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Leviatán

Drama Kolia vive en un pueblito a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. Tiene un taller de mecánica al lado de su casa, donde vive con su joven esposa y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde del pueblo está decidido a apropiarse de la casa y del taller de Kolia a toda costa. Primero intenta comprar el terreno, pero Kolia no está dispuesto a vender. (FILMAFFINITY)
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6
5 de enero de 2015
21 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leviatán de Andrey Zvyagintsev: Cruda. Fría. Demoledora. Triste. Pausada. Densa. Interesante. Rusa.

En la mitología hebrea, el leviatán representaba el ser de un monstruo marino que había sido creado por Dios y que simbolizaba el mal.

En la película que nos ocupa, dicho monstruo cambia de ropa y se viste de un gran problema en la Rusia actual. Se viste de diferencia entre clases, se viste de mafiosa. En fin, se viste del más sin escrúpulos dictatorial reino de los poderosos.

Esta obra, situada en un pueblo costero del mar de Barents, nos presenta a Nikolai (Alexei Serebryakov), un padre de familia que vive tranquilamente con su segunda mujer Lilya (Elena Lyadova) y su hijo Roma (Sergey Pokhodaev), fruto de su primer matrimonio, con el sustento económico de un taller mecánico que le da para vivir una vida tranquila y sin sobresaltos.

Esta paz se ve truncada cuando el alcalde del pueblo, un ser corrupto, pone sus ojos en la parcela de Nikolai y decide expropiarle de dicha tierra. Nikolai no se amedranta y se ayuda de un compañero de la juventud, un abogado que reside en Moscú. Lo que no se espera es que la presencia de este último hará tambalear emocionalmente su vida.

Más que las relaciones entre todos los anteriormente citados, los puntos centrales del guión son la falta de piedad por parte del poder, además de las dificultades burocráticas con las que te encuentras ante cualquier intento de queja, y por último el problema de la normalización del consumo de alcohol en cada hogar.

Centrándome ya en otros aspectos que no son de la trama, es una película de colores tristes. Predomina en este film el azul más intenso del mar y ese gris de los paisajes desolados.

Las interpretaciones son creíbles y notables. El aire que se respira en la cinta es escaso y algún punto de humor muy suave hace romper la depresión del ambiente.

Después de todos estos aspectos tratados, hay uno que desmerece el film a mi parecer: la falta de ritmo. Me pregunto cuántos minutos llevo de cinta y no tengo sentimiento de angustia.

Se me queda a medias. Me parece una película interesante. 6 sobre 10.

VVOO.es - Contra el cine "palomitas"
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4 de enero de 2015
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que sí, de verdad, que a mí me lo podéis decir tranquilamente, que de mi blog no sale: ¿Cuántas películas rusas conocemos? Venga, venga, frikazos del cine, que no se diga ¿Cuántas, cuántas? Porque Bye, bye, Lenin (2003) no es soviética, ni siquiera su acción transcurre en la Unión soviética. Ni tampoco es soviética Doctor Zhivago (1965). No veo yo a Omar Sharif desfilando en la Plaza Roja, la verdad. De Taras Bulba (1962), ¿para qué hablar? Y así podríamos seguir con un largo etcétera de filmes originarios en leyendas o novelas del gran hermano del este. Tampoco es rusa una película aparentemente tan moscovita como El concierto (2009), sino oficialmente francesa, en realidad una coproducción franco-rumano-italo-belga. Su director, al menos, Radu Mihaleanu, rumano, sí pertenece a la Europa del Este. Por decir algo, vaya.

Realmente más allá de Sergei Eisenstein son muy pocos los largometrajes rus-soviéticos conocidos: Moscú no cree en las lágrimas (1979), que obtuvo el Oscar a la mejor película en habla no inglesa o Quemado por el sol, que obtuvo el mismo galardón en 1994. Mucho ruso en Rusia, pero este país es un inmenso desconocido en el nuestro.

