El quinteto de la muerte
1955 

7.5
8,140
29 de julio de 2007
29 de julio de 2007
88 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues qué queréis que os diga, es salir Alec Guinness con esa chepa, esos dientes salidos, esos ojos de besugo remachados por ojeras pronunciadas, esa bufanda larguísima que arrastra por los suelos y se enreda en cualquier resquicio, esos aires ridículos de superioridad intelectual, y yo es que me parto. Fue un actor que se ganó a pulso su fama de camaleónico, y los estudios Ealing con sus comedias de posguerra contribuyeron especialmente. Ésta es la última comedia producida por ellos antes de ser adquiridos por la BBC ese mismo año (1955) y entrar en una decadencia que no han sabido remontar hasta el día de hoy. Pero no tengo ganas de lamentaciones tras haber visto la película, sólo me vienen pensamientos alegres a la mente. Me vienen la adorable Señora Wilberforce y su ingenuidad, Peter Sellers y su excitación nerviosa —memorable su primera entrada en la casa lanzando miradas paranoicas a cada esquina con la inquietud y desconfianza propias de una de esas aves silvestres tan huidizas; ¿y sabían ustedes que les puso voz a los papagayos?—, el gramófono que sigue reproduciendo cuando ya no queda nadie en la habitación, la casa de arquitectura surrealista, la inoportuna reunión de viejecitas, las desastrosas confabulaciones para acabar con la vida de la anciana, la visita nocturna del policía... Y tras estos recuerdos trato de comprender a esas personas que comentan que es aburrida y que no les hace ninguna gracia, pero es misión imposible.
5 de septiembre de 2007
5 de septiembre de 2007
63 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Divertida, edulcoradamente negra, fantásticas interpretaciones y el encanto de ese extrarradio londinense forjado a través de transparencias... Por no hablar del flequillo y la hilera de dientes que dominan todas y cada una de las escenas.
Le cuesta arrancar algo en su primera mitad, con alguna deficiencia en la construcción del gag (no consigue esa sensación de cadencia impetuosa, como si el origen inglés y su flema archiconocida aplacaran las supuestas intenciones de slapstick) y el ritmo (algo pesado en ocasiones), pero luego ya avanza a aceptable velocidad. Se sobrepone especialmente una vez el robo ha sido perpetrado, en el tercer acto. Final de puro trámite, también es cierto, envejecido irremediablemente pero sin afectar demasiado al conjunto. El color también, mezcla improbable de iluminación artesanal de estudio y de cierto hiperrealismo (el eterno amanecer del final tiene toda la frialdad y deformación de un amanecer auténtico).
Y luego está la casa de la anciana. Una enorme cabeza que se levanta al lado de la estación, entre la niebla. Negra, con constantes chimeneas y tejadillos empeñados en negarle uniformidad a la fachada; a contraluz, con diminutas ventanas ámbar y diminutos techos. Y esas escaleras arqueadas, esos cuadros torcidos, esas paredes oblicuas que se curvan de forma imposible en las esquinas, achicando las puertas, rozando las cabezas de los actores. Esos decorados nos recuerdan durante todo el metraje que, a ratos, el cine es un acto de artesanía más que de genialidad. Y esta peli en eso da una lección en toda regla. Casi hueles el polvo de la moqueta del suelo.
Pero si le pongo un 7, un notable, es por lo siguiente:
Es una de esas pelis para ver de niño. Ése es su hábitat natural. Ahí se marcan a fuego los loros, la persistente Señora Wilberforce, los pintorescos ladrones, esa serpiente en forma de bufanda que estrangula a Guinness y los retazos victorianos. No es mi caso, la he visto ya talludito. Pero le agradezco la hora y media de infancia en estado puro que me ha procurado.
Como los parques de atracciones, los helados de chocolate y los cómics de Spiderman, esta película tiene el hechizo propio de los recuerdos. La sensación de viernes noche, una película que empieza y la promesa de que la vuelta al cole queda bien lejos…
Silencio, papá, coño.
