La comuna
25 de junio de 2016
25 de junio de 2016
11 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy decepcionado con Vinterberg. Me parece increíble que el mismo director de "La caza" haya perpetrado esta película donde lo único medianamente rescatable son las actuaciones, especialmente de Ulrich Thomsen, nuestro querido mafioso Amish, Proktor, de la serie "Banshee"
La sinopsis en Filmaffinity no es exacta, así que me atreveré a corregirla:
"Un matrimonio de mediana edad con una hija adolescente, ante la imposibilidad de pagar el alquiler de una casa grande y espaciosa, deciden entrevistar a sus amigos y/o conocidos, con la idea de formar una comuna y entre todos ellos pagar el alquiler"
A partir de ahí, entiendo que la película es una visión personalísima del director sobre dónde acaba la libertad del individuo y empieza la responsabilidad de vivir en sociedad.
Que el protagonista sea profesor, y no pueda pagar un alquiler, ya chirría, pero más todavía las situaciones que plantea, donde se lía con una atractiva estudiante y llega a plantearse la posibilidad de que ella viva en la comuna, lo que puede o no molestar a su esposa. Todo ello mientras despierta la sexualidad de su hija adolescente.
Me ha parecido lenta, aburrida, con poca chicha y lo que es peor, ese giro final buscando la emotividad del espectador, no sólo me ha dejado frío, sino que se veía venir desde el principio.
La sinopsis en Filmaffinity no es exacta, así que me atreveré a corregirla:
"Un matrimonio de mediana edad con una hija adolescente, ante la imposibilidad de pagar el alquiler de una casa grande y espaciosa, deciden entrevistar a sus amigos y/o conocidos, con la idea de formar una comuna y entre todos ellos pagar el alquiler"
A partir de ahí, entiendo que la película es una visión personalísima del director sobre dónde acaba la libertad del individuo y empieza la responsabilidad de vivir en sociedad.
Que el protagonista sea profesor, y no pueda pagar un alquiler, ya chirría, pero más todavía las situaciones que plantea, donde se lía con una atractiva estudiante y llega a plantearse la posibilidad de que ella viva en la comuna, lo que puede o no molestar a su esposa. Todo ello mientras despierta la sexualidad de su hija adolescente.
Me ha parecido lenta, aburrida, con poca chicha y lo que es peor, ese giro final buscando la emotividad del espectador, no sólo me ha dejado frío, sino que se veía venir desde el principio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Entre los miembros de la comunidad hay un niño de 5 años con problemas cardíacos, que muere al final de la película, buscando la lagrimita fácil que conmigo no ha funcionado, básicamente por lo esperado de ese final de película.
5 de enero de 2017
5 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película dirigida por Thomas Vinterberg que liberado del “voto de castidad” del colectivo Dogma, sigue fiel a varios de sus puntos, especialmente al 6º mandamiento: la película no debe tener ninguna acción superficial. La reflexión sobre la vida en común de los seres humanos que aporta Vinterberg, se suma a los desarrollos teóricos, investigaciones antropológicas, y experimentos de convivencia que el tema de la vida comunitaria ha traído desde tiempos inmemoriales. Engels afirmaba que la evolución de las tribus comunitarias que compartían alimentos y afectos de forma solidaria e indistinta entre sus miembros de acuerdo a las necesidades del momento y lejos de una organización coercitiva reguladora de las relaciones, fue dando lugar a una constante reducción del círculo de vínculos personales. Esta exclusión progresiva de parientes cercanos deja en último término sola a la pareja y los hijos en un lazo inestable mediado por normativas sociales. Sabemos que la mayor parte de las sociedades ideológicamente monógamas son conductualmente polígamas de ahí la creciente abundancia de divorcios, amantes extraconyugales y el crecimiento de familias monoparentales. El apoyo comunitario se recibe a través de la mediación de las instituciones estatales impersonales a las que el individuo no debe ningún afecto, tan solo su colaboración financiera. Comunidad afectiva y autonomía personal se perciben como antagónicas. La comunidad afectiva y solidaria se torna una versión mitificada de un paraíso que se desvanece. Vinterberg pone en contacto personas que necesitan a los otros y están dispuestos a enriquecerse con los distintos modos de ser y de hacer. Se aventuran en una relación que se opone a la destrucción del mito comunitario: comparten sus bienes, su tiempo y sus afectos generosamente. Pero aún es una familia de familias nucleares. Existe un pacto tácito de respeto a la intimidad de pareja e hijos que no se cuestiona pero se sacude con deslealtades. ¿Qué ocurre cuando el modelo se ve contestado al ser insuficiente para cubrir las necesidades del que ha quedado marginado por la edad o el desamor? La respuesta de Vinterberg es perturbadora: no le queda otra senda que la exclusión. La comunidad patriarcal se rige por la ley del serrallo.
