La chispa de la vida
2011 

5.5
10,936
Drama. Comedia
Roberto (José Mota) es un publicista en paro que alcanzó el éxito cuando se le ocurrió un famoso eslogan: "Coca-Cola, la chispa de la vida". Ahora es un hombre desesperado que, intentando recordar los días felices, regresa al hotel donde pasó la luna de miel con su mujer (Salma Hayek). Sin embargo, en lugar del hotel, lo que encuentra es un museo levantado en torno al teatro romano de la ciudad. Mientras pasea por las ruinas, sufre un ... [+]
1 de octubre de 2015
1 de octubre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Horrorosa. Espantosa también.
Casi ni se puede comentar de lo mala que es. Los personajes son tan planos y estúpidos, la sucesión de escenas es tan absurda e inverosímil, la exposición de ideas, tan maniquea, simplista y ridícula, el guion, tan de brocha gorda, la dirección, tan banal, el conjunto, tan grosero intelectualmente, tan moralmente obvio... que asusta que se hiciera semejante cosa.
Da todo una sensación tan de trabajo tan mal hecho, de desgana, de prisas, de autocomplacencia... que tira de espaldas. Incluso pareciera una clara falta de respeto al espectador por lo poco "serio" que resulta todo, por el cuidado escaso, ninguno, de los elementos en juego.
La televisión, por penosa que sea, requiere de mucha más inteligencia, gracia y esmero que este engendro rufianesco.
Suma de tópicos obscenos y mostrencos juntados a lo bruto. Acumulación de elementos tan opuestos y dispares que no pegan de ninguna manera: la sensiblería hollywoodense más el esperpento español más la reflexión moral de un teleñeco. De la chapuza cañí a la melodía norteamericana. Un sindiós.
Sí, la televisión es lo peor. ¿Lo próximo qué será, que la droga mala mata, que los políticos buenos roban... ?
Medio se salvan los primeros diez minutos. En cuanto Mota empieza a cantar por ACDC, se entra en una espiral de idioteces ante la que solo queda rendirse, tirar la toalla, ponerse a rezar todo lo poco que uno sabe entre perplejo y anonadado, acojonado.
Casi ni se puede comentar de lo mala que es. Los personajes son tan planos y estúpidos, la sucesión de escenas es tan absurda e inverosímil, la exposición de ideas, tan maniquea, simplista y ridícula, el guion, tan de brocha gorda, la dirección, tan banal, el conjunto, tan grosero intelectualmente, tan moralmente obvio... que asusta que se hiciera semejante cosa.
Da todo una sensación tan de trabajo tan mal hecho, de desgana, de prisas, de autocomplacencia... que tira de espaldas. Incluso pareciera una clara falta de respeto al espectador por lo poco "serio" que resulta todo, por el cuidado escaso, ninguno, de los elementos en juego.
La televisión, por penosa que sea, requiere de mucha más inteligencia, gracia y esmero que este engendro rufianesco.
Suma de tópicos obscenos y mostrencos juntados a lo bruto. Acumulación de elementos tan opuestos y dispares que no pegan de ninguna manera: la sensiblería hollywoodense más el esperpento español más la reflexión moral de un teleñeco. De la chapuza cañí a la melodía norteamericana. Un sindiós.
Sí, la televisión es lo peor. ¿Lo próximo qué será, que la droga mala mata, que los políticos buenos roban... ?
Medio se salvan los primeros diez minutos. En cuanto Mota empieza a cantar por ACDC, se entra en una espiral de idioteces ante la que solo queda rendirse, tirar la toalla, ponerse a rezar todo lo poco que uno sabe entre perplejo y anonadado, acojonado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo del gótico siniestro, lo de la Hayek en plan Juana de Arco, la del museo con la sierra, el médico poniendo caras, Tejero de esbirro terrible, Puigcorbé de malvado sin escrúpulos rodeado de perdición, Rumore, Rumore de Antena 5 (Dios mío qué carga de profundidad, acidez e inventiva, de la Iglesia me va a matar), las estatuas de gominola, la grúa, Mota llorando, los discursos de vergüenza, Carolina Bang muy digna y honrada...., son tantas situaciones y escenas que no acabaría nunca. Todo eso sí que son hierros taladrando nuestros cerebros benditos e inocentes.
¡¡¡Álex!!!
¡¡¡Álex!!!
