La dolce vita
1960 

7.7
26,124
Drama. Comedia
Marcello Rubini es un desencantado periodista romano, en busca de celebridades, que se mueve con insatisfacción por las fiestas nocturnas que celebra la burguesía de la época. Merodea por distintos lugares de Roma, siempre rodeado de todo tipo de personajes, especialmente de la élite de la sociedad italiana. En una de sus salidas se entera de que Sylvia, una célebre diva del mundo del cine, llega a Roma, cree que ésta es una gran ... [+]
16 de marzo de 2024
16 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La Dolce Vita", Palma de Oro en Cannes, es una radiografía de la sociedad romana de la época y todas sus excentricidades, bajezas e inanes pasatiempos, abarcando todos los estratos sociales, aunque con predominio de la alta burguesía y aristocracia romanas y, haciendo especial hincapié en el ámbito periodístico denominado "prensa rosa" y el gremio de los artistas.
La decadente visión solo queda dulcificada y soslayada por los dos únicos personajes antagonistas de la película: el erudito, melancólico e incorruptible Steiner y la novia mancillada y humillada de Marcello, Emma.
No es una película para todos los públicos y supone la "quinta esencia" del estilo personal, impostado, abigarrado y barroco de Fellini. Densa, extensa y repleta de situaciones estrambóticas, surrealistas y deformidades humanas tan grotescas como mezquinas.
Lo mejor del film, el mensaje, la riqueza visual, la música y su modernidad. Lo peor de la película, su largo metraje, repleto de extensas secuencias que puntualmente resultan agotadoras, su carácter impostado y la falta de un final más dramático, contundente y trágico. Buena, no obstante.
La decadente visión solo queda dulcificada y soslayada por los dos únicos personajes antagonistas de la película: el erudito, melancólico e incorruptible Steiner y la novia mancillada y humillada de Marcello, Emma.
No es una película para todos los públicos y supone la "quinta esencia" del estilo personal, impostado, abigarrado y barroco de Fellini. Densa, extensa y repleta de situaciones estrambóticas, surrealistas y deformidades humanas tan grotescas como mezquinas.
Lo mejor del film, el mensaje, la riqueza visual, la música y su modernidad. Lo peor de la película, su largo metraje, repleto de extensas secuencias que puntualmente resultan agotadoras, su carácter impostado y la falta de un final más dramático, contundente y trágico. Buena, no obstante.
17 de noviembre de 2011
17 de noviembre de 2011
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escándalo, incomprensible desde una perspectiva actual,
que garantizó el inmenso éxito de La dolce vita debido a su
tratamiento, supuestamente explícito, del sexo, consagró a
Fellini como un autor de prestigio internacional. La popularidad
que alcanzó llegó hasta tal punto, que su título y el
nombre de uno de sus personajes -el desaliñado fotógrafo
de prensa Paparazzo- han pasado a formar parte del lenguaje
común. La película, una especie de relato de las andanzas
de un vividor, el gacetillero que interpreta Mastroianni, con
el paisaje urbano de una Roma profundamente decadente
como telón de fondo, recoge una serie de caricaturescas actividades
que se desarrollan a lo largo de una semana: desde
las infidelidades del protagonista hasta la llegada en helicóptero
de una estatua de Cristo, pasando por una visión de la
Virgen que causa una algarada o la orgiástica parranda del
momento culminante pasando naturalmente por un erotismo alucinante en la fontana de trevi.
Aunque a menudo se ha señalado que con esta película
Fellini pretendía poner en evidencia el derrumbe moral y el
malestar espiritual de la sociedad, sin por ello dejar de regodearse
alegremente en todos los extremos de semejante estilo
de vida. La imaginería religiosa y el suicidio del estereotipado
personaje del intelectual tienen mucha menos importancia que la teatral exhibición que hace el director de sus diversos
deslices o que las emociones que provoca en el espectador
su estrambótico retablo. En lugar de rodar en la famosa
Vía Véneto de Roma, Fellini optó por construir su propia
versión de la urbe en los estudios romanos de Cinecitta; una
circunstancia que, unida a la utilización del blanco y negro y
al uso de la pantalla grande, confieren a la película una dimensión
y una exuberancia que, no esconde el mensaje social y personal que se pretende transmitir con
ella. Posiblemente son pocos los grandes directores que
las cosas que tiene que decir las sepa decir de
una manera tan sorprendente.
