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Ludwig, la pasión de un rey

Drama En 1864, antes de cumplir los veinte años, Ludwig de Wittelsbach (Luis II, "el rey loco") ocupó el trono de Baviera. El joven rey era generoso y romántico y soñaba con traer la felicidad a su pueblo. Fue un gran mecenas que amaba el arte, la paz y la armonía universal. Sin embargo, por confiar en sus consejeros, llevó a Baviera a una desastrosa guerra que la dejaría en manos de Bismarck. Hasta sus más fieles colaboradores conspiraban ... [+]
Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
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9
6 de noviembre de 2009
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Su mayor y anhelado proyecto (según me contó meses después de la cita que aquí les relato), era escribir un libro sobre la volubilidad y futilidad de los gustos, aficiones, promesas, afanes y compromisos de su generación…Una lástima que nunca terminara el segundo capítulo.

Sírvame esto como presentación de Adalberto, un amigo al que invité a ver “la caída de los dioses” y “Ludwig” de Visconti.

Aceptó con reservas, además de los argumentos de homosexuales, no le seducía la idea porque con ambas películas nos darían las 5 de la mañana de ese jueves.

Por otro lado no le había convencido “Muerte en Venecia”, que vio hace unos años. Admitía, entre sus bondades, que se aligeraba en el film la prosa alambicada y molesta de la obra de Mann (este autor, sin embargo, le había impresionado mucho en “la montaña mágica”), pero pese a todo, no encontraba afinidad en el marchitamiento lánguido de von Aschenbach. Quizás fuera la edad, me confesó; los nervios vigorosos que en esa época provocaban un dolor de muelas que nunca jamás se repetiría con tanta intensidad; su vecina doña Joaquina se lo había confirmado en un desvío de la conversación, cuando discutían sobre la necesidad de pintar las escaleras para el verano siguiente, al decirle que a ella cada vez le dolía menos el cuerpo. Irónicamente, aunque asociaba el dolor punzante a la juventud, aún mantenía su postura de que Bergman era un rebelde de “boquilla” (nada que ver con los cabreos sentidos y honestos de Truffaut). No sabremos hasta que punto esos dolores que aún decía padecer y que “ ni le mataban ni le dejaban vivir” era reales, o él los magnificaba, sin darse cuenta de que los pobres nervios ya no chillaban tanto, y ni aún queriéndolo podrían hincharse tanto como antaño.


Le encantaron.

Tomó como un héroe a Ludwig II de Baviera, el rey loco, que además de construir por mal de amores un gran número de castillos en los que ordenó que nadie habitara, fue gran mecenas de Richard Wagner y, defendiéndole de los ataques de la crítica y el público, le animó y subvencionó sus obras. Ya sólo porque el castillo de Neuschwanstein inspiró la imagen de Disney, y porque autores de bandas sonoras como Bernand Herrman, John Williams y Miklos Rozsa sinfonizaron la épica y el romanticismo cinematográfico con arreglos sobre la obra de Wagner, creía que la deuda de cualquier cinéfilo hacía el pobre rey Ludwig era impagable.

De “La caída de los dioses” apuntó que pese a esos zooms que chirriaban, la película le había conmovido profundamente (pienso que así fue, derramó lágrimas en la penúltima escena de Martin y por el desdichado Gunther) . Alabó de Visconti la sensibilidad en fijarse en esa historia en particular y contarla, adaptando a Shakespeare que es adaptar la vida.

(continua en el spoiler, sin peligro aparente)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Luego, mientras tomamos un café y una copita de Carlos III, apoltronados en el sofá, discutimos sobre hasta que punto la figura del noble del siglo XIX quejándose sobre la mierda que le echaban las fábricas a su río era una actitud cínica. Se cabreó, aún dándole la razón; su vehemencia buscaba más un rival para luchar que la verdad o el acuerdo. Se marchó airado, como casi todos los días que quedábamos; lo vi desde la ventana caminando calle abajo golpeteando adoquines mientras citaba una frase de algún libro con la que he dado a titular esta crítica. Justo antes del alba, en esa hora mágica donde una leve claridad hace que no haya sombras y que las siluetas sean del negro más intenso.

.
9
17 de agosto de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Exquisita, detallista y brillante. Se trata a priori de un retrato de una mente frágil y extremadamente sensible. Destaca el hecho de que no se posiciona ni en la crítica virulenta hacia dicha imagen ni en la ovación a su suntuosidad. La película es en todo punto neutral, y vemos desfilar a varios personajes que se posicionan de manera muy diferente ante las decisiones del excéntrico rey.

Es igualmente un retrato de la decadencia de la monarquía, llevada al terreno más de la ostentación que del propio mandato. El rey se ve aquí como un simple humano como cualquier otro, y esta vez con una exacerbada sensibilidad hacia el arte y un profundo romanticismo fatídico. Realmente no es malvado ni benévolo ni loco ni cuerdo, sino alguien que no ha recibido la suficiente atención humana en medio de la suntuosidad, y que es proclive a caer como cualquier otro. Así lo veo yo.