6 de marzo de 2012
6 de marzo de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante la sorpresa inicial de la pareja formada por José Mota y Salma Hayek que, seamos sinceros, lleva su tiempo asimilar, especialmente porque es difícil olvidarse del cómico televisivo y ver al personaje que interpreta -también se ha de admitir que, poco a poco, lo consigue-, es mayor tu asombro al ver la evolución de la cinta. El absurdo más descabellado llevado a su máximo expresión imprimido en cada una de las escenas, ironía y humor tan mordaz que provoca tu avergonzada carcajada, sátira de una sociedad reflejada con demasiado dualismo (ni tan buenos ni tan malos) que no deja lugar a encontrarse con el cándido samaritano oculto tras tanta maldad observable. Todo un barullo, típico del gusto de Alex de la Iglesia, que convierte el legendario teatro romano en sede del más grandioso espectáculo jamás -ni en tiempos de los romanos- visto. Entretenida con la suficiente fuerza como para impactarte y provocarte un maravilloso desconcierto, es todo un sobresalto nada impasible que te emociona, agrada y gusta por igual; sólo se echa en falta una menos clara línea divisoria entre lo correcto y lo incorrecto que diera más intriga al resultado final.
1 de junio de 2012
1 de junio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Álex de la Iglesia es un cineasta admirado por muchos y del que siempre vale la pena darle una oportunidad a sus películas porque ofrece cosas arriesgadas y diferentes. Pendiente de revisionar algunas de sus primeras obras que me encantaron en su día y de ver alguna que me queda en el tintero, en los últimos años aumenta mi admiración por la persona por sus soberbias apariciones públicas a la vez que disminuye la admiración por el cineasta.
Por suerte para todos, muchos directores vienen con fuerza y están dándole un punto de originalidad, frescura y calidad al cine español. Es una pena que coincida con el desinfle progresivo de alguien que llevaba esos calificativos por bandera.
La que nos ocupa es una feroz crítica social que no deja títere con cabeza. Propiciado por un accidente en un museo en el momento de su innaguración mediática, todo el mundo está atento a Roberto, que está en el suelo con un hierro en la cabeza sin que nadie sepa como sacárselo y las consecuencias que podría tener.
Como digo, nadie se libra de la vara de la ira. Desde políticos, directivos de empresas o tv, periodistas al ciudadano de a pie, todos envueltos en la espiral social del morbo y del "todo vale" por unos minutos de gloria y/o por dinero.
El planteamiento en si es interesante (imposible no cordarse de El gran carnaval de Billy Wilder), aparte de que toca temas de candente actualidad con los que es muy fácil conectar con el espectador. El visionado pasa volando convirtiéndola en un producto ligero a la vez que reflexivo.
El problema es que salvo alguna escena puntual, la sutileza en el mensaje brilla por su ausencia y todo está envuelto en un aura excesivamente precocinada y con unas actuaciones sobreactuadas hasta el límite.
El director de la película ofreció en una reciente Gala de los Goya uno de los discursos más inspiradores que he oido jamás y aquí hubiera venido muy bien pero en esta ocasión el guión no lo firma él sino Randy Feldman. No todo es culpa de las palabras elegidas porque suenen tópicas y es que cuando oyes testimonios de gente que está sufriendo por la crisis, entrevistas a gente del 15M (o movimientos posteriores), la mayoría de ellas pese a que sean frases oidas hasta la saciedad, te emocionan porque ves el brillo en sus ojos y te transmiten un sufrimiento real.
Ese es el trabajo del actor y en esta película brilla por su ausencia practicamente en todo el reparto. José Mota no se si es porque todos lo tenemos asociado a un rol concreto pero no me lo creo en ningún momento. Salvo algún momento del final, navega con una mueca indecisa entre su drama y tomárselo a risa y aprovecharlo que no es efectiva. Tampoco te crees en ningún momento el amor pasional con Salma Hayek ni que sean marido y mujer.
(Continúa en spoiler por falta de espacio pero sin desvelar nada importante)
Por suerte para todos, muchos directores vienen con fuerza y están dándole un punto de originalidad, frescura y calidad al cine español. Es una pena que coincida con el desinfle progresivo de alguien que llevaba esos calificativos por bandera.
La que nos ocupa es una feroz crítica social que no deja títere con cabeza. Propiciado por un accidente en un museo en el momento de su innaguración mediática, todo el mundo está atento a Roberto, que está en el suelo con un hierro en la cabeza sin que nadie sepa como sacárselo y las consecuencias que podría tener.
Como digo, nadie se libra de la vara de la ira. Desde políticos, directivos de empresas o tv, periodistas al ciudadano de a pie, todos envueltos en la espiral social del morbo y del "todo vale" por unos minutos de gloria y/o por dinero.
