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Ataúd blanco: El juego diabólico

Terror. Thriller Virginia hará lo imposible para rescatar a su pequeña hija que ha sido secuestrada. Deberá elegir entre la muerte o vivir un día más para intentar salvarla. En su camino enfrentará actos que la harán descubrir que hay cosas peores que la muerte. (FILMAFFINITY)
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14 de septiembre de 2019 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que empieza como una película entretenida y atrapante se pone aburrida y mala.
Debo admitir que me encantan las películas de terror pero esta no es una de ellas.
La película te atrapa y las actuaciones son buenas pero mejorables.
Lo que le rescato a esta horrible película es que se me hizo muy corta como que se pasó volando.
La dieron en la tele y pensando que el final íba a mejorar la he visto entera pero no mejoró y siguió siendo mala.
Aún siendo de corta duración he visto mejores películas de terror.
6
20 de noviembre de 2023 Sé el primero en valorar esta crítica
Antes de ver «Ataúd Blanco: el juego diabólico» (2016), del argentino Daniel de la Vega, tenía tan solo la referencia fugaz del tráiler y algunos comentarios y críticas de la red, en varias plataformas y medios que, más que expectación, me dejaron un mal sano prejuicio hacia la cinta.
Esto se debía a que varios sostenían la presencia de influencias «tarentinianas» y de otros renombrados directores, como Sam Raimi, en la fresca idea del argumento de esta pequeña joya de las «tierras de la plata».
Me imaginé, no sé por qué, una especie de comedia de terror que siempre procuro evitar por la disonancia que me causa la combinación de ambos géneros (llámenme puritano). No denuesto los productos de este lenguaje, que a mí siempre me sabe a espaguetis con mermelada, pero, para gustos colores. Y he de decir que con «El Ejército de las Tinieblas» (1982) de Sam Raimi; «Mordiscos Peligrosos» (1985), de Howard Storm; o «El Día de la Bestia» (1995), de Álex de la Iglesia, por poner algunos ejemplos, he llegado a disfrutar.
Así que decidí desprenderme de mis ideas preconcebidas y me dispuse a darle un espacio de mi tiempo a una película que se me antojaba cómica, al esperar una especie de «gincana», con una de sus protagonistas haciendo el «Fórmula 1» en un coche fúnebre, al estilo de «La carrera del siglo» (1965), de Blake Edwards, con sus toques humorísticos.
Sin embargo, la cosa iba en serio, y de la Vega elabora algo tan tonificante cómo ingenioso, y no tanto por una supuesta originalidad temática, sino por su capacidad de saber coser la multiplicidad de retazos de los que bebe su telar.

Ahí tenemos un montón de tópicos de los que bebe e incorpora en su entramado: «road movie», «slasher», cultos y ritos satánicos, historias de ultratumba (que le dan un especiado muy gótico, innovador en los parajes argentinos), y un largo etcétera de componentes con los que el realizador tiene la habilidad de recrear algo que logra, no solo entretener, sino hasta cierto punto entusiasmar al espectador (hablo en general, no solo del fan del terror), en un escaparate del género que ofrece muchas posibilidades creativas, pero del que muy pocos saben aprovechar los recursos, ya sea por desidia o por imposición de los intereses, las demandas sociales o las limitaciones de presupuesto y de mercado.