La ambientación y la fotografía son más que magistrales. Los detalles llenan nuestra atención (Vestidos suntuosos, miradas pícaras y elegantes, maquillaje marcado, riqueza ornamental al estilo horror vacui...) y las actuaciones son simplemente soberbias. A nivel técnico es irreprochable y posee una gran maestría a la hora de hacer sentir los sentimientos de algunos personajes tras precisos silencios y diálogos elocuentes.

Conclusión más que evidente: Obra maestra del séptimo arte. Más que recomendable.
6
18 de junio de 2009
20 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos amigos se encuentran inesperadamente en un bar. El reloj del establecimiento marca las dos y diez de la tarde. Ambos eufóricos por el encuentro, deciden cambiar los planes previstos. Se toman una caña en la barra del bar mientras comparten un plato de aceitunas. Hablan de fútbol, de la liga que terminó y la carrera de coches del domingo por la mañana. Son las 14:30 y piden una segunda cerveza. Uno de ellos, pregunta por un plato de calamares. Recuerdan con nostalgia la noche de hace tres años.

A las tres de la tarde, salen a la calle y buscan un buen restaurante. De esos cuya decoración es suntuosa tanto el las paredes como en los platos donde casi no hay comida.

Son las tres y media cuando piden una cerveza en la barra del restaurante mientras les preparan la mesa. Uno de ellos coge el periódico y empieza a quejarse. Durante un tiempo, hablan de política y de las obras de la calle. Refunfuñan sobre el horroroso tráfico de la ciudad y del escaso aparcamiento.

La comida llega dentro de unos enormes platos. Las salsas componen líneas geométricas en los bordes del plato y el vino, a diecisiete grados exactos, se vierte en copas de casi un litro de capacidad.

Cuando terminan el postre comentan el quedar más a menudo. Son las seis menos cuarto de la tarde y cada uno se ha gastado 90 euros. Y uno de ellos no le ha comantado al otro que su hijo está buscando trabajo y el otro no quiso decirle que los martes y jueves hace la cena mientras su mujer está en clases de de dibujo.

Muchas veces, la calidad de un encuentro dista mucho del tiempo que este dure, del lugar donde se de, de lo bien que a uno le atiendan o de lo mucho que esté lloviendo. Visconti, decorador universal, ponía tanto esfuerzo operístico, imprimía tanto sudor minucioso que luego era incapaz de usar las tijeras de podar. Creaba el jardín frondoso, lleno de enormes árboles frutales, setos de diversas formas y flores silvestres. Cuando giraba sobre sí mismo, se daba cuenta que tanta vegetación le impedía regresar a casa. Y aunque una tormenta se desatara y un ciclón le quisiera llevar a los Infiernos, no concebía crear un camino y podar un poco su frondoso parque. Prefería eso sí, ahogarse entre la maleza. Siempre prefirió una muerte hermosa a una vida sencilla. Si te pillaba en medio, estabas jodido; porque era fácil acabar también ahogado, sin siquiera ver el sol entre tanta frondosidad.

(Mas que abrocharse los cinturones yo me tiraría del coche en marcha. Aviso).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cine crepuscular. Y automáticamente pensamos en el zorro de Peckinpah. Y nos da lo mismo que en nuestra vida hayamos subido a un caballo, que en España jamás existiera el Oeste (el de Almería no cuenta) y que nunca por la calle hayamos visto a un hombre con espuelas y sombrero de ala ancha. Crepúsculo europeo, vengo a decir. Y eso sólo es terreno de Luchino Visconti. Barroco, excesivo y casi siempre frío. Rodeado de belleza, pero frío. Con Visconti casi no existe intensidad y ese es su mayor problema. Es cine de corazones fríos, como el de Visconti. Y con ello no vengo a menospreciar su forma de sentir (racional), simplemente aclaro que es diferente a la mía.