El planteamiento en si es interesante (imposible no cordarse de El gran carnaval de Billy Wilder), aparte de que toca temas de candente actualidad con los que es muy fácil conectar con el espectador. El visionado pasa volando convirtiéndola en un producto ligero a la vez que reflexivo.
El problema es que salvo alguna escena puntual, la sutileza en el mensaje brilla por su ausencia y todo está envuelto en un aura excesivamente precocinada y con unas actuaciones sobreactuadas hasta el límite.
El director de la película ofreció en una reciente Gala de los Goya uno de los discursos más inspiradores que he oido jamás y aquí hubiera venido muy bien pero en esta ocasión el guión no lo firma él sino Randy Feldman. No todo es culpa de las palabras elegidas porque suenen tópicas y es que cuando oyes testimonios de gente que está sufriendo por la crisis, entrevistas a gente del 15M (o movimientos posteriores), la mayoría de ellas pese a que sean frases oidas hasta la saciedad, te emocionan porque ves el brillo en sus ojos y te transmiten un sufrimiento real.
Ese es el trabajo del actor y en esta película brilla por su ausencia practicamente en todo el reparto. José Mota no se si es porque todos lo tenemos asociado a un rol concreto pero no me lo creo en ningún momento. Salvo algún momento del final, navega con una mueca indecisa entre su drama y tomárselo a risa y aprovecharlo que no es efectiva. Tampoco te crees en ningún momento el amor pasional con Salma Hayek ni que sean marido y mujer.
(Continúa en spoiler por falta de espacio pero sin desvelar nada importante)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los secundarios cumplen, algunos más o algunos menos (otro aporte a la exageración general de algunas escenas y discursos es ese directivo de tv que tiene mujerzuelas tiradas por casa cual griposo tiene pañuelos dispersos) pero si alguien supera al protagonista en falta de naturalidad y credibilidad es Fernando Tejero con momentos que rozan lo lamentable con escenas de mirada a cámara con risa de villano de dibujos animados.
Si el discurso general, la crítica social y los monólogos son poco sutiles cuanto menos, no se libran las excesivas referencias al título de la película y la importancia que le quieren dar en el mensaje.
La película más floja de Alex de la Iglesia (al menos de las que he visto hasta el momento) pero no por ello dejaré de estar atento a su próximo trabajo.
Nota: 4'2
En twitter: @er_calderilla
Si el discurso general, la crítica social y los monólogos son poco sutiles cuanto menos, no se libran las excesivas referencias al título de la película y la importancia que le quieren dar en el mensaje.
La película más floja de Alex de la Iglesia (al menos de las que he visto hasta el momento) pero no por ello dejaré de estar atento a su próximo trabajo.
Nota: 4'2
En twitter: @er_calderilla
31 de agosto de 2012
31 de agosto de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chispa de la vida es una película hija de la su tiempo. Y de ella se aprovecha su director para disparar con bala sobre todas aquellas cosas, que rodean la sociedad, que no le gustan o le molestan soberanamente. En ese sentido, la película se comporta como un mono con dos pistolas, aunque de certera puntería, vaciando su cargador sobre temáticas tan variopintas como: la crisis económica, el desempleo, las corruptelas políticas, los medios informativos, la prensa del corazón, la burocracia, los bancos, los intermediarios y, sobre todas las cosas, de la falta de escrúpulos de sociedad actual. Malos tiempos para la lírica.
El protagonista de la cinta es un publicista en paro que a pesar de recurrir a antiguos contactos y viejos amigos no consigue que nadie del sector le de una nueva oportunidad para trabajar. Después de un día de perros y tras una serie de desgraciados equívocos, el hombre terminará en la inauguración de un teatro y, después de acceder a una zona restringida, acabará precipitándose al vacío desde una altura considerable. No obstante, la caída no le matará, y ya se sabe que lo que no te mata te hace más fuerte. En este caso lo fuerte debería interpretarse como una metáfora de la rotunda barra de hierro que quedará alojada en la parte posterior de su cabeza y que le llegará hasta el cerebro. Como la inauguración del recinto está llena de cámaras y reporteros, la prensa no tarda en hacerse eco de la noticia, asediando al pobre tipo postrado en el suelo.
Quieras que no, tener una barra de hierro que te atraviesa la cabeza es una de esas cosas que suelen comportar cierto riesgo para la vida humana y, tras la visita de un médico, le comunican que no lo pueden trasladar a un hospital porque no sobreviviría el traslado. Es en ese momento que la cabeza de publicista del tipo empezará a trabajar a marchas forzadas (o será un efecto secundario de la barra de hierro, ustedes deciden), pero el protagonista empezará a mover los hilos para aprovechar esta insólita atención mediática.