Presentada en el festival Fantasia de 2016 en Montreal, «Ataúd Blanco: El Juego Diabólico», hace honor a su subtítulo por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, la aparentemente enrevesada trama que los hermanos García Bogliano hilvanan alrededor de la historia de una madre que, huyendo de un asfixiante y castrador pasado (como no podía ser de otra manera, un marido presuntamente tirano del que sale escapando en su coche con su hija), se verá sumida en el desafío de tener que rescatar al retoño del tan implacable como despiadado destino que le quiere deparar una comunidad de culto (pagano, maligno, satánico... no me quedó claro el origen de la secta, a pesar de lo que se pueda presuponer).
Ahí falla el factor contextual, así como otros aspectos del sustrato vital de los protagonistas. Tenemos a otras dos señoras que se ven igualmente metidas en el enredoso plan. Me supo a poco guisado y elaborado, un filme que apenas llega a los 80 minutos. Y aún no concluida la presentación del planteamiento, se desarrolla y consume a un ritmo trepidante y angustioso, en el que no se escatiman truculentas escenas (sin caer, eso sí, en el abuso y desparpajo de la hemoglobina). Un tiempo que requiere de la más total y absoluta concentración en la pantalla, y no permite desviar la vista, el oído, el gusto ni el tacto (mejor no estar en un ágape viendo la peli), y, aún así, no nos permite perder detalle de cosas que quizás habrían requerido alguna explicación o reflexión más profunda.

Otro aspecto por el que podemos hablar de un auténtico «juego diabólico» es la inversión o perversión de algunos valores personales y sociales de las «concursantes», así como los dilemas a los que éstas se van a someter en la comisión de sus acciones, las cuales, en principio, no llevarían a cabo por mor de estos valores. Por lo tanto, se echa de menos un proceso narrativo de desarrollo más concienzudo de los personajes de Julieta Cardinali (Virginia) y sus competidoras: otra madre interpretada por Eleonora Wexler y una profesora a la que da vida Verónica Intile. Las tres, curiosamente mujeres, en nuestro imaginario colectivo, especialmente el mediterráneo, latino y el de nuestros primos hispanoamericanos, representan las imágenes arquetípicas de la maternidad protectora, capaz de desplegar la furia necesaria para proteger a la prole. Con un irregular espectro de logros, sus actuaciones llevan el encargo implícito de pelear cada una de ellas por el menor que tienen bajo su protección, desde su condición.
Esto implica que en tal empresa salga lo peor de cada una de ellas como ser humano y, ojo ahí, porque según cómo queramos interpretarlo, podemos ver intenciones caricaturescas o burlonas en el papel de la mujer como madre custodia. De hecho, se produce un proceso de transferencia, pues (ya sea uno de «los caídos» o de «los celestiales»), Virginia tendrá su propio ángel guardián en el personaje de Rafael Ferro (Masón).
Es un tema pantanoso desde la perspectiva de género, pues tras la máscara del papel de «mamá heroína», también se puede entrever la puesta en escena de un ser. De las conversaciones del inicio, logramos adivinar que la protagonista se lleva a su niña, a pesar de que su padre tiene la custodia legal.

