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La gran belleza

Comedia. Drama En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
Críticas 302
Críticas ordenadas por utilidad
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3
27 de febrero de 2017
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es de suponer que a Sorrentino no le deben faltar ofertas de trabajo en el mundo de la publicidad dada su capacidad de plasmar con creatividad, ingenio y brillantez el mundo de los deseos. Pero de ahí a mentar a Fellini..... Gran trecho. Larguísimo. E inalcanzable. Y es que no vale con rodar en Roma, contar con monjas o con negros de dos metros de alto para recrear un mundo que solo pudo ser captado una vez (y solo una) por Federico Fellini. Los primeros 45 minutos, interesantes. El resto, soporífero, cansino y falto de vida.
7
26 de abril de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Potente viaje alrededor de la vida y la muerte con el arte como auténtica forma de expresión imaginativa, un fuerte contraste de virtudes y frustraciones en una radiografía exquisita sobre la inteligencia, los gustos y placeres de un escritor son la base para someter al sarcasmo e incluso al surrealismo de sus victorias y decepciones, un original misterio que triunfa en la manera en la que hace percibir al espectador que se siente, en todo, como un artista, con sus sueños y realismo, con el arte conceptual y el ridículo, "La gran belleza" tiene las vibraciones de una obra culta, que se contornea en todos los tonos de la moral y que recorre la vida y el país desnudando las altas esferas con contundencia y seguridad.

El rey de la mundanidad entra en situación delicada y la película se declina hacia lo personal, acrobacias del destino y vivir sin destino mientras se plantea volver a escribir, vidas destrozadas por la falsedad y la fragilidad en un mundo no refinado del que son testigos, comienzo a sentir que está muy extendida y ya no tanto a percibir como un artista, más bien que abarca demasiado y flota en la repetición con el añadido de otros personajes como apoyo, no deja de ser una evaluación del ser humano más avanzado, de las apariencias y del vacío, de la soledad y de la magia o de la salud...pero mi capacidad de absorción fue disminuyendo según avanzaba la película, cada escena marca una etapa amplia y compleja de la vida del protagonista, y ésta ya no es tan rica... y es que no se buscan respuestas sino propuestas, se aleja de la fauna de la nada y busca alguna fuente de inspiración estrictamente artística, pero esa base me supuso una insatisfacción personal...
2
23 de enero de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leyendo las criticas a uno y otro lado yo me quedo con la siguiente reflexión en que esta película al igual que otras (cada uno tendrá las suyas) lo que se cuenta es interesante en cuanto a 'VIVIR-LAS' (lo que de verdad interesa) pero no a hacer observaciones existenciales sin más aunque si solo es para los 'problemas' de ricos me cayo, para eso ya esta la meditación dejar la mente en blanco para que fluyan los pensamientos. Esta película estaría bien si dieran SOLUCIONES. Ah! y mejor aún poner a esta gente a trabajar (ocupar el espacio-tiempo) en ello ya que lo de hacer otra cosa como lo de ponerse a trabajar... aunque puestos a pensar igual mejoraban su existencia y la de los demás. PD: La cuestión de el todo o nada-vacio es que nos concierne a todos-todo y el aislamiento-separación de una de sus partes (nosotros) nos produce esto que no puede SER sin el todo-s (nosotros y lo-s demás) por eso mientras tanto solo es ilusión.
9
6 de diciembre de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queda poco, a estas alturas, que decir de Paolo Sorrentino. Es, simple y llanamente, el mejor director italiano en activo, y uno de los mejores del cine actual en general. A excepción de aquél experimento fallido en los USA (ese This Must Be the Place que convertía a Sean Penn en una suerte de caricatura de Robert Smith) con cada nueva película que estrena, el cineasta romano rebasa todas las fronteras, argumentales y formales, que ya con el anterior trabajo se había encargado de redefinir. Así que no es de extrañar que ahora, tan ricamente, soltemos que probablemente estemos ante su mejor obra hasta la fecha, y por tanto ante una de las mejores películas del año. Pero cuidado, que si bien La gran belleza sea una auténtica maravilla, no menos cierto es que se trata de una de las propuestas más ambiciosas, excesivas, exigentes, y por tanto no apta para todos. Y es que tras varias pistas a lo largo de su filmografía, por fin queda clara la voluntad de Sorrentino por convertirse en el nuevo Fellini. Aquí, directamente, recoge el legado del de 8 ½ para describir, desde un estilo perfectamente definible como una versión actualizada de La dolce vita, la vida en la Città Eterna. Aunque Fellini no es el único que se da cita en tan inabarcable película: aquí tiene cabida en mayor o menor medida toda la historia de la cultura italiana, sin que por ello se resienta la personalidad única de un cineasta que ídem. Pero la aliteración ya vale para empezar a hacernos una idea, salivación incluida.

