Matar a un ruiseñor
1962 

8.3
49,827
Drama
Adaptación de la novela homónima de Harper Lee. En la época de la Gran Depresión, en una población sureña, Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del hombre resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible que ningún abogado aceptaría el caso, excepto Atticus Finch, el ciudadano más respetable de la ciudad. Su compasiva y ... [+]
8 de julio de 2021
8 de julio de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué matar a un ruiseñor? Por qué hacer daño a una criatura que nos hace un bien con su presencia, que alegra la vida con su canto? ¿Por qué hacer daño a la nobleza? Es la pregunta que subyace en el título de Matar a un ruiseñor (Kill a mockingbird, 1962), de Robert Mulligan, con guion de Horton Foote, quien adapta la homónima novela de Harper Lee (que se inspiró en vivencias propias y sucesos que habían acontecido cerca de su localidad natal, Monroeville, Alabama). En la narración cinematográfica acontecen en Maycond, y no en 1936, como en la novela, sino en 1932. La perspectiva es la de Scout, perspectiva que es evocación, ya que su voz introduce la narración desde la evocación veinte años después. Con seis años, y con los rasgos de Mary Badham, su mirada proyecta las interrogantes y desconciertos, como mirada que progresivamente se conforma, perfila y ajusta (es una mirada en proceso de formación), aún más que la de su hermano Jem (Philip Alford), cuatro años mayor. Nos introducen en la mirada que aún contempla el mundo como un espacio o escenario difuso, entre lo real y lo mágico, lo fabuloso y lo cotidiano. Representa la perspectiva que aún contempla la realidad como un escenario entre el cuento o la leyenda y la realidad, sin aún diferenciar los límites. Resulta manifiesto a través de su proyección sobre la casa vecina, en concreto, la enigmática figura, en cuanto aún no visibilizada, que es el hijo, Boo (un sobrenombre, el del misterio y lo fantasmal, lo siniestro y lo ominoso, cual fantasma de una mansión gótica). Es una figura que es una sombra, una sombra sobre la que especulan, y que los relatos han convertido en una criatura con dientes afilados y baba. Una sombra que les asusta cuando se cierne sobre Jem mientras realizan una incursión en la noche (para demostrar su valor). Una sombra, de todas maneras, que no le ataca sino que retrocede. Una contradicción que ya sedimenta una interrogante ¿Es un monstruo realmente?
Otro tipo de monstruo, una figura entremedias de lo real y lo anómalo, una figura real cuyo comportamiento habitual está alterado, irrumpe en su calle, sí de modo visible, con colmillos y baba, un perro que sufre rabia, al que tiene que abatir su padre, Atticus Finch (Gregory Peck); detalle elocuente, no puede sostener sus gafas cuando se posiciona para disparar, por lo que debe tirar sus gafas al suelo (el enfoque sobre la realidad puede alterarse, o no ser fácil de precisar). Atticus precisamente destaca por una mirada ecuánime que intenta que sea la que prime en una realidad que más bien se define por su alteración u ofuscación (la de la actitud humana que se guía por sus impulsos viscerales). Atticus es un abogado que, precisamente, defiende a quienes otros califican como un monstruo, en el territorio de lo real y cotidiano, Tom Robinson (Brock Peters), un hombre negro al que casi todos consideran culpable de la violación de una mujer blanca, Mayella (Collin Wilcox), hija de un virulento racista, Bob Ewell (James Anderson). La figura de Boo no será visibilizada hasta los pasajes de la conclusión, pero también, durante buena parte del metraje, Robinson es también una figura también invisible, hasta el momento en que comienza el juicio (¿no es invisible por su condición estigmatizada, y marginada, por su raza, y por las ofuscadas, virulentas (y convenientes) proyecciones de los racistas, que lo convierten en una figura irreal, distorsionada, que no se corresponde con cómo es en realidad? Matar a un ruiseñor es una obra sobre los monstruos que generan nuestros miedos, nuestros prejuicios y la vertiente abyecta del ser humana (su naturaleza virulenta) y sobre su opuesto, la empatía, la comprensión del punto de vista de los demás, la capacidad y deseo de ponerse en la piel de los otros.
