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Luces de la ciudad

Comedia. Romance Un pobre vagabundo (Charles Chaplin) pasa mil y un avatares para conseguir dinero y ayudar a una florista ciega (Virginia Cherrill) de la que se ha enamorado.
Críticas 239
Críticas ordenadas por utilidad
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9
18 de abril de 2013 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Charlot es un simpático vagabundo que se enamora de una chica ciega que vende flores en la calle. Haciéndose pasara por millonario, trata de seducir a la joven y le promete solucionar sus problemas. Para poder pagar la operación de la florista el noble personaje pasará por diversas situaciones cómicas y dramáticas.

El cine mudo estaba tocando a su fin (ya se había estrenado El Cantor de Jazz) y Chaplin había tardado casi tres años en sacar adelante su proyecto por la desfavorable coyuntura económica. Su postura era totalmente contraria a que sus personajes hablaran "porque el gesto es un medio de expresión universal". Así que habría música pero no diálogos. Y aquí entra la Violetera, compuesta por José Padilla (que no figuraba en los créditos). El español ganó el juicio años después. La verdad es que se agradece el plagio porqué no se podría entender esta película sin su hilo musical.

Los ingredientes claves y distintivos en la mayoría de la filmografía de Chaplin, drama y comedia, están aquí mezclados con genialidad en dosis milimétricas, dando lugar a un cuento fantástico que te lleva de la risa al llanto en oleadas perfectamente calculadas. El viejo proverbio "la belleza está en el interior" que popularizó en 1991 el clásico de Disney La Bella y la Bestia resume perfectamente el mensaje de este film. Es un cuento que se ha contado infinidad de veces, pero nadie lo ha contado así.

Para mi es la mayor joya del cine mudo y eso que llegó ya en su crepúsculo. Imagino que al gran maestro del cine Charles Chaplin le habría gustado ver como revivía el género en 2011 con la francesa de The Artist de Michel Hazanavicius.

manga7ine.wordpress.com/2013/04/18/luces-de-la-ciudad-1931
9
16 de diciembre de 2014 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El final es tan abierto que puede leerse como el principio de un apasionado romance o como el final de un amor imposible.


 Al mismo tiempo que gag visual, algunas escenas de luces de ciudad pueden saborearse en segundo plano como documentales de una época, de otras luces, de otros tipos y otros decorados.

 La realidad es que lo que hace Chaplin con la pantomima es sorprendente. Un género físico, de una comicidad reactiva, se convierte en manos del tierno payaso en un melodrama trascendente desde el que indagar en el prejuicio social, en la clase, en la sociedad misma. Y gran parte de la capacidad de penetración crítica de su cine, que lo eleva fuera de los límites de su género, se basa en el personaje de Charlot. Chaplin consigue que un personaje que sigue su instinto, sin casa, sin oficio, desastrado, pobre, se convierta en sus películas en el único que actúa sensatamente. El buen salvaje. Se opone a la solemnidad impostada de los políticos que inauguran una estatua colosal, a los ricos que sólo son capaces de abrir su corazón cuando están borrachos, a la autoridad que lo sentencia guiada por prejuicios, al suicida opulento que no sabe encontrar razones para vivir.


 
No sólo los pudientes son culpables de obcecación, también los pobres pueden reproducir los mismos comportamientos de exclusión. El mayordomo le trata peor que el dueño de la casa, los pillastres que venden periódicos le azuzan al ver su aspecto.

 Por eso, la florista representa, con su ceguera, la sociedad sin prejuicios. ¿Qué hará al recobrar la vista? Sea cual sea su actitud, es difícil imaginar a Charlot trabajando, ahorrando, recluido en una casa o envejeciendo, como el resto de los mortales. El propio Charles Chaplin parece que se mantuvo a mucha distancia ética de su creación. Sus peculiares amoríos, infidelidades, procesos penales y tacañería, le situaban lejos de Charlot. La manera en que se apropió de la música de “La violetera” y la convirtió en leit motive de “luces de ciudad” puede ser una prueba de una ética ligera. Pero pocos pasaríamos la prueba de compararnos con la inmaculada generosidad del payaso del bastón. 

Si la florista es ciega, Charlot es mudo, porque es un personaje que se define por sus actos y al que el cine sonoro desplazó ante héroes menos físicos, más parlanchines -¿cómo Cantinflas?-. Esa pudo ser la razón de que Chaplin se resistiese al sonoro y espaciase el ritmo de sus películas –geniales y sonoras- con la retirada de su héroe más carismático al Olimpo de los inmortales
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El final es extraordinariamente bello. Chaplin se recrea en un primer plano de las manos entrelazadas y en una panorámica al rostro temeroso del vagabundo. Sus rostros despiden luz. La “violetera” percibe al tacto que el benefactor que le curó la ceguera, el que le dio los medios para su ascenso social, es el pequeño y desastrado caballero que viste jirones y lleva una flor pisoteada en la mano. Se reconocen.



“¿Ya puedes ver?”
“Puedo ver”.

 La ciega ya puede ver. Lo cual abre una expectativa, la tensión del reconocimiento, la incertidumbre de saber cuál será su actitud. ¿La vendedora de flores tendrá la altura de miras para saber dejar a un lado el prejuicio social, el aspecto, la clase, y persistir en un amor “ciego”? ¿O por el contrario, renunciará al vagabundo, porque ella ya ha prosperado, pagando con desinterés la generosidad de Charlot?