31 de agosto de 2016
31 de agosto de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su anterior obra, La Caza (2012), el danés Thomas Vinterberg elaboraba un sonrojante análisis de una sintética sociedad actual más tendente a operar desde la hipersensibilidad más superficial que desde la robustez de la conciencia, poniendo sobre la mesa cuestiones tan universales y frecuentes como la sobreprotección, la educación, los imborrables estigmas sociales, nuestra tendencia prejuiciosa, la lealtad, el devaluado valor de la verdad y la trascendencia de la mentira… todas ellas retratadas desde una perspectiva que enjuiciaba el desfigurado concepto de la sacrosanta unidad familiar.
Cuatro años después, sustituyendo la alfombra roja de Cannes por la del frío Berlín, vuelve a sugerirnos un debate concentrado en los mismos valores (o en la ausencia de ellos) con los que un día conquistó a público y crítica. Si bien es cierto que La Comuna (2015) carece de la profundidad reflexiva de su anterior trabajo y de su carácter hiriente, sí logra mantener intactos el espíritu reivindicativo -siempre tendente a mostrar la vulnerabilidad del ser humano- y la procurada objetividad, con que el que fuera niño prodigio del movimiento Dogma logra trenzar las subtramas de ambas “tribus”, sometiendo a juicio, sin necesidad de pronunciarse, enraizadas estructuras familiares y establecidos modelos sociales.
Las particularidades de la vida colectiva, ya descritas por Vinterberg en una obra de teatro estrenada en Viena allá por 2011, dan origen a esta adaptación cinematográfica que parte de una curiosa experiencia personal muy similar: al igual que el personaje de Freja (Martha Sofie Wallstrom Hansen), él también superó su etapa adolescente creciendo en un modelo de convivencia comunal del que ahora asegura resultó ser “un entorno muy estimulante en el que aprender a manejar el comportamiento humano” y que además le concedió la oportunidad de escoger a los integrantes de su más íntimo círculo fraternal, de ordenarlo y mejorarlo en base a sus preferencias o necesidades… y de eso precisamente habla la primera parte del film: de la gente que tienes cerca y de la que quieres tener, que no siempre tienen por qué ser la misma.
Erik y Anna, padres de la joven Freja, deciden, cansados de una existencia tediosa y rutinaria, que comienza a hacer mella en su consolidada relación matrimonial, convertir la enorme propiedad recientemente heredada por él en una organización colectivista en la que coexistir bajo su propia normativa, con la que consolidarán una innovadora dinámica familiar muy alejada del ideal hippie setentero: más al contrario, los dos protagonistas se perfilan como profesionales de éxito (él profesor de arquitectura, ella reconocida presentadora de informativos) acostumbrados a una forma de vida evidenciadamente privilegiada.
