La semilla del fruto sagrado
2024 

7.1
1,650
Drama. Intriga
El juez de instrucción Iman se enfrenta a la paranoia en medio de los disturbios políticos de Teherán. Cuando su pistola desaparece, sospecha de su mujer y sus hijas, imponiendo medidas draconianas que tensan los lazos familiares a medida que las normas sociales se desmoronan. (FILMAFFINITY)
Candidata al Oscar a Mejor película internacional, por Alemania.
Candidata al Oscar a Mejor película internacional, por Alemania.
20 de enero de 2025
20 de enero de 2025
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Idea motriz. Hay personas que sepultan la responsabilidad de actos que no consideran justos si descargan la culpabilidad en sus superiores. Son parte de un engranaje en el que se sienten seguros. En el momento en el que se pierde esa seguridad, se comportan como lo que siempre han sido, personas sin piedad, fanáticos, capaces de hacer daño a las personas más cercana. Su máscara ocultaba un rostro feroz
Como se lleva al cine. Reflejando la vida de una familia de un juez de instrucción de un tribunal religioso en Irán durante las protestas de 2022 a raíz de la muerte en comisaría de una mujer que había sido detenida por mostrar el pelo de una manera considerada indecorosa. La familia se ve involucrada en esas revueltas, bien instruyendo sumarios contra manifestantes detenidos o bien al experimentar la represión de manera directa o indirecta. La pacífica vida familiar se rompe cuando el padre se siente en peligro, reproduciendo lo que hace en el tribunal en su familia.
Ritmo, tono, guion, dirección, música, interpretación. La duración de la película, 168 minutos, se hace muy larga. Se emplea planos fijos, de larga duración. El tono de la película varía a la mitad de la película, a mi modo de ver eso lesiona el resultado, primando unas escenas de acción y persecuciones repetitivas. Ese cambio de ritmo a mitad de la película lo produce un hecho sin justificación, lo que convierte ese acto en una mera escusa para introducir el fenómeno de desenmascaramiento, en donde la empatía que el director alimenta al comienzo de la película con el padre se pierde en un fenómeno de desenmascaramiento. Las interpretaciones sostienen ese débil entramado desarrollado en el guión.
Lo que más me ha gustado. El resaltar la importancia de las redes sociales en sociedades teocráticas, y en general autoritarias. Las escenas que se muestran en las pantallas de los móviles y su introducción en la película es su principal acierto. También es interesante el dibujo del ambiente familiar y la figura de la madre, responsable de que el comportamiento de sus hijas sea el adecuado y no perturbe las mejoras en la vida familiar que conlleva su complicidad con la política autoritaria del gobierno.
Lo que menos me ha gustado. El cambio de tono y ritmo que aparece en la mitad de la película y que toma el formato de película de acción, a mi modo de ver con un desarrollo confuso, repetitivo y con un final previsible.
Imágenes que quedan en mi memoria. Las imágenes de la represión de las protestas en los móviles y su trato en las noticias de la televisión.
Conclusión. Una película interesante, en donde se muestra como, en la teocracia de Irán, ni las familias mejor posicionadas en la estructura social y religiosa pueden permanecer al margen de las consecuencias de la represión política y religiosa del país. El director muestra personas que muestran su rechazo a la represión desde una perspectiva sentimental y no política, donde la amistad por una persona herida por la policía es la que parece dirigir el posicionamiento político. Los conflictos familiares generados por la represión son a mi modo de ver lo mejor de la película, que de una manera poco resuelta en el guion se adentra en un ritmo de intriga y persecuciones que disminuye el interés que hasta ese momento ha generado la película, con un desarrollo demasiado previsible y con un desencadenante poco justificado.
Como se lleva al cine. Reflejando la vida de una familia de un juez de instrucción de un tribunal religioso en Irán durante las protestas de 2022 a raíz de la muerte en comisaría de una mujer que había sido detenida por mostrar el pelo de una manera considerada indecorosa. La familia se ve involucrada en esas revueltas, bien instruyendo sumarios contra manifestantes detenidos o bien al experimentar la represión de manera directa o indirecta. La pacífica vida familiar se rompe cuando el padre se siente en peligro, reproduciendo lo que hace en el tribunal en su familia.
