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La noche del cazador

Intriga. Drama. Cine negro. Thriller Tras realizar un atraco en el que han muerto dos personas, Ben Harper regresa a su casa y esconde el botín confiando el secreto a sus hijos. En la cárcel, antes de ser ejecutado, comparte celda con Harry Powell y en sueños habla del dinero. Tras ser puesto en libertad, Powell, obsesionado por apoderarse del botín, va al pueblo de Harper, enamora a su viuda y se casa con ella. (FILMAFFINITY)
Críticas 232
Críticas ordenadas por utilidad
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8
23 de enero de 2008
119 de 166 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Abandonad toda esperanza". Dante Alighieri.
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En la infancia todo es simple, todo es blanco o negro. No hay caballos pintos al galope con músculos en tensión −eso son matices− sino que los caballos van al trote como si fueran de cartón, y las persecuciones son lentas porque el mundo es para siempre y en ellas no se corre, se resbala. La muerte se presenta como un espectro de una extraña belleza de trazo grueso, sin detalle: melancólica, pero no traumática.

Es curioso que Charles Laughton odiara a los niños, porque supo retratar perfectamente la onírica visión del mundo que, desde la infancia, se tiene de las cosas. Un mundo de juguete, con agitados estanques de colores en lugar de ríos y telones oscuros con purpurina suplantando la estrellada y eterna noche del cazador. Y es que, a veces, la película parece transcurrir en la habitación de un niño, tal es el efecto de los decorados o localizaciones, y no en un campo o un pueblo sureño.

Y, por supuesto, los malos son tipos que saltan y chillan como monos.

Esa visión maniquea de las cosas es muy propia de la infancia. Los malos, muy malos; los buenos... muy buenos. Pero no se nos presenta con moralina −digo yo− sino con mordacidad. La visión de alguien que retrata con nostalgia un cuento sobre el misterio de la niñez, pero que a la vez tenía alergia a los niños. Y eso no es contradictorio, es una evolución natural del cínico hacia la resignación del que reclama la sencillez de la infancia aun sabiendo que ese plazo caduco lleva el germen de la depravación, la incoherencia, el puritanismo y la codicia.

No es moralina ensalzar a los críos, por tanto, todo lo contrario. Porque la mejor forma de mostrar el sinsentido de los adultos es hacerlo desde el esquematismo infantil y el esquematismo de ese sur arquetípico. Pero en esa sencillez hay una mirada burlona, obscena, cínica, a la degeneración del paso del tiempo que nos convierte en viejos obsesionados con los juguetes del dinero, el sexo y el perdón de los pecados. Amén. No es Mitchum (y lo que representa) el único que sale escaldado en esta cinta.

Por todo ello, Laughton no ensalza la niñez por moralina −insisto− creo yo. Lo hace más bien por resignación. De hecho, ni siquiera creo que la ensalce propiamente hablando. Y es que creo que es un reflejo de escepticismo coñón lo que se dibuja en la mirada perdida de Lillian Gish al final de la cinta. Un reflejo que no es de Gish, sino de Laughton; un reflejo que configura el edulcorado speech final como broma última, como ridiculización de la visión adulta que considera la infancia una esperanza.

Laughton no presenta la niñez como esperanza, sino como inevitable período de incubación.
3
28 de julio de 2008
179 de 303 usuarios han encontrado esta crítica útil
La polémica suscitada por Inland Empire y que puso a debate si David Lynch era artista o farsante provocó ríos de tinta y abrió nuevas fisuras en la forma de entender el Cine; aparte del cada vez más patente, aunque venga de años, distanciamiento público-crítica. En el cine, donde se aglutinan a partes iguales Arte, Historias y propagandas, las fronteras están muy difusas y la valoración cartesiana es francamente difícil. Si ya el Arte es indescriptible, y sólo algunos valientes se han mojado -como Victor Hugo diciendo aquello de “Art c´est azur” (más poético azur que blue, por supuesto)-, no hay una normalización de valoraciones, y es imposible la objetividad.

La crítica, como colectivo, tampoco escapa al comportamiento gregario: no puedo creerme que a una mayoría de críticos les apasione y no les chirríe “La noche del cazador”, película que por otra parte provocó los más enconados insultos hacia el bueno de Charles Laughton por el mismo gremio que con el tiempo le idolatraría. Las modas vienen y van; son abanderadas por las teorías de una serie de críticos prestigiosos, que a su vez, volverán a ser cuestionadas y puestas a debate en el futuro. Pero lo malo de todo esto es que no hay criterios; o si los hay, podrían ser debatidos con opiniones diametralmente opuestas e igualmente válidas.

