Yo, Daniel Blake
7.2
12,940
Drama
Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
15 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine siempre son bienvenidas las películas cuya intención es reflejar los problemas de nuestra sociedad y la lucha constante de los más desfavorecidos. No es necesario haber seguido de cerca la trayectoria de Ken Loach para constatar que es un cineasta comprometido, un verdadero defensor de las causas perdidas. Sí, el cine social, ese que es denominado continuamente como necesario, tiene un hueco más que merecido en cines y festivales; pero, como ya sabemos, estrenarse en salas y ganar una Palma de Oro no son ninguna garantía. Lo segundo es más discutible, pues uno siempre espera que la mejor película de una Sección Oficial repleta de grandes títulos sea, cuando menos, notable. Pero como aquí no se trata de juzgar el criterio del jurado presidido por George Miller, pasaremos a hablar del trabajo en cuestión, Yo, Daniel Blake.
Si tratamos de averiguar la posición que ocupa esta película dentro del panorama cinematográfico, no sería descabellado establecer una analogía entre lo contraproducente de su existencia y las acciones del sistema burocrático contra el que carga Loach. Sin embargo, el problema en este caso no es lo ofensiva que resulta la cinta; el problema es que viene avalada por el galardón más importante del que muy probablemente sea el festival más relevante del mundo. Bajo esta premisa, nuestro trabajo no es otro que el de señalar los motivos por los que Yo, Daniel Blake es una película indigna, no ya de poseer dicho galardón sino de hacer acto de presencia en un circuito de festivales cada vez más infestado de obras que, por unas cosas o por otras, no se adecuan a su objetivo primigenio.
A estas alturas de la película, es muy complicado criticar y/o denunciar desde la imparcialidad, o al menos alejándose del maniqueísmo y la manipulación. No es fácil ofrecer una mirada limpia de una realidad contaminada que en ocasiones supera a la ficción, por supuesto que no. Sin embargo, lo que consuma aquí el director de Tierra y libertad es un dantesco espectáculo que atenta contra la sutileza y la sensibilidad, convirtiendo el sufrimiento de muchísimas personas en un instrumento para subrayar el mismo mensaje una y otra vez. Su único logro es el de mostrar las miserias y desgracias de dos personajes sin una gota de emoción, acercándose peligrosamente a la indiferencia más absoluta por su acumulación, que pretende servir de golpe emocional.
En su intento por retratar una vez más las injusticias sociales, el director británico ha creado uno de los trabajos más rancios y planos a nivel de dirección que vayamos a tener la oportunidad de “disfrutar” este año, que se limita a plasmar en imágenes el burdo guion de Paul Laverty. Para el colaborador habitual de Loach todo es blanco o negro, los matices y la complejidad -tanto de situaciones como de personajes- se perdieron por el camino. Aun conocedores de que la maldad humana no tiene límites, resulta que el maniqueísmo y la paciencia sí los tienen, siendo rebasados con creces en esta ocasión.
Y esto no es una crítica al cine social ni mucho menos, que sin ser necesario -como ninguna película lo es- puede regalarnos estupendas propuestas; es una crítica a esta película concreta de Ken Loach, Yo, Daniel Blake. Para que veamos que las cosas pueden hacerse correctamente, no hay más que comparar el modo en que está planteada y resuelta la escena del robo en el supermercado en esta película con otra -a priori- similar de La ley del mercado, un título mucho más sugerente, arriesgado y efectivo que el que nos ocupa. Su forzada y efectista conclusión, la gota encargada de colmar la garrafa de infortunios, parece responder únicamente a las expectativas lacrimógenas de buena parte del público, que encuentra en este manipulador drama con toques de humor (lo mejor de la cinta, probablemente) un doloroso y comprometido puñetazo de realidad. Pero ese puñetazo, desgraciadamente, no es más que una deformación grotesca de lo bienintencionado.
Si tratamos de averiguar la posición que ocupa esta película dentro del panorama cinematográfico, no sería descabellado establecer una analogía entre lo contraproducente de su existencia y las acciones del sistema burocrático contra el que carga Loach. Sin embargo, el problema en este caso no es lo ofensiva que resulta la cinta; el problema es que viene avalada por el galardón más importante del que muy probablemente sea el festival más relevante del mundo. Bajo esta premisa, nuestro trabajo no es otro que el de señalar los motivos por los que Yo, Daniel Blake es una película indigna, no ya de poseer dicho galardón sino de hacer acto de presencia en un circuito de festivales cada vez más infestado de obras que, por unas cosas o por otras, no se adecuan a su objetivo primigenio.
A estas alturas de la película, es muy complicado criticar y/o denunciar desde la imparcialidad, o al menos alejándose del maniqueísmo y la manipulación. No es fácil ofrecer una mirada limpia de una realidad contaminada que en ocasiones supera a la ficción, por supuesto que no. Sin embargo, lo que consuma aquí el director de Tierra y libertad es un dantesco espectáculo que atenta contra la sutileza y la sensibilidad, convirtiendo el sufrimiento de muchísimas personas en un instrumento para subrayar el mismo mensaje una y otra vez. Su único logro es el de mostrar las miserias y desgracias de dos personajes sin una gota de emoción, acercándose peligrosamente a la indiferencia más absoluta por su acumulación, que pretende servir de golpe emocional.
En su intento por retratar una vez más las injusticias sociales, el director británico ha creado uno de los trabajos más rancios y planos a nivel de dirección que vayamos a tener la oportunidad de “disfrutar” este año, que se limita a plasmar en imágenes el burdo guion de Paul Laverty. Para el colaborador habitual de Loach todo es blanco o negro, los matices y la complejidad -tanto de situaciones como de personajes- se perdieron por el camino. Aun conocedores de que la maldad humana no tiene límites, resulta que el maniqueísmo y la paciencia sí los tienen, siendo rebasados con creces en esta ocasión.