Ritmo, tono, guion, dirección, música, interpretación. La duración de la película, 168 minutos, se hace muy larga. Se emplea planos fijos, de larga duración. El tono de la película varía a la mitad de la película, a mi modo de ver eso lesiona el resultado, primando unas escenas de acción y persecuciones repetitivas. Ese cambio de ritmo a mitad de la película lo produce un hecho sin justificación, lo que convierte ese acto en una mera escusa para introducir el fenómeno de desenmascaramiento, en donde la empatía que el director alimenta al comienzo de la película con el padre se pierde en un fenómeno de desenmascaramiento. Las interpretaciones sostienen ese débil entramado desarrollado en el guión.
Lo que más me ha gustado. El resaltar la importancia de las redes sociales en sociedades teocráticas, y en general autoritarias. Las escenas que se muestran en las pantallas de los móviles y su introducción en la película es su principal acierto. También es interesante el dibujo del ambiente familiar y la figura de la madre, responsable de que el comportamiento de sus hijas sea el adecuado y no perturbe las mejoras en la vida familiar que conlleva su complicidad con la política autoritaria del gobierno.
Lo que menos me ha gustado. El cambio de tono y ritmo que aparece en la mitad de la película y que toma el formato de película de acción, a mi modo de ver con un desarrollo confuso, repetitivo y con un final previsible.
Imágenes que quedan en mi memoria. Las imágenes de la represión de las protestas en los móviles y su trato en las noticias de la televisión.
Conclusión. Una película interesante, en donde se muestra como, en la teocracia de Irán, ni las familias mejor posicionadas en la estructura social y religiosa pueden permanecer al margen de las consecuencias de la represión política y religiosa del país. El director muestra personas que muestran su rechazo a la represión desde una perspectiva sentimental y no política, donde la amistad por una persona herida por la policía es la que parece dirigir el posicionamiento político. Los conflictos familiares generados por la represión son a mi modo de ver lo mejor de la película, que de una manera poco resuelta en el guion se adentra en un ritmo de intriga y persecuciones que disminuye el interés que hasta ese momento ha generado la película, con un desarrollo demasiado previsible y con un desencadenante poco justificado.
18 de enero de 2025
18 de enero de 2025
6 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue en los nerviosos 90, cuando Abbas Kiarostami obró un milagro. Durante esos años, películas como «Close-Up» (1990), «El sabor de las cerezas» (1997) y «El viento nos llevará» (1999) entre otras, impusieron el llamado cine posrevolucionario de Irán en el panorama de los mejores festivales internacionales de cine. Entonces nació una paradoja, la que entrelaza las sospechas y el resquemor que EE.UU. muestra ante el país de los arios, incluido por George W. Bush en el llamado eje del mal, y la percepción de sus hermosas películas atravesadas por el hondo humanismo de protagonistas rebosantes de sensibilidad, sutileza y piedad. Llevamos tres décadas con esa esquizofrénica sensación: cuanto más se demoniza a los gobernantes de Irán, más se nos acercan sus ciudadanos y ciudadanas que insuflan tanta verdad a películas de cineastas como Asghar Farhadi, Jafar Panahi, Mohsen Makhmalbaf y Bahman Ghobadi entre otros. Con mayor o menor brillantez todos estos profesionales y muchos más surfean con contratiempos y mordazas ante las presiones y amenazas de la censura iraní. Con ellas, y pese a ellas, se pasean por los festivales para mostrar la zozobra que aflige a la sociedad iraní.
De hecho, «La semilla de la higuera sagrada» ganó el premio especial del jurado de la última edición de Cannes. Su hacedor, el guionista y director Mohammad Rasoulof (Shiraz, 1972), es bien conocido entre nosotros. Obras como «La isla de hierro» (2005), «Un hombre íntegro» (2017) y «La vida de los demás» (2020) lo retratan como un buen realizador, crítico y beligerante con el poder, tal vez carente de la sutileza poética de Kiarostami o de la precisión para contornear los personajes de Farhadi, pero no menos interesante que Panahi o Ghobadi, directores que cuentan, hasta ahora, con más repercusión que él.
Probablemente, junto a la citada «La isla de hierro», le cabe a esta «semilla», el valor de ser su obra más equilibrada, más ajustada, no de duración, que Rasoulof tiende a extenderse más de la cuenta, y emocionalmente la más inspirada. Impregnada por la actualidad reciente, la que provocó revueltas feministas por los desmanes cometidos por los servidores más integristas del Tribunal Revolucionario, el mismo que condenó a Rasoulof a 8 años de cárcel, la película navega desde el melodrama familiar al thriller para concluir con un fresco sobre la misoginia machista del sector más reaccionario y religioso del Irán político.