Le cuesta arrancar algo en su primera mitad, con alguna deficiencia en la construcción del gag (no consigue esa sensación de cadencia impetuosa, como si el origen inglés y su flema archiconocida aplacaran las supuestas intenciones de slapstick) y el ritmo (algo pesado en ocasiones), pero luego ya avanza a aceptable velocidad. Se sobrepone especialmente una vez el robo ha sido perpetrado, en el tercer acto. Final de puro trámite, también es cierto, envejecido irremediablemente pero sin afectar demasiado al conjunto. El color también, mezcla improbable de iluminación artesanal de estudio y de cierto hiperrealismo (el eterno amanecer del final tiene toda la frialdad y deformación de un amanecer auténtico).
Y luego está la casa de la anciana. Una enorme cabeza que se levanta al lado de la estación, entre la niebla. Negra, con constantes chimeneas y tejadillos empeñados en negarle uniformidad a la fachada; a contraluz, con diminutas ventanas ámbar y diminutos techos. Y esas escaleras arqueadas, esos cuadros torcidos, esas paredes oblicuas que se curvan de forma imposible en las esquinas, achicando las puertas, rozando las cabezas de los actores. Esos decorados nos recuerdan durante todo el metraje que, a ratos, el cine es un acto de artesanía más que de genialidad. Y esta peli en eso da una lección en toda regla. Casi hueles el polvo de la moqueta del suelo.
Pero si le pongo un 7, un notable, es por lo siguiente:
Es una de esas pelis para ver de niño. Ése es su hábitat natural. Ahí se marcan a fuego los loros, la persistente Señora Wilberforce, los pintorescos ladrones, esa serpiente en forma de bufanda que estrangula a Guinness y los retazos victorianos. No es mi caso, la he visto ya talludito. Pero le agradezco la hora y media de infancia en estado puro que me ha procurado.
Como los parques de atracciones, los helados de chocolate y los cómics de Spiderman, esta película tiene el hechizo propio de los recuerdos. La sensación de viernes noche, una película que empieza y la promesa de que la vuelta al cole queda bien lejos…
Silencio, papá, coño.
17 de abril de 2009
17 de abril de 2009
32 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Piolín es un canario que debutó en Dibujilandia en 1942.
Sin duda los estudios Ealing, aunque sea inconscientemente, se inspiraron en este personaje para crear la encantadora abuelita de "The Ladykillers". Incluso la peli tiene situaciones más propias de dibujos animados. Y creo que eso la hace más valiosa, y no el humor que igual está algo desfasado.
Pero, y esto ya es cosa mía, encuentro una gran diferencia. En los dibus yo siempre iba con Silvestre, y deseaba que el gato Silvestre se zampase el pájaro de una pajolera vez. Igual ahí radicaba el quid de la cuestión. Y en esta película la viejecita ni tocarla, oigan.
A pesar de que es la más popular, no es el mejor film de MaKendrick con diferencia. "Viento en las velas", "Chantaje en Broadway" e incluso "Mandy" son bastante superiores.
"Me pareció ver unos lindos ladroncitos".
Sin duda los estudios Ealing, aunque sea inconscientemente, se inspiraron en este personaje para crear la encantadora abuelita de "The Ladykillers". Incluso la peli tiene situaciones más propias de dibujos animados. Y creo que eso la hace más valiosa, y no el humor que igual está algo desfasado.
Pero, y esto ya es cosa mía, encuentro una gran diferencia. En los dibus yo siempre iba con Silvestre, y deseaba que el gato Silvestre se zampase el pájaro de una pajolera vez. Igual ahí radicaba el quid de la cuestión. Y en esta película la viejecita ni tocarla, oigan.
A pesar de que es la más popular, no es el mejor film de MaKendrick con diferencia. "Viento en las velas", "Chantaje en Broadway" e incluso "Mandy" son bastante superiores.
"Me pareció ver unos lindos ladroncitos".
