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M, el vampiro de Düsseldorf

Thriller. Intriga Un asesino de niñas tiene atemorizada a toda la ciudad de Berlín. La policía lo busca frenética y desesperadamente, deteniendo a cualquier persona mínimamente sospechosa. Por su parte, los jefes del hampa, furiosos por las redadas que están sufriendo por culpa del asesino, deciden buscarlo ellos mismos. (FILMAFFINITY)
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9
4 de agosto de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras que los thrillers que realizaría durante su época americana, entre ellos "La mujer del cuadro" (1944) o "Los sobornados" (1953), iban a centrarse en la descripción de unos sombríos paisajes urbanos poblados casi exclusivamente por criminales psicópatas e inocentes desencantados, quizá sea "M, el vampiro de Düsseldorf" donde se pueda encontrar la expresión más pura de esa visión extremadamente pesimista, tan característica de Fritz Lang. Basada en el caso real de un asesino de Düsseldorf y titulada en un principio "El asesino se encuentra entre nosotros", la película, escrita para la pantalla por el propio Lang en colaboración con su mujer, Thea von Harbou, constituye una escalofriante mezcla de expresionismo y realismo. El principal personaje, un pequeño burgués que se transforma en un asesino en serie incapaz de controlarse a sí mismo, sirve para hacer hincapié en la tensión entre un orden cada vez más débil y ese caos creciente que sería uno de los denominadores comunes del periodo de la historia alemana que conocemos como la República de Weimar, así como una de las razones que crearon las condiciones que facilitaron el ascenso de Hitler al poder.

"M, el vampiro de Düsseldorf" fue también la primera película sonora realizada por su director, que, sin embargo, se adaptó al nuevo medio con singular maestría; algo que resulta evidente por la habilidad con que hace progresar la historia valiéndose tanto de la información visual como de la auditiva y por el uso innovador que hace de los diálogos superpuestos para trazar un paralelismo entre la políca y el hampa de la ciudad, unidos por el propósito de apresar al desalmado que se encuentra entre ellos. En un clímax memorable, Lang hace que un Becker atrapado asegure que es incapaz de ayudarse a sí mismo y pida clemencia a esa congregación de individuos que se tienen por infalibles; la línea divisora entre la inocencia y la culpabilidad, entre la ley y el caos se ha vuelto casi indistinguible.

En 1951, Joseph Losey dirigiría en los Estados Unidos una versión de la película, mucho menos eficaz y sin tantas resonancias simbólicas, con David Wayne en el papel del asesino.

