Leviatán
2014 

7.2
7,364
Drama
Kolia vive en un pueblito a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. Tiene un taller de mecánica al lado de su casa, donde vive con su joven esposa y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde del pueblo está decidido a apropiarse de la casa y del taller de Kolia a toda costa. Primero intenta comprar el terreno, pero Kolia no está dispuesto a vender. (FILMAFFINITY)
15 de mayo de 2015
15 de mayo de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leviatán de Andrei Zvyagintsev es un drama social de la actual Rusia basado en un hombre que vive con su esposa y su hijo en una casa en la que van a ser desahuciados por el alcalde de la ciudad, recibiendo entonces la ayuda legal de un antiguo amigo suyo que es abogado. Dirigida con un ritmo reposado y con un estilo muy personal que plasma fehacientemente la Rusia actual, es una obra sincera que no pretende impresionar a nadie sino más bien ir creando poco a poco una atmósfera enrarecida y turbia en la que todo el mundo tiene algo que ocultar y nadie se libra de nada, cautivando a los cinéfilos más exigentes que busquen dramas reales que atrapan al público con mucho oficio.
La fotografía es hermosa y hace gran uso de los claroscuros en un idóneo trabajo que te transporta, logrando una labor confortante y espléndida que está bien cuidada en detalles sombríos para hacer sentir al público el desánimo de los protagonistas. La música es emotiva e intrigante y solo es usada en contadas ocasiones para no desviar la atención del público, usando sonidos hipnóticos que turban al público y añaden misterio con profundidad. Los planos y movimientos de cámara consuman una gran labor técnica mediante el uso de generales, seguimiento, circulares, reconocimiento, panorámicos y rotación lentos que se centran en sacar lo mejor de las interpretaciones.
Las actuaciones son impasibles y cumplidoras por parte del todo el elenco actoral. Cuenta con las convincentes interpretaciones de Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov y Lesya Kudryashova. La dirección artística emplea para estos unos vestuarios y caracterizaciones sugestivos a cada personaje ya sea policía, militar o civil en una correcta labor que junto con los oportunos decorados te transportan in situ.
El guion, escrito por el director junto con Oleg Negin, crea un ambiente oscuro en los distintos personajes que son turbios en un sentido u otro, atrapando al público con una profunda trama muy trabajada que es pesimista por mostrar una parte del pueblo ruso corrompida, borracha, desleal y desecha que camina a trompicones hacia un futuro incierto y desesperanzado, finalizando un desilusionado film que gustará a cualquier cinéfilo exigente. Esto se lleva a cabo con una narrativa variada según el personaje que es ebria en gran parte por estar los personajes bebiendo continuamente, siendo el resto conspiradora y desde luego pesimista.
En conclusión, la considero una obra notable dentro del cine ruso y un drama profundo que expone tal cual a unos personajes con muchos defectos para dejar claro algunos de los problemas actuales que sufre el país en estos momentos en una labor que gustará a los cinéfilos más exigentes. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, planos, movimientos de cámara y narrativa que vuelven a Leviatán, una película triste y muy sincera a la hora de criticar los defectos que sigue teniendo Rusia.
La fotografía es hermosa y hace gran uso de los claroscuros en un idóneo trabajo que te transporta, logrando una labor confortante y espléndida que está bien cuidada en detalles sombríos para hacer sentir al público el desánimo de los protagonistas. La música es emotiva e intrigante y solo es usada en contadas ocasiones para no desviar la atención del público, usando sonidos hipnóticos que turban al público y añaden misterio con profundidad. Los planos y movimientos de cámara consuman una gran labor técnica mediante el uso de generales, seguimiento, circulares, reconocimiento, panorámicos y rotación lentos que se centran en sacar lo mejor de las interpretaciones.
Las actuaciones son impasibles y cumplidoras por parte del todo el elenco actoral. Cuenta con las convincentes interpretaciones de Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov y Lesya Kudryashova. La dirección artística emplea para estos unos vestuarios y caracterizaciones sugestivos a cada personaje ya sea policía, militar o civil en una correcta labor que junto con los oportunos decorados te transportan in situ.