que garantizó el inmenso éxito de La dolce vita debido a su
tratamiento, supuestamente explícito, del sexo, consagró a
Fellini como un autor de prestigio internacional. La popularidad
que alcanzó llegó hasta tal punto, que su título y el
nombre de uno de sus personajes -el desaliñado fotógrafo
de prensa Paparazzo- han pasado a formar parte del lenguaje
común. La película, una especie de relato de las andanzas
de un vividor, el gacetillero que interpreta Mastroianni, con
el paisaje urbano de una Roma profundamente decadente
como telón de fondo, recoge una serie de caricaturescas actividades
que se desarrollan a lo largo de una semana: desde
las infidelidades del protagonista hasta la llegada en helicóptero
de una estatua de Cristo, pasando por una visión de la
Virgen que causa una algarada o la orgiástica parranda del
momento culminante pasando naturalmente por un erotismo alucinante en la fontana de trevi.
Aunque a menudo se ha señalado que con esta película
Fellini pretendía poner en evidencia el derrumbe moral y el
malestar espiritual de la sociedad, sin por ello dejar de regodearse
alegremente en todos los extremos de semejante estilo
de vida. La imaginería religiosa y el suicidio del estereotipado
personaje del intelectual tienen mucha menos importancia que la teatral exhibición que hace el director de sus diversos
deslices o que las emociones que provoca en el espectador
su estrambótico retablo. En lugar de rodar en la famosa
Vía Véneto de Roma, Fellini optó por construir su propia
versión de la urbe en los estudios romanos de Cinecitta; una
circunstancia que, unida a la utilización del blanco y negro y
al uso de la pantalla grande, confieren a la película una dimensión
y una exuberancia que, no esconde el mensaje social y personal que se pretende transmitir con
ella. Posiblemente son pocos los grandes directores que
las cosas que tiene que decir las sepa decir de
una manera tan sorprendente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Roma. Marcello Rubini, un columnista de la prensa rosa con
aspiraciones literarias, es testigo de la decadente vida de la
alta sociedad, mientras va de fiesta en fiesta, de incidente en
incidente y tiene una serie de encuentros con varias mujeres,
entre ellas su novia Maddalena y su prometida Emma. Tras
cubrir la llegada de la starlet Sylvia Rank, acude a un lugar
donde se ha profetizado que va a ocurrir un milagro, donde
se produce un tumulto en el que fallece un tullido. Aunque
parece decidido a tomarse más en serio la literatura, la sensa-ción de frustración personal y su disgusto consigo mismo se
verán exacerbados por la visita de su padre. Durante
una noche loca, se convencerá de que no es más que un
agente de publicidad. La película acaba con Marcello contemplando
cómo los invitados a una fiesta se reúnen en una playa
para ver cómo arrastran fuera del mar a un enorme pez y aunque lo invitan a la esperanza reflejada en la juventud en el otro lado de la orilla, el opta por su desencanto y superficialidad de su vida.
aspiraciones literarias, es testigo de la decadente vida de la
alta sociedad, mientras va de fiesta en fiesta, de incidente en
incidente y tiene una serie de encuentros con varias mujeres,
entre ellas su novia Maddalena y su prometida Emma. Tras
cubrir la llegada de la starlet Sylvia Rank, acude a un lugar
donde se ha profetizado que va a ocurrir un milagro, donde
se produce un tumulto en el que fallece un tullido. Aunque
parece decidido a tomarse más en serio la literatura, la sensa-ción de frustración personal y su disgusto consigo mismo se
verán exacerbados por la visita de su padre. Durante
una noche loca, se convencerá de que no es más que un
agente de publicidad. La película acaba con Marcello contemplando
cómo los invitados a una fiesta se reúnen en una playa
para ver cómo arrastran fuera del mar a un enorme pez y aunque lo invitan a la esperanza reflejada en la juventud en el otro lado de la orilla, el opta por su desencanto y superficialidad de su vida.