Así pues, asistimos a una especie de «show» macabro muy parecido en formato a esos programas tipo «Supervivientes» que, a modo de concurso, ponen en liza a varios competidores (en este caso ellas), de los solo uno (o una) podrá salir victorioso (o victoriosa), tras demostrar sus habilidades por encima de las de los demás. Por razones obvias, en este caso resultará muy previsible, puesto que la cámara de Alejandro Giuliani,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
(ejecutando con maestría tomas, secuencias y planos, con una fría paleta de colores que le da a todo un aire muy mortuorio),
ya se pone desde el inicio en el punto de vista subjetivo de Virginia y del de su hija Rebeca (Fiorela Duranda), quien no hace del todo mal, pero le falta labrarse todavía en el oficio.
Quizá una estructura o formato narrativo de historias cruzadas y algo más de «runtime» habría logrado mejores resultados, tanto en el proceso de generar tensión en el público, como a la hora de explicar el relato de una forma más entendible y menos críptica.
La corta duración y el ritmo vertiginoso del guion, que algún que otro tropiezo se da por un exceso de velocidad, acelerada por la partitura de Lucciano Onetti, no nos deja asimilar la gran cantidad de simbolismos (el mapa en el cráneo del cura, el propio ataúd blanco...), y pistas (como el cartel de la niña desaparecida cuando se desvanece el camión que ha abducido a Rebeca, y la «mamá Fitipaldi» se lanza a la persecución) que los Bogliano van soltando en el devenir del «script».
Así es, que podemos no llegar a entender el proceso de la muerte de Verónica y su posterior reivivificación, tras lo que se le conceden ocho horas para rescatar a su hija. ¿Pero, quien o quienes? ¿Cuál es el significado de esta escatológica metáfora?
Aquí, ligada a los misterios de los vínculos intergeneracionales en relación con eventos esenciales del ciclo vital, que empieza con la encarnación, el nacimiento, y termina con la muerte, con el inevitable interrogante ansiógeno sobre lo peor que el más allá pueda ser, más que la propia extinción biológica.
Éste es el punto del terror al que De la Vega parece querer guiarnos al lado de la figura dramática de Virginia.
Mucho estrés y palpitaciones, demasiado para una historia o viaje de cuyo camino posiblemente nos habría gustado disfrutar. Así como de la ambientación, y unos efectos que apenas podemos saborear.
La conclusión es tan desconcertante en su contenido y forma como en su justificación. De la Vega, o no sabía dónde pisar el freno y como resolver, o, teniéndolo perfectamente claro, no nos deja suficientes indicios como para que nos creamos el encaje del final en la estructura total del relato. Pero es que en La Pampa, aparte de alguna llama cabreada, pocas señales podemos esperar hallar, conduciendo por sus pistas y carreteras.

En este contexto, resulta ilustrativo comparar «Ataúd Blanco: El Juego Diabólico» con «Pánico (Hush)» (2009) de Mark Tonderai, pues presentan dos visiones distintas en el cine de terror.
Ambas, a través de su formato «road movie», comparten la temática de un protagonista en una búsqueda desesperada para rescatar a un ser querido abducido en la carretera. Este núcleo narrativo impulsa a los personajes principales a enfrentarse a una serie de obstáculos intensos y peligrosos que ponen a prueba no solo su coraje físico, sino también su fortaleza emocional y moral. La carretera se convierte en un escenario de transformación y revelación. No solo es un lugar de peligro físico, sino también un espacio que resalta la soledad y la desesperación mientras se lucha por la supervivencia y la liberación.

Mientras que De la Vega se sumerge en un estilo gótico y elementos sobrenaturales para crear una narrativa densa y enigmática, Tonderai sigue un enfoque más lineal del «thriller» de terror. De la Vega explora las profundidades psicológicas y culturales de sus personajes, usando el terror como medio para abordar temas más profundos y existenciales, mientras que Tonderai se inclina hacia la creación de una experiencia intensa y visceral, centrada más en la acción directa y el suspense inmediato. Estas diferencias no solo reflejan los estilos únicos de cada director, sino también sus interpretaciones personales de cómo debe ser contada una historia de terror, ya sea como una exploración de temores internos y simbolismos, o como una representación directa y tangible del peligro y el miedo.
1
14 de agosto de 2020 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A España, a las salas de cine en concreto, el cine argentino llega con cuentagotas. Pero lo que es el cine de terror argentino no llega ni por casualidad. Y viendo el ejemplo de "Ataúd blanco", es mejor que siga donde está.
Esta cinta de ínfima calidad, mal dirigida, peor actuada y horriblemente guionizada, no debería haber visto la luz nunca.
He de decir que la vi por internet, realmente, y sentí vergüenza ajena. No por su nacionalidad, por supuesto; no por su falta de medios, ya que hay auténticas obras maestras hechas con dos euros y pidiendo el cambio. La vi por saber cómo se trata al género en una cinematografía, para mí, desconocida en términos de cine de terror.
Me pareció horrible, simplemente.
Volveré a ver más películas argentinas de terror, sin duda; los aficionados a este género somos gente sufrida y misericordiosa, que acostumbramos a ver virtudes hasta en las bazofias más abyectas, y me niego a creer que "Ataúd blanco" sea representativa no ya de una nacionalidad ni de una tendencia, sino de algo tan magnífico como es el CINE. Me niego a creer que, en el cine de género argentino, esto sea representativo de nada... como no sea de tiempo perdido, de bostezo y de indignación por la tomadura de pelo.
9
6 de septiembre de 2020 0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película vertiginosa. A contramano de la mayoría de la filmografía argentina.Con un final tremendo. Me produce mucha tristeza que la mayoría de los cinéfilos argentinos y españoles son impiadosos criticando filmes propios, y muy condescendientes con los bodrios que nos llegan de EEUU. Creo entrever un marcado tinte ideológico en esto. Daniel de la Vega es probablemente el mejor director argentino de este género. Su película es muy superior a cualquiera de las que se estrenan en los cines con gran promocíon, y con un presupuesto muy distinto. Hay que verla sin prejuicios y disfrutarla.
6
7 de noviembre de 2017
2 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las curiosidades que envuelven Ataúd Blanco: El Juego Diabólico son muchas. Que me haya fijado en esos detalles no quiere decir que la cinta en sí no merezca la atención necesaria, al contrario. Es un film al que si tuviéramos que ponerle una etiqueta esta sería: entretenido.