El guion, escrito por el director junto con Oleg Negin, crea un ambiente oscuro en los distintos personajes que son turbios en un sentido u otro, atrapando al público con una profunda trama muy trabajada que es pesimista por mostrar una parte del pueblo ruso corrompida, borracha, desleal y desecha que camina a trompicones hacia un futuro incierto y desesperanzado, finalizando un desilusionado film que gustará a cualquier cinéfilo exigente. Esto se lleva a cabo con una narrativa variada según el personaje que es ebria en gran parte por estar los personajes bebiendo continuamente, siendo el resto conspiradora y desde luego pesimista.
En conclusión, la considero una obra notable dentro del cine ruso y un drama profundo que expone tal cual a unos personajes con muchos defectos para dejar claro algunos de los problemas actuales que sufre el país en estos momentos en una labor que gustará a los cinéfilos más exigentes. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, planos, movimientos de cámara y narrativa que vuelven a Leviatán, una película triste y muy sincera a la hora de criticar los defectos que sigue teniendo Rusia.
22 de septiembre de 2015
22 de septiembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias al maravilloso mundo de la televisión a la carta pude ver Leviatán, una película rusa que con sus primeros planos hizo que me interesase, la grabé y la vi una tranquila mañana del final del verano. Esta cinta, del realizador Andrey Zvyagintsev, es un grito a la impotencia, una muestra de la Rusia actual, que no dista mucho de la Unión Soviética de la guerra fría, desde el punto de vista de el pueblo, por supuesto. Para nuestros ojos es una nación más abierta solo porque el señor de la mancha en la cabeza permitió poner McDonal´s, con todo lo que eso conllevaba, pero para los rusos hay pocos cambios, el estado sigue haciendo lo que le viene en gana, cual estado feudal, y si un alcalde quiere expropiar una casa por un precio bajo para hacerse una palacio de fe, pues lo hace.
Esta es la premisa de la película, y es el inicio de los problemas de la familia protagonista. El alcalde de un pueblo pesquero, mostrada por el realizador (me niego a escribir de nuevo su nombre) de una forma hermosa y cruda a la vez, quiere expropiar por un precio irrisorio los terrenos del protagonista, Aleksey Serebryakov, un actor que realiza un trabajo asombroso. Es ahí cuando nos introducimos en su familia; su mujer, la maravillosa actriz Elena Lyadova y su hijo, un actor en ciernes llamado Sergey Pokhodaev (qué difícil se me hace escribir nombres rusos). Completan el reparto Vladimir Vdovichenkov, como abogado y amigo de la familia, y Roman Madyanov, como el terrible alcalde de la localidad portuaria, en la película aborrecí a su personaje, me desagradaba hasta verle la cara, después, vi las fotos del reparto en Cannes y me parecía un hombre afable y bonachón, parece que algo hace bien.
Leviatán estuvo nominada a los Oscar como mejor película de habla no inglesa, ganó un Globo de oro en esa misma categoría y el premio al mejor guión en Cannes. En ocasiones me recordaba a las películas de Terrence Malick, con planos de paisajes sin música, solo el sonido de la naturaleza, estáticos y dándote información implícita, muy al estilo de Malas tierras. Espero que el realizador ruso no tarde tanto como Malick en hacer películas, el segundo tardó 20 años en volver a realizar un film después de acabar Días de cielo.
Os aconsejo que veáis Leviatán en versión original, al principio cuesta hacer el oído al ruso, pero, cuando te acostumbras, la interpretación de todo su reparto lo merece. No os la podéis perder, su fotografía, su guión, sus actores.... en definitiva casi todo, es digno de echarle un par de horas. Algunos dicen que le falta garra, puede ser cierto, hay escenas lentas, parece que sobran, pero cuando la historia se precipita hacia el drama, el montaje se acelera junto con nuestra respiración. Espero que os guste. A mí me encantó una frase que dice el alcalde al dueño de la propiedad:
"¿Creíais que teníais derechos? Pues no, sois solo cucarachas"
Nota: $$$$
Valoraciones: Mala $ / Regular $$ / Buena $$$ / Muy buena $$$$ / Excelente $$$$$)
@flosttothecine
www.fromlosttothecine.com
Licencia de Creative Commons Leviatán. La mirada de las cucarachas. by Daniel Rodríguez Lorenzo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en www.fromlosttothecine.com.