27 de diciembre de 2013
27 de diciembre de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver hoy "La dolce vita" sin duda que no tiene el interés que tuvo para los jóvenes de la década del '60 que veían allí representadas una serie de situaciones consideradas de avanzada o transgresoras para aquella época. Como en otras películas, Fellini hace una parodia de la religión católica con el episodio de los chicos que ven a la Vírgen. Sin embargo, yo no considero agresiva esa crítica porque justamente la Iglesia Católica es muy reticente en aceptar como ciertas este tipo de apariciones y sólo después de un largo tiempo de análisis y estudios puede llegar a validar como auténticas estas apariciones milagrosas teniendo incluso siempre el cuidado de no obligar a los fieles a creer en ellas. Pero el valor de la película, precisamente desde un punto de vista religioso, es que nos muestra el sin sentido de la vida cuando esta se vive totalmente alejada de Dios y de los valores espirituales. Así, presenciamos el vacío, el tedio, la tristeza y la locura de personas que viven vidas huecas y absurdas. Incluso el amigo del protagonista que parece tener una vida más ordenada, al no tener su vida orientada a Dios y a la trascendencia, termina demostrando con su accionar que esa aparente paz espiritual no era tal. La puesta en escena, la música y la fotografía son muy buenas. Me parece que la película hubiera ganado mucho en dinámica con 45 minutos menos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para resaltar: la poética imagen final de una joven que trasmite todo lo que Marcello necesitaría para ser feliz pero el "ruido" del mar que representa los ruidos de su vacía vida no le permiten apreciarlo y termina anclado en su sinsentido vacuo y lleno de desasosiego.
1 de enero de 2015
1 de enero de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"— Querría vivir en una nueva ciudad, para no encontrarme nunca a nadie.
— A mí, en cambio, Roma me gusta muchísimo. Es una especie de jungla, cálida y tranquila, donde uno se puede esconder bien.
[...]
— ¡Qué aburrimiento, Roma! Necesitaría una isla.
— Cómpresela.
— Ya lo he pensado. Pero, luego, ¿adónde iría?
— ¿Sabe cuál es su problema? Tiene demasiado dinero.
— Y el suyo no tener bastante. Entre tanto, aquí estamos los dos."
Italia, ese país tan dotado en el que el único fallo es que todo redunda. La belleza, la miseria; el amor, el odio… Nos hallamos ante la más célebre de las celebérrimas películas del director italiano con más sobrenombre en el panorama internacional: Federico Fellini — autor de, entre otras, Ocho y medio (1963) o La strada (1954). Dejando de lado sus preferencias neorrealistas — durante la cinta, un periodista pregunta a la escandalosa actriz sueca Sylvia (Anita Ekberg) sobre si el neorrealismo está muerto; bien sea una respuesta propia, o simplemente lo que le haya dictado el jefe de prensa para no caer en bochorno, la actriz responde «no lo creo»—, decide filmar a golpe de plano secuencia una tragicomedia social que aúna en el espíritu y en la sociedad italiana de los años sesenta, sobre todo en lo referente a su vida y los modelos aristócratas.
Es brillante, además de la durísima radiografía de una sociedad italiana moderna impregnada por el más rotundo nihilismo social y personal, moral y vital, la ironía que desprenden ciertos pasajes de la película, donde el drama —o el slice of life o Recuentos de la vida, tan comúnmente denominado como drama — se mezcla en un refrescante cóctel con la más punzante de las ironías. Y es que, La dolce vita, no deja en ningún momento en buen lugar a esa labor tan esquizofrénica que es el periodismo, retratado aquí como una de las mayores pestes modernas, llena de trabajadores cuyo objetivo principal es sacar la mejor de las fotos, independientemente de las pésimas y humillantes acciones que deban realizar o la moralidad o fidelidad que tengan que dejar de lado frente a cualquiera de las personas, sea quien sea. Otro ejemplo de la ironía que adorna la obra de Fellini es la escena en la que, nuevamente, la prensa de medios de todas las zonas, lugareños y otros personajes acuden a contemplar el lugar en el que, supuestamente, unos niños han tenido una aparición divina y como todo ello se convierte, ni más ni menos, en un circo romano. El catolicismo, tan ligado históricamente a Italia, convertido durante la modernidad en una fachada vacía con la que rellenar la página de un periódico.
