La gran belleza
2013 

7.4
38,888
Comedia. Drama
En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
16 de febrero de 2025
16 de febrero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El jueves fui a mi cine de confianza en Sevilla a verla de reestreno en VOSE.
Salí sabiendo que me había gustado, pero con dudas de cuánto, y después de estar dos días obsesionado y de que mi alrededor me evocara escenas, personajes o momentos, me di cuenta de que era innegable que me había llegado de una forma especial.
Al salir del cine, también me preguntaba si es posible estar enamorado de una ciudad donde no has nacido ni has vivido, un lugar que conoces solo porque has estado unos días de viaje o porque has visto un par de películas o reportajes. A mí me pasa con Roma.
Siempre he dicho que los italianos tienen una sensibilidad especial, y Sorrentino en concreto es un apasionado de la belleza, de la vida y de su país, igual que Jep Gambardella.
Jep, un vividor en el buen sentido de la palabra, un dandy, un tipo al que, a pesar de su estilo de vida, el vicio no ha consumido, se ha hastiado de su entorno. Tras cumplir 65, esos placeres de los que tanto ha disfrutado quizás le empiezan a aburrir, llegando incluso a plantearse volver a escribir. Se pregunta si quizás él podría ser capaz de escribir con éxito un libro sobre la nada, ese que intentó Flaubert.
Mientras tanto, sigue dedicándose a vivir, a observar, a pasear de noche, a salir y a intentar pasarlo bien, en su Roma, esa de la que cada vez sale menos y que cada vez cambia más, pero en la que nunca te aburres.
Salí sabiendo que me había gustado, pero con dudas de cuánto, y después de estar dos días obsesionado y de que mi alrededor me evocara escenas, personajes o momentos, me di cuenta de que era innegable que me había llegado de una forma especial.
Al salir del cine, también me preguntaba si es posible estar enamorado de una ciudad donde no has nacido ni has vivido, un lugar que conoces solo porque has estado unos días de viaje o porque has visto un par de películas o reportajes. A mí me pasa con Roma.
Siempre he dicho que los italianos tienen una sensibilidad especial, y Sorrentino en concreto es un apasionado de la belleza, de la vida y de su país, igual que Jep Gambardella.
Jep, un vividor en el buen sentido de la palabra, un dandy, un tipo al que, a pesar de su estilo de vida, el vicio no ha consumido, se ha hastiado de su entorno. Tras cumplir 65, esos placeres de los que tanto ha disfrutado quizás le empiezan a aburrir, llegando incluso a plantearse volver a escribir. Se pregunta si quizás él podría ser capaz de escribir con éxito un libro sobre la nada, ese que intentó Flaubert.
Mientras tanto, sigue dedicándose a vivir, a observar, a pasear de noche, a salir y a intentar pasarlo bien, en su Roma, esa de la que cada vez sale menos y que cada vez cambia más, pero en la que nunca te aburres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El realismo mágico tan característico de Sorrentino casa muy bien con el misticismo que encierra la ciudad eterna y el extravagante ambiente en el que se mueve el protagonista.
Es una película de momentos, de diálogos y de imágenes: la secuencia inicial de la fiesta de cumpleaños, el golpe de realidad a su amiga sobre su vida en la terraza, la despedida de su mejor amigo, al que, después de cuarenta años, Roma había decepcionado, aquella primera vez de Jep en el faro, la noche en la que visitan los edificios más bonitos de Roma con el tipo del maletín o la escena más bonita de créditos que yo haya visto.
En definitiva, es una cinta sobre la vida, sobre la banalidad, la superficialidad y lo importante, sobre la nostalgia y la decadencia, sobre Roma, sobre la búsqueda de la gran belleza.
Es una película de momentos, de diálogos y de imágenes: la secuencia inicial de la fiesta de cumpleaños, el golpe de realidad a su amiga sobre su vida en la terraza, la despedida de su mejor amigo, al que, después de cuarenta años, Roma había decepcionado, aquella primera vez de Jep en el faro, la noche en la que visitan los edificios más bonitos de Roma con el tipo del maletín o la escena más bonita de créditos que yo haya visto.
