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Plácido

Comedia En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: "Siente a un pobre a su mesa". Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ... [+]
Críticas 131
Críticas ordenadas por utilidad
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7
3 de enero de 2022 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película puede parecer por momentos caótica pero no lo es, de hecho, es todo lo contrario. Para provocar la sensación de “caos” en una película es primordial diseñar y llevar a cabo una coreografía conjunta de todas las piezas del relato fílmico, algo que Berlanga domina a las mil maravillas y que se refleja claramente en este largometraje.
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El personaje de Plácido es el que guía al espectador por este enrevesado laberinto de personajes y situaciones. Y lo más paradójico y que realmente hace que la parte cómica se acreciente es que Plácido parece ser el único que rehúye ese circo, ya que él lo único que quiere es pagar su letra e irse a su casa con su familia.

Visualmente hablando es tal vez la mejor película de Berlanga. La composición de muchos de los planos es sencillamente maravillosa, nada está colocado al azar, todo lo que entra en el encuadre está perfectamente calculado. Tal es la complejidad de algunos de ellos que hacen ver el plano como un puzzle en movimiento.

Cabe destacar también el genial trabajo de Miguel Asins Arbó, el compositor de la música que se escucha a lo largo del filme. La melodía es tan pegadiza y cuadra tan bien con las situaciones que van atravesando los protagonistas que le suma un plus de emotividad a la película.

Cuando uno se dispone a ver una película de Berlanga, ya sabe de antemano que dentro de esta va a haber algún tipo de crítica social representada mediante sátira. En Plácido, la diferencia de clases es el tema que predomina a lo largo de la historia, mostrando como la capacidad económica de cada persona moldea su forma de hablar, actuar y pensar, de forma directa o indirecta. En las escenas en las que se ve a las personas pobres cenando en casa de las ricas es donde más destacan estas diferencias, y donde más predomina la sátira.

En resumen, Plácido reúne los componentes del cine más clásico, pero con los ingredientes necesarios para que aún pueda entretener y divertir al público joven y exigente de hoy en día.
9
4 de enero de 2024 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Plácido" de Luis García Berlanga es una joya cinematográfica que te sumerge en una sátira social mordaz y reveladora. A través de la lente de Berlanga, somos testigos de un día surrealista en la vida de Plácido, un hombre común inmerso en un torbellino de eventos absurdos y situaciones hilarantes que destapan las capas de hipocresía y desigualdad social.

La película, estrenada en 1961, es un reflejo crítico de la sociedad española de la época, pero su mensaje resuena de manera atemporal. En la aparente simplicidad de la trama, Berlanga construye una crítica astuta a las apariencias, las tradiciones y la superficialidad humana.

El personaje de Plácido, interpretado magistralmente por Cassen, se convierte en un catalizador que revela las contradicciones de una sociedad que celebra la caridad un día al año, pero que en su día a día es incapaz de mirar más allá de su propia comodidad. La película utiliza la comedia como una herramienta para señalar las absurdas formalidades y la falta de empatía que caracterizan a una sociedad que, aunque sonríe y festeja, se resiste a cuestionar sus propias estructuras injustas.

La cinematografía en blanco y negro de José Luis Alcaine añade una capa de nostalgia y melancolía, acentuando la dualidad entre la risa y la crítica social. La narrativa visual es tan aguda como el guion mismo, capturando expresiones faciales y gestos que revelan más sobre los personajes que las palabras que pronuncian.

"Plácido" se convierte en un espejo incisivo que invita a la reflexión sobre nuestra propia sociedad y sus contradicciones. La ironía de la trama teje una red de reflexiones íntimas sobre la naturaleza humana, la solidaridad selectiva y la complacencia ante las injusticias.

En definitiva, "Plácido" no solo es una obra maestra del cine español, sino también un recordatorio atemporal de que detrás de las risas y las festividades, la realidad social puede ser más compleja de lo que queremos admitir. La película deja una huella duradera, haciendo que te cuestiones no solo la sociedad que representa, sino también la tuya propia.
9
10 de enero de 2024 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado algo más de sesenta años, desde que se hizo esta película, y se ha convertido, con justicia, en la mejor película del cine español. Esto puede chirriar a más de uno, pero hay que reconocer que es así. Lo dicen los Cowboys de medianoche, y lo dice la gente de por aquí, por lo que parece ser unánime la opinión, que estamos ante la joya del cine español (lo dice también la crítica especializada, ejem). ¿Es esto cierto, es para tanto? Anoche la he vuelto a ver, después de tanto tiempo, casi no me acordaba, y aunque ya no es Navidad, no hace tanto que ha pasado, por lo que viene muy bien, por el tiempo que hemos vivido. Ante todo, hay que decir que es una obra redonda, que dura lo que tiene que durar, y que cuenta lo que cuenta, y se marcha, sin más. Y deja una honda huella en el espectador, que enseguida empezará a recordar lo que se dice, lo que se hace, esa maravillosa banda sonora, etc. Hay mucho que decir de ella, pero me centraré sólo en algunos aspectos.

En el plano personal, que es lo que cuenta, diré que me harté de reír como hacía ya tiempo que no me reía, hacia la parte central de la cinta. Dios mío, qué esperpento, y qué verdad, encima. Porque, aunque les pese a los reaccionarios y gente nostálgica del franquismo, España era así, y peor… Y, aunque parezca un rebuzno y una maldad de un izquierdista, España, en buena parte, sigue siendo como aparece en este maravilloso filme, escrito por cuatro guionistas, genial, genial retrato de una España hundida en la miseria material y moral. Esa miseria del franquismo es expuesta de una forma cómica tan sobresaliente, utilizando un reparto coral, moviendo a los actores en grupo, ¡con lo difícil que es!, de una manera tan natural, que es para sacarse el sombrero delante de Berlanga y su equipo, porque sólo entre genios y gente de valía es capaz de ocurrir el milagro de la perfección. Perfección técnica, ante todo, porque nada está de más, todo cuadra, todo está donde tiene que estar. Cada secuencia está rodada con ese brío berlanguiano, con ese sarcasmo y fina ironía made in Azcona, que bebe del neorrealismo italiano (hasta la música parece de una peli de Fellini) pero que se concentra en nuestra peculiar fisonomía, en el carácter hispano-franquista de turno.

