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Ida

Drama Polonia, 1960. Anna (Agata Trzebuchowska), una novicia huérfana que está a punto de hacerse monja, descubre que tiene un pariente vivo: una hermana de su madre que no quiso hacerse cargo de ella de niña. La madre superiora obliga a Anna a visitarla antes de tomar los hábitos. La tía, una juez desencantada y alcohólica, cuenta a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein, que es judía y que el trágico destino de su familia se ... [+]
Críticas 165
Críticas ordenadas por utilidad
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8
13 de marzo de 2019 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Madre mía!! Qué película tan bonita!!
A mí me encantan estos films que expresan tanto con tan pocas palabras... pero de qué manera tan precisa manifiestan sus emociones estos personajes, gracias a interpretaciones tan brutales.
La historia y su correspondiente guión me han parecido espectaculares, y el ritmo y los tempos tan milimétricos te mantienen pegado a la pantalla. No sólo el ritmo, sino todo lo demás... la banda sonora, que encaja como un guante en esta historia de silencios, de heridas de guerras que se han evitado. Nada como la música clásica de Mozart y de Bach, para EXPRESAR. Y si a eso le añades el mágico saxo de John Coltrane, pues ni te digo.
Tenía que ser música clásica y jazz, pero también tenía que ser blanco y negro. No sabría explicarlo técnicamente, pero si lo que quieres es que se preste atención a las expresiones, has de utilizar blanco y negro, tal y como me pasa a mí con las fotografías de aficionadillo que hago, siempre en blanco y negro cuando se trata de retratos.
Puesta en escena excelente, montaje magistral, y una realización bellamente académica, impecable y siempre en busca de las miradas, de los gestos y de los movimientos. Si prestas atención a las frases, aprendes pero poco. Si prestas atención a la expresión de los actores, te inundas de información. Pero ese trabajazo interpretativo pasaría más desapercibido si no fuera por esos maravillosos planos, esa cámara estática que deja fuera de plano a personajes pero manteniéndolos presentes, esos primeros planos del silencio, esos primerísimos planos de la duda o la inquietud. Esas escenas finales del deseo, y ese largo plano final que expresa la determinación y la sabiduría adquirida.
La vi hace unas tres horas, y aun se proyecta en mi mente, de principio a fin. No la olvidaré fácilmente. Es que no la quiero olvidar nunca.
9
10 de junio de 2021 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene una fotografía bellísima, un par de intérpretes estupendas (y con el mismo nombre, Agata) en las antípodas pero unidas... Y un palmo, o dos, por encima del plano, con margen siempre hacia el cielo -real o metafórico-. También una pregunta existencial que vertebra su final, asumido que no impuesto (aunque con un mozo como el de la película yo no sé si me la hubiera planteado...).

Bromas al margen, si se le añade el placer de escuchar a John Coltrane y hasta a Marino Marini, en un baile sesentero -con la bella intérprete por cierto de "Cold Ward"- sólo cabe el disfrutarla (y gracias a FA si aceptan lo escueto del texto, su Oscar ya habló por mí).
8
16 de abril de 2023 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el plano formal, una obra maestra a todas luces. Ocioso reiterar sus calidades visuales, la limpidez y transparencia del relato, la depuración estilística, la "economía" de todo el film. Y también sería ocioso referirse a la excelencia de las interpretaciones (salvo si a uno le gusta poco la sobriedad gestual).
Pero la película es un vaso de tristeza sin mezcla, sin una gota de humor ni de alegría. Por eso entiendo a quienes la tildan de un pelín monótona y hasta mortecina.
Y, en ese sentido, como película religiosa y católica, que lo es incuestionablemente, acaso no va a a figurar en ninguna antología de este género de cine. [Sigo en "spoiler"]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Antes de decidir su regreso final al convento, la novicia mantiene un brevísimo diálogo, todavía en el lecho de amor, con el saxofonista con quien acaba de enrollarse, y simplemente con un reiterado "¿Y después?" a las propuestas del chico de gozar juntos de los pequeños placeres de una vida de artistas humildes, le da a entender que nada pueda ya atraerla a este mundo terreno. Sólo la reclusión en el convento y la espera de la otra vida. Pero quizá hubiera convenido alguna pincelada que nos hiciera ver que esa vida monjil no era tan sombría, no era otra forma de suicidarse...
7
26 de agosto de 2023 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nota: 7,5