Esta es la premisa de la película, y es el inicio de los problemas de la familia protagonista. El alcalde de un pueblo pesquero, mostrada por el realizador (me niego a escribir de nuevo su nombre) de una forma hermosa y cruda a la vez, quiere expropiar por un precio irrisorio los terrenos del protagonista, Aleksey Serebryakov, un actor que realiza un trabajo asombroso. Es ahí cuando nos introducimos en su familia; su mujer, la maravillosa actriz Elena Lyadova y su hijo, un actor en ciernes llamado Sergey Pokhodaev (qué difícil se me hace escribir nombres rusos). Completan el reparto Vladimir Vdovichenkov, como abogado y amigo de la familia, y Roman Madyanov, como el terrible alcalde de la localidad portuaria, en la película aborrecí a su personaje, me desagradaba hasta verle la cara, después, vi las fotos del reparto en Cannes y me parecía un hombre afable y bonachón, parece que algo hace bien.
Leviatán estuvo nominada a los Oscar como mejor película de habla no inglesa, ganó un Globo de oro en esa misma categoría y el premio al mejor guión en Cannes. En ocasiones me recordaba a las películas de Terrence Malick, con planos de paisajes sin música, solo el sonido de la naturaleza, estáticos y dándote información implícita, muy al estilo de Malas tierras. Espero que el realizador ruso no tarde tanto como Malick en hacer películas, el segundo tardó 20 años en volver a realizar un film después de acabar Días de cielo.
Os aconsejo que veáis Leviatán en versión original, al principio cuesta hacer el oído al ruso, pero, cuando te acostumbras, la interpretación de todo su reparto lo merece. No os la podéis perder, su fotografía, su guión, sus actores.... en definitiva casi todo, es digno de echarle un par de horas. Algunos dicen que le falta garra, puede ser cierto, hay escenas lentas, parece que sobran, pero cuando la historia se precipita hacia el drama, el montaje se acelera junto con nuestra respiración. Espero que os guste. A mí me encantó una frase que dice el alcalde al dueño de la propiedad:
"¿Creíais que teníais derechos? Pues no, sois solo cucarachas"
Nota: $$$$
Valoraciones: Mala $ / Regular $$ / Buena $$$ / Muy buena $$$$ / Excelente $$$$$)
@flosttothecine
www.fromlosttothecine.com
Licencia de Creative Commons Leviatán. La mirada de las cucarachas. by Daniel Rodríguez Lorenzo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en www.fromlosttothecine.com.
9 de septiembre de 2016
9 de septiembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño llora frente al esqueleto del alma rusa.
Durísimo relato acerca de corrupción en la Rusia post-soviética y colosal crítica al poder de la Iglesia Ortodoxa. El director captura imágenes y secuencias realmente bellas que sin embargo acaban siendo sombrías, pues las desgracias golpean en esos momentos. Y sin embargo, no te las muestra. No es necesario.
Durísimo relato acerca de corrupción en la Rusia post-soviética y colosal crítica al poder de la Iglesia Ortodoxa. El director captura imágenes y secuencias realmente bellas que sin embargo acaban siendo sombrías, pues las desgracias golpean en esos momentos. Y sin embargo, no te las muestra. No es necesario.
12 de enero de 2019
12 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, lo que hace tan buena esta película, no es tanto su premisa (por otro lado, una notable radiografía de un conflicto jurídico, narrado casi a modo de reconstrucción de unos hechos, sirviendo estos como lienzo al autor, para que, sin caer nunca en el maniqueísmo, este retrate una serie de crueles injusticias relativas a la siniestra mecánica de los poderes políticos en Rusia), ni tampoco tanto sus diálogos (que pierden mucho no, muchísimo, en forma de subtitulado lineal, que aliena practicamente todo el carisma desprendido por el original), sino las interpretaciones y la gran expresividad de los actores, que convierten la frase o secuencia más insustancial posible de imaginar, en una función que se ve enaltecida a cada instante debido a una entonación de lo más visceral.