Atticus Finch es un excepcional ejemplo de esa capacidad y actitud empática, epítome de la nobleza de espíritu. Un hombre razonable, cabal, sereno y comprensivo. Cuando nos es presentado comenta a su hija, Scout (Mary Badham), que hubiera preferido no agradecerle su detalle a un vecino, Cunningham (Crahan Denton), porque sabe cuánto le incomoda a Cunningham esa circunstancia. Atticus alguien que tiene presente siempre cómo sienten (o pueden sentirse) los demás. En otro momento, cuando Scout no entiende por qué ha actuado mal, precisamente con el hijo de ese hombre, Atticus le dice que en la vida para comprender y entender a los otros es necesario saber cuál es su punto de vista, qué sienten y piensan, cómo les afectan las cosas y cada circunstancia. Atticus no proyecta sus miedos o recelos. Atticus es un caballero cuyas lides son combatir los prejuicios y las presunciones. Defiende a un hombre negro acusado de violar a una blanca en un contexto, una población sureña, en el que racismo aún palpita feroz en ciertas mentes mezquinas, aunque sepa que se enfrenta a casi un imposible. Los caballeros como él asumen que van a contracorriente. Por eso, todos los negros se ponen de pie cuando él abandona la sala tras el jucio. Un gesto de respeto para quien con sus acciones demuestra su constante respeto a los demás sea cual sea su condición.
Otro tipo de monstruo, una figura entremedias de lo real y lo anómalo, una figura real cuyo comportamiento habitual está alterado, irrumpe en su calle, sí de modo visible, con colmillos y baba, un perro que sufre rabia, al que tiene que abatir su padre, Atticus Finch (Gregory Peck); detalle elocuente, no puede sostener sus gafas cuando se posiciona para disparar, por lo que debe tirar sus gafas al suelo (el enfoque sobre la realidad puede alterarse, o no ser fácil de precisar). Atticus precisamente destaca por una mirada ecuánime que intenta que sea la que prime en una realidad que más bien se define por su alteración u ofuscación (la de la actitud humana que se guía por sus impulsos viscerales). Atticus es un abogado que, precisamente, defiende a quienes otros califican como un monstruo, en el territorio de lo real y cotidiano, Tom Robinson (Brock Peters), un hombre negro al que casi todos consideran culpable de la violación de una mujer blanca, Mayella (Collin Wilcox), hija de un virulento racista, Bob Ewell (James Anderson). La figura de Boo no será visibilizada hasta los pasajes de la conclusión, pero también, durante buena parte del metraje, Robinson es también una figura también invisible, hasta el momento en que comienza el juicio (¿no es invisible por su condición estigmatizada, y marginada, por su raza, y por las ofuscadas, virulentas (y convenientes) proyecciones de los racistas, que lo convierten en una figura irreal, distorsionada, que no se corresponde con cómo es en realidad? Matar a un ruiseñor es una obra sobre los monstruos que generan nuestros miedos, nuestros prejuicios y la vertiente abyecta del ser humana (su naturaleza virulenta) y sobre su opuesto, la empatía, la comprensión del punto de vista de los demás, la capacidad y deseo de ponerse en la piel de los otros.
