elegante, a la par que da una sensación de realidad, una sensación de estar observando en la pantalla la corte bávara genuina, tal como debió ser, sin atisbo de artificio o sensación de folletín. Ese es uno de los principales méritos de la cinta y se nota que está muy bien documentada.
En cuanto al reparto, los actores realizan trabajos más que convincentes. Helmunt Berger acomete su principal papel en el cine, según yo lo veo, en esta encarnación de Luis II y sus intrincados recovecos psicológicos; Berger está excelente y parece que más que Berger fuera el mismo Rey Loco en persona, ese joven con muchos claroscuros en su frágil personalidad. Igual ocurre con Trevor Howar, cuya recreación de un mezquino Richard Wagner roza la perfección. La siempre fulgurante Silvana Mengano encarna a la bellísima Cósima, tan elegante y convincente que también parece que la Mangano fuera la mismísima Cosima Francesca Gaetana Wagner, esposa del insigne compositor. Y Sissi, o sea, Isabel de Austria se hace verdad gracias a la hermosura y el talento de Romy Schneider. Un reparto de lujo que aporta gran valor a la obra.
Fue una película exitosa que estuvo bien representada en los Premios Oscar de 1973 (nominada vestuario), y en 1972 en los premios David di Donatello donde se alzó con el galardón a Mejor película (ex-aequo) y director, y 1973 en la Seminci de Valladolid fue Espiga de Oro. Son premios importantes, sobre todo teniendo en cuenta que no es una película de masas. Es una obra densa, centrada en la historia, en la psicología de sus personajes y en el aspecto estético. Toda una obra visualmente esplendorosa, que no oculta su culto a lo nocturno, lo cual le confiere un halo de inequívoco romanticismo.
En suma, una obra maestra, un espectáculo musical y visual que debe ver todo buen cinéfilo.
Es una película histórica que cuenta la vida del entonces veinteañero Ludwig de Wittelsbach (Luis II, "el rey loco"), un hombre generoso e idealista que amaba la paz y el bienestar de su pueblo. Luis II ocupó el trono de Baviera, sin reparar en las perfidias de la corte, los malos consejeros y los conspiradores que sumieron a Baviera en una terrible guerra de la cual se benefició el artífice de la unificación alemana: Otto von Bismarck. Luis II entró en una tremenda decadencia física y mental que el film retrata muy bien.
Nada hay que añadir a la excelente, clasicista y preciosista dirección de un Luchino Visconti en plenitud, con un guión de altura, del propio Visconti junto a Enrico Medioli y Suso Cecchi d'Amico, escrito con sesudos y poderosos diálogos. La trama está tan bien narrada que deja en el espectador esa sensación de desasosiego cuando es testigo de los desmanes humanos, tanto en lo político, en las insidias e intrigas palaciegas, como en la violencia que no perdona cuando de conseguir el poder se trata.
Una banda sonora esplendorosa de Jacques Offenbach (la excelsa música es firmada casi íntegramente por Wagner) acompaña a una bellísima fotografía Armando Nannuzzi, junto con una puesta en escena maravillosa. Además, es una película de planos muy cuidados rodados en formatos anchos, primeros planos, panorámicas rodadas con zoom, una obra con tendencia al divismo y al histrionismo, con una cuidada ambientación, elección de localizaciones y excelente diseño de vestuario. En realidad, como digna sucesora de “Muerte en Venecia”, esta es una película que reflexiona acerca de las relaciones entre la vida y el arte, entre la estética y la ética.
Este prolijo retrato del mundo mental de Luis II y su decadente y progresivo ocaso se extiende en un metraje excesivo (264 minutos), que no todo el mundo tolera igual; si bien, al más puro estilo viscontiniano, esta es una cinta en extremo bella y elegante, a la par que da una sensación de realidad, una sensación de estar observando en la pantalla la corte bávara genuina, tal como debió ser, sin atisbo de artificio o sensación de folletín. Ese es uno de los principales méritos de la cinta y se nota que está muy bien documentada.
En cuanto al reparto, los actores realizan trabajos más que convincentes. Helmunt Berger acomete su principal papel en el cine, según yo lo veo, en esta encarnación de Luis II y sus intrincados recovecos psicológicos; Berger está excelente y parece que más que Berger fuera el mismo Rey Loco en persona, ese joven con muchos claroscuros en su frágil personalidad. Igual ocurre con Trevor Howar, cuya recreación de un mezquino Richard Wagner roza la perfección. La siempre fulgurante Silvana Mengano encarna a la bellísima Cósima, tan elegante y convincente que también parece que la Mangano fuera la mismísima Cosima Francesca Gaetana Wagner, esposa del insigne compositor. Y Sissi, o sea, Isabel de Austria se hace verdad gracias a la hermosura y el talento de Romy Schneider. Un reparto de lujo que aporta gran valor a la obra.
Fue una película exitosa que estuvo bien representada en los Premios Oscar de 1973 (nominada vestuario), y en 1972 en los premios David di Donatello donde se alzó con el galardón a Mejor película (ex-aequo) y director, y 1973 en la Seminci de Valladolid fue Espiga de Oro. Son premios importantes, sobre todo teniendo en cuenta que no es una película de masas. Es una obra densa, centrada en la historia, en la psicología de sus personajes y en el aspecto estético. Toda una obra visualmente esplendorosa, que no oculta su culto a lo nocturno, lo cual le confiere un halo de inequívoco romanticismo.
En suma, una obra maestra, un espectáculo musical y visual que debe ver todo buen cinéfilo.
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