Dicho esto, nos encontramos delante de un drama, aunque durante la primera mitad, dudaba acerca de por qué esta obra no había sido catalogada como comedia negra, pues en estos instantes y hablo en serio cuando digo no recuerdo haber visto una película en los últimos tiempos con la que me hubiera reído tanto. Las escenas en las que aparece el excelente alcalde, rol otorgado a un gran cómico, estoy convencido de ello, son las mejores, tanto encontrándose este en su estado más altivo (el discurso que les echa a sus tres perros de presa más fieles y eficaces, por lo visto; me atrevería a decir de que esa ha sido la escena que más me ha gustado de todo el filme), así como en uno más flemático (cuando discute los términos de la negociación con el abogado y amigo de Kolia, o cuando le vemos reunido por segunda vez con el sacerdote, y encontrándose el hombre bajo presión debido a la información que maneja el moscovita de él, le manifiesta literalmente al sacerdote, de manera muy natural y repetida, no encontrarse bien; si eso no es comedia negra...).
Tampoco nos podemos olvidar del resto de los personajes, y es que todos, en un momento u otro del relato, dejan retazos de comicidad, surgida por otra parte, de la naturalidad y la espontaneidad del habla rusa, cuyas frases hechas son torpemente transcritas al castellano. El teniente de la policía con la automática, cargándose el funcionamiento (el previsto por Kolia con el disgusto posterior) de la mecánica del campo de tiro improvisado en la acampada, da lugar a una réplica inesperada por parte de este en forma de nuevos blancos más grandes y apetecibles. La escena que tiene lugar a la media hora en la que vemos al alcalde borracho presentarse en el, aún, hogar de Kolia tampoco tiene desperdicio. Los dos igual de borrachos (la única diferencia es el cargo de poder) discutiendo de manera enredada, oscilando la discusión de una fingida afectuosidad al desapego más profundo en cuestión de segundos.
En resumen, un filme que ante todo, irradia autenticidad, la contenida manera de narrar del director enfoca los hechos de tal modo, que se tiene la impresión de que se trata de un personaje externo que elige lo que mostrar en su crónica, descubriéndose de esta forma como un individuo que ve e interpreta las cosas desde una perspectiva privilegiada, con esa sabiduría que solo concede la experiencia. Los hechos narrados en la película se pueden tildar de arbitrarios, la película no.
Dicho esto, nos encontramos delante de un drama, aunque durante la primera mitad, dudaba acerca de por qué esta obra no había sido catalogada como comedia negra, pues en estos instantes y hablo en serio cuando digo no recuerdo haber visto una película en los últimos tiempos con la que me hubiera reído tanto. Las escenas en las que aparece el excelente alcalde, rol otorgado a un gran cómico, estoy convencido de ello, son las mejores, tanto encontrándose este en su estado más altivo (el discurso que les echa a sus tres perros de presa más fieles y eficaces, por lo visto; me atrevería a decir de que esa ha sido la escena que más me ha gustado de todo el filme), así como en uno más flemático (cuando discute los términos de la negociación con el abogado y amigo de Kolia, o cuando le vemos reunido por segunda vez con el sacerdote, y encontrándose el hombre bajo presión debido a la información que maneja el moscovita de él, le manifiesta literalmente al sacerdote, de manera muy natural y repetida, no encontrarse bien; si eso no es comedia negra...).