FUENTE: http://voodooshoock.blogspot.com
9
24 de diciembre de 2014 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
M, el vampiro de Düsseldorf de Fritz Lang es un thriller de intriga basado en un asesino en serie de niñas que es buscado tanto por la policía como también por los gánster del lugar. Dirigida con un ritmo más bien lento y con un estilo personal y bien cuidado en detalles como es habitual en su director, es una obra sobresaliente que absorbe la total atención del público por tener un entramado sustancioso que va de menos a más, creando inquietud por su historia de secuestros y asesinatos de niñas indefensas por parte de un psicópata, poniéndose toda la ciudad tras él y en especial los gánster que se ganan la vida estafando y por culpa de esto están todo el día vigilados, concluyendo un auténtico clasicazo en el género que apasionará a todos sus seguidores.
La fotografía en blanco y negro es lúgubre y hace gran uso de los claroscuros, logrando un evocador trabajo cuidado en detalles magistrales que son estéticamente apropiados y te transportan notablemente al lugar. La música es insidiosa en sus sonidos profundos e intensos que acompañan la acción, turbando y estimulando al público a partes iguales en una excelente labor muy oportuna para la historia. Los planos y movimientos de cámara consuman un magnífico trabajo técnico mediante el uso de la cámara en mano para dar mayor dramatismo al film, y también el reconocimiento, generales, avanti, retroceso, detalles y primeros planos típicos del género que sacan lo mejor de la historia y las interpretaciones.
Las actuaciones son sobrias e impecables. Como protagonistas Peter Lorre trabaja con oscuridad psicológica en un convincente papel, siendo creíbles las interpretaciones de Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos y Georg John entre otros. Para estos emplea la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones variados según el personaje que varían de humildes y carentes por un lado a elegantes e impolutos por otro, marcando claramente la diferencia de clases en una pertinente tarea.
El guion, escrito por el director junto con Thea von Harbou, es penetrante al exponer una trama que tiene los componentes necesarios para atrapar notablemente al espectador, concluyendo uno de los mejores thriller de intriga que se han hecho en el séptimo arte cuando además, el cine sonoro llevaba poco tiempo funcionando, siendo por tanto una de las piezas clave en el expresionismo alemán en su mayor apogeo. Emplea para esto una narrativa con voz en off directa y explicativa al principio y el resto con tono indagatorio y tenebroso, cumpliendo con una labor clásica que gusta escuchar al espectador. Cabe destacar también, el montaje lineal y seguido que mete gran historia en algo menos de 2 horas sin hacerse el metraje demasiado largo.
Concluyendo, la considero una obra sobresaliente e inmortal no solo en sus géneros, sino en el séptimo arte en general y en la filmografía del director, por ser absorbente, entretenida y perniciosa en su trama, además de implacable por tener un criminal de primer orden en su interior. Muy recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, montaje, planos, movimientos de cámara, vestuarios y narrativa que vuelven a M, el vampiro de Düsseldorf, uno de los films imprescindibles del expresionismo alemán que cautivará a todos los cinéfilos clásicos más exigentes.
7
23 de febrero de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Penúltima película alemana de Lang en colaboración con su esposa antes de que Goebbels intentara reclutarle para la causa nazi ofreciéndole la dirección de los estudios UFA. Como es sabido el director salió por piernas dejándose en el camino a su esposa-guionista a la cual los nazis le caían más simpáticos.
Los crímenes y los monstruos se estaban poniendo de moda en la Alemania de estas fechas y Lang tuvo que plegarse dejando a un lado sus macro producciones por algo más "sencillito" y sobre todo barato, centrándose en el auge del recién estrenado sonoro. La idea original iba sobre el tema de misteriosos anónimos, cuando un articulo periodístico sacó a colación al asesino de la década de los 20 Peter Kürten que mató, entre otros, a varios niños en Düseldorff y que además le daba por beber sangre de sus víctimas. El juicio y su posterior condena coincidieron con el estreno de la película. Así pues cada cual que elija entre oportunismo, crónica social de la época o ambas.
El caso es que los 7 excelsos primeros minutos quedaran grabados indelebles para la posteridad fílmica. La utilización del sonido a través de la tonada (fragmento "En la gruta del rey de la montaña" de Edvard Grieg para la obra de Ibsen Peter Gynt) que silba el personaje de Lorre (por cierto doblado por el propio Lang), que no banda sonora, como leimotiv, las elipses narrativas de gran simbolismo, amén de la utilización de las sombras herederas del expresionismo, el picado del ciego de los globos, la espera de la madre..., constituyen un recital de un director en estado de gracia.
Lo que resta es otra cosa mucho más convencional. El ritmo se eterniza y la síntesis desaparece en la parte central con las alternancias entre las disquisiciones de la policía, sus modernos metodos y los miembros del hampa, la utilización de la grua se repite en exceso, el contrapicado al jefe de policía en su despacho sorprende por su mal gusto, la repetición de tomas de las distintas estancias de la fábrica...
El tramo final se ve redimido por la fotografía de Fritz Arno, el debate social sobre la justicia, el Lang amante de la arquitectura que asoma en la decoración de los escaparates y la pelín sobreactuada pero genial actuación de un Peter Lorre que le abrió las puertas de Hollywood y dió volumen psicológico a muchos futuros malvados de la pantalla.
9
22 de marzo de 2016 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No iba a escribir algo sobre esta película porque dudo de que aporte en algo a lo que ya se ha dicho, pero la lectura de reiteradas criticas "derribadoras de mito" como que me tiene harto.
Creo que hay una clase de personas que sólo escribe para demostrar lo muy contracultura que son y que dudo de que realmente aprecien lo que ven en pantalla y considerar que esta película está sobrevalorada es poco serio.
Y ello, no solamente por los méritos pioneros de la película, por el excelente guión o las actuaciones extraordinarias, sino porque es imposible no empatizar con las escenas más representativas que no mencionaré por ser archiconocidas.
Yo creo que el snob que anda "derribando mitos" encuentra hasta el Padrino una película "que no es para tanto". Lo único que le puedo decir a esa pobre alma es que dudo de que disfrute lo que ve y sólo satisface cierto onanismo intelectualoide.
Finalmente, respeto todo derecho a opinar, pero no respeto todas las opiniones. Si su opinión es una idiotez, así lo haré notar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena inicial y como indica que se ha cometido el homicidio es genial, no tiene otro apelativo y sólo por eso la película ya vale la pena verla.
El concepto del orden necesario para delinquir y como el Estado no persigue cosas tan diferentes al delincuente organizado es para pensar.
Me gustó que con tanta fuerza se presentara tanto la "enfermedad" como el "y si es enfermo, entonces que diablos hacemos con él?".
9
29 de enero de 2018 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra maestra del profético y subversivo Fritz Lang realizada en 1931, en pleno ascenso de Hitler al poder. Película primigenia del cine sonoro y germen remoto del subgénero psycho-killer. Pese a adscribirse temáticamente al cine de terror, su forma y enfoque recogen influencias del expresionismo y es precursora del cine negro americano (oscuridad, humo, policías, hampones, intriga), del que Lang fue un maestro (La Mujer del Cuadro, Perversidad, Los Sobornados, Deseos Humanos). Vista como un alegato antinazi por el régimen emergente, M sólo fue censurada en su título original, El Asesino está entre Nosotros, por razones obvias. “M” es la letra que le marcan en la espalda con tiza a Hans Becker (Peter Lorre), en alusión a Mörder, asesino en alemán (especie de antecedente de la estrella que pronto deberían llevar los judíos).