En definitiva, es una cinta sobre la vida, sobre la banalidad, la superficialidad y lo importante, sobre la nostalgia y la decadencia, sobre Roma, sobre la búsqueda de la gran belleza.
13 de abril de 2014
13 de abril de 2014
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puedo criticar la película en su totalidad porque he aguantado menos de la mitad de esta mierda.
Entiendo que le haya gustado a las mentes analíticas, a los culturetas..., pero sinceramente y con el corazón en la mano, esto no es más que un bodrio camuflado de intelecto. Y que conste que le he echado ganas. La danza de imágenes me ha distraído un rato. Pero el resto de la película se la va a tragar un conde. Una película muy muy italiana.
Entiendo que le haya gustado a las mentes analíticas, a los culturetas..., pero sinceramente y con el corazón en la mano, esto no es más que un bodrio camuflado de intelecto. Y que conste que le he echado ganas. La danza de imágenes me ha distraído un rato. Pero el resto de la película se la va a tragar un conde. Una película muy muy italiana.
20 de diciembre de 2013
20 de diciembre de 2013
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
De “La gran belleza” se ha dicho mucho, y eso que en nuestro país no lleva ni un mes exhibiéndose. Excelentes comentarios, muy buena acogida por parte del público (se supone que minoritario), con además una cierta repercusión en taquilla, y todo parece apuntar a que aún le quedan nominaciones y premios por caerle, o al menos así lo deseamos. Suena a mucho cuando, tras irse de vacío en Cannes, se podría erróneamente haberle presagiado una carrera menos que discreta. Afortunadamente no ha sido así, demostrando, una vez más, aún sin reclamo comercial de premio, que cuando se hace una película de gran calidad se puede encontrar una respuesta positiva, además de ser rentable. Y es una sorpresa porque “La gran belleza”, aunque esté lejos del cine comercial que nos puede llegar, en este caso, de Italia, creo que puede llegar a ser una película vista (aunque no sé si del todo aceptada) por un público acostumbrado a películas más convencionales, o al menos así debiera ser, al tratarse de un film refinado, maduro, con gusto y gran capacidad visual, como en su día ocurriera por ejemplo con Fellini y su La Dolce Vita. Sorrentino, se apoya en Fellini, aunque como él bien aclara no le imita (“Roma” y “La dolce vita” son películas que no puedes ignorar cuando haces una película como esta. Son dos obras maestras y la regla de oro es verlas, no imitarlas”). Y esa ha sido sobre todo la clave de su éxito. Los paralelismos entre la obra felliniana y “La gran belleza” son fáciles de encontrar, no ya por tratarse de la misma ciudad, si no incluso desde el detalle de si en “Roma” el cameo lo daba la inolvidable Anna Magnani, aquí corre a cargo de Fanny Ardant. Su extensa y variopinta galería de personajes, las obsesiones del protagonista, ese pesimismo y esa crítica que corría a cargo de los personajes encarnados por Mastroianni en “8 y ½” o la mencionada “Dolce Vita”… todo se encuentra en la película de Sorrentino, pero con la inteligencia de no pretender nunca ser un Fellini, y por ello, encontrar una personalidad cercana pero con identidad propia, que no es poca cosa, ya que además el cine actual para colmo tiende a estandarizarse. Ni mucho menos voy a pormenorizar los detalles que plagan la película y que la convierten en un magnífico carrusel. Aunque no sea del todo perfecta, al menos para mí, quiero dejar constancia que esas pequeñas lagunas que tiene, así como algunos personajes no del todo aprovechados son menudencias, porque el valor en conjunto es excelente. Sobre todo tiene una gran capacidad audiovisual (la elección de sus temas es muy acertada, incluyendo los concernientes a los de ambientes festivos), está ayudada por unos actores que son de carne y hueso, muy característicos en su mayoría pero sin caer en arquetipos y un guión ambicioso, pero muy bien sazonado con toda clase de sentimientos. Película en definitiva sugerente, que cuenta muchas cosas y que es, con más mérito aún, coherente como demuestra su preciso final, sin sacarse de la manga la resolución final. Muchos aciertos para una obra que es un placer verla y pensar posteriormente en ella, todo envuelto en un halo no ya solo de logro sino incluso de cierta originalidad. Tiene mucho mérito.