Con la entrega de una pistola y ocho balas comienza «La semilla de la higuera sagrada». Quien la recibe se llama Iman, ha sido nombrado juez instructor del citado Tribunal Revolucionario. Se trata de un padre de familia casado y con dos hijas, cuya relación ha sido normal dentro de una normalidad que consagra la desigualdad entre hombres y mujeres. Su mujer, Najmeh (Soheila Golestani) escolta, defiende y respalda lo que su marido hace y representa. Sus hijas, a punto de cumplir los 21 la mayor, ya dejaron de ser niñas y, como buena parte de la gente joven iraní, conjugan como pueden las tradiciones con el deseo de libertad.
En ese contexto familiar, con aires que evocan el cine español e italiano de los años 50, Rasoulof va despojando progresivamente a sus personajes de los velos de la conveniencia para mostrar la desnudez de los sentimientos. Con esa impregnante sensación de peligro inminente y de amenaza incierta que barniza buena parte del cine iraní, con el vértigo de esa espiral de complicaciones en la que Farhadi es magistral, tras el aparente confort y la calma, la tensión, el horror y la culpa, cobran forma de manera paulatina.
Haciendo buena la sentencia de que, cuando una pistola aparece en el comienzo de un filme, terminará por dispararse en su última secuencia, el arma se convierte en el McGuffin de un relato de suspense psicológico y en un instrumento de crítica feminista. Con calma, sin estridencias ni digresiones, Rasoulof teje una tela de araña sobre Iman, ese juez instructor del mismo Tribunal que le obligó a exiliarse a Alemania por hacer películas como ésta. En cierto modo, Rasoulof arregla cuentas con ese juez pusilánime y acomodaticio. La cuestión es que esta película, pese a su extensión, atrapa, denuncia y reflexiona. Pero sobre todo pregunta. Se interroga (y nos interroga) sobre la condición humana, su debilidad, la burla de la justicia, la ignominia de la desigualdad, el fanatismo religioso y la crueldad de ese Dios que nunca cambia para quienes, en su nombre, deciden la vida de los demás.
De hecho, «La semilla de la higuera sagrada» ganó el premio especial del jurado de la última edición de Cannes. Su hacedor, el guionista y director Mohammad Rasoulof (Shiraz, 1972), es bien conocido entre nosotros. Obras como «La isla de hierro» (2005), «Un hombre íntegro» (2017) y «La vida de los demás» (2020) lo retratan como un buen realizador, crítico y beligerante con el poder, tal vez carente de la sutileza poética de Kiarostami o de la precisión para contornear los personajes de Farhadi, pero no menos interesante que Panahi o Ghobadi, directores que cuentan, hasta ahora, con más repercusión que él.
Probablemente, junto a la citada «La isla de hierro», le cabe a esta «semilla», el valor de ser su obra más equilibrada, más ajustada, no de duración, que Rasoulof tiende a extenderse más de la cuenta, y emocionalmente la más inspirada. Impregnada por la actualidad reciente, la que provocó revueltas feministas por los desmanes cometidos por los servidores más integristas del Tribunal Revolucionario, el mismo que condenó a Rasoulof a 8 años de cárcel, la película navega desde el melodrama familiar al thriller para concluir con un fresco sobre la misoginia machista del sector más reaccionario y religioso del Irán político.
Con la entrega de una pistola y ocho balas comienza «La semilla de la higuera sagrada». Quien la recibe se llama Iman, ha sido nombrado juez instructor del citado Tribunal Revolucionario. Se trata de un padre de familia casado y con dos hijas, cuya relación ha sido normal dentro de una normalidad que consagra la desigualdad entre hombres y mujeres. Su mujer, Najmeh (Soheila Golestani) escolta, defiende y respalda lo que su marido hace y representa. Sus hijas, a punto de cumplir los 21 la mayor, ya dejaron de ser niñas y, como buena parte de la gente joven iraní, conjugan como pueden las tradiciones con el deseo de libertad.