Y ahora, así de golpe y porrazo, resulta que llega a nuestros cines una grandiosa producción: Leviatán (2014), cuya acción se sitúa en una diminuta aldea junto al mar de Barents, es decir, en un rinconcito del Océano Glacial Ártico, o con otras palabras, en los confines septentrionales del planeta Tierra. Así que por ello, y porque ya he admitido mi ignorancia sobre el cine ruso, me voy a permitir compararla no con otros filmes de su país, sino con la argentina Historias mínimas (2002), de Carlos Sorin, como es de sobra conocido, puesto que se ambienta en los confines meridionales de la Tierra, concretamente en la Patagonia. El cine argentino sí que lo conozco un poco mejor.

Pues bien, en su película, Sorin, entrecruza una serie de experiencias vitales, que son de todo, menos gozosas. Se trata de dramas personales, que rayan en el patetismo: Don Justo, un anciano de ochenta años, que es el dueño de un bar de carretera que regenta su hijo, se ha escapado de casa para buscar a su perro desaparecido desde hace tiempo; Roberto, un viajante de comercio de cuarenta años, lleva en su viejo coche una tarta de crema para el cumpleaños del hijo de la joven viuda de uno de sus clientes; y María Flores, una joven de 25 años, que viaja con su hija en autobús, y acaba de saber que ha resultado ganadora en un sorteo de un programa de TV, cuyo premio mayor es un robot de cocina. Pero la mirada del director sobre todos estos personajes es tierna. Es un enfoque muy amable, que no resta dimensión al fracaso personal de cada personaje, puede ser incluso que lo acentúe, pero el enfoque es muy humano y hasta cierto punto esperanzador. De hecho, oficialmente esta película ha sido calificada como “comedia” y toques cómicos hay, pero dentro de un dramatismo implícito.

El enfoque de Andrey Zvyagintsev, director de Leviatán, sin embargo nos presenta con toda su crudeza la realidad de unas existencias terminales.

Empecemos por recordar que la palabra "Leviatán" se refiere a un monstruo marino, cuya existencia ya se da entender en el Génesis y desde ese mismísimo inicio se asocia con Satanás. Y no me parece casual que Zvyagintsev haya elegido tan diabólica referencia para bautizar su película, pues todo sucede en la proximidad de uno de los mares más remotos del mundo y todas las atrocidades a las asistimos durante la proyección cuentan con las bendiciones eclesiásticas de la iglesia, concretamente de la iglesia ortodoxa, imperante en Rusia.

Zvyagintsev nos traslada, pues a una región terminal del planeta, donde el contexto político es lo suficientemente terminal: los retratos de los anteriores Jefes del Estado hasta Gorbachov, inclusive se utilizan como blancos para demostrar la puntería de los hombres, y si no se usa el de Yeltsin es porque ni siquiera eso merece. Una sociedad terminal, donde la máxima autoridad, es decir, el alcalde, ejerce como gánster oficial, al que se subordinan todos los demás poderes: la policía, el fiscal, los jueces. Las referencias a la Justicia tan sólo sirven para que el espectador comprenda el clima de abusos y podredumbre moral de las fuerzas vivas.

Y en ese campo de cultivo terminal, germinan las vidas terminales de los personajes, como Pasha, un Policía de Tráfico que complementa sus ingresos con las mordidas a los conductores; o Roma, un adolescente, cuyo único aliciente vital consiste en reunirse con sus amigos en una iglesia en ruinas para beber cerveza; pero sobre todo el trío protagonista: Kolya, padre de Roma, el hombre que ve cómo sus bienes son confiscados por una limosna con total impunidad; Dimitri, el abogado moscovita, amigo personal de Kolya, que se traslada al mar de Barents para representar a su amigo, a quien llama hermano; y Lylia, segunda mujer de Kolya, totalmente rechazada por Roma, de quien no es madre biológica, y que forma parte de una cadena de envasado de pescado. Todo ello con el denominador común del vodka, omnipresente en toda la película: aquí no hay nada de la mirada analógica de la madre que se supone que preside la caída del carrito de bebé por las escalinatas en El acorazado Potenkim.