Y esto no es una crítica al cine social ni mucho menos, que sin ser necesario -como ninguna película lo es- puede regalarnos estupendas propuestas; es una crítica a esta película concreta de Ken Loach, Yo, Daniel Blake. Para que veamos que las cosas pueden hacerse correctamente, no hay más que comparar el modo en que está planteada y resuelta la escena del robo en el supermercado en esta película con otra -a priori- similar de La ley del mercado, un título mucho más sugerente, arriesgado y efectivo que el que nos ocupa. Su forzada y efectista conclusión, la gota encargada de colmar la garrafa de infortunios, parece responder únicamente a las expectativas lacrimógenas de buena parte del público, que encuentra en este manipulador drama con toques de humor (lo mejor de la cinta, probablemente) un doloroso y comprometido puñetazo de realidad. Pero ese puñetazo, desgraciadamente, no es más que una deformación grotesca de lo bienintencionado.
12 de octubre de 2017
12 de octubre de 2017
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No cabe duda de que Ken Loach siempre ha sido un referente para el cine de izquierdas como lo es Costa-Gavras. Esta vez, con "Yo, Daniel Blake", el director británico no nos trae un enfrentamiento isleño entre irlandeses e ingleses, ni conflictos bélicos en parajes rurales con personajes armados y llenos de ira. La rabia, la impotencia, la frustración y los deseos de venganza en una sociedad injusta se siguen apreciando en este film, solo que tal y como el director griego hizo con "El Capital" (2012), realiza una representación más moderna de las inquietudes populares del nuevo siglo, distintas aunque no por ello exentas del mismo gen original.
Con esta cinta Loach no aporta ninguna novedad fílmica y su técnica continua siendo de empuje directo al espectador hasta hacerlo partícipe de las inquietudes que pretende mostrar. Muchas veces, este hecho provoca que nos encontremos con personajes desarrollados desde una pureza espiritual un tanto ingenua, siendo quizás el mayor fallo de una película que logra una vez más remover las conciencias de aquellos que aún guardan algún espíritu de rebeldía en un mundo que permanece sumiso bajo los efectos de las nuevas corrientes económicas e institucionales. Realmente, al final quedan dos opciones: adaptarte como Ken a los nuevos tiempos que corren, o convertirte en un revolucionario del siglo XXI como el bueno de Daniel. El siguiente, puedes ser tú.
Con esta cinta Loach no aporta ninguna novedad fílmica y su técnica continua siendo de empuje directo al espectador hasta hacerlo partícipe de las inquietudes que pretende mostrar. Muchas veces, este hecho provoca que nos encontremos con personajes desarrollados desde una pureza espiritual un tanto ingenua, siendo quizás el mayor fallo de una película que logra una vez más remover las conciencias de aquellos que aún guardan algún espíritu de rebeldía en un mundo que permanece sumiso bajo los efectos de las nuevas corrientes económicas e institucionales. Realmente, al final quedan dos opciones: adaptarte como Ken a los nuevos tiempos que corren, o convertirte en un revolucionario del siglo XXI como el bueno de Daniel. El siguiente, puedes ser tú.
9 de marzo de 2017
9 de marzo de 2017
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ken Loach es un gran director inglés cuya producción se focaliza en el cine social.
Su manera de dirigir es lineal, directa y sumamente entendible.
Centra su narrativa en lo visual (muchas veces la imagen prescinde de las palabras) y es por ello que al detenerse en lo visualmente descriptivo el tempo cinematográfico es más lento de lo que os ha acostumbrado el cine espectacular yankie en donde todo parece acelerado (artifical y gratuitamente acelerado)
El valor de las películas de Loach no está es su "arte" (pues no recurre ni a procedimientos ni a asuntos nuevos) sino a su mérito como denunciante social.
Su manera de dirigir es lineal, directa y sumamente entendible.
Centra su narrativa en lo visual (muchas veces la imagen prescinde de las palabras) y es por ello que al detenerse en lo visualmente descriptivo el tempo cinematográfico es más lento de lo que os ha acostumbrado el cine espectacular yankie en donde todo parece acelerado (artifical y gratuitamente acelerado)
El valor de las películas de Loach no está es su "arte" (pues no recurre ni a procedimientos ni a asuntos nuevos) sino a su mérito como denunciante social.
30 de septiembre de 2017
30 de septiembre de 2017
13 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay gente que lleva toda la vida amasando fortunas por compadecerse de no se sabe muy bien quiénes. Este es el caso de Loach y su guionista, que a veces han hecho cosas interesantes (aunque siempre dentro del simplismo reivindicativo y sociata) y que aquí han superado los límites, si se quiere, de todo decoro. Una mujer come directamente de la lata mientras llora en un banco de alimentos; "el Estado se lleva a la gente antes de tiempo" (vaya usted a saber qué es el Estado para Loach y Laverty..." y todo el mundo es víctima de un sistema burocrático kafkiano donde unos sufren (los pobrecitos) y otros castigan (los despiadados). Porque sí, señores, esa es toda la noción de la compleja realidad que se maneja aquí: los pobres son buenos sólo por el hecho de ser pobres, y son víctimas de un sistema (cómo gusta la palabreja) que les exprime hasta los tuétanos. ¿Donde se desarrolla la película? En Burundi... no; en Sierra Leona...no; en la puta Inglaterra, uno de los países más prósperos y con más ayudas sociales, probablemente, del mundo. Pero como les digo, hay gente que se gana así la vida, proclamando el pobrísimo mientras cuentan la pasta. Nunca la conmiseración ha estado más de moda, pero aquí se propone la catarsis del espectador con las más mentirosas y miserables artimañas.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here