Atticus Finch es un excepcional ejemplo de esa capacidad y actitud empática, epítome de la nobleza de espíritu. Un hombre razonable, cabal, sereno y comprensivo. Cuando nos es presentado comenta a su hija, Scout (Mary Badham), que hubiera preferido no agradecerle su detalle a un vecino, Cunningham (Crahan Denton), porque sabe cuánto le incomoda a Cunningham esa circunstancia. Atticus alguien que tiene presente siempre cómo sienten (o pueden sentirse) los demás. En otro momento, cuando Scout no entiende por qué ha actuado mal, precisamente con el hijo de ese hombre, Atticus le dice que en la vida para comprender y entender a los otros es necesario saber cuál es su punto de vista, qué sienten y piensan, cómo les afectan las cosas y cada circunstancia. Atticus no proyecta sus miedos o recelos. Atticus es un caballero cuyas lides son combatir los prejuicios y las presunciones. Defiende a un hombre negro acusado de violar a una blanca en un contexto, una población sureña, en el que racismo aún palpita feroz en ciertas mentes mezquinas, aunque sepa que se enfrenta a casi un imposible. Los caballeros como él asumen que van a contracorriente. Por eso, todos los negros se ponen de pie cuando él abandona la sala tras el jucio. Un gesto de respeto para quien con sus acciones demuestra su constante respeto a los demás sea cual sea su condición.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No deja que sus impulsos viscerales le dominen ni siquiera en la derrota, en la que podría verse tentado de descargar su frustración. Efectivamente, Robinson es declarado culpable y, aun más, recibe un escupitajo de uno de esos representantes de la mentalidad obtusa, Ewell, sin responder a la provocación de la violencia. Porque ésta es algo a combatir. Cuestiona repetidamente a Scout que no se involucre en peleas, o que las provoque, por bueno que sea su motivo. No anima al uso de las armas, pese a que su hijo quiera disfrutar de una de ellas como otros chicos de su edad (aunque él sea diestro en el uso del fusil, como demuestra con su puntería cuando tiene disparar al perro rabioso). Pero no cree en los alardes, como no hay heroísmo en sus acciones, sino que actúa por necesidad (el perro rabioso) o por sentido de la integridad y empatía (con la furia de la turba que quiere linchar al hombre negro acusado). Su arma es el razonamiento templado, la ecuanimidad. Es la actitud que persevera en su resistencia ecuánime. Asume las derrotas, pese a que las considerara previsibles, como el veredicto de culpabilidad de Robinson, aunque sea con desesperación, como su muerte posterior, cuando de nuevo intentó huir de una vida que consideraba inapelablemente condenada. Atticus aún creía posible que la apelación pudiera haber fructificado (como expresa cuando recibe la noticia, por primera vez mostrando su semblante a los demás, y a cámara, ya que en principio se ha mantenido de espaldas, mientras lidiaba con su desolación e impotencia).
Atticus se asemeja, en actitud, a otro hombre de leyes, Abraham Lincoln, quien, en El joven Lincoln (1939), de John Ford, se enfrenta también a otro intento de linchamiento. La mente linchadora es la que genera y proyecta monstruos ilusorios con su inflexibilidad y sus prejuicios, incapaces de verse a sí mismos como monstruos por el daño que infligen, o no dudan en querer realizar justificados por su furia. No es Tom Robinson un monstruo ni lo es Boo, realmente Arthur (Robert Duvall), quien, precisamente, evita que Jem y Scout sean agredidos en el bosque por Ewell. La sombra de la realidad mágica, fabulosa, creada por Jem y Scout, se hace presencia, e interviene, para salvar sus vidas. No solo no era un monstruo, una amenaza en la sombra que temer, sino que se revela que era él quien había dejado diversos objetos en el tronco de un árbol entre ambas cosas (un par de muñecos que representaban a Jem y Scout, una medalla…), y es quien les salva, matando al real monstruo, la mente mezquina del racista y padre violento y abusivo, ya que era él quien realmente había apalizado a su hija tras que esta pidiera a un negro que la besara. Se descubre por tanto que bajo la apariencia, tras la proyección estigmatizadora que ha hecho de la incógnita temor y amenaza, no hay sino un ruiseñor. Una figura frágil y noble que salva a los niños de la real amenaza, la turbia mentalidad del obtuso y violento racista. Esa figura tímida en penumbras, tras la puerta de la habitación en cuya cama yace el herido Jem, que descubre Scout. El trayecto de la narración, a través de la mirada de la niña, es una odisea del conocimiento, el descubrimiento de la consciencia de cómo nuestra ignorancia, nuestro más temible monstruo, no se esfuerza en discernir la bella vulnerabilidad del ruiseñor.