Durante las casi tres horas que nos ocupan, circulan por el teatro de La dolce vita numerosos personajes, a cada cual más variopinto: desde el padre de Marcello, punto de inflexión en la cinta y foco principal de conocimiento sobre el trasfondo del personaje que interpreta Mastroianni, al ser un espejo con arrugas de éste y viejo conocedor de, parece, todo lo que encamina y encaminará nuestro protagonista a lo largo de su vida; un personaje que aparece, por cierto, sin mayores explicaciones dentro de la película y sin mostrar ningún tipo de referente materno en la relación padre-hijo. Hasta otros como su novia, con la cual mantiene una masoquista — al ser ella muy posesiva y pasional y estar los intereses de ambos tan distanciados: pues lo que Marcello desea dentro de su vida, Emma no se lo puede dar — e interesante relación. Pero, como ustedes mismos podrán comprobar, el personaje que hace de nexo en todos los casos e hipocentro de la película no es otro que Marcello, un personaje, aparentemente, siempre ajeno a todo lo que sucede — en el sentido emocional: todo parece darle igual —, aunque siempre involucrado al mismo tiempo. Y es que la película nos presenta a Marcello como un periodista distinto al resto, como un galán de alto estatus al que no le hace falta mendigar ninguna noticia: le basta con actuar a modo de titiritero y dedicarse a esperar. Poco a poco es él mismo quien se encarga de borrar esa imagen sobre su persona, mostrándose como un individuo algo detestable que sólo vela por sus intereses, sin prestarle demasiada atención a su mujer — a la que engaña. No tarda demasiado en dejarse llevar por los lujos y la vacuidad del sistema aristocrático italiano, convirtiéndose, al final de la película, en un agente de marketing y relaciones públicas pelele y borracho: un mero juguete para sus nuevos y supuestos amigos, a los que invita normalmente a fiestas celebradas en su increíble casa. Marcello está muerto, y es al final, en la playa, cuando una niña a la que habíamos conocido previamente durante el desarrollo de la obra la que nos lo confirma.
La dolce vita es una de esas obras de arte particulares con la que muchos países tienen el placer cultural de contar, pero no obras de arte cualquiera, sino esas únicas e intransferibles, bien por hablar sobre la cultura del propio país o por retratar alguno de los momentos de su historia. Cuentos de Tokio (1953) es una obra magna del cine y más concretamente del japonés. No estoy diciendo que La dolce vita sea igual de buena que Cuentos de Tokio, tampoco estoy diciendo que sea peor — intentar refutar cualquier debate de este tipo se antoja, muchas veces, absurdo. Lo que estoy diciendo es que, sea de agrado personal o no, lo intachable es que La dolce vita es una de las mayores obras artísticas que ha dado el cine italiano en y para su historia. Pero, ojo, La dolce vita no puede no ser italiana, igual que el viejo Ozu y sus historias jamás podrían ser de cualquier otro país que no fuese el del Sol naciente.
— A mí, en cambio, Roma me gusta muchísimo. Es una especie de jungla, cálida y tranquila, donde uno se puede esconder bien.
[...]
— ¡Qué aburrimiento, Roma! Necesitaría una isla.
— Cómpresela.
— Ya lo he pensado. Pero, luego, ¿adónde iría?
— ¿Sabe cuál es su problema? Tiene demasiado dinero.
— Y el suyo no tener bastante. Entre tanto, aquí estamos los dos."
Italia, ese país tan dotado en el que el único fallo es que todo redunda. La belleza, la miseria; el amor, el odio… Nos hallamos ante la más célebre de las celebérrimas películas del director italiano con más sobrenombre en el panorama internacional: Federico Fellini — autor de, entre otras, Ocho y medio (1963) o La strada (1954). Dejando de lado sus preferencias neorrealistas — durante la cinta, un periodista pregunta a la escandalosa actriz sueca Sylvia (Anita Ekberg) sobre si el neorrealismo está muerto; bien sea una respuesta propia, o simplemente lo que le haya dictado el jefe de prensa para no caer en bochorno, la actriz responde «no lo creo»—, decide filmar a golpe de plano secuencia una tragicomedia social que aúna en el espíritu y en la sociedad italiana de los años sesenta, sobre todo en lo referente a su vida y los modelos aristócratas.
Es brillante, además de la durísima radiografía de una sociedad italiana moderna impregnada por el más rotundo nihilismo social y personal, moral y vital, la ironía que desprenden ciertos pasajes de la película, donde el drama —o el slice of life o Recuentos de la vida, tan comúnmente denominado como drama — se mezcla en un refrescante cóctel con la más punzante de las ironías. Y es que, La dolce vita, no deja en ningún momento en buen lugar a esa labor tan esquizofrénica que es el periodismo, retratado aquí como una de las mayores pestes modernas, llena de trabajadores cuyo objetivo principal es sacar la mejor de las fotos, independientemente de las pésimas y humillantes acciones que deban realizar o la moralidad o fidelidad que tengan que dejar de lado frente a cualquiera de las personas, sea quien sea. Otro ejemplo de la ironía que adorna la obra de Fellini es la escena en la que, nuevamente, la prensa de medios de todas las zonas, lugareños y otros personajes acuden a contemplar el lugar en el que, supuestamente, unos niños han tenido una aparición divina y como todo ello se convierte, ni más ni menos, en un circo romano. El catolicismo, tan ligado históricamente a Italia, convertido durante la modernidad en una fachada vacía con la que rellenar la página de un periódico.