29 de abril de 2006
29 de abril de 2006
29 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las grandes películas de antaño quizás no fueran tan realistas como ahora, pero sin embargo su facturación imprimía no sólo un sesgo de autenticidad artística, sino de movimiento artístico. Me explico, antes uno cuando veía una buena película reflexionaba sobre la seriedad de lo narrado y lo incosistente de su seriedad como ejercicio de realidad, si bien disfrutaba sobremanera pasando un rato de lo más placentero.
Pues bien, ésto mismo pasa con esta película. Me acuerdo cuando de joven me sentaba a ver la familia Monster y pasaba la mañana de manera harto entretenido.
Con un sello inconfundiblemente británico en su realización, este delicioso embrollo de comedia con ciertos toque azabache, deleita nuestros sentidos y nos llena de alegría y esperanza durante el breve período de metraje de la cinta, aunque cuando acabamos de visionarla tengamos que enfrentarnos de nuevo con la dura realidad cotidiana.
Ejercicio de entretenimiento. El cine, el bendito opio del pueblo. Alec Guinnes está genial y en la interpretación de Sellers se atisban ya ciertos retazos de la personalidad del dr Strangelove.
Pues bien, ésto mismo pasa con esta película. Me acuerdo cuando de joven me sentaba a ver la familia Monster y pasaba la mañana de manera harto entretenido.
Con un sello inconfundiblemente británico en su realización, este delicioso embrollo de comedia con ciertos toque azabache, deleita nuestros sentidos y nos llena de alegría y esperanza durante el breve período de metraje de la cinta, aunque cuando acabamos de visionarla tengamos que enfrentarnos de nuevo con la dura realidad cotidiana.
Ejercicio de entretenimiento. El cine, el bendito opio del pueblo. Alec Guinnes está genial y en la interpretación de Sellers se atisban ya ciertos retazos de la personalidad del dr Strangelove.
20 de febrero de 2017
20 de febrero de 2017
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo una mente como la del diabólico profesor Marcus, es capaz de elaborar con éxito el asalto y robo de un furgón blindado en mitad de una calle de Londres.
La ejecución del robo requiere una guarida para esconderse. Una casa con una amplia avenida. Unos vecinos adorables, una policía amable, todo debe transcurrir en paz. Detrás, el devenir de la vida: el terraplén, las vías del tren, el túnel, la oscuridad. ¿Hay algo de siniestro en esa casa?
Cinco hombres interactuando intentarán dar la nota adecuada para no levantar sospechas. El disimulo que crean para pasar por músicos es antológico. Frente a ellos, la tierna anciana de fuertes convicciones morales, las mismas que tuvo su marido, capitán de la marina mercante, que prefirió hundirse con el barco antes que salvarse. En su casa recibirá al quinteto de la muerte. Las convicciones de ellos son otras más terrenales.
Una joya atemporal modelo del humor negro que nos habla de la fatalidad, del hombre, de la sociedad, de la precipitación a la hora de enjuiciar, del contraste, de la incompatibilidad de caracteres, del drama y del miedo. Inolvidable film: impensable dejarlo pasar.
La ejecución del robo requiere una guarida para esconderse. Una casa con una amplia avenida. Unos vecinos adorables, una policía amable, todo debe transcurrir en paz. Detrás, el devenir de la vida: el terraplén, las vías del tren, el túnel, la oscuridad. ¿Hay algo de siniestro en esa casa?
Cinco hombres interactuando intentarán dar la nota adecuada para no levantar sospechas. El disimulo que crean para pasar por músicos es antológico. Frente a ellos, la tierna anciana de fuertes convicciones morales, las mismas que tuvo su marido, capitán de la marina mercante, que prefirió hundirse con el barco antes que salvarse. En su casa recibirá al quinteto de la muerte. Las convicciones de ellos son otras más terrenales.
Una joya atemporal modelo del humor negro que nos habla de la fatalidad, del hombre, de la sociedad, de la precipitación a la hora de enjuiciar, del contraste, de la incompatibilidad de caracteres, del drama y del miedo. Inolvidable film: impensable dejarlo pasar.
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