Alexander Zárate
elcinedesolarisblogspot.com
Atticus se asemeja, en actitud, a otro hombre de leyes, Abraham Lincoln, quien, en El joven Lincoln (1939), de John Ford, se enfrenta también a otro intento de linchamiento. La mente linchadora es la que genera y proyecta monstruos ilusorios con su inflexibilidad y sus prejuicios, incapaces de verse a sí mismos como monstruos por el daño que infligen, o no dudan en querer realizar justificados por su furia. No es Tom Robinson un monstruo ni lo es Boo, realmente Arthur (Robert Duvall), quien, precisamente, evita que Jem y Scout sean agredidos en el bosque por Ewell. La sombra de la realidad mágica, fabulosa, creada por Jem y Scout, se hace presencia, e interviene, para salvar sus vidas. No solo no era un monstruo, una amenaza en la sombra que temer, sino que se revela que era él quien había dejado diversos objetos en el tronco de un árbol entre ambas cosas (un par de muñecos que representaban a Jem y Scout, una medalla…), y es quien les salva, matando al real monstruo, la mente mezquina del racista y padre violento y abusivo, ya que era él quien realmente había apalizado a su hija tras que esta pidiera a un negro que la besara. Se descubre por tanto que bajo la apariencia, tras la proyección estigmatizadora que ha hecho de la incógnita temor y amenaza, no hay sino un ruiseñor. Una figura frágil y noble que salva a los niños de la real amenaza, la turbia mentalidad del obtuso y violento racista. Esa figura tímida en penumbras, tras la puerta de la habitación en cuya cama yace el herido Jem, que descubre Scout. El trayecto de la narración, a través de la mirada de la niña, es una odisea del conocimiento, el descubrimiento de la consciencia de cómo nuestra ignorancia, nuestro más temible monstruo, no se esfuerza en discernir la bella vulnerabilidad del ruiseñor.
Alexander Zárate
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8 de agosto de 2021
8 de agosto de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peck lo tuvo claro desde el principio. Nada más leer el best sellers de Harper Lee entendió que en el momento álgido de su carrera el personaje de Atticus Finch basado en el padre de la escritora, era lo más cerca que iba a estar nunca de interpretarse a si mismo. Y a pesar de que declaró que no le había costado nada interpretarlo, los que estamos dentro de la profesión sabemos que interpretarse a si mismo es algo muy, muy complicado. En cualquier caso Peck/Finch dejó el molde para la historia de padre ejemplar que a todos nos hubiera gustado tener o ser; un superhéroe cuyos poderes son la honradez, la integridad, la humildad y la fidelidad a sus principios;: saber caminar con otros zapatos.
Tanto el productor y luego famoso director Alan J. Pakula como Robert Mulligan que venía de la nueva ornada de directores que saltaron de la televisión a la gran pantalla estaban en sus inicios y no las tenían todas consigo de que una estrella como Peck aceptara ponerse en sus manos. Como hemos dicho este no lo dudó ni un instante y lo demás es leyenda.
Todo el equipo estaba en estado de gracia, empezando por el guion de Horton Foote que supo sublimar en la pantalla la tremenda responsabilidad de adaptar una novela ganadora de un Putlizer y convertida en un clásico de la pantalla. Los niños debutantes, a pesar de los problemas en el rodaje (no se llevaban bien entre ellos) acabaron por dar lo mejor de si mismos, aunque luego no hiciesen carrera en la profesión. Hay momentos en la sutil interpretación de Peck que son magistrales como cuando narra casi de espaldas la suerte que ha corrido su defendido. El trabajo de dirección artística con ese pueblo creado en un gigantesco plató te deja pasmado..., etc, etc.
