Tres Oscars, mejor actriz principal, vestuario y argumento original, más siete nominaciones más, para una producción que empieza renqueante pero que termina por convencerte por su candor, romanticismo y sentido del humor. De entrada, Audrey Hepburn me parece que encarna más a la jovencita americana media que a toda una princesa real de un país europeo desconocido. La pobre está agobiada con sus tareas regias razón por la que se da a la escapada a vivir una aventura en la Ciudad Eterna. Sí, es un poco estúpida pero nadie dice que una adolescente, aunque Audrey en la vida real tendría sobre 23-24 años, con algunos pájaros en la cabeza y ganas de rebelarse tenga por que ser inteligente.

Con permiso de un Gregory Peck, que parece más alto que nunca, tal vez por la menudez de su acompañante femenina, la reina de la función es Audrey Hepburn, que aunque no acaba de tocarme la fibra, admito que al menos en esta ocasión me ha resultado agradable. Incluso está mona, puede que por que le he hallado un parecido razonable con Natalie Portman en su mirada y su sonrisa, e incluso con Leonard Watling con ese flequillo tipo "A mi madre le gustan las mujeres" (2001). El caso es que entre escenas divertidas, otras tiernas y hasta de miedo, la Boca de la Verdad, William Wyler compone una agridulce comedia romántica con el mismo patrón del de "Sucedió una noche" (1934).

Una tonta historia de amor bajo un hermoso telón de fondo como es la ciudad de Roma. Pero el resto son interpretaciones vacías que se han sobrevalorado con los años. Hepburn la mejor de todas, Gregory Peck totalmente insustancial.
No hay química entre ellos y el que lo dude que vuelva a ver la película. Quizás es eso, el recuerdo hermoso de una película que vimos hace tiempo. Si es así ahorrense el volver a verla.
La nostalgia de este tipo de películas es lo que la salva.