Planteada en clave de ligera comedia durante sus primeras secuencias, la exposición inicial ennegrece tono, enfoque y lenguaje cuando el colérico Erik (Ulrich Thomsen) se enamora de la encantadora Emma (Helene Reingaard, pareja de Vinterberg en la vida real), una de sus estudiantes. El grupo al completo acepta su inclusión como miembro tras someterlo a votación, provocando la tormenta emocional de Anna (la ganadora del Oso de Plata, Trine Dyrholm). Será ella quien sostenga en esta segunda parte todo el peso del ahora inquietante guión, construyendo un testimonio contenido e inspirado, descomponiendo a esa esposa herida y desorientada, incapaz de afrontar el sentimiento de desconsuelo, fruto de la pérdida, con la actitud abierta y tolerante que creía poseer.
El Lucas de La Caza y la Anna de La Comuna son víctimas respectivas de los incalculables daños directos y colaterales consecuentes de esos contratiempos que golpean imprevisiblemente sus apacibles vidas. Dos seres perjudicados por la falta de compasión e indolencia de la sociedad a la hora de emitir veredictos: él como objeto del prejuicio general y ella siendo expulsada del grupo de forma inmisericorde. Es en ese aspecto donde La Comuna -la obra- funciona más y mejor. Es su talante observador de la naturaleza humana y la respuesta de ésta ante el conflicto el que aporta cierta profundidad a un relato que no encuentra su sitio hasta haber cruzado su línea ecuatorial, conformándose hasta ese momento con ser una modesta descripción de un sueño de aumentar la familia, formulada con frescura y gracia, pero de rendimiento escaso e ingenuo.
Ésas son las grandes bazas de una cinta que no destaca en ningún otro apartado formal, quedándose muy justo en el tibio homenaje que su autor buscaba rendir de esa filosofía altruista y liberal que marcó su infancia y personalidad, despojándolo de toda huella nostálgica y convirtiendo esa añoranza generacional en un asunto menor. Resulta paradójico que intentando reprocharle a nuestro actual sistema de vida un carácter extremadamente individualista, caiga en el error de omitir el desarrollo de los demás personajes, desaprovechando imperdonablemente un maravilloso reparto coral que logra salir airoso, incluso, de las insultantes trampas con que guionista (el casi siempre -esta vez un poco menos- eficaz Tobias Lindhom) y director manipulan al espectador.
Cuatro años después, sustituyendo la alfombra roja de Cannes por la del frío Berlín, vuelve a sugerirnos un debate concentrado en los mismos valores (o en la ausencia de ellos) con los que un día conquistó a público y crítica. Si bien es cierto que La Comuna (2015) carece de la profundidad reflexiva de su anterior trabajo y de su carácter hiriente, sí logra mantener intactos el espíritu reivindicativo -siempre tendente a mostrar la vulnerabilidad del ser humano- y la procurada objetividad, con que el que fuera niño prodigio del movimiento Dogma logra trenzar las subtramas de ambas “tribus”, sometiendo a juicio, sin necesidad de pronunciarse, enraizadas estructuras familiares y establecidos modelos sociales.
Las particularidades de la vida colectiva, ya descritas por Vinterberg en una obra de teatro estrenada en Viena allá por 2011, dan origen a esta adaptación cinematográfica que parte de una curiosa experiencia personal muy similar: al igual que el personaje de Freja (Martha Sofie Wallstrom Hansen), él también superó su etapa adolescente creciendo en un modelo de convivencia comunal del que ahora asegura resultó ser “un entorno muy estimulante en el que aprender a manejar el comportamiento humano” y que además le concedió la oportunidad de escoger a los integrantes de su más íntimo círculo fraternal, de ordenarlo y mejorarlo en base a sus preferencias o necesidades… y de eso precisamente habla la primera parte del film: de la gente que tienes cerca y de la que quieres tener, que no siempre tienen por qué ser la misma.