La denuncia social contra el racismo que hace temblar los cimientos y la fe de Atticus en el sistema judicial (al menos en el de Alabama en esa época) se filtra y empapa como aprendizaje vital y frontera final de ese mundo infantil lleno de aventuras, misterios y preguntas que entronca con el de "La noche del cazador" (Charles Laughton/1955). Las partes claramente diferenciadas acaban por encontrarse dando sentido vital y poético la una a la otra, en el rostro y la figura de Boo (no pudo empezar mejor su carrera Robert Duvall) un ruiseñor que solo anhela que le dejen cantar en paz.
cineziete.wordpress.com
Tanto el productor y luego famoso director Alan J. Pakula como Robert Mulligan que venía de la nueva ornada de directores que saltaron de la televisión a la gran pantalla estaban en sus inicios y no las tenían todas consigo de que una estrella como Peck aceptara ponerse en sus manos. Como hemos dicho este no lo dudó ni un instante y lo demás es leyenda.
Todo el equipo estaba en estado de gracia, empezando por el guion de Horton Foote que supo sublimar en la pantalla la tremenda responsabilidad de adaptar una novela ganadora de un Putlizer y convertida en un clásico de la pantalla. Los niños debutantes, a pesar de los problemas en el rodaje (no se llevaban bien entre ellos) acabaron por dar lo mejor de si mismos, aunque luego no hiciesen carrera en la profesión. Hay momentos en la sutil interpretación de Peck que son magistrales como cuando narra casi de espaldas la suerte que ha corrido su defendido. El trabajo de dirección artística con ese pueblo creado en un gigantesco plató te deja pasmado..., etc, etc.
La denuncia social contra el racismo que hace temblar los cimientos y la fe de Atticus en el sistema judicial (al menos en el de Alabama en esa época) se filtra y empapa como aprendizaje vital y frontera final de ese mundo infantil lleno de aventuras, misterios y preguntas que entronca con el de "La noche del cazador" (Charles Laughton/1955). Las partes claramente diferenciadas acaban por encontrarse dando sentido vital y poético la una a la otra, en el rostro y la figura de Boo (no pudo empezar mejor su carrera Robert Duvall) un ruiseñor que solo anhela que le dejen cantar en paz.
cineziete.wordpress.com
12 de octubre de 2021
12 de octubre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay varios aspectos que hacen de este film una obra de carácter universal capaz de satisfacer a todos los públicos. En primer lugar, reelabora dos de los mitos más conocidos de las civilizaciones hebrea y grecolatina: el de José y el de Fedra e Hipólito. Siguiendo a Jung, podemos inferir que si este último ha servido de materia prima para genios del calibre de Sófocles, Eurípides, Séneca o Racine y ha conocido siempre buena acogida comercial, seguramente se deba a que representa uno de los temores más arraigados de la mente masculina: la denuncia por violación. Ante tal situación, y en circunstancias normales, es decir, previas (o ajenas) al liberalismo y la separación de poderes, cualquier hombre sabe que la lacrimógena acusación de una mujer significa, en el mejor de los casos, el ostracismo, y en el peor, la muerte violenta. En segundo lugar, "Matar a un ruiseñor", en su censura del pensamiento dogmático e irracional de las áreas rurales sureñas de los EEUU, se alinea con el pensamiento dominante en nuestros días. En tercer lugar, el punto de vista desde el que se narra la historia, el de la hija pequeña de Atticus Finch, así como la constante aparición de los niños, dan a esta obra un aire a cuento de hadas muy seductor. Por último, la fotografía del señor Harlan y la música del señor Bernstein no podrían ser más adecuadas. Es una verdadera lástima que este guion no cayese en mano más virtuosas que las de Robert Mulligan (el resto de la obra del cual parece carecer de interés alguno), quien se dedica a llenar la pantalla de planos aburridos que no tienen ningún valor estético o significativo, solamente comunicativo.