Y particularmente interesante me parece el personaje de Lylia, magníficamente interpretado por Elena Lyadova, a quien el guion no asignó mucho texto, pero su drama interno, su carencia de horizontes, se comprende perfectamente con su expresión corporal, especialmente sus miradas. “¿Te vienes conmigo a Moscú?”, le pregunta Dimitri, una vez que su adulterio ha sido descubierto y castigado físicamente. “¿No entiendo a qué te refieres?” (cito de memoria de los subtítulos).

No hay un más allá. No existe un PLUS ULTRA para los personajes de este largometraje: su vida empieza y termina en la proximidad de Leviatán.
4
6 de febrero de 2015
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Winter Sleep una de las protagonistas de los circuitos alternativos del 2014. Una película desmesuradamente fatalista desde el primer minuto, en la cual la atomósfera decadente - estéticamente mimadísima, por otro lado- resulta corrosiva. Narra la historia que rodea a un antiguo pescador en un antiguo municipio en otras épocas protagonista en la caza de la ballena, hoy consumido por la pobreza y la corrupción, recordado continuamente por los esqueletos de cetáceos en orillas aún rompientes frente al mar. Leviathan quiere mostrar una Rusia impasible y corrupta en prácticamente todas sus instancias, desde la familia, la amistad y las instituciones civiles y religiosas, que devora despiadadamente al individuo. Su gran problema es la falta de equilibirio, sus hechuras de dramón incontenido, de fatalismo argumental tan agresivo que resulta hasta impostado. Yo no compro.
9
9 de febrero de 2015
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribía Marx en el Capital un párrafo que se ha hecho especialmente célebre: "todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones mutuas". En él describe los efectos corrosivos del capitalismo sobre las relaciones sociales y su capacidad para eliminar sin contemplaciones cualquier obstáculo a su mecanismo de expansión y retroalimentación permanente.

Leviatán es, conscientemente, supongo, una especie de parábola que describe las consecuencias de este proceso en la Rusia contemporánea, poniendo en pie una historia en la que se cruzan el drama particular del propietario de una casa ubicada en un paraje idílico a punto de ser expropiada y la tragedia colectiva de una sociedad abandonada a la ley del más fuerte y a los designios de una maquinaria de estado corrupta hasta el tuétano.

La acción tiene lugar en alguna ciudad del norte ruso, situada a miles de kilómetros -suponemos- de la capital, de esa metrópoli capaz de irradiar civilización por la vía del derecho y de mantener ésta en pie gracias al monopolio de la violencia que ejerce el estado. Con todo, a medida que nos alejamos de estos poderosos centros de producción de legitimidad, las cosas se vuelven más difusas: la frontera entre lo legal y lo ilegal se emborronan y la maquinaria del estado, corroída en su interior debido a la presencia de auténticas mafias de funcionarios corruptos, se convierte en una apisonadora al servicio de intereses personales. Es fácil identificar al Leviatán del título con la dicha maquinaria: dos de los protagonistas de la película sufren en sus carnes las consecuencias del enfrentamiento con ella. En la biblia cristiana Leviathan es la encarnación del mal: un monstruo que vive en las profundidades de los océanos y que está emparentado con la serpiente que sedujo a Adán y Eva conduciéndolos a su expulsión del paraíso. Este mal absoluto es identificado en la película con la trama formada por la "gente honorable" del pueblo: el alcalde, los funcionarios de la administración y de la justicia, los policías y el pope ortodoxo.