En ese contexto familiar, con aires que evocan el cine español e italiano de los años 50, Rasoulof va despojando progresivamente a sus personajes de los velos de la conveniencia para mostrar la desnudez de los sentimientos. Con esa impregnante sensación de peligro inminente y de amenaza incierta que barniza buena parte del cine iraní, con el vértigo de esa espiral de complicaciones en la que Farhadi es magistral, tras el aparente confort y la calma, la tensión, el horror y la culpa, cobran forma de manera paulatina.
Haciendo buena la sentencia de que, cuando una pistola aparece en el comienzo de un filme, terminará por dispararse en su última secuencia, el arma se convierte en el McGuffin de un relato de suspense psicológico y en un instrumento de crítica feminista. Con calma, sin estridencias ni digresiones, Rasoulof teje una tela de araña sobre Iman, ese juez instructor del mismo Tribunal que le obligó a exiliarse a Alemania por hacer películas como ésta. En cierto modo, Rasoulof arregla cuentas con ese juez pusilánime y acomodaticio. La cuestión es que esta película, pese a su extensión, atrapa, denuncia y reflexiona. Pero sobre todo pregunta. Se interroga (y nos interroga) sobre la condición humana, su debilidad, la burla de la justicia, la ignominia de la desigualdad, el fanatismo religioso y la crueldad de ese Dios que nunca cambia para quienes, en su nombre, deciden la vida de los demás.
19 de enero de 2025
19 de enero de 2025
4 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia sigue a Iman, un juez de instrucción que comienza a sospechar de su propia familia cuando su pistola desaparece en medio de disturbios políticos. A medida que Iman impone medidas severas en su hogar, los lazos familiares se tensan hasta el punto de ruptura, reflejando las tensiones de una sociedad donde la paranoia y la falta de confianza son moneda corriente.
El guion combina intriga y drama social de manera efectiva, construyendo un relato que no solo examina las dinámicas familiares, sino que también actúa como una metáfora de los sistemas de poder y control en tiempos de crisis. Aunque algunos giros son predecibles, la tensión acumulativa mantiene al espectador inmerso en la narrativa.
Mohammad Rasoulof crea una atmósfera cargada de tensión utilizando escenarios cerrados y encuadres ajustados que refuerzan el aislamiento emocional y psicológico de los personajes. La dirección enfatiza los silencios, las miradas y los gestos sutiles, creando un sentimiento de opresión que resuena tanto en el hogar de Iman como en el tumultuoso contexto político de Teherán.
Rasoulof logra equilibrar el drama familiar con la crítica social, mostrando cómo las decisiones individuales y los conflictos domésticos están profundamente influenciados por un sistema más amplio de control y represión.
El elenco, que incluye a la esposa e hijas además de Iman, aporta profundidad emocional al relato. Las actuaciones de estas mujeres son esenciales para mostrar el impacto de las acciones de Iman, ofreciendo una perspectiva humana sobre las consecuencias de su paranoia.
La cinematografía utiliza sombras, espacios cerrados y colores apagados para reflejar el ambiente opresivo de la historia. Las tomas de la casa de Iman contrastan con las imágenes de las calles de Teherán en disturbios, reforzando la sensación de que el conflicto externo se filtra inexorablemente en la intimidad del hogar.
Es un drama que destaca por su capacidad para entrelazar una narrativa personal con una crítica social incisiva. Mohammad Rasoulof entrega una obra tensa y reflexiva que invita al espectador a considerar las consecuencias de la paranoia, tanto a nivel individual como colectivo.
El guion combina intriga y drama social de manera efectiva, construyendo un relato que no solo examina las dinámicas familiares, sino que también actúa como una metáfora de los sistemas de poder y control en tiempos de crisis. Aunque algunos giros son predecibles, la tensión acumulativa mantiene al espectador inmerso en la narrativa.
Mohammad Rasoulof crea una atmósfera cargada de tensión utilizando escenarios cerrados y encuadres ajustados que refuerzan el aislamiento emocional y psicológico de los personajes. La dirección enfatiza los silencios, las miradas y los gestos sutiles, creando un sentimiento de opresión que resuena tanto en el hogar de Iman como en el tumultuoso contexto político de Teherán.
Rasoulof logra equilibrar el drama familiar con la crítica social, mostrando cómo las decisiones individuales y los conflictos domésticos están profundamente influenciados por un sistema más amplio de control y represión.