M, el Vampiro de Düsseldorf está inspirada en la historia real del asesino serial de Düsseldorf, el sádico Peter Kürten, un pedófilo que se dedicada a matar niñas y que fue perseguido durante mucho tiempo sin éxito tanto por la policía como por los ciudadanos, lo que provocó que la ciudad viviera bajo un clima de histeria continua. Kürten, que confesó haber cometido setenta y nueve crímenes, ganó la fama de “vampiro” al afirmar en su juicio que había bebido la sangre de una de sus víctimas. Fue arrestado en 1930 y ejecutado en 1931. Sus últimas palabras, casi coincidentes con el estreno de la película, fueron: “Dígame, cuando me hayan decapitado ¿podré oír siquiera un momento el ruido de mi propia sangre saliendo del cuello? (silencio) Sería el mayor placer, para terminar todos mis placeres”.

Lang, tras un inicio genial en el que muestra un asesinato de forma tan sencilla y sugerida como escalofriante, sólo con la imagen de una pelota abandonada y un globo enganchado en los cables eléctricos, se zambulle de pleno en la investigación criminal, haciendo una exposición pormenorizada de análisis y técnicas policiales, algo que resulta tremendamente moderno en el cine actual. La parte final es el clímax de la película, con el juicio a Becker, que es condenado a muerte, sin posibilidad de defensa, por un juzgado formado por delincuentes y malhechores. Ahí es donde el autor expone la motivación del trágico asesino, que en un desgarrador monólogo confiesa que es presa de un trastorno mental irrefrenable, a la vez que obliga a sus captores a buscar en su interior la semilla de la maldad, y suplica ser entregado a la verdadera justicia.

Fiel a su corpus fílmico, Lang contrapone psicología individual y justicia (injusticia) social, reflexiona sobre la responsabilidad y culpabilidad y enseña cómo la microsociedad (policía, crimen organizado, medios de comunicación, civiles) reacciona ante un peligro desconocido que perturba la cotidianidad: miedo, paranoia, control, represión. M, como inducida por el estado de decadencia y asfixia de la Alemania del momento, hace una sutil crítica de la situación sociopolítica que se estaba gestando y parece decirnos que el culpable de la monstruosidad no es la mente enferma, que no puede reprimir su instinto asesino, sino la obtusa que la cobija y la hace crecer hasta que es demasiado tarde. El director de Metrópolis ya intuía lo que poco después iba a suceder en su país, cuando el partido nazi se convirtió en la primera fuerza política al obtener casi catorce millones de votos.

Lang, ayudado por todo un referente del cine expresionista alemán, el director de fotografía Fritz Arno Wagner (Nosferatu), subraya una atmósfera taciturna y patológicamente convincente en un entorno de pesadilla. Crea el suspense a través de la imagen (planos opresivos, picados y contrapicados, juegos de luces y sombras), el sonido (pasos en la calle, silbidos, gritos, susurros) y el silencio dramático, recurso que aprovecha del cine mudo. Pese a lo insano y diabólico del relato, Lang insinúa pero no muestra. No necesita exhibir sangre ni crudeza para retratar la maldad humana. Vigorosa y con estilo, M, el Vampiro de Düsseldorf es un clásico atemporal que sigue horrorizando y estremeciendo casi noveinta años después.

Mención aparte merece la sobrecogedora actuación del inquietante Peter Lorre como M (especialmente en el juicio final), seguramente el mejor retrato de un psycho-killer de la historia, cuya mirada oscila entre la perversión, el tormento y la cobardía. El actor venido del teatro, de origen judío, tuvo que huir de Alemania por miedo a los nazis poco después del estreno de la película. Fritz Lang lo hizo dos años más tarde, después de divorciarse de su esposa, Thea von Harbou, coescritora del guión y que, fatalidades del destino, acabaría uniéndose al partido de Hitler.

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