Elegante, contenida, sutil. Podría reunir más de 50 wallpapers con frames de este film. Filmada en relación 1.37 : 1 y un precioso blanco y negro, la estética y temática pueden recordar al mejor cine de Bergman o Dreyer.

Una trama sencilla, madura, coherente. Una búsqueda vital acerca de la identidad y el extrañamiento, sin grandes alardes, sin adornos superfluos propios de manual de guion. Qué decir de la fotografía… Una composición envidiable con plano fijo y encuadre estético como señas de identidad. Un blanco y negro que no abusa del contraste y destaca por su luminosidad y maravillosa escala de grises. La banda sonora está perfectamente elegida y ubicada, y las interpretaciones cumplen perfectamente.

Los personajes habitan el relato de manera poco convencional, perfectamente bella siempre. Todo fluye en ese crudo pero hermoso mundo en el que los silencios (también el de Dios) y las miradas dicen tanto, con un acusado espacio vacío en ocasiones, siempre sugerente, enfatizando la importancia del entorno y relacionado con el estado mental. Aún queda artesanía en el arte de filmar, de buscar el emplazamiento y el tiro de cámara perfectos, de no tener que recurrir a cortes en montaje cada segundo para falsear algo que nunca sucedió. Aquí todo es palpable, creíble, real, si bien su formalismo podría ser acusado de evidente, de carecer de elementos de ruptura, de problematización. Todo sigue una dirección visual hasta que, evidentemente, la resolución del viaje interior cambiará todo el modo de representación. Muy interesante.

@laquimeracultural
7
27 de marzo de 2014
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado, lo sabe bien Paul Thomas Anderson, es una especie de fantasma. Un monstruo que, de algún modo u otro, siempre está al acecho. ''Puede que nosotros hayamos terminado con él... pero seguro que él no ha terminado con nosotros''. Sin previo aviso y de forma despiadada, su peso cae (mejor dicho, se ceba) sobre el individuo, normalmente cuando éste menos se lo espera. Quizás porque no contaba con ello; quizás porque había sido lo suficientemente iluso como para creer, precisamente, que había terminado con él. La tragedia puede producirse tanto en plural como singular. Por ejemplo, no son pocas las naciones que, en un ejercicio de enfermedad mental colectiva, han decidido arrancar (o peor, reescribir) algunas páginas de su propio libro de historia, para así enterrar unos traumas (sufridos o infligidos) que, supuestamente, nada ayudarían a la hora de afrontar un futuro mucho más brillante y esperanzador.

Dicho escenario, a pesar de ser mucho más frecuente de lo que podamos llegar a imaginar, es, por supuesto, falso, ya que sólo puede sustentarte por la asunción de una mentira, esto es, el que el mencionado monstruo no atacará nunca... sencillamente porque no existe. Pero como ya sabemos todos, los fantasmas del pasado siempre regresan... o siempre aparecen por ''primera vez''. Yendo al plano más estrictamente íntimo (que como veremos más tarde, y como casi siempre, va a llevarnos al colectivo), nos topamos, en un convento de la Polonia de 1962, con una joven novicia que, literalmente, no tiene pasado... o esto, obviamente, es lo que cree. La hermana Anna, que así se llama la muchacha, recibe noticias, por ''primera vez'', al menos desde que tiene memoria, de una tía suya, que resulta ser el único familiar que le queda con vida. Una vez se haya encontrada con ella, Anna descubrirá que en realidad su nombre es Ida... y que en realidad es judía.

