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España España · Málaga
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Voto de Lukas:
9
Plácido
Voto de Lukas:
9
Comedia En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: "Siente a un pobre a su mesa". Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ... [+]
10 de enero de 2024 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado algo más de sesenta años, desde que se hizo esta película, y se ha convertido, con justicia, en la mejor película del cine español. Esto puede chirriar a más de uno, pero hay que reconocer que es así. Lo dicen los Cowboys de medianoche, y lo dice la gente de por aquí, por lo que parece ser unánime la opinión, que estamos ante la joya del cine español (lo dice también la crítica especializada, ejem). ¿Es esto cierto, es para tanto? Anoche la he vuelto a ver, después de tanto tiempo, casi no me acordaba, y aunque ya no es Navidad, no hace tanto que ha pasado, por lo que viene muy bien, por el tiempo que hemos vivido. Ante todo, hay que decir que es una obra redonda, que dura lo que tiene que durar, y que cuenta lo que cuenta, y se marcha, sin más. Y deja una honda huella en el espectador, que enseguida empezará a recordar lo que se dice, lo que se hace, esa maravillosa banda sonora, etc. Hay mucho que decir de ella, pero me centraré sólo en algunos aspectos.

En el plano personal, que es lo que cuenta, diré que me harté de reír como hacía ya tiempo que no me reía, hacia la parte central de la cinta. Dios mío, qué esperpento, y qué verdad, encima. Porque, aunque les pese a los reaccionarios y gente nostálgica del franquismo, España era así, y peor… Y, aunque parezca un rebuzno y una maldad de un izquierdista, España, en buena parte, sigue siendo como aparece en este maravilloso filme, escrito por cuatro guionistas, genial, genial retrato de una España hundida en la miseria material y moral. Esa miseria del franquismo es expuesta de una forma cómica tan sobresaliente, utilizando un reparto coral, moviendo a los actores en grupo, ¡con lo difícil que es!, de una manera tan natural, que es para sacarse el sombrero delante de Berlanga y su equipo, porque sólo entre genios y gente de valía es capaz de ocurrir el milagro de la perfección. Perfección técnica, ante todo, porque nada está de más, todo cuadra, todo está donde tiene que estar. Cada secuencia está rodada con ese brío berlanguiano, con ese sarcasmo y fina ironía made in Azcona, que bebe del neorrealismo italiano (hasta la música parece de una peli de Fellini) pero que se concentra en nuestra peculiar fisonomía, en el carácter hispano-franquista de turno.

No podía parar de reír, ya digo, y la verdad es que quien diga que no tiene nada de graciosa, es un alma de cántaro. Cómo no desternillarse, viendo a toda esta manada de hipócritas, con sus nombres y sobre todo sus apellidos (qué bueno el Quintanilla de López Vázquez), “gente de bien” que van a sentar a un pobre a su mesa, para hacer una obra de caridad, como gusta tanto a los buenos cristianos católicos. Los pobres, por contra, no tienen nombre, y se les llama simplemente así, “un pobre”, “una pobre”, para remarcar su anonimato y su estar excluidos de la sociedad. Lo que no tiene nombre no existe. Los puros son para los señores (ni para los jovenzuelos ni para Plácido, por supuesto, que es un gañán). Los pobres, pueden morir de cualquier manera, total, casi no existen… Tengo un amigo, más de derechas que Fraga Iribarne o que Aznar, que se define como “de clase media alta”, que habla de dos tipos de pobres: los pobres “de antes” (como los que aparecen aquí) y los “pobres modernos”, que son los que piden ahora en la puerta del Mercadona, y que según él son unos cuentistas que no quieren trabajar… Mi amigo tiene 52 años y es un facha de cuidado, y no sé qué pensará de esta película, pero seguro que no está entre sus favoritas, ejem… Con esto sólo quiero decir: España, la sociedad española que aquí se retrata, no ha cambiado tanto, y en muchos pueblos y ciudades aún se respira ese aire de hipocresía (con otros mimbres, todo más tecnológico y cínico claro) que aquí aparece.

Imposible destacar algún pasaje, alguna escena o secuencia. Lo que más me asombra, con todo el tiempo que ha pasado, repito una vez más, es esa habilidad de Berlanga para dirigir a grupos, en plan coral, eso no lo he visto en ningún otro director, ni siquiera a los italianos, caso de Fellini, o vete a saber… Cada uno habla y nadie escucha a nadie, lo cual, ¡es tan típico español! Hay una secuencia, en el interior de una de esas casas de clase media alta, en donde el grupo entra, hablando, cascando sin sentido, y está también Martita hablando por teléfono, y son como dos, tres, ocho mundos, que no llegan a interactuar, aunque están a centímetros unos de otros. Y qué decir de la presencia constante, pero a trompicones, como quien dice, del protagonista de la cinta, Plácido (impagable Casen), que lo único que quiere es pagar la letra de su motocarro… Todo es movimiento, en esta película genial, apoteosis del plano secuencia, en donde cada movimiento de cámara (véase por ejemplo la llegada del tren, con “los artistas de Madrid”, y luego la decepción, qué bueno) está pensado al milímetro, aunque luego, cuando lo vemos, da la sensación de caos en movimiento. Ahí radica, entre otros puntos, la genialidad de una obra imperecedera.
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