A lo largo de 150 necesariamente exagerados minutos, se sigue a un Guido Anselmi sexagenario, adinerado, hastiado, amante y renegador del sexo opuesto, y falto de inspiración para escribir una novela que llegaría casi cuarenta años después de la anterior. Condenado a un trabajo de vulgar periodista, pasa sus días en un estado de apatía cargada de excesos, salidas nocturnas y sobredosis, junto a un grupo de amigotes con complejo de vitelloni que también pertenecen a las altas esferas de la sociedad romana. Los rostros: nada menos que algunos de los actores en activo más importantes de la capital italiana, con un excelso Toni Servillo a la cabeza, secundado del héroe de Roma, Carlo Verdone. Presiden, en especial el primero, reuniones de amigos pedantes donde se charla de Flaubert y de Proust, de Moravia y de Pasolini; donde se denigra a este miembro del grupo o se pone en entredicho la profesión de este otro, desde una carencia total de sentimientos. Participan a esas fiestas locas en terrazas que dan al Coliseo y que acaban con una mujer enana durmiendo en el jardín y otra, bien entrada en carnes, sangrando de la nariz sin que le importe a nadie. Y sobre todo vagan, vagan por una ciudad ora mágica ora dantesca sin rumbo aparente (conforme evoluciona la película queda patente lo contrario), como buscando la inspiración entre mujeres y magníficas ruinas romanas.

Con la habitual maestría explica todo ello, tanto al guion (escrito a cuatro manos junto al ya habitual Umberto Contarello) como a la silla del director, un Sorrentino que lo da el todo por el todo: su película es personalísima, más manierista y caprichosa aún de lo acostumbrado, y tan extasiante como agotadora. Y a su vez, es una mirada hacia atrás tanto en fondo como en forma y no sólo al mundo del séptimo arte. La gran belleza mira de tú a tú a Fellini, a Antonioni y a Pasolini. A Dante y a Moravia, a Michelangelo y a Leonardo. Y a Gigi D’Agostino y al pa-pa l’americano. Miradas, todas ellas, que confluyen en ese retrato de Roma tan actual y tan rabioso, tan grotesco, poético y autocrítico. Ese que Sorrentino construye a base de clichés e iconos de la ciudad de ayer y de hoy y mediante el abuso de grúas, de planos cortos en constante movimiento, travellings que parecen querer huir de la situación que están retratando. El resultado, claro, no podía ser otro que una concatenación de pasajes maravillosos, embriagadores ya desde la escena de apertura, en la que quedan perfectamente claras las intenciones del cineasta en todos los sentidos mediante un drama retratado con toda opulencia. Tanto da que se destinen minutos y minutos a la grabación de una noche de discoteca, como que luego tire de metáforas y ensoñaciones casi expresionistas. Todo fluye con puntillosa perfección en ese mapa geográfico, social, sentimental y artístico en el que por supuesto, se dan cita el dinero y la Iglesia, el Coliseo, el gran cartel de Martini y el Costa Concordia a medio hundir. Y el amor, la pérdida, la angustia de vivir, el hacerse mayores y el haber malgastado la vida.