Durante las casi tres horas que nos ocupan, circulan por el teatro de La dolce vita numerosos personajes, a cada cual más variopinto: desde el padre de Marcello, punto de inflexión en la cinta y foco principal de conocimiento sobre el trasfondo del personaje que interpreta Mastroianni, al ser un espejo con arrugas de éste y viejo conocedor de, parece, todo lo que encamina y encaminará nuestro protagonista a lo largo de su vida; un personaje que aparece, por cierto, sin mayores explicaciones dentro de la película y sin mostrar ningún tipo de referente materno en la relación padre-hijo. Hasta otros como su novia, con la cual mantiene una masoquista — al ser ella muy posesiva y pasional y estar los intereses de ambos tan distanciados: pues lo que Marcello desea dentro de su vida, Emma no se lo puede dar — e interesante relación. Pero, como ustedes mismos podrán comprobar, el personaje que hace de nexo en todos los casos e hipocentro de la película no es otro que Marcello, un personaje, aparentemente, siempre ajeno a todo lo que sucede — en el sentido emocional: todo parece darle igual —, aunque siempre involucrado al mismo tiempo. Y es que la película nos presenta a Marcello como un periodista distinto al resto, como un galán de alto estatus al que no le hace falta mendigar ninguna noticia: le basta con actuar a modo de titiritero y dedicarse a esperar. Poco a poco es él mismo quien se encarga de borrar esa imagen sobre su persona, mostrándose como un individuo algo detestable que sólo vela por sus intereses, sin prestarle demasiada atención a su mujer — a la que engaña. No tarda demasiado en dejarse llevar por los lujos y la vacuidad del sistema aristocrático italiano, convirtiéndose, al final de la película, en un agente de marketing y relaciones públicas pelele y borracho: un mero juguete para sus nuevos y supuestos amigos, a los que invita normalmente a fiestas celebradas en su increíble casa. Marcello está muerto, y es al final, en la playa, cuando una niña a la que habíamos conocido previamente durante el desarrollo de la obra la que nos lo confirma.
La dolce vita es una de esas obras de arte particulares con la que muchos países tienen el placer cultural de contar, pero no obras de arte cualquiera, sino esas únicas e intransferibles, bien por hablar sobre la cultura del propio país o por retratar alguno de los momentos de su historia. Cuentos de Tokio (1953) es una obra magna del cine y más concretamente del japonés. No estoy diciendo que La dolce vita sea igual de buena que Cuentos de Tokio, tampoco estoy diciendo que sea peor — intentar refutar cualquier debate de este tipo se antoja, muchas veces, absurdo. Lo que estoy diciendo es que, sea de agrado personal o no, lo intachable es que La dolce vita es una de las mayores obras artísticas que ha dado el cine italiano en y para su historia. Pero, ojo, La dolce vita no puede no ser italiana, igual que el viejo Ozu y sus historias jamás podrían ser de cualquier otro país que no fuese el del Sol naciente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
http://cuentosdelalunapalidadeagosto.blogspot.com.es/2014/12/la-dolce-vita-idem-1960-de-federico.html
4 de enero de 2018
4 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la película, Marcello Rubini (Mastronianni) es un periodista de sociedad romano, ya un poco harto y desencantado de su profesión, los trasnoches, las exclusivas y las rocambolescas carreras en busca de alguna celebridad a la que entrevistar o algún evento social que cubrir para ganarse la vida. En una de sus correrías y pesquisas se informa de la inminente llegada de Sylvia (Anita Ekberg), una famosa diva del mundo del celuloide y la irá acompañando en la noche por diferentes lugares emblemáticos de Roma. El resto del film es un ir y venir por las noches y las madrugadas romanas.
Fellini pone toda su sabiduría de director en este su séptimo largometraje, consiguiendo crear una concepción del mundo, de la vida, e incluso de la exaltación erótica de la misma decadencia, de la muerte. Logra Fellini una obra cimera del cine, técnicamente impecable pero también con una enorme carga de profundidad humana. Habla del periodismo y sus avatares, del amor, de la amistad, de la opulencia, también del tedio y de la desgana de vivir.