Tampoco nos podemos olvidar del resto de los personajes, y es que todos, en un momento u otro del relato, dejan retazos de comicidad, surgida por otra parte, de la naturalidad y la espontaneidad del habla rusa, cuyas frases hechas son torpemente transcritas al castellano. El teniente de la policía con la automática, cargándose el funcionamiento (el previsto por Kolia con el disgusto posterior) de la mecánica del campo de tiro improvisado en la acampada, da lugar a una réplica inesperada por parte de este en forma de nuevos blancos más grandes y apetecibles. La escena que tiene lugar a la media hora en la que vemos al alcalde borracho presentarse en el, aún, hogar de Kolia tampoco tiene desperdicio. Los dos igual de borrachos (la única diferencia es el cargo de poder) discutiendo de manera enredada, oscilando la discusión de una fingida afectuosidad al desapego más profundo en cuestión de segundos.
En resumen, un filme que ante todo, irradia autenticidad, la contenida manera de narrar del director enfoca los hechos de tal modo, que se tiene la impresión de que se trata de un personaje externo que elige lo que mostrar en su crónica, descubriéndose de esta forma como un individuo que ve e interpreta las cosas desde una perspectiva privilegiada, con esa sabiduría que solo concede la experiencia. Los hechos narrados en la película se pueden tildar de arbitrarios, la película no.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El final supone un cierre de colosal envergadura tanto a nivel dramático como simbólico. El falso Dios gana, las personas, pierden. Pierden debido a las contradicciones morales (lo que se tiene en cuenta a la hora de catalogar a una persona como buena o mala) que se dan y suponen un condicionante en todo humano (puede que sea por ello, como dice Peter Travers, por lo que la película trascienda idiomas y fronteras), habiendo que sumar a todo ello el factor de un pasado plagado de desgracia y austeridad, que la nación se empeña en seguir arrastrando sobre sus hombros, y un presente político que de momento no vaticina mejores esperanzas.
6 de marzo de 2023
6 de marzo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Palma de Oro en Cannes y Óscar "internacional", la de Andrey Zvyagintsev, no es solo una obra maestra del cine soviético en lo que a su factura técnica se refiere, que lo es, sino sobre todo, la valiente, necesaria denuncia contra la corrupción y la injusticia institucional, enquistadas como un tumor metastásico en la sociedad rusa.
El quedo y delicado venir e ir de las mareas anegando la marisma, insuficiente para erosionar por fin esas barcazas desvencijadas a merced de las estaciones, o la imponente, bellísima naturaleza muerta concretada a través del esqueleto blanco de una enorme yubarta varada en la arena, tornan sin que apenas transcienda la transición, a la acción violenta del mar estampándose súbita contra los acantilados.
Y a través de esa metáfora que son las olas y sus orillas, transcurre plácida, rutinaria, la vida de Kolya en la pequeña aldea siberiana, para dar un giro dramático que acaece en forma de expropiación.
La frustración que miles de ciudadanos rusos y en definitiva, de cualquier lugar del mundo, hemos de afrontar toda vez nos enfrentamos a la verticalidad inexpugnable de esa pared que es el sistema judicial, sus atajos y subterfugios y el intrincado argot legal, que aquí se muestra como una lengua semítica, indescifrable, más propia del juicio final que de los enjuiciados en cualquier acto procesal, sumada a la angustia que transmite una nómina de personajes hieráticos, incapaces de expresar los sentimientos salvo a través de sus pulsiones, impertérritos a pesar de hallarse todos ellos al borde del precipicio, transitando ya sin esperanza a sabiendas que nada va a mejorar, al tiempo que ahogan en vozka su desilusión, nos inducen a una suerte de nostalgia de la que sin embargo, no se logra escapar.
Convencido de que la razón será suficiente para ganar, ve con impotencia como poco a poco sus problemas se van enmarañando, toda vez se enfrenta cara a cara a la corrupción y el abuso de las autoridades locales en sus múltiples capas, ya no con el beneplácito eclesiástico del pope, mediador necesario entre el Estado, Dios y el pueblo, sino con su complicidad interesada.