Durante gran parte de la película, tuve la sensación de que estaba viendo la típica historia moralizante de Hollywood que exhorta a no juzgar los libros por la portada y pretende hacer entender que los seres humanos de piel más oscura también son personas. Y aunque ese mensaje evidentemente está presente, "Matar a un ruiseñor" es mucho más que otra copia de "El sargento negro" o "El incidente de Ox-Bow". En la última media hora, queda claro que las intenciones de Harper Lee no son apologéticas o proselitistas, sino satíricas. Atticus Finch, el hombre racional, culto e idealista que cree en el poder de la Ley, enemigo de supersticiones y que, pese a ser capaz de usar la violencia de manera efectiva, se niega a emplearla salvo que sea estrictamente necesario, ese hombre que cualquier sistema moral juzgaría como un modelo de conducta ejemplar, realmente es un bufón. Sus intenciones son puras, su método es preciso, su razonamiento es infalible... pero a veces la civilización no es capaz de resolver los conflictos humanos, y es por eso que deberá sufrir dos derrotas, una amarga, la otra dulce. La primera, como Sócrates, cuando intente absurdamente persuadir mediante un discurso trufado de datos y lógica a un auditorio semianalfabeto; la segunda... bueno, tendrán que ver la película.
Durante gran parte de la película, tuve la sensación de que estaba viendo la típica historia moralizante de Hollywood que exhorta a no juzgar los libros por la portada y pretende hacer entender que los seres humanos de piel más oscura también son personas. Y aunque ese mensaje evidentemente está presente, "Matar a un ruiseñor" es mucho más que otra copia de "El sargento negro" o "El incidente de Ox-Bow". En la última media hora, queda claro que las intenciones de Harper Lee no son apologéticas o proselitistas, sino satíricas. Atticus Finch, el hombre racional, culto e idealista que cree en el poder de la Ley, enemigo de supersticiones y que, pese a ser capaz de usar la violencia de manera efectiva, se niega a emplearla salvo que sea estrictamente necesario, ese hombre que cualquier sistema moral juzgaría como un modelo de conducta ejemplar, realmente es un bufón. Sus intenciones son puras, su método es preciso, su razonamiento es infalible... pero a veces la civilización no es capaz de resolver los conflictos humanos, y es por eso que deberá sufrir dos derrotas, una amarga, la otra dulce. La primera, como Sócrates, cuando intente absurdamente persuadir mediante un discurso trufado de datos y lógica a un auditorio semianalfabeto; la segunda... bueno, tendrán que ver la película.
28 de marzo de 2022
28 de marzo de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película de Robert Mulligan, tal vez la más recordada de su filmografía, es varias cosas a la vez. Es un nostálgico retrato de la infancia, una afirmación de la figura paterna en una familia incompleta, un estudio de una familia sureña, un análisis de un microcosmos marcado por el racismo y los prejuicios raciales, un caso judicial, un elogio de la firmeza y la determinación frente a un entorno hostil, y también, por supuesto, una reflexión sobre la justicia: como en un movimiento de bumerán, la justicia vuelve para compensar a quienes defienden las causas justas, aunque sean causas perdidas.
A través de la mirada infantil se vehicula un cierto descubrimiento del mundo que al mismo tiempo supone una cierta rebelión contra el mismo, dado que la integración es difícil y problemática; los mejores aquí son los soñadores, los marginados, o bien los sospechosos habituales: los negros, los locos...Mulligan sabe modular de manera magistral un enfoque múltiple, que puede abarcar del realismo social a la fantasía y el terror, configurando así un universo lleno de una rara y fina sensibilidad. Horton Foote interpreta a Harper Lee, dibujando una narrativa repleta de fuerza, en la que lo terrible y lo maravilloso conviven como en un extraño cuento para adultos. Y Atticus Finch (Gregory Peck) es un faro luminoso en medio de las tinieblas más oscuras.