No podía parar de reír, ya digo, y la verdad es que quien diga que no tiene nada de graciosa, es un alma de cántaro. Cómo no desternillarse, viendo a toda esta manada de hipócritas, con sus nombres y sobre todo sus apellidos (qué bueno el Quintanilla de López Vázquez), “gente de bien” que van a sentar a un pobre a su mesa, para hacer una obra de caridad, como gusta tanto a los buenos cristianos católicos. Los pobres, por contra, no tienen nombre, y se les llama simplemente así, “un pobre”, “una pobre”, para remarcar su anonimato y su estar excluidos de la sociedad. Lo que no tiene nombre no existe. Los puros son para los señores (ni para los jovenzuelos ni para Plácido, por supuesto, que es un gañán). Los pobres, pueden morir de cualquier manera, total, casi no existen… Tengo un amigo, más de derechas que Fraga Iribarne o que Aznar, que se define como “de clase media alta”, que habla de dos tipos de pobres: los pobres “de antes” (como los que aparecen aquí) y los “pobres modernos”, que son los que piden ahora en la puerta del Mercadona, y que según él son unos cuentistas que no quieren trabajar… Mi amigo tiene 52 años y es un facha de cuidado, y no sé qué pensará de esta película, pero seguro que no está entre sus favoritas, ejem… Con esto sólo quiero decir: España, la sociedad española que aquí se retrata, no ha cambiado tanto, y en muchos pueblos y ciudades aún se respira ese aire de hipocresía (con otros mimbres, todo más tecnológico y cínico claro) que aquí aparece.

Imposible destacar algún pasaje, alguna escena o secuencia. Lo que más me asombra, con todo el tiempo que ha pasado, repito una vez más, es esa habilidad de Berlanga para dirigir a grupos, en plan coral, eso no lo he visto en ningún otro director, ni siquiera a los italianos, caso de Fellini, o vete a saber… Cada uno habla y nadie escucha a nadie, lo cual, ¡es tan típico español! Hay una secuencia, en el interior de una de esas casas de clase media alta, en donde el grupo entra, hablando, cascando sin sentido, y está también Martita hablando por teléfono, y son como dos, tres, ocho mundos, que no llegan a interactuar, aunque están a centímetros unos de otros. Y qué decir de la presencia constante, pero a trompicones, como quien dice, del protagonista de la cinta, Plácido (impagable Casen), que lo único que quiere es pagar la letra de su motocarro… Todo es movimiento, en esta película genial, apoteosis del plano secuencia, en donde cada movimiento de cámara (véase por ejemplo la llegada del tren, con “los artistas de Madrid”, y luego la decepción, qué bueno) está pensado al milímetro, aunque luego, cuando lo vemos, da la sensación de caos en movimiento. Ahí radica, entre otros puntos, la genialidad de una obra imperecedera.
8
10 de junio de 2024 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puestos a hablar de milagros navideños, milagro fue que no censuraran esta cinta.

Ya en 1961, pero con una postguerra aún doliente, D. Luis García Berlanga se atrevió a filmar esta descarnada sátira dedicada a la hipócrita y condescendiente caridad practicada por las clases más pudientes de la Sociedad en forma de una rocambolesca historia navideña narrada en bizarras escenas plagadas de personajes de toda clase y condición, un microcosmos de intereses y miserias entretejidas en un caos ordenado que por momentos alcanza cotas absurdas.

Los “pobres” son asignados a familias “de bien” como si de mascotas se tratara para que cenen con ellos en Nochebuena.

Tras el ágape los bienhechores pueden acudir a la misa del gallo sintiéndose mejores cristianos y el pobre continuar con su mísera vida, pues a nadie le interesan sus problemas realmente.

Y naturalmente que no falten los medios de comunicación para dar testimonio de tamaña exhibición de bondad.

No puedo hacer otra cosa que quitarme el sombrero ante el director por su enorme habilidad y visión manejando tantos actores escena, y que pese a todo resulte sencillo al espectador seguir todas las microhistorias en pantalla.

En definitiva, una obra imperdible del cine patrio que retrata un retablo de miserias por desgracia aún muy vigentes.

Especialmente recomendable para aquellos que no saben diferenciar la caridad de la justicia social.
1 de febrero de 2025 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película Plácido me reafirma en la idea de que la Navidad demuestra que, ese sentimiento recluido que es la bondad, existe. Incluso, para aquellas personas incrédulas que piensan que, dichas fechas, son únicamente un simple objeto comercial. Tanto que, trabajar en la composición de un Belén durante semanas, es una labor que se antoja pasada de época. Porque, aunque Dios existe, sus ángeles son trabajadores condescendientes poseedores de firmes ideales, a veces, difíciles de descifrar. Sus palabras, sus gestos… su amor, no convencen a los que pasean delante de unas figuras repletas de vida. De una santidad tan sensata que, disfrutar de ellos, es lograr que ese pedazo de realidad te diga, que sí. Que la bondad buena existe en Navidad y, también, el resto del año. Es decir, esos meses en los que, si ves Plácido, Dios cree en ti, tanto o más, que tú en Él.
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