 El final, aunque resuelto con una brillantez técnica notable, no cierra la historia.

Su prolongación imaginaria provoca una profunda desazón. Es muy difícil imaginar que la bella florista emprenda una apasionada historia de amor con el errante rufián, recién salido de la cárcel, y comiencen una vida próspera en un hogar lleno de tiernos charlotitos. Lo más probable es que todo se complique, que el prejuicio social se imponga, que la joven lo despida con un sincero reconocimiento, o que el entrañable caballero de los pantalones bombachos se sacrifique nuevamente por su dama, evitando que padezca los prejuicios de un partenaire sin oficio ni beneficio. Son meras hipótesis.
9
14 de marzo de 2015 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas obras llegan a un punto de perfección tal, que terminan convirtiéndose en la vara con la cual se miden y se distinguen lo bueno y lo malo, lo mediocre y lo sublime. Para mi, una obra maestra debe ser el resultado natural de la mente de un genio, atemporal, escrupulosamente técnica, aparentemente inhumana de realizar, e infinitamente conmovedora. en pocas palabras, debe ser filmada por Charles Chaplin. "Luces de la ciudad" de 1931 se encuentra dentro de esta categoría. Es el mayor himno sobre el amor, o sobre el amar, por encima de los limites naturales, una historia que enreda la garganta, y prohíbe cualquier palabra que la describa, o intente hacerlo. Quien no se haya sentido conmovido ante la escena final, simplemente no es humano.
10
16 de enero de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No existe otra palabra más exacta para describir esta película que "indescriptible". Charles Chaplin, ese genio que es capaz de hacerme llorar de la risa y de emoción en escasos 81 minutos, y digo escasos porque me han parecido 5 minutos, es más, podría ver esta película dos veces seguidas sin descanso entre medio y querer verla otra vez. Bueno, en realidad es lo que me suele pasar siempre con las películas del mayor genio que ha dado la historia del séptimo arte, llamado Charlie Chaplin.

¿Cómo es posible expresar tantas emociones con una película muda? ¿Cómo es posible que un film que narra una historia de amor no necesite diálogos para transmitir lo que los personajes sienten? ¿Cómo una única persona puede escribir, dirigir, interpretar y sonorizar con una banda sonora brillante una película tan perfecta? La verdad que todas estas preguntas se podrían contestar simplemente con un nombre: Charles Chaplin.

Las actuaciones increíbles, la historia original, divertida y emotiva, las frases concretas y perfectamente necesarias, la dirección brillante, la música inmejorable y en armonía... Aunque eso no es todo, trasmite algo que no se puede expresar con palabras, una sensación que solamente los que saben apreciar el mejor cine podrán sentirlo. No es necesario decir más, le pongo un 10 porque merece un 10, es una película más que excelente.

Entiendo que los que votan negativamente esta obra maestra no tienen interés o capacidad para valorar este tipo de cine, pues sinceramente no encontraría otra explicación. En realidad, me da lástima que muchas personas jóvenes no vayan a interesarse por este tipo de género cinematográfico por pensar que "les va a aburrir" o que "no creen que les guste", entre otros "argumentos" similares que me expresan mis amigos cuando les digo que a mis casi 23 años me encanta Charles Chaplin y que no veo el momento de verme toda su filmografía.

Recomendable 200%.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- You?
- You can see now?
- Yes, I can see now.

Me resulta imposible ver tal escena de la película sin emocionarme.
7
8 de julio de 2018 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un encanto especial en 'Luces de Ciudad'.
Como en casi todo lo que hacía Charlie Chaplin, pero aquí hay algo más: un corazón subterráneo, un anhelo disimulado, que poco a poco va impregnando los días que ves pasar de cierta melancolía.

Porque ya nadie, en los años 30 o en la actualidad, se para a oler las flores.
No se puede, es imposible, la vorágine ciudadana te escupe y te traga, te atrae con sus luces, te deja en la cuneta y vuelve a empujarte a un ruedo de apariencias cada vez más improvisadas.
Las habituales acrobacias de Chaplin siguen siendo graciosas, sí, pero también agotadoras: no está donde quiere estar, sino a donde le han arrastrado, siempre.

Él querría haber hablado con la encantadora muchacha de la esquina pero...
Él querría haberle comprado una de sus bellas flores pero...
Él querría contarle que no es el caballero pudiente que ella piensa pero...
Peros, peros y más peros, porque la supuesta diversión espera, y nunca se puede abandonar aunque nos arrastre al límite del agotamiento: ahí queda ese tipo borrachuzo y olvidadizo, que se hace amigo del encantador vagabundo, y tan pronto le encierra en un abrazo como le pone en peligro con sus intentos de suicidio.

Parecería que no existen más ciegos en esta ciudad que aquellos que nunca se han parado a mirar de verdad.
A observar que están rodeados de la banalidad más absurda, en un espejismo de diversiones, que no por inmensamente ridículo consigue ser menos triste en su deshumanización progresiva.

Tendrá que ser esa chica ciega la que nos devuelva la esperanza, a nosotros y a él.
La esperanza de que, viendo más allá de las apariencias, solo queda lo verdadero, lo que merece la pena.

Algo que hasta al vagabundo más triste puede desatar de la rutina infernal: nunca fue "qué tendrá la ciudad", sino "qué nos estaremos perdiendo en ella".
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