A través de la mirada infantil se vehicula un cierto descubrimiento del mundo que al mismo tiempo supone una cierta rebelión contra el mismo, dado que la integración es difícil y problemática; los mejores aquí son los soñadores, los marginados, o bien los sospechosos habituales: los negros, los locos...Mulligan sabe modular de manera magistral un enfoque múltiple, que puede abarcar del realismo social a la fantasía y el terror, configurando así un universo lleno de una rara y fina sensibilidad. Horton Foote interpreta a Harper Lee, dibujando una narrativa repleta de fuerza, en la que lo terrible y lo maravilloso conviven como en un extraño cuento para adultos. Y Atticus Finch (Gregory Peck) es un faro luminoso en medio de las tinieblas más oscuras.
25 de agosto de 2024
25 de agosto de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existía un pub en mi pueblo que decoraba sus paredes con libros. Por arte de magia, algunos volaron hasta mi bolso, un bolso enorme, y cuando quise explicarle al dueño lo ocurrido, se declaró el estado de alarma y el pub cerró. ¡Que tragedia! Como homenaje, esos libros decoran las paredes de mi salón.
Uno de ellos era Matar a un ruiseñor de Harper Lee, novela que deseaba leer. ¡Que suerte! ¿No os parece? Tras su lectura, surgió la imperiosa necesidad de ver la peli, para despotricarla, por supuesto.
La película supera, a mi parecer, dos retos.
El primero adapta con precisión la novela. A mí me gusta ver las películas adaptadas con el libro entre las manos y, en esta ocasión, no hice ningún arqueamiento de ceja despreciativo. La película, aunque recorta escenas como es natural, no pierde la esencia de Lee, quien quedó satisfecha con el trabajo de Peck.
El segundo, la narración infantil. He de decir, que no soy fan de las pelis protagonizadas por niños. Habitualmente los caracterizan con cualidades adultas que me provocan deseos infanticidas. No es el caso, la pequeña Scout detalla los días de verano, la cotidianidad vecinal y el duro juicio que su padre tiene por delante desde sus inocentes ocho años.
Un “pero” podría ser la lentitud, quizás propia de la época. La impaciencia de nuestros días me dificulta saborear películas de fuego lento, pero el esfuerzo está hecho. Aclaro, no soy una pedante con cuello de cisne que le apasione los clásicos, más bien, una petarda que le fascina los cotilleos que se contaban Lee y Capote. Sin embargo, en esta ocasión, los cotilleos me llevaron a Atticus. El mundo necesita más hombres así.
Uno de ellos era Matar a un ruiseñor de Harper Lee, novela que deseaba leer. ¡Que suerte! ¿No os parece? Tras su lectura, surgió la imperiosa necesidad de ver la peli, para despotricarla, por supuesto.
La película supera, a mi parecer, dos retos.
El primero adapta con precisión la novela. A mí me gusta ver las películas adaptadas con el libro entre las manos y, en esta ocasión, no hice ningún arqueamiento de ceja despreciativo. La película, aunque recorta escenas como es natural, no pierde la esencia de Lee, quien quedó satisfecha con el trabajo de Peck.
El segundo, la narración infantil. He de decir, que no soy fan de las pelis protagonizadas por niños. Habitualmente los caracterizan con cualidades adultas que me provocan deseos infanticidas. No es el caso, la pequeña Scout detalla los días de verano, la cotidianidad vecinal y el duro juicio que su padre tiene por delante desde sus inocentes ocho años.
Un “pero” podría ser la lentitud, quizás propia de la época. La impaciencia de nuestros días me dificulta saborear películas de fuego lento, pero el esfuerzo está hecho. Aclaro, no soy una pedante con cuello de cisne que le apasione los clásicos, más bien, una petarda que le fascina los cotilleos que se contaban Lee y Capote. Sin embargo, en esta ocasión, los cotilleos me llevaron a Atticus. El mundo necesita más hombres así.
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