Lo cierto es que la trama de la película termina pareciendo un cruce entre Tiburón (Steven Spielberg) y El gran carnaval (Billy Wilder). La primera por el comportamiento de los dueños del museo que primero quieren esconder el accidente a los miembros de la prensa y que, una vez la noticia sale a la luz, llegan a poner en una balanza la vida humana y el beneficio económico propio. La segunda, más clara todavía, porque un accidente termina convirtiéndose en noticia de portada y fuente de ingresos, a la vez, convirtiendo las miserias humanas en una lucrativa máquina de generar dinero. El morbo vende, y cuanto más morboso resulte el caso más beneficios generará.
La cinta termina resultando ser una grotesca y mordaz sátira de la sociedad actual, encarnada una vulgar barra de metal. A pesar de ello peca por resultar excesivamente irregular: cuando se pone dramática, no resulta excesivamente profunda; cuando se pone solemne, no logra convencer; cuando se pone irónica, resulta poco sutil; pero cuando se viste de comedia negra, saca a relucir toda su mala leche y su veneno. Además, resulta un proyecto extraño viniendo de Álex de la Iglesia, alguien a quien estamos acostumbrados a ver en proyectos más pomposos y grandilocuentes. Aquí nos encontramos con una cinta que parte de una premisa que podría pertenecer a algún capítulo de una posible serie llamada “historias extraordinarias”. A pesar de todo la película logra lo más importante: aguantar la tensión. Y lo consigue con una trama que empieza dubitativa, que enloquece a raíz del accidente que desencadena los acontecimientos, y que saca lo mejor de sí cuando toda la mierda sale a relucir.
El protagonista de la cinta es un publicista en paro que a pesar de recurrir a antiguos contactos y viejos amigos no consigue que nadie del sector le de una nueva oportunidad para trabajar. Después de un día de perros y tras una serie de desgraciados equívocos, el hombre terminará en la inauguración de un teatro y, después de acceder a una zona restringida, acabará precipitándose al vacío desde una altura considerable. No obstante, la caída no le matará, y ya se sabe que lo que no te mata te hace más fuerte. En este caso lo fuerte debería interpretarse como una metáfora de la rotunda barra de hierro que quedará alojada en la parte posterior de su cabeza y que le llegará hasta el cerebro. Como la inauguración del recinto está llena de cámaras y reporteros, la prensa no tarda en hacerse eco de la noticia, asediando al pobre tipo postrado en el suelo.
Quieras que no, tener una barra de hierro que te atraviesa la cabeza es una de esas cosas que suelen comportar cierto riesgo para la vida humana y, tras la visita de un médico, le comunican que no lo pueden trasladar a un hospital porque no sobreviviría el traslado. Es en ese momento que la cabeza de publicista del tipo empezará a trabajar a marchas forzadas (o será un efecto secundario de la barra de hierro, ustedes deciden), pero el protagonista empezará a mover los hilos para aprovechar esta insólita atención mediática.
Lo cierto es que la trama de la película termina pareciendo un cruce entre Tiburón (Steven Spielberg) y El gran carnaval (Billy Wilder). La primera por el comportamiento de los dueños del museo que primero quieren esconder el accidente a los miembros de la prensa y que, una vez la noticia sale a la luz, llegan a poner en una balanza la vida humana y el beneficio económico propio. La segunda, más clara todavía, porque un accidente termina convirtiéndose en noticia de portada y fuente de ingresos, a la vez, convirtiendo las miserias humanas en una lucrativa máquina de generar dinero. El morbo vende, y cuanto más morboso resulte el caso más beneficios generará.
La cinta termina resultando ser una grotesca y mordaz sátira de la sociedad actual, encarnada una vulgar barra de metal. A pesar de ello peca por resultar excesivamente irregular: cuando se pone dramática, no resulta excesivamente profunda; cuando se pone solemne, no logra convencer; cuando se pone irónica, resulta poco sutil; pero cuando se viste de comedia negra, saca a relucir toda su mala leche y su veneno. Además, resulta un proyecto extraño viniendo de Álex de la Iglesia, alguien a quien estamos acostumbrados a ver en proyectos más pomposos y grandilocuentes. Aquí nos encontramos con una cinta que parte de una premisa que podría pertenecer a algún capítulo de una posible serie llamada “historias extraordinarias”. A pesar de todo la película logra lo más importante: aguantar la tensión. Y lo consigue con una trama que empieza dubitativa, que enloquece a raíz del accidente que desencadena los acontecimientos, y que saca lo mejor de sí cuando toda la mierda sale a relucir.