12 de diciembre de 2013
12 de diciembre de 2013
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza, de Paolo Sorrentino, vuelve sobre aquel hombre posmoderno que nos dejó Federico Fellini tras La dolce vita. Un ser abocado a la nada que es incapaz de llegar a ella. No puede comprender y mucho menos describir el concepto clave de su existencia, el vacío. Jep Gambardella (Toni Servillo) huye de la responsabilidad con cinismo en una Italia en decadencia que, por esa característica, hace juego con el resto de Europa. Gambardella es un escritor de éxito, desinflado por su única novela. Para él, la nada es un espacio de agotamiento, de fracaso, pero, aún y todo, por ese carácter inalcanzable le es apetitosa. Es aquello sobre lo que no consiguió escribir Flaubert.
La vida de Gambardella la completan una serie de peculiares personajes. Un amigo con ilusión de convertirse en escritor teatral pero dirigido y trastornado por la ausencia de vivencias amorosas, una pareja fracasada de sexagenarios que han perdido prácticamente cualquier asomo de romanticismo, una escritora aparentemente muy orgullosa de sus novelas de corte social pero enriquecida en parte gracias a su aparición en el mundo de la telebasura, o una bailarina de striptease cuarentona que sabe que su tiempo sobre el escenario del club nocturno regentado por su padre se está agotando. En su viaje por los contrastes de Roma, una ciudad de calles profundas y terrazas superficiales, también se relaciona con su directora de periódico, una mujer enana segura de si misma; la pareja de ésta, un poeta que solo escucha; un mago que hace desaparecer jirafas pero no personas; un misterioso vecino que vive de negocios sucios; y una anciana misionera, clave en la última parte de la película, entre otros.
Él es medianamente feliz en ese mundo. Trata su fracaso como intelectual con ironía y alcohol, y ve al común de los mortales con cierto respeto pero sin envidia. Aún y todo, hay dos cosas que no puede olvidar: Su primer amor, que cada día le visita representado en un gran mar azul en el techo de su habitación; y la pregunta de por qué no consiguió escribir otro libro. La ausencia de la gran belleza es para Gambardella su justificación para no volver a crear. De esta forma, vaga como un fantasma en el corazón de Roma, como una estrella que se ha apagado y necesita luz artificial para brillar, como Donald Sutherland bajando las escaleras al final de Casanova, también de Fellini. Ambos son dos hombres en épocas ajenas a sí mismos, destinados a la sensibilidad, que rememoran con melancolía aquella Italia de la que siguen enamorados.
La vida de Gambardella la completan una serie de peculiares personajes. Un amigo con ilusión de convertirse en escritor teatral pero dirigido y trastornado por la ausencia de vivencias amorosas, una pareja fracasada de sexagenarios que han perdido prácticamente cualquier asomo de romanticismo, una escritora aparentemente muy orgullosa de sus novelas de corte social pero enriquecida en parte gracias a su aparición en el mundo de la telebasura, o una bailarina de striptease cuarentona que sabe que su tiempo sobre el escenario del club nocturno regentado por su padre se está agotando. En su viaje por los contrastes de Roma, una ciudad de calles profundas y terrazas superficiales, también se relaciona con su directora de periódico, una mujer enana segura de si misma; la pareja de ésta, un poeta que solo escucha; un mago que hace desaparecer jirafas pero no personas; un misterioso vecino que vive de negocios sucios; y una anciana misionera, clave en la última parte de la película, entre otros.
Él es medianamente feliz en ese mundo. Trata su fracaso como intelectual con ironía y alcohol, y ve al común de los mortales con cierto respeto pero sin envidia. Aún y todo, hay dos cosas que no puede olvidar: Su primer amor, que cada día le visita representado en un gran mar azul en el techo de su habitación; y la pregunta de por qué no consiguió escribir otro libro. La ausencia de la gran belleza es para Gambardella su justificación para no volver a crear. De esta forma, vaga como un fantasma en el corazón de Roma, como una estrella que se ha apagado y necesita luz artificial para brillar, como Donald Sutherland bajando las escaleras al final de Casanova, también de Fellini. Ambos son dos hombres en épocas ajenas a sí mismos, destinados a la sensibilidad, que rememoran con melancolía aquella Italia de la que siguen enamorados.