¿Y la opinión de alguien con gusto “educado”?, ¿Y la opinión de alguien con gusto “educado y refinado”? ¿Y la opinión de alguien con gusto “educado, refinado y adulto”?. Me temo que nunca sería un gusto “analítico”, como mucho “hábilmente argumentado”. Quizás sí en las formas y fondos de una momento puntual, en las originalidades, en nuevas tecnologías y puntas de lanza en las maneras distintas de narrar filmando o elaborar un guión; pero el Cine, y el Arte también, se escapa escurridizo a cualquier análisis desde el raciocinio.

Nos queda el gusto personal; pero también, el uso responsable que hagamos del término “Clásico” sin confundirlo con "películas preferidas" y sin mezclarlo con la nostalgia. Al fin y al cabo me temo que el prestigio del que goza esta película a día de hoy es debido a que los niños que hace años se aterrorizaron viéndola ahora ocupan los puestos más relevantes e influyentes del mundo de la opinión cinematográfica.
8
26 de diciembre de 2006
75 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez dos niños que perdieron a su padre (ejecutado por tratar de asegurar el porvenir de su progenie, en tiempos de miseria y depresión, con un dinero manchado de sangre, un dinero maldito) y a su madre (devorada por el ogro predicante, el hermoso y falsísimo profeta). Dos niños que se enfrentan a una fuga lineal e inexorable y se encuentran, al fin, con un hada buena y candorosa, armada hasta los dientes y con trazas de abuelita universal.

Robert Mitchum nos regala una estampa memorable, una voz espléndida y una actuación en cierto modo sobrevalorada. El resto del reparto nos sirve para aderezar una narración que no es cine de actores, sino de encuadres y sueños infantiles (los animales, la torpeza temible del monstruo perseguidor, su proximidad amenazante, la sensación de huida sin descanso y el miedo a las tinieblas: ¿no viene acaso el ogro por la noche?).

La iluminación resulta en ocasiones bastante incoherente (¿a qué buscarle coherencia a lo soñado por un crío?); los personajes podrían ser fantasmas sin sustancia, deformados y excesivos en su irrealidad de monigotes. ¿Y qué importa?

Como diría Borges, no hay secuencia que no depare alguna felicidad (la madre en el río, con el cabello ondulante; la magia en los encuadres sorprendentes; el duelo de melodías entre el ogro y la abuelita, y un interminable etcétera que animo a degustar viendo la película de cabo a rabo, con el alma avizor y libre de prejuicios materiales).

¿La presencia del bien y del mal? ¿De una cierta moralina? ¿De un código ético más allá de toda discusión…? ¿No es ése el hábitat del niño que se inicia en los meandros de la vida social y colectiva?

¿No son las pesadillas puro miedo entre las sombras y verdades afiladas como navajazos?

La historia no es redonda. Es imperfecta, incoherente, desmañada, absurda, inexplicable. Lo mismo que la infancia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cuanto al meloso y bonancible final, ¿quién, al salir con bien de una mala aventura onírica, no se ha sentido alguna vez invulnerable? ¡Y lo a gusto que se queda uno advirtiendo que, en este caso, es la abuelita la que se merienda al lobo!
9
18 de febrero de 2011
54 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Se ambienta en la sombría época de la Depresión y la protagoniza un asesino en serie, gran Mitchum. Pero, siendo siniestra, y basada en una novela negra, no es sin embargo una película negra, ni de crítica social.
Su formato es de cuento tradicional (en palabras de Laughton, “una pesadilla de Mamá Gansa”).

2) Contra lo creído, cuentos tradicionales como los recopilados por los hermanos Grimm no eran para niños sino que servían al pueblo iletrado para transmitir oralmente sus códigos de valores.
En busca de eficacia, manejan símbolos fuertes, de apariencia cruel: niños abandonados, padres desaparecidos, decapitaciones, plagas, maldiciones, raptos, etc. El bien y el mal se polarizan sin la menor ambigüedad.
Aunque lo intenta con mil argucias, el mal termina derrotado por el bien y recibe castigo mientras las virtudes clásicas son enaltecidas.

3) En lo genérico, éste es el marco de acción de Laughton, que se ajusta sin apartarse un centímetro ni engañar a nadie. En sí, la historia del espantoso Predicador, asesino de viudas al olor de su dinero y perseguidor de niños por esa misma avidez, es corriente. No aporta grandes novedades sobre la naturaleza humana ni sobre el mundo sureño.
Pero en lo artístico Laughton despliega un deslumbrante festival de formas. En varios pasajes enciende la visualidad mágica de los cuentos. Hay toques de expresionismo alemán, toques Griffith (reforzados por Lillian Gish) y alguna ráfaga de atmósfera Twain.