Y es esta red de delincuente legales que conforman eso que solía denominarse "las fuerzas vivas" la que da forma al Leviatán del título. El Mal absoluto se sustancia en una constelación de males particulares que actúan movidos exclusivamente por la codicia. No es tanto una cuestión de debilidades de carácter como un problema estructural en el que cada individuo es una pieza con poco margen de maniobra. La película no es moralista -por lo menos durante la mayor parte del metraje-, no carga tanto el acento en las mezquindades individuales -aunque tampoco pasa de largo ante ellas- como en la configuración de la sociedad en la que viven los protagonistas. Y es, al apelar al condicionante colectivo de las existencias individuales, una película de marcado carácter político, que pone sobre la pantalla la incapacidad de la política, de la propia democracia y del estado de derecho diría yo, para sobrevivir en un entorno en el cual lo único que cuenta es el afán de lucro descarnado y el uso de la violencia para que sus engranajes funcionen con soltura. En este sentido, este pueblo en el límite entre lo civilizado y lo bárbaro parece funcionar como metonimia de toda la sociedad rusa al exponer una serie de conflictos que trascienden lo que serían las problemáticas propias de una villa pequeña.

Visualmente la película apabulla con su fotografía de ese norte descarnado y semidesértico, con las panorámicas de las carreteras interminables, con los planos de ese mar que bate con violencia sus playas y acantilados. Si lo bello es la combinación de lo hermoso y lo terrible, podríamos decir que los paisajes en las que se desarrollan las distintas escenas son de una belleza indiscutible. En ocasiones, incluso, rozando el delirio, como en esos planos en los que un esqueleto de una ballena varada en una de las playas ilustra con la efectividad de lo violento la decadencia de lo que, intuimos, fue una antaño vibrante ciudad pesquera ahora sin actividad.

Para estructurar la parábola Zvyagintsev construye varios escenarios con sus propias reglas, con su lógica interna definida con exactitud: el interior de la casa del protagonista, en la que los conceptos de lo doméstico y de lo familiar se amalgaman con una claustrofobia de baja intensidad y una tenue sensación de cierre; los paisajes abiertos que parecen no terminar nunca y que remiten a una insignificancia de lo humano frente a la naturaleza; la línea de costa, con ese mar amenazante y permanentemente en tensión del que parece a punto de surgir algún tipo de bestia; las oficinas de la administración, con ese regusto al Kafka del Proceso, con ese rumor hobbesiano que recorre toda la película y que en esos lugares resuena de forma especialmente intensa; las dependencias del pope ortodoxo, en las que lo terrenal y lo divino se condensan bajo la forma del lujo. Cada paisaje, natural o humano, determina un tipo de escena y parece arrinconar a sus personajes, obligándolos a desarrollar una conducta concreta. Cada individualidad, más que movida por la fuerza de sus deseos, parece condenada a ser empujada por el peso de la estructura social y de la historia colectiva modelada, entre otras cosas, por un paisaje que parece aplastarlo todo.

(sigue en "spoiler")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Frente a estos personajes (sobre)determinados por su condición, Zvyagintsev expone dos héroes de naturaleza muy diferente: el dueño de la casa que va a expropiar el alcalde y el abogado moscovita que acude a ayudarle. El primero es un mecánico vitalista a lo que le gusta disfrutar de la vida sencilla que lleva, una encarnación de cierta idea de lo que es un componente del "pueblo". El segundo es un idealista convencido de la fuerza del derecho, de la necesidad de la justicia y un creyente en el valor de los procedimientos legales como garantía de la civilización. Ambos son dibujados con finura, atravesados por toda clase de contradicciones y enfrentados a dilemas morales que los hacen evolucionar en su lucha contra la bestia. El aliento de ambos, nos dicen Zvyagintsev, no basta para cambiar el estado de cosas. La voluntad individual es insignificante frente a la malla de intereses personales que tiene contaminada la estructura de la administración y que es la encarnación física de una putrefacción ética total.

Dice Enzesberger en un pequeño ensayo sobre la mafia que ésta es "el capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias". Y esa atmósfera mafiosa que envuelve a todos los protagonistas se sustancia cuando llegan los momentos de la verdad: cuando parece que los deseos de justicia del mecánico y del abogado están a punto de verse recompensados, el uso de la violencia más brutal funciona como el botón rojo que restaura el orden existente. En este sentido, hay un pesimismo desolado que atesta todo el film al entregar el director a sus protagonistas a diversas formas de castigo personal que ponen encima de la mesa el rostro del leviatán, la corrosión de su aliento y la podredumbre de sus motivaciones.