20 de diciembre de 2013
20 de diciembre de 2013
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ágil, divertida, cínica, opulenta, ácida, elocuente, bella. Grande. Y previsible, también. Las referencias estéticas y narrativas de La gran belleza son obvias. La galería de personajes y situaciones recuerdan al Fellini más festivo. Hay monjas, diletantes, modelos, escritores… Y una enana. La gran belleza es puro cine italiano, con su admirable sentido del humor, pero también con algunos lugares comunes. Pero qué vamos a decir, el buen cine italiano es, tal vez, el que más ha logrado celebrar la vida en el siglo y pico de historia de este arte.
Unos turistas orientales se bajan de un autobús en Fontana dell’Acqua Paola. Una de las mejores vistas de Roma. Pero nadie mira, todos sacan fotos y un turista se desploma. ¿Síndrome de Stendhal o insolación? ¿La gran belleza o la gran decadencia? Acto seguido escuchamos a Raffaella Carra en una fiesta multitudinaria en una gran terraza romana. Una fiesta que no parece tener fin. Y comienzan a desfilar los excéntricos, entrañables y detestables personajes de La gran belleza.
“Voy a hacer del Papa y también de un drogodependiente que se redime”. “¡Oh! ¡Qué proyectos más interesantes!” La escena de la interminable fiesta es sorprendente. En 15 minutos de película aun no nos hemos situado. Más bien parece un documental sobre las dos Romas, las dos Italias, dos formas de ver la vida, que tal vez son la vida misma. Pero, por fin, un dandi de cigarro en la boca en proceso de éxtasis hace acto de presencia. Se llama Jep Gambardella. Un día, cuando era joven, escribió una novela que se convirtió en un clásico. Y a vivir.
La gran belleza es, para empezar, un sentido homenaje a Roma. Toda la cinta está salpicada de escenarios míticos de la ciudad eterna. Es la Roma de El Coliseo, de San Pietro in Montorio, de los paseos en barco por el Tíber, de Plaza Navona y de Villa Borghese. Jep y sus acólitos, adinerados hasta la nausea, exprimen la ciudad. Es el otro saber vivir… El que combina los bífidus con la farlopa, y el omega-3 con el botox.
Jep ¿trabaja? para una revista cultural. Al inicio de la historia se desplaza a ver una performance a las afueras de Roma. La escena nos recuerda al mejor Nanni Moretti, al de Ecce Bombo, aquel Moretti que aun no estaba patéticamente epatado de sí mismo. La artista de la performance se nutre de vibraciones y se da cabezazos de goma espuma contra el muro. La gran belleza tiene mucho de la melancolía y la acidez del primer Moretti, otro personaje romano hasta las trancas…
Jep Gambardella comienza a dominar la película con su elegancia decadente y sus lúcidos parlamentos. Sí, es un poco pedante, pero no nos importaría asistir, aunque fuese como oyente, a una de esas reuniones en su piso frente al Coliseo. Esas conversaciones de los amigos de Gambardella hacen que la película empiece a alcanzar cotas de gran calidad. La brutalidad del protagonista a la hora de humillar verbalmente a una de sus amigas es una forma de definirse, también, a sí mismo. A todos los que danzan en La gran belleza.
Y es que esta película está repleta de escenas y personajes fascinantes. Pero no podemos describirlos a todos. Y a todas. Baste decir que La Gran Belleza construye un relato clásico, vestido de ultra modernidad decadente, que ofrece un tesoro conmovedor a quien quiera abrirlo.
Paolo Sorrentino, ya recuperado de la mediocre Un lugar donde quedarse, maneja con oficio la historia. Sabe que debe incluir pequeñas verdades entre tantos fuegos de artificio. Es la única manera en la que el espectador puede deshilachar la madeja cínica que envuelve la historia y llegar al corazón de Jep. Para llegar y conmover a nuestros propios corazones, tan curtidos, tan modernos, y tan disimulados… “¿Qué tenéis contra la nostalgia? ¿Eh? Es la única distracción para quien no cree en el futuro. La única.” Pues eso.