No es sólo el viaje por el ancho río Ohio, el cielo palpitante de estrellas, la luna cercana, las siluetas dibujadas contra el crepúsculo o los animales sueltos con presencia de personas, un mundo tan encantado como inquietante, y sin recurrir a factores sobrenaturales…
También el plano subacuático incluyendo algas ondulantes como cabellos, automóvil quieto, un cadáver que despide luz fantasmal…
Y las pantomimas feriantes del espeluznante reverendo Powell, las circenses luchas de sus dedos tatuados…
O la ingenuidad nupcial de Shelley Winters, en su especialidad de víctima de marido desaprensivo…

El niño capta al psicópata, los adultos se dejan embaucar por las tretas seductivas y las convenciones morales. Excepto la anciana benefactora, que ya no está en la edad, y de modo militante comparte con los niños la inocencia.

4) Debió de concentrarse mucho Laughton en lo intelectual y artístico de su primera aventura tras la cámara, y descuidó acaso el marketing.
En sus memorias [“Elsa Lanchester herself”, (1983)], la novia de Frankenstein y esposa de Laughton reveló que éste no había utilizado al final el impuesto guión de James Agee, aunque lo pagó y lo acreditó, sino el propio; y que, no pudiendo soportar a la pareja de niños, había conseguido que Mitchum los dirigiese.
La crítica se ensañó lo suficiente como para alejar al público y disuadir de nuevos intentos al debutante.

Con el tiempo, tenemos la certeza de que esas películas no filmadas representan una pérdida.
4
Tras esa frase en una secuencia introducida con vaselina en el inicio de "La noche del cazador" ya nos avisa Laughton de lo infame que llegará a ser su propuesta durante todo su transcurso: Moralina barata por doquier y muchos diálogos escupidos por sus personajes que no son más que un cúmulo de memeces adosadas al guión para que este pueda transcurrir con total normalidad.
Eso sí, lo único salvable que hallo en su guión es su planteamiento, porque tanto su transcurso como ese absurdo y lamentable final (a la escenita del niño me remito) son algo verdaderamente mediocre, solo salvable por su fotografía (que, sin ningún tipo de remordimiento, se podría decir que es lo mejor del film) y por alguna que otra secuencia rodada con determinada maña por el nefasto Laughton que, por suerte, tras este esperpento dejó la dirección para dedicarse a otra cosa, pues se ve que en su día si no recibías los aplausos suficientes, lo mejor era dejarlo y no seguir luchando por el sueño de uno mismo. Cosa que dice mucho del tipejo en cuestión, y también de la película. ¿Un film que ni siquiera fue aplaudido en su epoca y que ahora es considerado un absoluto e indiscutible clásico? ¿como se come eso? No se come, es sencillamente indigerible.

Y no por la casposidad de la interpretación de Mitchum, que sólo tiene un par de destellos de lucidez en todo el film, ni por ese montaje tan cutre e infame que consiste en meter con vaselina (sí, sí, demasiada vaselina en la cinta) cortinillas y fundidos al final de cada secuencia, aunque ello hiciese parecer que poseían un aire descuidado, inacabado, ni tan siquiera por los fallos de raccord que contiene el film de marras (como en su inicio, cuando tras oir las puertas de los coches policiales, se vuelven a oir sirenas y puertas de nuevo ¿?), seguramente por ese mensaje sobre la infancia y sus niños, un mensaje tan cogido con pinzas como lo que supone esta tontería en sí.
Tampoco se libra de tener secuencias incomprensiblemente bobaliconas y tontas, u otras tan mal rodadas como interpretadas (el momento en el cual Mitchum da una explicación sobre las marcas en sus puños es realmente deplorable), o de esa execrable moralina que nos habla sobre el bien y el mal como si nos hallásemos en un episodio de, no sé... ¿Las tortugas ninja? Por poner un ejemplo, de entre tantos otros.
Eso sí, ahora esta crítica será lapidada como tantas otras que difaman sobre la excelsa obra maestra de Laughton, y yo pienso en lo que gozaré imaginando las caras de los seguidores acérrimos a esta obra cuando lean lo escrito. En ello y nada más, y no porque sencillamente se tendrán que contentar con darle al no, sino porque mi infecta (para ellos, evidentemente) opinión seguirá estando aquí, y seguirá siendo una molestia para su vista, y yo me regodearé como nunca lo he hecho, igual que lo hice tras saber que el tal Laughton nunca más volvió a dirigir, pero bueno, como ya he dicho, un tipo que traicionaba tan pronto su sueño, no merece menos.
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