Erik y Anna, padres de la joven Freja, deciden, cansados de una existencia tediosa y rutinaria, que comienza a hacer mella en su consolidada relación matrimonial, convertir la enorme propiedad recientemente heredada por él en una organización colectivista en la que coexistir bajo su propia normativa, con la que consolidarán una innovadora dinámica familiar muy alejada del ideal hippie setentero: más al contrario, los dos protagonistas se perfilan como profesionales de éxito (él profesor de arquitectura, ella reconocida presentadora de informativos) acostumbrados a una forma de vida evidenciadamente privilegiada.
Planteada en clave de ligera comedia durante sus primeras secuencias, la exposición inicial ennegrece tono, enfoque y lenguaje cuando el colérico Erik (Ulrich Thomsen) se enamora de la encantadora Emma (Helene Reingaard, pareja de Vinterberg en la vida real), una de sus estudiantes. El grupo al completo acepta su inclusión como miembro tras someterlo a votación, provocando la tormenta emocional de Anna (la ganadora del Oso de Plata, Trine Dyrholm). Será ella quien sostenga en esta segunda parte todo el peso del ahora inquietante guión, construyendo un testimonio contenido e inspirado, descomponiendo a esa esposa herida y desorientada, incapaz de afrontar el sentimiento de desconsuelo, fruto de la pérdida, con la actitud abierta y tolerante que creía poseer.
El Lucas de La Caza y la Anna de La Comuna son víctimas respectivas de los incalculables daños directos y colaterales consecuentes de esos contratiempos que golpean imprevisiblemente sus apacibles vidas. Dos seres perjudicados por la falta de compasión e indolencia de la sociedad a la hora de emitir veredictos: él como objeto del prejuicio general y ella siendo expulsada del grupo de forma inmisericorde. Es en ese aspecto donde La Comuna -la obra- funciona más y mejor. Es su talante observador de la naturaleza humana y la respuesta de ésta ante el conflicto el que aporta cierta profundidad a un relato que no encuentra su sitio hasta haber cruzado su línea ecuatorial, conformándose hasta ese momento con ser una modesta descripción de un sueño de aumentar la familia, formulada con frescura y gracia, pero de rendimiento escaso e ingenuo.
Ésas son las grandes bazas de una cinta que no destaca en ningún otro apartado formal, quedándose muy justo en el tibio homenaje que su autor buscaba rendir de esa filosofía altruista y liberal que marcó su infancia y personalidad, despojándolo de toda huella nostálgica y convirtiendo esa añoranza generacional en un asunto menor. Resulta paradójico que intentando reprocharle a nuestro actual sistema de vida un carácter extremadamente individualista, caiga en el error de omitir el desarrollo de los demás personajes, desaprovechando imperdonablemente un maravilloso reparto coral que logra salir airoso, incluso, de las insultantes trampas con que guionista (el casi siempre -esta vez un poco menos- eficaz Tobias Lindhom) y director manipulan al espectador.
25 de marzo de 2017
25 de marzo de 2017
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inteligente drama danés que se muestra profundo, intenso y con toques de comicidad que por momentos tiene pequeñas pinceladas con aroma al cine de Bergman para explorar el mundo interior de la convivencia familiar y los conflictos amorosos. Un elenco muy sólido donde se destaca la maravillosa interpretación de Trine Dyrholm.
El director y coguionista Thomas Vinterberg instala la acción en los años ’70 y se zambulle en las ideas socialistas de la vida en comunidad, sacando a la superficie la edificación de las normas de convivencia colectivas y los límites que las hacen crujir.
La historia se mete en la vida de Erik (Ulrich Thomsen) y Anna (Trine Dyrholm), una pareja cincuentona que quiere volver a vivir en la añeja y enorme casa familiar que el acaba de heredar, pero los gastos son enormes y con sus ingresos familiares no podrán afrontarlos.
Junto a su adolescente hija Freja (Martha Sofie Wallstrøm Hansen) deciden convocar a un grupo de amigos para conformar una comunidad de convivencia con la que van interactuar y afrontar los gatos y la vida cotidiana.