Tiene un elaborado guión en el que participan, además del propio Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano y Brunello Rondi; un libreto cargado de alegorías, diálogos geniales y una reflexión crítica sobre la sociedad del momento. El guión no tiene una estructura convencional, va mostrando diferentes momentos noctirnos y de amanecida en la Via Veneto de Roma, todo ello desde la mirada del protagonista Marcelo Rubini. Es decir, no hay un argumento tradicional, sino una sucesión de fiestas, acontecimientos y encuentros diversos, con episodios de una gran potencia visual. Excelente la música de Nino Rota y gran fotografía en blanco y negro, llena de matices, de Otello Martelli.
El reparto es incontestable. Marcello Mastronianni está genial, sabiendo conjugar se rol de periodista un tanto amargado, que sabe trasladar al espectador su tedio con una vida singular. La estrella sueca y sex simbol Anita Ekberg es toda una bomba de belleza, energía y vitalidad que da una crucial impronta al film. Anouk Aimée está deliciosa y expresiva. Y conjuntadamente, un elenco brillante.
Refleja esta película las fiestas de la aristocracia, momentos álgidos de una decadencia que se mueve entre el desenfreno y el espanto; superficialidad, frivolidad, lascivia y perversión en la sofisticada y viciada nobleza romana, y junto a ellos, los periodistas y paparazzis que les hacen el juego mendigando fotografías o historias sensacionalistas para ganarse el pan. También aborda, si bien más tangencialmente, el tema religioso y la iglesia.
En conclusión, una panorámica sobre el letargo existencial, intelectual y ético en que el protagonista acaba sumido, incapaz de superar sus conflictos, en la perenne duda sobre sus cualidades de escritor.
No cabe duda de que esta película no puede ser vista como una castañuela, es una obra sombría y afilada que encara el hastío vital en toda su crudeza. En realidad, la película es excesiva y recargada. Igual por eso el final puede resultar degradado, aun cuando estamos ante una película excelente sin discusión.
Fellini pone toda su sabiduría de director en este su séptimo largometraje, consiguiendo crear una concepción del mundo, de la vida, e incluso de la exaltación erótica de la misma decadencia, de la muerte. Logra Fellini una obra cimera del cine, técnicamente impecable pero también con una enorme carga de profundidad humana. Habla del periodismo y sus avatares, del amor, de la amistad, de la opulencia, también del tedio y de la desgana de vivir.
Tiene un elaborado guión en el que participan, además del propio Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano y Brunello Rondi; un libreto cargado de alegorías, diálogos geniales y una reflexión crítica sobre la sociedad del momento. El guión no tiene una estructura convencional, va mostrando diferentes momentos noctirnos y de amanecida en la Via Veneto de Roma, todo ello desde la mirada del protagonista Marcelo Rubini. Es decir, no hay un argumento tradicional, sino una sucesión de fiestas, acontecimientos y encuentros diversos, con episodios de una gran potencia visual. Excelente la música de Nino Rota y gran fotografía en blanco y negro, llena de matices, de Otello Martelli.
El reparto es incontestable. Marcello Mastronianni está genial, sabiendo conjugar se rol de periodista un tanto amargado, que sabe trasladar al espectador su tedio con una vida singular. La estrella sueca y sex simbol Anita Ekberg es toda una bomba de belleza, energía y vitalidad que da una crucial impronta al film. Anouk Aimée está deliciosa y expresiva. Y conjuntadamente, un elenco brillante.
Refleja esta película las fiestas de la aristocracia, momentos álgidos de una decadencia que se mueve entre el desenfreno y el espanto; superficialidad, frivolidad, lascivia y perversión en la sofisticada y viciada nobleza romana, y junto a ellos, los periodistas y paparazzis que les hacen el juego mendigando fotografías o historias sensacionalistas para ganarse el pan. También aborda, si bien más tangencialmente, el tema religioso y la iglesia.
En conclusión, una panorámica sobre el letargo existencial, intelectual y ético en que el protagonista acaba sumido, incapaz de superar sus conflictos, en la perenne duda sobre sus cualidades de escritor.
No cabe duda de que esta película no puede ser vista como una castañuela, es una obra sombría y afilada que encara el hastío vital en toda su crudeza. En realidad, la película es excesiva y recargada. Igual por eso el final puede resultar degradado, aun cuando estamos ante una película excelente sin discusión.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here