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La profecía

Terror. Intriga Cuando Kathy Thorn da a luz a un bebé muerto, su esposo Robert le oculta la verdad y sustituye a su hijo por un niño huérfano, ignorando su origen satánico. El horror empieza cuando, en el quinto cumpleaños de Damien, inesperadamente, su niñera se suicida. Un sacerdote que trata de advertir a Robert del peligro que corre, muere en un inesperado accidente. El creciente número de muertes hace que Robert, por fin, se dé cuenta de que el ... [+]
Críticas 120
Críticas ordenadas por utilidad
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8
15 de mayo de 2021 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El Hijo del Diablo surgirá del mundo de la política".

Vista dos veces en mi vida, la primera de ellas, en el magnífico cine Astoria de Bilbao, estrenando gafas además, pensé esto de ella:

Está muy bien dirigida e interpretada.
Tiene un sugerente guión, lleno de matices psicológicos y golpes de efecto.
Los efectos especiales y de música y sonido están muy conseguidos.
Me ha gustado mucho y hasta he pasado un poquito de miedo, sobre todo por la magnífica banda sonora, que le da un toque terrorífico de primera".

Ahora, vista por segunda vez, en el FANT 2021, dentro de la Sección Proyección Especial, me vuelve a gustar mucho. Hombre, el factor sopresa ha desaparecido y todavía recordaba algunos momentos, aunque no perfectamente. Por ello me ha vuelto a sobrecoger la "escenita" con el personaje de David Warner, que está magníficamente rodada, llena de fuerza, que supongo que todavía causará envidia a las nuevas generaciones de realizadores de terror.
Una gran película, que el paso del tiempo no ha mellado, conservándose su aroma a cine fantástico/terrorífico, con un buen guión, medidos efectos y estupendas interpretaciones.
Sí, un clásico.

https://filmsencajatonta.blogspot.com/
8
7 de octubre de 2022 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Richard Donner, director de películas como X-15, este su primer largometraje de 1961 y otros grandes filmes que ahora son cult movies, dirigiría en 1976 una de sus mejores hazañas detrás de la cámara, La Profecía. En ella tendremos el arranque de un Gregory Peck dirigiéndose hacia un hospital en Roma, un 6 del 6 de 1976, recibiendo la noticia de que su hijo a nacido muerto y lo sustituirá por otro niño convencido por el padre Spiletto que hará que lo adopte. Así comienza uno de los títulos del género de terror con la calidad suficiente que tuvieron La Semilla del Diablo (1968) y El Exorcista (1973), cada una con su terrorífico tema musical, en este caso con el tema ganador de un óscar, Ave Satani de Jerry Goldsmith. Esta impecable película de Donner y salida de la mente de Harvey Bernhard, tiene un buen reparto de actores muy bien dirigidos por el realizador de Superman (1978), con un especial ahínco en el pequeño Damien Thorn (Harvey Stephens), dándonos mala espina y repelús en cada cuadro y fotograma que nos enfocan del niño. La película está rodeada de un aura que la justicia divina castigaria, de una atmósfera maldita, sobre todo en el día de su estreno, que los más devotos calificarían de herejía. La Profecía y las mencionadas películas de mas arriba, marcaron un hito en el cine del género satanista y demoníaco, en un momento importante del sector del entretenimiento. Muy recomendable.
8
11 de agosto de 2024 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una sensación que siempre me suscita el visionado de La profecía es que lo tenebroso o lo tétrico no reside en la posibilidad de la llegada de un Anticristo sino en la propia religión católica (antítesis o anulación de lo corpóreo y epicúreo). Muy bien reflejado en uno de los más destacados logros de esta estupenda obra, los siniestros coros gregorianos (como alfileres en los nervios) de la portentosas composiciones de Jerry Goldsmith (su banda sonora, como dos años después para Alien, de Ridley Scott, es componente fundamental en la creación de la atmósfera siniestra), sea el Ave Satani o esos susurros que acompañan al ataque del perro en la casa en las secuencias finales, muy bien compensados con otras composiciones de índole lírica relacionadas con el matrimonio protagonista, Katherine y Thorn - qué buen detalle el apellido, Thorn (espina) pues una espina tiene clavada desde el inicio, cuando sin decírselo a su esposa, no le dice que ha perdido el hijo al parir, y que lo ha sustituido por otro. Una buena ocurrencia de guion, ya que cuando comienzan a producirse los vislumbres de que suceden hechos más que anómalos alrededor de su hijo, él sufre el conflicto de no poder reconocer (compartir) que mintió a su esposa, lo que propicia ese sentimiento de culpa, y que le cueste más aceptar lo extraño que está sucediendo (sería reconocer su espina). Y al mismo tiempo, ella, que nunca sabrá ese trasfondo (que su hijo no es su hijo biológico) se ve abocada a una progresiva incomodidad que derivará en extrañamiento. No solo su irritada reacción con los estridentes gritos de su hijo cuando está jugando, sino, sobremanera, su creciente turbación sustentada en que siente que no es su hijo.