Solemos confundir la forma de contar una historia pausada con una técnica estática (que no estética). Me imagino que será Ozu el máximo artífice de un cine estático donde la cámara abre el espacio. Es quizá el vértice opuesto a Visconti. La cámara de Visconti pesa el doble que la de Ozu. Es rígida, siempre la tenemos presente. Y no es un error de Visconti. Él la quería así. Podemos decir que dormía con ella. Y si te gusta genial y si no te gusta ¡ánimo que sólo son cuatro horas!
6
11 de septiembre de 2010
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
217/07(16/08/10) Visconti nos regala en este aparatoso y desmesurado film todas sus virtudes con todos sus defectos, nos intenta retratar a un personaje que parece hecho a la medida del genial realizador lombardo, un aristócrata amanerado (no es nada subliminal su homosexualidad) centroeuropeo, más preocupado por la belleza del arte que por las intrigas palaciegas y políticas, en el escenario de un mundo decadente, Ludwig era considerado la encarnación de un Príncipe Azul. La cinta posee una puesta en escena propia del realizador milanés, es decir que bebe del estilo operístico, es como un extenso espectáculo operístico donde el ritmo narrativo resulta lánguido, más de cuatro interminables horas, y es que parece que a Visconti le producían urticaria cortar escenas, así que nos cuela mil y un escenas insulsas, inundadas de un barroquismo excelso en un continuo bucle redundante que parece no avanzar si no arrastrarse. Por supuesto la belleza visual, la elegancia, la fotografía, la banda sonora, el vestuario o los decorados resultan soberbios, estos elementos Luchino los domina como el gran sibarita que es, el guión no es sólido, lo que nos cuenta parece un dejavu, algo que ya hemos visto, un rey desencantado que lo emparejan con una mujer que no ama, y que los políticos de turno lo ningunean, la frialdad con la que se cuenta todo impide crear emociones, no produce empatía, la densidad del argumento se puede cortar con un cuchillo. Este es un trabajo donde a Visconti lo he visto más pretencioso, incluso petulante, un narcisista enamorado de sí mismo y que pretende deleitarnos contándonos muy poco, la historia no daba para tantísimo metraje, seguro que con un buen montador hubiera mejorado el producto. Recomendable a los que gusten de frescos históricos extensísimos y a los seguidores Viscontianos. Fuerza y honor!!!
9
28 de octubre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Que sepas ser humilde es lo más precioso que puedo desearte. Recuerda: el hombre realmente grande es pequeño dentro de sí”. Con éstas palabras, el cura Hoffmann bendecía a, Ludwig II de Baviera, el nuevo gobernante que, a sus 18 años, tomaba las riendas de una gran nación. Estamos, en 1864, y el país entero disfruta de la apoteósica y romántica música de Richard Wagner, por la cual, el nuevo gobernante, siente una pasión indescriptible. Será ésta la razón, para que su primera tarea sea invitar al compositor a que regrese a vivir a Alemania... y entre ésta experiencia -que le costará un serio dolor de cabeza por el oportunismo del artista-, y su amor correspondido tan solo con una gran amistad por parte de su prima, la emperatriz Elisabeth de Austria, comienza la historia de quien, muy acertadamente, ha sido definido por los historiadores como, "un rey de cuento de hadas".

Ludwig II, era pacifista, poeta, sensible al arte y a la belleza; se sentía uno con la naturaleza... y sabía que, “el mayor regalo que se le puede hacer al pueblo, es enriquecer su espíritu”. Por ésto, permaneció, casi siempre, tan distante de las maquinaciones y de los afanes de usurpación que se cernían dentro de su reino.

La historia, ha resultado pletórica de interioridad, donde apenas se soslayan los conflictos externos que enfrenta el gobernante y prefiere centrarse, con honda eficacia, en las pesadumbres internas de un hombre que, con algunos excesos, lucha por los valores que dan real sentido a la vida. La composición escénica es cuidada hasta el último detalle y hay plena interrelación entre la luz, la posición de la cámara y la acción que asume cada personaje. Veamos un par de ejemplos: En una estancia con una luz tenue, donde Sophie está en segundo plano tras el rey, éste le regala un ramo de flores a su amada Elisabeth, y ésta, delante de él, las entrega a su hermana en un sutil gesto de trasladar un amor que ella no desea para sí. Después, Wagner lee una misiva del rey donde concluye: “…Hasta la muerte, vuestro fiel amigo, Ludwig”. En ese momento, se inserta un primer plano del perro del compositor, jadeante, y en un efectivo claroscuro.

Helmut Berger, resulta muy ajustado como el rey Ludwig, irradiando esa fragilidad y esa sensibilidad que caracterizaban al gobernante; y, Romy Schneider, luce esplendorosa como la emperatriz, Elisabeth de Austria, aflorando una firmeza y un encanto irresistibles... ¡Cualquiera se vuelve loco teniendo todo el poder y no conseguir alcanzar el amor de una mujer como ésa!

El guión, escrito por el propio Visconti -con la colaboración de, Enrico Medioli y Suso Cecchi D'Amico-, nos ofrece sesudos y eficaces diálogos; los rasgos psicológicos del rey son claramente definidos; y de palmo a palmo, Visconti se manifiesta apasionado y entusiasta con el mártir, Ludwig II, logrando exorcizar muchos de sus fantasmas, angustias y miedos, pues, con pocos como con éste rey, consiguió sentirse tan hondamente identificado.

Película altamente recomendable para aquellos que gustan penetrar más allá de las superficies.

Título para latinoamérica: <<LUDWIG, LA PASIÓN DE UN REY>> / LA PASIÓN DE UN REY
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