Contextualizada en el lugar y la época, la bomba que acaba que caer sobre la protagonista ha ganado muchos más megatones de los que en un principio cabía esperar. Quizás porque las noticias, todas de un carácter sísmico más o menos pronunciado, son en realidad las réplicas de un(os) terremoto(s) mucho más intenso(s). Hablamos (y se nos habla) del día después, por así llamarlo, del infierno del nazismo... así como de su posterior y traumática cura, por así llamarla también. 'Ida', de Pawel Pawlikowski, aparte de ser una de las sorpresas cinematográficas más -incómodamente- agradables de la temporada, es también, con toda seguridad, uno de los mejores documentos sobre el holocausto (y como se ha dicho, sobre lo que vino a continuación) jamás filmados, a pesar (o no) de que su acción tenga lugar en el más estricto a posteriori.

Al fin y al cabo, no hay nada mejor que la perspectiva Histórica para acercarse a temas que, incluso a día de hoy, siguen siendo de lo más peliagudos (véase la faraónica filmografía de Claude Lanzmann, a riesgo de entrar en comparaciones con las que el propio Pawlikowski ya se ha mostrado en desacuerdo). En el año 62, en la Polonia soviética, del mismo modo en que sucede ahora, quedaban todavía muchas tumbas por encontrar, muchos árboles genealógicos por reconstruir... en definitiva, muchos asuntos por zanjar. Las facturas del pasado, desgraciadamente, suelen ser kilométricas. La hermana Anna, quien en realidad es Ida Lebenstein, va a darse cuenta de esto... y a experimentarlo en sus propias carnes. De forma repentina y con una intensidad desmesurada (reflejado esto último en el rostro pétreo, y aun así ultra-expresivo de una fantástica Agata Trzebuchowska), como mandan los cánones de la adolescencia por la que está pasando la protagonista.

De la mano de Pawel Pawlikowski, el despertar adulto y el fin de la inocencia, en todos los sentidos, adoptan magnitudes microscópicas y a la vez gigantescas. Con un excelente gusto por los encuadres y un magistral aprovechamiento del blanco y negro, los personajes se mueven por escenarios en los que quedan empequeñecidos... pero en los que, no obstante, tienen cosas a decir. Sea cual sea el ángulo de la cámara, ésta nos muestra una realidad gélida, a simple vista impenetrable, pero con una capa de hielo protectora de lo más endeble, lista para resquebrajarse en cualquier momento y dejar al descubierto un mar de aguas volcánicas. Una realidad que se cae literalmente a trozos por el insoportable hedor a putrefacción que proviene directamente de un pasado feroz mal sepultado que, como no podía ser de otra manera, pervive para hacer lo que mejor se le da: acechar para poco después atacar a sus víctimas.

La bomba, el (post)terremoto, y sobre todo los zarpazos del maldito pasado desembocan en una road movie con toque marcada y reivindicativamente femenino, técnicamente impecable, espiritualmente despiadada; certera. De una belleza siniestra. Cristalina en la formulación y exposición de sus tesis, pero para nada obvia y/o acomodada. Histórica, también, aunque de una vigencia espeluznante, seguramente porque nos habla de unas cuentas pendientes que jamás llegarán a ser saldadas. Víctimas, testigos, jueces y verdugos juegan a un angustioso juego de las sillas en el que nadie está a salvo, pero en el que también puede encontrarse algo parecido a la salvación. Sí, Pawlikowski nos deja con el amargo "¿Y ahora qué?", al igual que con la certeza de que no hay manera humana de acabar con el pasado, si acaso de empezar con él (y gracias a Dios por la posibilidad...). Pero por el camino, y no es poco consuelo, encuentra la esperanza de que la verdad nos hará libres (del peor encierro de todos, se entiende, el de la ignorancia)... o al menos nos dará los instrumentos para serlo.
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