Daniel de la Vega es un habitual del terror, uno de los nuestros vamos. La mayoría de sus películas se mueven dentro de este tipo de cine, en el que parece que se mueve como pez en el agua. Apuntar la buena acogida que han tenido últimamente las producciones argentinas de género, tanto por parte de la crítica como del público. Cada país tiene su idiosincrasia, Argentina, para no ser la excepción le da un toque muy de allí pero perfectamente extrapolable.

La historia, sin abandonar cierto clasicismo, es bastante original. Tiene todos los tics de los films de este tipo, pero añade otros que le dan personalidad. Una cosa a destacar es el toque de humor de algunas escenas, lo que ayuda a desengrasar la ya de por sí truculenta historia. En el otro bando, no escatima elementos para que se nos revuelva el estómago y otras partes del cuerpo humano menos viscerales.

Virginia huye con su hija Rebeca de una historia personal muy dura. En uno de los descansos del viaje, Rebeca desaparece. Aquí empieza una delirante búsqueda que Virginia, ni en sus más oscuros sueños, imaginó.

Divertida película que alcanza sobradamente el objetivo con el que fue rodada, que no es otro de que paséis un buen o mal rato, según se mire. Su excelente ritmo ayuda a todo ello, junto a su justa duración. En el apartado del guion dos viejos conocidos, los hermanos García Bogliano, Adrián y Rodrigo (Sudor Frío), que hacen un excelente trabajo aunque pese demasiado en el resultado final cierta falta de ambición. No es que le falte fuerza, si no que parece que ni ellos mismos se creen la trama. Estoy por decirles: os ha salido algo muy bueno.

Destacar en un aparte, las contadas pero efectistas escenas gore. Están muy bien rodadas, dándoles al mismo tiempo un toque irónico que a más de uno hará, como mínimo, sonreír. Sangre no falta, que conste.

En el apartado musical tenemos al polifacético Luciano Onetti. Gran banda sonora la suya. Recordar la afición del Sr. Onetti por los giallos. Francesca y Sonno Profondo son sus credenciales como director.

En el apartado interpretativo lo tenemos fácil. Julieta Cardinali lleva todo el peso de la cinta. Está perfecta, tanto en su faceta de amantísima madre como en el de forzada heroína. Ya como secundarios, destacar a Rafael Ferro en su papel de Mason y a Eleonora Wexler como Angela.

Lo dicho, una buena película de terror que os hará pasar un rato divertido. Parece sencillo, pero todos sabemos que no lo es.

http://www.terrorweekend.com/2017/11/ataud-blanco-el-juego-diabolico-review.html
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