El elenco, que incluye a la esposa e hijas además de Iman, aporta profundidad emocional al relato. Las actuaciones de estas mujeres son esenciales para mostrar el impacto de las acciones de Iman, ofreciendo una perspectiva humana sobre las consecuencias de su paranoia.
La cinematografía utiliza sombras, espacios cerrados y colores apagados para reflejar el ambiente opresivo de la historia. Las tomas de la casa de Iman contrastan con las imágenes de las calles de Teherán en disturbios, reforzando la sensación de que el conflicto externo se filtra inexorablemente en la intimidad del hogar.
Es un drama que destaca por su capacidad para entrelazar una narrativa personal con una crítica social incisiva. Mohammad Rasoulof entrega una obra tensa y reflexiva que invita al espectador a considerar las consecuencias de la paranoia, tanto a nivel individual como colectivo.
2 de febrero de 2025
2 de febrero de 2025
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me parece una película excelente con una sensibilidad exquisita.
La ternura familiar combate con la violencia externa.
Con qué delicadeza la madre atiende, a su pesar, a esa joven que presintió una amenaza para su familia, sólo por su naturalidad, por la frescura de su inocente inconsciencia femenina en un mundo hostil de masculinidad y prejuicios. Y aún así, una a una, con dolor y con tiernas caricias extrae cada bala de metralla impune.
Incluso en un contexto de tanta violencia, la verdad en la familia se va revelando con respeto, y con susurros y silencios; sólo una voz se eleva, la de la hija mayor ante la intolerable injusticia paterna.
Hasta el desenlace final: los interrogatorios, el miedo, el aislamiento...
Entonces ya, surge la rebelión irrefutable, por pura supervivencia, de las mujeres sometidas a la falsedad de un sistema, en que los varones, no hombres, porque los que son hombres tienen humanidad y éstos no la tienen, han olvidado que han nacido de mujer y utilizan el nombre de Dios en vano, para justificar su violencia contra las mujeres.
Y es la última generación de mujeres, todavía adolescente, quien, con la propia arma del agresor en mano, frente a frente, no le dispara, no lo hiere y mata, sino que destruye el suelo, la base en que se asienta, decadente, en ruinas, desértica y caduca, para hacerlo caer en su propio abismo, quedando al fin sepultado, mientras su mano feminicida aparece desnuda, inerte, despojada del arma homicida que yace a su pie.
La ternura familiar combate con la violencia externa.
Con qué delicadeza la madre atiende, a su pesar, a esa joven que presintió una amenaza para su familia, sólo por su naturalidad, por la frescura de su inocente inconsciencia femenina en un mundo hostil de masculinidad y prejuicios. Y aún así, una a una, con dolor y con tiernas caricias extrae cada bala de metralla impune.
Incluso en un contexto de tanta violencia, la verdad en la familia se va revelando con respeto, y con susurros y silencios; sólo una voz se eleva, la de la hija mayor ante la intolerable injusticia paterna.
Hasta el desenlace final: los interrogatorios, el miedo, el aislamiento...
Entonces ya, surge la rebelión irrefutable, por pura supervivencia, de las mujeres sometidas a la falsedad de un sistema, en que los varones, no hombres, porque los que son hombres tienen humanidad y éstos no la tienen, han olvidado que han nacido de mujer y utilizan el nombre de Dios en vano, para justificar su violencia contra las mujeres.
Y es la última generación de mujeres, todavía adolescente, quien, con la propia arma del agresor en mano, frente a frente, no le dispara, no lo hiere y mata, sino que destruye el suelo, la base en que se asienta, decadente, en ruinas, desértica y caduca, para hacerlo caer en su propio abismo, quedando al fin sepultado, mientras su mano feminicida aparece desnuda, inerte, despojada del arma homicida que yace a su pie.
17 de enero de 2025
17 de enero de 2025
3 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque quizá un poco larga, con sus casi tres horas, no se puede reprochar a esta producción irání del exilio alemán falta de compromiso ni acierto en la denuncia de la teocracia chií, su brutalidad policial, el sistema jurídico represor, la agresividad contra las mujeres y, en general, la conculcación de los derechos humanos. A través de la historia de una familia —el padre funcionario disciplinado, la madre contemporizadora y las hijas sensibilizadas por la criminalidad del sistema— se plasman las grietas del régimen que aumentan con la distancia generacional. El final, en la ciudad de adobe abandonada, tiene su poética, aunque parece llevar la película al cine de género. Sólida.
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