Lo Mejor: Las interpretaciones, la galería de personajes, los diálogos, el sentido del humor, la música, los escenarios, los fiestones, y sobre todo, los matices.
Lo Peor: Cierto exceso en el esteticismo. El truco es demasiado visible, pero qué importa, è la vita.
[crítica publicada en alucine.es]
Unos turistas orientales se bajan de un autobús en Fontana dell’Acqua Paola. Una de las mejores vistas de Roma. Pero nadie mira, todos sacan fotos y un turista se desploma. ¿Síndrome de Stendhal o insolación? ¿La gran belleza o la gran decadencia? Acto seguido escuchamos a Raffaella Carra en una fiesta multitudinaria en una gran terraza romana. Una fiesta que no parece tener fin. Y comienzan a desfilar los excéntricos, entrañables y detestables personajes de La gran belleza.
“Voy a hacer del Papa y también de un drogodependiente que se redime”. “¡Oh! ¡Qué proyectos más interesantes!” La escena de la interminable fiesta es sorprendente. En 15 minutos de película aun no nos hemos situado. Más bien parece un documental sobre las dos Romas, las dos Italias, dos formas de ver la vida, que tal vez son la vida misma. Pero, por fin, un dandi de cigarro en la boca en proceso de éxtasis hace acto de presencia. Se llama Jep Gambardella. Un día, cuando era joven, escribió una novela que se convirtió en un clásico. Y a vivir.
La gran belleza es, para empezar, un sentido homenaje a Roma. Toda la cinta está salpicada de escenarios míticos de la ciudad eterna. Es la Roma de El Coliseo, de San Pietro in Montorio, de los paseos en barco por el Tíber, de Plaza Navona y de Villa Borghese. Jep y sus acólitos, adinerados hasta la nausea, exprimen la ciudad. Es el otro saber vivir… El que combina los bífidus con la farlopa, y el omega-3 con el botox.
Jep ¿trabaja? para una revista cultural. Al inicio de la historia se desplaza a ver una performance a las afueras de Roma. La escena nos recuerda al mejor Nanni Moretti, al de Ecce Bombo, aquel Moretti que aun no estaba patéticamente epatado de sí mismo. La artista de la performance se nutre de vibraciones y se da cabezazos de goma espuma contra el muro. La gran belleza tiene mucho de la melancolía y la acidez del primer Moretti, otro personaje romano hasta las trancas…
Jep Gambardella comienza a dominar la película con su elegancia decadente y sus lúcidos parlamentos. Sí, es un poco pedante, pero no nos importaría asistir, aunque fuese como oyente, a una de esas reuniones en su piso frente al Coliseo. Esas conversaciones de los amigos de Gambardella hacen que la película empiece a alcanzar cotas de gran calidad. La brutalidad del protagonista a la hora de humillar verbalmente a una de sus amigas es una forma de definirse, también, a sí mismo. A todos los que danzan en La gran belleza.
Y es que esta película está repleta de escenas y personajes fascinantes. Pero no podemos describirlos a todos. Y a todas. Baste decir que La Gran Belleza construye un relato clásico, vestido de ultra modernidad decadente, que ofrece un tesoro conmovedor a quien quiera abrirlo.
Paolo Sorrentino, ya recuperado de la mediocre Un lugar donde quedarse, maneja con oficio la historia. Sabe que debe incluir pequeñas verdades entre tantos fuegos de artificio. Es la única manera en la que el espectador puede deshilachar la madeja cínica que envuelve la historia y llegar al corazón de Jep. Para llegar y conmover a nuestros propios corazones, tan curtidos, tan modernos, y tan disimulados… “¿Qué tenéis contra la nostalgia? ¿Eh? Es la única distracción para quien no cree en el futuro. La única.” Pues eso.
Lo Mejor: Las interpretaciones, la galería de personajes, los diálogos, el sentido del humor, la música, los escenarios, los fiestones, y sobre todo, los matices.
Lo Peor: Cierto exceso en el esteticismo. El truco es demasiado visible, pero qué importa, è la vita.
[crítica publicada en alucine.es]
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