Así es como llegan para sumarse su viejo amigo Ole (Lars Ranthe), la hippie promiscua Mona (Julie Agnete Vang), el inmigrante Allon (Fares Fares) y la pareja conformada por Steffen (Magnus Millang) y Ditte (Anne Gry Henningsen) que tienen un niño de seis años con un problema de corazón al que los médicos le han dado solo tres años más de vida.
En reuniones colectivas van fijando las reglas de funcionamiento y todo marcha casi a la perfección, tanto en la intimidad como en los lugares comunes, siempre decidiendo todo en votaciones democráticas y frecuentes.
Pero los problemas se irán desencadenando cuando Erik se enamora de su estudiante Emma (Helene Reingaard Neumann). Los compañeros ofrecen a Anna la decisión de aceptarla en la casa, aunque ella acepta e intenta aceptar la existencia de la joven 30 años menor, no todo será tan sencillo.
Con un paso sin premios por el Festival de Berlín, la propuesta de Thomas Vinterberg se muestra muy entretenida y en sus tramos más dramáticos escarban con profundidad y cuidado en las reacciones humanas. Una pieza sensible, simple y muy bien lograda.
Calificación Fanaseriecine: 8 sobre 10
El director y coguionista Thomas Vinterberg instala la acción en los años ’70 y se zambulle en las ideas socialistas de la vida en comunidad, sacando a la superficie la edificación de las normas de convivencia colectivas y los límites que las hacen crujir.
La historia se mete en la vida de Erik (Ulrich Thomsen) y Anna (Trine Dyrholm), una pareja cincuentona que quiere volver a vivir en la añeja y enorme casa familiar que el acaba de heredar, pero los gastos son enormes y con sus ingresos familiares no podrán afrontarlos.
Junto a su adolescente hija Freja (Martha Sofie Wallstrøm Hansen) deciden convocar a un grupo de amigos para conformar una comunidad de convivencia con la que van interactuar y afrontar los gatos y la vida cotidiana.
Así es como llegan para sumarse su viejo amigo Ole (Lars Ranthe), la hippie promiscua Mona (Julie Agnete Vang), el inmigrante Allon (Fares Fares) y la pareja conformada por Steffen (Magnus Millang) y Ditte (Anne Gry Henningsen) que tienen un niño de seis años con un problema de corazón al que los médicos le han dado solo tres años más de vida.
En reuniones colectivas van fijando las reglas de funcionamiento y todo marcha casi a la perfección, tanto en la intimidad como en los lugares comunes, siempre decidiendo todo en votaciones democráticas y frecuentes.
Pero los problemas se irán desencadenando cuando Erik se enamora de su estudiante Emma (Helene Reingaard Neumann). Los compañeros ofrecen a Anna la decisión de aceptarla en la casa, aunque ella acepta e intenta aceptar la existencia de la joven 30 años menor, no todo será tan sencillo.
Con un paso sin premios por el Festival de Berlín, la propuesta de Thomas Vinterberg se muestra muy entretenida y en sus tramos más dramáticos escarban con profundidad y cuidado en las reacciones humanas. Una pieza sensible, simple y muy bien lograda.
Calificación Fanaseriecine: 8 sobre 10
19 de diciembre de 2016
19 de diciembre de 2016
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
...es en mi modesta opinión lo mejor de la película, y por ella le doy cinco puntos (y por la cuidada ambientación setentera). El resto: guión absurdo, personajes con los que es imposible empatizar y sensiblería dificilmente compatible con el mensaje que finalmente sobrenada.
Creo que esta película es difícil que satisfaga a nadie -y hay para ello buenos motivos.
Puedes omitir su visionado, estimado filmaffinitista.
Creo que esta película es difícil que satisfaga a nadie -y hay para ello buenos motivos.
Puedes omitir su visionado, estimado filmaffinitista.
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