La tesis central del filme explota hasta sus últimas consecuencias en el tramo final del metraje: las voluntades heroicas individuales nunca serán quien de modificar el estado de una sociedad, y, por lo tanto, lo-que-hay es inmutable. La desgracia particular de los protagonistas aparece así como correlato de la catástrofe social de todo un país. Y las luchas particulares semejan estar condenadas al fracaso, ya que, llegado el momento de tocar a los poderes establecidos, uno solo puede aguardar por una derrota absoluta que incluye la posibilidad de la aniquilación.

Finalmente, decir que, junto a "un toque de violencia" de Jia Zhang Ke, la película completa un díptico sobre el capitalismo contemporáneo más allá de nuestro conocido occidente que refuerza la sensación de que el mundo al completo se halla en una espiral de catástrofes de diferentes escalas que parecen inevitables. El carácter de semiwesterns de ambas transmite la idea de que hemos entrado en una era en la que civilización y barbarie conviven sobre un palmo de terreno mientras se redefinen las reglas del juego social, político y económico a gran velocidad. Este capitalismo global que se presenta como plantilla social intocable por todo el planeta bajo la máscara de la democracia liberal resulta ser la puerta a la barbarie absoluta. Frente a ella no bastan las heroicidades individuales. Es obligatorio ir mucho más allá de los sacrificios personales y de la desesperación que se extrae de las caídas consecuentes.
7
12 de noviembre de 2014
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según la Biblia Leviatan es una bestia marina nacida de la voluntad divina. Así el guión de esta película, premiado en Cannes, al igual que el monstruo que le da nombre navega por las aguas, oscila, se retuerce y amenaza con destruirlo todo a su paso.

Quizás lo más asombroso de este Leviatan sea la capacidad de metamorfearse: Lo que en principio parece un drama social, deviene en comedia y esta en drama familiar; igual sucede con sus personajes que no son siempre lo que parecen sobre todo en el caso de Roma, el niño, con el que los sentimientos del espectador varían de la repulsión a la condescendencia.

A la película le cuesta arrancar una barbaridad, se tarda bastante en conectar con ella, en saber realmente que está pasando, cuando aterrizamos por fin en la película nos encontramos en un escenario que nos es bastante reconocible, el de la corrupción y la especulación inmobiliaria, que amenaza a nuestros protagonistas amenazando de muerte la casa de nuestros protagonistas. Encontramos un sistema jurídico incomprensible y una enrevesada burocracia al servicio un cacique local, que con mucho es lo mejor del film. El señor alcalde convierte a nuestros políticos en auténticas monjitas. Todo esto nos muestra una Rusia pobre, desigual y corrupta, donde el pueblo pesquero que nos sirve de escenario esta a años luz de la cosmopolita Moscú.

Así el esperpento se transforma en comedia, dibujándonos a unpueblo ruso obsesionado con las armas, que se ríe de su historia y que encuentra en el consumo compulsivo de vodka la solución a todos los problemas. Grande es la escena campestre donde realizando practicas de tiro y habiéndose acabado las botellas de vodka a las que disparar el guardia de trafico saca de su maletero los retratos de Stalin , Krushev, Gorvachov... Y admite no haber traído el de Yeltsin por ser lo suficientemente bueno.

Es esta escena cuando la película cambia de nuevo, las risas desaparecen,la comedia deviene en drama, ya no social, sino personal, llevándonos a la auto inmolación de los protagonistas. Aunque el cambio de registro pudiera ser brutal en bien digerido por el espectador, no así el final, porque igual que le sucedía con el inicio de la cinta le cuesta muchísimo finalizar regocijándose el realizador con planos y minutos de metraje que no aportan nada y privan al espectador de abandonar la sala con un mejor sabor de boca.
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