Resulta paradójico que su protagonista, no se vea obligado a enfrentarse a esa naturaleza que se nos muestra, no solo como un barniz de fondo, sino un personaje más en la trama, desafiante, abrupta, gélida, de elementos imprevisibles a orillas del mar de Barents, sino a las fuerzas metafísicas de un Estado indigno de ser llamado tal, el verdadero Leviatán. Ese ser monstruoso creado por Dios que aparece en el Antiguo Testamento y que los marinos confundían con aquellas ballenas emergentes del fondo que echaban sus naves a pique, y al cual Kolya arrostra, a la manera del proceso kafkiano, cada vez con más ira, conforme ve amenazado su hogar, su trabajo, la relación con su mujer, con su mejor amigo de juventud y con su hijo adolescente, como ese insecto que tratando de zafarse de la tela de la araña, sucumbe cada vez más y más en ella.
Son múltiples las referencias al cine de Tarkovsky, de cuyas fuentes bebe, no tanto por la hábil utilización de la luz ártica, creando una atmósfera plúmbea que abarca la totalidad del metraje, como por la utilización de la elipsis para dejar al capricho de nuestra imaginación los pasajes más escabrosos sin que lleguemos a ver una sola gota de sangre, pese a la violencia [también sexual] de lo que se intuye más allá del plano.
El quedo y delicado venir e ir de las mareas anegando la marisma, insuficiente para erosionar por fin esas barcazas desvencijadas a merced de las estaciones, o la imponente, bellísima naturaleza muerta concretada a través del esqueleto blanco de una enorme yubarta varada en la arena, tornan sin que apenas transcienda la transición, a la acción violenta del mar estampándose súbita contra los acantilados.
Y a través de esa metáfora que son las olas y sus orillas, transcurre plácida, rutinaria, la vida de Kolya en la pequeña aldea siberiana, para dar un giro dramático que acaece en forma de expropiación.
La frustración que miles de ciudadanos rusos y en definitiva, de cualquier lugar del mundo, hemos de afrontar toda vez nos enfrentamos a la verticalidad inexpugnable de esa pared que es el sistema judicial, sus atajos y subterfugios y el intrincado argot legal, que aquí se muestra como una lengua semítica, indescifrable, más propia del juicio final que de los enjuiciados en cualquier acto procesal, sumada a la angustia que transmite una nómina de personajes hieráticos, incapaces de expresar los sentimientos salvo a través de sus pulsiones, impertérritos a pesar de hallarse todos ellos al borde del precipicio, transitando ya sin esperanza a sabiendas que nada va a mejorar, al tiempo que ahogan en vozka su desilusión, nos inducen a una suerte de nostalgia de la que sin embargo, no se logra escapar.
Convencido de que la razón será suficiente para ganar, ve con impotencia como poco a poco sus problemas se van enmarañando, toda vez se enfrenta cara a cara a la corrupción y el abuso de las autoridades locales en sus múltiples capas, ya no con el beneplácito eclesiástico del pope, mediador necesario entre el Estado, Dios y el pueblo, sino con su complicidad interesada.
Resulta paradójico que su protagonista, no se vea obligado a enfrentarse a esa naturaleza que se nos muestra, no solo como un barniz de fondo, sino un personaje más en la trama, desafiante, abrupta, gélida, de elementos imprevisibles a orillas del mar de Barents, sino a las fuerzas metafísicas de un Estado indigno de ser llamado tal, el verdadero Leviatán. Ese ser monstruoso creado por Dios que aparece en el Antiguo Testamento y que los marinos confundían con aquellas ballenas emergentes del fondo que echaban sus naves a pique, y al cual Kolya arrostra, a la manera del proceso kafkiano, cada vez con más ira, conforme ve amenazado su hogar, su trabajo, la relación con su mujer, con su mejor amigo de juventud y con su hijo adolescente, como ese insecto que tratando de zafarse de la tela de la araña, sucumbe cada vez más y más en ella.
Son múltiples las referencias al cine de Tarkovsky, de cuyas fuentes bebe, no tanto por la hábil utilización de la luz ártica, creando una atmósfera plúmbea que abarca la totalidad del metraje, como por la utilización de la elipsis para dejar al capricho de nuestra imaginación los pasajes más escabrosos sin que lleguemos a ver una sola gota de sangre, pese a la violencia [también sexual] de lo que se intuye más allá del plano.
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