Hay otra gran idea de puesta en escena, y conceptual, que se convierte en elemento estructural: la mirada. Durante la obra abundan los primeros planos, relacionados con la creación de la tensión que propicia el terror interior sostenido sobre la incertidumbre, ¿Qué es lo que ocurre? ¿Puede ser cierto lo que parece? En la secuencia de la adopción del niño hay una muy buena idea: Se mantiene el plano largo en el que vemos al otro lado del cristal a la monja con el bebé, y reflejados a Thorn y el sacerdote que le ha inducido a que lo adopte; hecho que refleja la doblez de éste: cuando le busca años después le descubre con uno ojo quemado, en un estado casi catatónico (sólo puede mover algo la mano izquierda), como si se hiciera cuerpo de esa espina de su doblez (por transferencia también la de Thorn). El uso de las miradas es fundamental en la secuencia de la fiesta en la que la primera institutriz se ahorca: los personajes oyen su voz, llamando a Damien, miran hacia allá; vemos un plano descontextualizado de ella, con una soga al cuello; y un plano abierto nos hace ver que está sobre una cornisa desde la que se lanza (de nuevo, un cristal: su cuerpo al caer rompe el ventanal de abajo); Donner suspende la narración, como si no se diera crédito a la irrupción de lo anómalo ( y terrible): se suceden varios planos de los asistentes mirando como si se hubieran quedado catatónicos (es un acertado detalle que uno esté dedicado a uno de los payasos de la fiesta; un contraplano turbador).

Hay más: los personajes se definen ante todo por las miradas. La pareja protagonista no posee atributos especiales de caracterización, representan la normalidad convencional (como esos paseos con el bebé al inicio por la campiña); Thorn se define por ese aura de dignidad y nobleza característica de Peck, y hace efectivo el que se resista a aceptar la aparición de lo siniestro en su vida (como logra transmitir a través de su mirada su modificación de perspectiva); Lee Remick hace cuerpo, o mirada, de la inercial normalidad que va siendo progresivamente desestabilizada, hasta precipitarse en el abismo; literal: por dos veces cae al vacío, en dos magníficas secuencias de proverbial modulación: cuando su hijo choca con su banqueta propiciando que caiga, y la de su muerte en el hospital, empujada por la institutriz Mrs Blaylock (Billie Whitelaw), aunque no lo veamos: la secuencia se construye a través de las miradas de ambas, y la de Katharine además, atrapada en el velo del camisón que se quiere quitar (luego la veremos caer al vacío). Billie Whitelaw, extraordinaria, construye su personaje siniestro a través de su mirada, con esa circunspección amable que se va revelando envenenada (un personaje cuya apariencia, en principio, era más cálida y amable). Resulta capital, como turbiedad y desazón desnuda, desesperada, la mirada que parece supurar azufre del padre Brennan (Patrick Thoughton), alguien que parece a punto de arder, consumido por su culpa ( es difícil por ello que pueda ser convincente, su desesperación le supera, por lo que más bien atemoriza al hacer pensar que está trastornado). La admirable secuencia de su muerte, atravesado por el pararrayos que cae de lo alto de la iglesia, está orquestada con la progresiva sucesión de detalles que trastornan el ambiente (el viento que arrecia; las oscuras nubes que aparecen en el cielo; el rayo que cae en la verja). Y, por último, está la mirada interrogante, profana, del fotógrafo, Jennings (David Warner), aquel que logra ver más allá de las apariencias (o que se pregunta sobre ellas sin la reticencia de otros), a través de las fotografías ( esas señales premonitorias sobre los cuerpos tanto de la institutriz que se ahorca durante la celebración del quinto cumpleaños de Damien como de Brennan y él mismo, señales que anticipan el modo de su muerte). Es la mirada interrogante, deductiva, que se desprende de los filtros de las reticencias o miedos. Si el espejo reflejaba la doblez del sacerdote inductor, la muerte de su opuesto será a través de un cristal que decapita su cabeza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Donner, hábilmente, crea una sensación de normalidad alterada, con un realismo más estilizado (no el más sórdido y casi documental de la muy sobredimensionada El exorcista (1974), de William Friedkin), que se va perturbando progresivamente, sin dejar de lado la duda o la interrogante sobre la naturaleza de lo que está ocurriendo (Donner en principio prefería potenciar la ambigüedad, pero el productor, Harvey Bernhard, se decantó por la opción del guionista, David Seltzer, la explicitud de la asociación de Damien con el diablo). La narración modula la sucesión de circunstancias anómalas intrigantes: la desquiciada reacción de Damien cuando le llevan por primera vez a una iglesia, agrediendo a su madre, por lo que deben volver a casa; la excelente secuencia del ataque de los babuinos en el zoo al coche en el que se desplazan madre e hijo; la presencia del perro, primero como mirada que sugestiona a la primera institutriz (otra sucesión de primeros planos de sus ojos, como posteriormente entre Katharine y Mrs Blaylock cuando mate a la primera), y después como turbadora presencia en la oscuridad, como vigilante protector de Damien (en dos ocasiones, Thorn primero escuchará sus gruñidos en la oscuridad antes de advertir su presencia). Una de las cualidades más notables La profecia es que adopta, por momentos, la estructura de la película de esclarecimiento de un misterio (en consonancia con una narración que adopta el proceso de conocimiento de la mirada), como reflejan en particular los pasajes que protagonizan Thorne y Jennings, cuando este le enseña todos los detalles intrigantes sobre sus fotografías así como la habitación donde vivía Brennan, con toda su pared llena de crucifijos o páginas religiosas (como piel protectora), y el posterior viaje a Italia, para indagar sobre el origen de Damian, con las visitas al hospital, después al sacerdote que propició que adoptara a Damian y, sobre todo, la magnífica secuencia en ese decorado estilizado del cementerio etrusco, con esos fondos de cielos encapotados, como si lo terrible se cerniera irremisiblemente, en la que son atacados por los rottweillers. Una secuencia que ya da cuerpo a lo que hasta entonces ha sido una sabia sucesión de vislumbres. Cuál es la naturaleza de la bestia. La profecía culmina con uno de los planos finales más perversos y perturbadores del género ( esa malévola sonrisa a cámara del niño) Hay que considerar por añadidura, dado que quienes cogen su mano son el presidente de Estados Unidos y su esposa, que el país acababa de sufrir la dimisión de su propio presidente al revelarse una corrupción institucional. La mirada sobre la realidad se había contaminado con la consciencia de que en las mismas entrañas del poder, los cimientos de cohesión del país y a la par su representación, crecía el tumor de la falta de integridad. El engaño, al fin y al cabo, de Thorn, un político, al no aceptar una realidad, un hecho, la muerte del hijo, y propiciar el reemplazo, fue la génesis de su desgracia y la propagación de una corrupción.

Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
4
30 de julio de 2018
5 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
por favor veanla de nuevo, esta peli no asusta a nadie, envejecio mal solo le ponen la nota alta por al nostalgia, puedo rescatar que no es aburrida pero de ahi a dar terror no se pasen.
6
18 de noviembre de 2012
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, estaba absolutamente convencido de que la "La profecía" era la segunda parte de la "Maldición de Damien". Y hasta tenía el vago recuerdo de que había una tercera entrega, a saber con qué título, en la que salía de nuevo Gregory Peck. Hasta que ayer mismo descubrí que el orden es justo el contario y que no sólo hay una tercera sino otras más aunque con protagonistas diferentes. Puede que el tremendo error por el que imaginaba que la de 1978 era la original y no ésta de 1976 se debiera a dos razones: primero, que fue la primera que vi, y segundo, me dejó un recuerdo terrorífico, aunque no sé si hoy día me producía tanto mal rollo pues hace muchísimo tiempo que la vi, cuando era niño. En cambio, la que estamos comentando ahora, la conocí algunos años más tarde y aún aceptable en su género, no me causó tanto impacto ni mucho menos.

Sea como fuere, Richard Donner aprovechó el tirón de lo diabólico que aparece a finales de los 60 y los 70, para contarnos una historia de lo más siniestra. Bien contada, con un reparto solvente y una banda sonora espectacular, "La profecía" cuenta con algunos momentos que te quitan el aliento, especialmente ciertas muertes. Sin embargo, coincido en que miedo no da y a la postre su desarrollo es algo plano y acaba siendo previsible. Posiblemente era difícil sacarle más jugo a esta historia pues a los pocos segundos uno ya sabe qué es lo que pasa. De tal modo, el espectador va unos cuantos pasos por delante del atribulado Robert Thorn (Gregory Peck) hasta el punto de ver que su investigación cae en punto muerto. Es más, en el fondo resulta intrascendente. Seguramente, vista por primera vez, ésta "La profecía" resultaría más inquietante al desconocer el misterio que la rodea, cosa que 36 años después y varios visionados, no se mantiene.
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