Y luego está la ciudad de Roma en sí, excelsa como excelso es quien la recoge con su cámara, orgánica, aludiendo al carácter vital e imperecedero de la capital de Italia (y de la cultura europea en general. En este sentido, fundamental quedarse a ver los títulos de crédito en los que se navega desde un punto cualquiera del Tíber para ir a parar a uno de los lugares más mágicos de la ciudad.

De manera que insistimos en lo que decíamos al principio: lo último del director de Il Divo es pretencioso y grandilocuente, excesivo y altivo. Pero oíd, no farda quien quiere sino quien puede, y no cabe ninguna duda de que Sorrentino puede. Su retrato de Roma, puesta al día de la imagen que en su día dibujó Fellini, es una película cambiante, de mil un lecturas y dimensiones, y todo un terremoto de emociones y sensaciones. Trufada de referencias y homenajes, cargada de discursos que en ocasiones no dudan en hacerse explícitos (ese romano de los pies a la cabeza, llamado para mayor inri Romano, que dice que Roma le ha decepcionado; esos religiosos haciéndose fotos…), y a su vez, poseedora de una personalidad única, apabullante. La de un director en estado de gracia, que con La gran belleza vuelve a resaltar su posición de relevancia para el cine actual. Una pasada, en serio.
8,5/10

www.lacasadeloshorrores.com
6
12 de enero de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película personal que posee una buena dosis de surrealismo y que juega hábilmente sus virtudes para tapar, con las mismas armas, sus defectos.
Parece mentira que una película tan subjetiva en la que el director y guionista parece dedicarse a plasmar sus puntos de vista sobre lo divino y lo humano haya alcanzado tanto éxito. Pero quizás no sea tan extraño porque una de las primeras cosas que sorprende, en cuanto nos hemos repuesto del fundido en negro final, es de la veracidad de la cámara de Sorrentino, no hay concesiones a nada ni a nadie, ha contado lo que le ha dado la gana y como le ha dado la gana.
Y ese contar que es esencial a La Grande Bellezza es otro de sus nudos fundamentales. La película se engarza en una serie de capítulos, en apariencia desconectados, que tienen su nexo de unión en cómo afectan al personaje principal, a Jep Gambardella. Esas pequeñas microhistorias nos dejan ver, en conjunto, cómo es el universo del protagonista y, más aún, cómo es su forma de estar arrojado en el mundo.
Y ese es otro de los principales activos de la película, el personaje de Jep Ganbardella es humano, real, cínico, creíble, irresponsable, vividor, atractivo; que tiene, en fin, todas esas características de muchas de esas cosas que llamamos gente. Pero es que, además, a Jep le da vida un soberbio Toni Servillo que en cada calada de su cigarrillo construye un personaje denso y poderoso.
El tercer pilar sobre el que se asienta la película es una cuidadísima estética postmoderna. Algo muy de moda que se utiliza para desvirtuar los modelos ilustrados y dejarnos a merced de un personaje de corte existencialista con pocas fisuras a excepción de un núcleo neo-romántico.
Pero esas fortalezas no deben engañarnos a la hora de descubrir las carencias de la película, que las hay. Para empezar, las críticas duras y constantes al mundo del arte y a la sociedad italiana actual enmascaran problemas con un guion deshilachado. Muy visceral pero poco madurado. Una panoplia de mis gustos y disgustos al estilo de lo peor de Facebook que nos lleva de la mano con unos golpes teatrales muy del estilo del primer Tarantino, incluidos los revivals de la estudiada banda sonora.
No nos engañemos porque asistimos a un gracejo que esconde, a la manera del Tributo a Carlos Paredes de Edgar Pera, la exaltación de mi punto de vista sobre mi ciudad favorita, en este caso Roma y no Lisboa, pero el intenso documental que propone el buen director portugués para su sensibilidad, no da para organizar una obra maestra en el caso de Sorrentino.
Aunque, en todo caso, uno, y más si es travieso, se lo pasa muy bien. Y eso a pesar de que la belleza pueda no tener la misma definición para el espectador, que para Trecet o que para el director.
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