8 de enero de 2014
8 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mediometraje de Antonio Mercero, 'La cabina', dejó a la España de 1972 en shock al ver cómo un hombre quedaba encerrado en un reducido espacio sin que las personas que andaban a su alrededor se atreviesen a hacer algo para salvarle; ellos sólo se detenían a mirar qué era lo que sucedía. El exPresidente de la Academia, Álex de la Iglesia, bebió mucho de este referente al rodar 'La chispa de la vida', su última película. Del mismo modo que la de Mercero retrataba con eficacia la sociedad de los últimos años del Franquismo, ésta parece querer convertirse en el reflejo de la crisis económica y de valores que se está dando en la actualidad. Sin embargo, si estableciésemos una comparación entre ambas producciones, la del bilbaíno sufriría una derrota aplastante y quedaría en absoluta evidencia.
En esta cinta, el protagonista José Mota abandona la comicidad que le define para meterse en la piel de un publicista que lleva varios años en paro. Después de que le nieguen otra vez un puesto de trabajo, él decide darle una sorpresa a su mujer (Salma Hayek) y viaja hasta Cartagena. Allí descubre que lo que antes era un hotel ahora son las ruinas de un teatro romano y, tras una escena ridícula y tramposa, sufre un accidente que lo deja inmovilizado y al borde de la muerte.
A partir de ese momento, empieza a circular frente a la cámara una larga serie de 'amiguetes' del realizador que acuden para interpretar a personajes excesivos y estereotipados (el alcalde y la directora del museo se llevan la palma) que en su mayoría son alimañas malvadas sin un ápice de bondad en las venas. En medio de ese gran circo, es Hayek el único sujeto al que el espectador se puede creer. Ni siquiera con el desafortunado protagonista se puede empatizar, puesto que De La Iglesia lo vanaliza mostrándolo como un pobrecito que no tiene la culpa de nada.
El responsable último de la inverosimilitud de los personajes y también de que la película nunca llegue a cuajar es el guión. Su mayor pecado es que en ningún momento deja claro si nos encontramos en el género del drama o en el de la comedia negra, y por ello termina quedándose en un indeterminado término medio que no funciona: es imposible creerse una tragedia si todo lo que está junto a ella es absurdo.
Asimismo, otro error es querer lanzar continuamente mensajes de protesta que van en contra de demasiados ámbitos. Las quejas son tan amplias que es imposible no caer en generalidades. Esto conlleva que gran parte de los diálogos sólo sirvan para manifestar ideologías. Nada crea un verdadero atractivo (salvo quizás la bonita escena de la entrevista) y, por consiguiente, al público no le queda más remedio que darle la razón a José Mota cuando dice que “esto no se lo va a creer nadie”.
Más críticas en http://estayalahevisto.wordpress.com/
En esta cinta, el protagonista José Mota abandona la comicidad que le define para meterse en la piel de un publicista que lleva varios años en paro. Después de que le nieguen otra vez un puesto de trabajo, él decide darle una sorpresa a su mujer (Salma Hayek) y viaja hasta Cartagena. Allí descubre que lo que antes era un hotel ahora son las ruinas de un teatro romano y, tras una escena ridícula y tramposa, sufre un accidente que lo deja inmovilizado y al borde de la muerte.
A partir de ese momento, empieza a circular frente a la cámara una larga serie de 'amiguetes' del realizador que acuden para interpretar a personajes excesivos y estereotipados (el alcalde y la directora del museo se llevan la palma) que en su mayoría son alimañas malvadas sin un ápice de bondad en las venas. En medio de ese gran circo, es Hayek el único sujeto al que el espectador se puede creer. Ni siquiera con el desafortunado protagonista se puede empatizar, puesto que De La Iglesia lo vanaliza mostrándolo como un pobrecito que no tiene la culpa de nada.
El responsable último de la inverosimilitud de los personajes y también de que la película nunca llegue a cuajar es el guión. Su mayor pecado es que en ningún momento deja claro si nos encontramos en el género del drama o en el de la comedia negra, y por ello termina quedándose en un indeterminado término medio que no funciona: es imposible creerse una tragedia si todo lo que está junto a ella es absurdo.
Asimismo, otro error es querer lanzar continuamente mensajes de protesta que van en contra de demasiados ámbitos. Las quejas son tan amplias que es imposible no caer en generalidades. Esto conlleva que gran parte de los diálogos sólo sirvan para manifestar ideologías. Nada crea un verdadero atractivo (salvo quizás la bonita escena de la entrevista) y, por consiguiente, al público no le queda más remedio que darle la razón a José Mota cuando dice que “esto no se lo va a creer nadie”.
Más críticas en http://estayalahevisto.wordpress.com/
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