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Lazzaro felice

Drama Lazzaro, un joven campesino de excepcional bondad, vive en La Inviolata, una aldea que ha permanecido alejada del mundo y es controlada por la marquesa Alfonsina de Luna. Allí, la vida de los campesinos no ha cambiado nunca; son explotados, y ellos, a su vez, abusan de la bondad de Lazzaro. Un verano, se hace amigo de Tancredi, el hijo de la Marquesa. Entre ellos surge una amistad tan preciosa que hará viajar a Lazzaro a través del ... [+]
Críticas 55
Críticas ordenadas por utilidad
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9
16 de septiembre de 2018
188 de 201 usuarios han encontrado esta crítica útil
Minuto cinco de metraje. Lazzaro se queda mirando a la luna, ese astro que da apellido a la marquesa para la que trabaja. Porque Lazzaro es el eslabón más bajo de una jerarquía viciada: es el esclavo de los esclavos, el eterno ayudante, el chico de los recados al que todos toman por el pito del sereno. Hasta que un día escucha varias veces los susurros de su nombre entre las hojas altas de una plantación de tabaco. Es entonces cuando sabemos que Lazzaro es un ser especial. Un cuerpo, un alma, puede que un concepto.

Si ver cine es un acto de fe, películas como Lazzaro felice merecen considerarse con toda justicia un milagro. Alice Rohrwacher consigue que nos acerquemos a su historia con la bonhomía ensimismada, la mirada limpia y la capacidad de asombro de su protagonista, un Lazzaro de tradición bíblica en cuyos avatares se encierra el via crucis de los parias. En su primera mitad, en forma de cuento pastoril con ecos feudales (rural y soleada, pura anacronía). Y en su segundo tramo, incidiendo en la vida de los pillos, siempre supervivencia (urbana y ceniza, pura apocalipsis). Dos partes muy diferenciadas que se clausuran con la muerte y resurrección de Lazzaro, en representación de aquello que resta inmutable pese al paso del tiempo, a la bondad inquebrantable que topa en un ciclo sin fin con la incomprensión de los demás y las injusticias del sistema. Cine poético y político, terrenal y místico.

En las imágenes de Lazzaro felice se intuye la osamenta de ese continente que ha vivido dos grandes guerras y que sigue lidiando con la figura de los desarraigados, sean estos refugiados, inmigrantes, víctimas de la explotación laboral o personas en riesgo de exclusión social. También esa tierra que hemos construido desde la ficción, mediante el surrealismo de Fellini, el humanismo de De Sica, la provocación de Passolini o la itinerancia de los personajes de Angelopoulos, Kieslowski, Kaurismäki o los místicos nórdicos. Rohrwacher, reivindicada con atino por el Festival de Cannes, se suma a la lista de clásicos con esta reveladora película, tan extraña como reconocible, a priori tan azarosa como, a la postre, tan sumamente equilibrada y calculada, moderna y atemporal. El gran hallazgo de un cine italiano contemporáneo que, exceptuando su interés por la mafia local y más allá de excepcionales arrebatos de talento, no había sabido resarcirse de sus cenizas ni reivindicar todo su sustrato de fotogramas superlativos. Hasta ahora.

Minuto ciento quince de metraje. Lazzaro vuelve a contemplar la luna mientras una lágrima corre por su mejilla. Puede que, tras conocer la verdad de quien consideró "medio hermano", haya tomado conciencia de su condición y de la de aquellos que le someten. Ni tan siquiera encuentra arropo en una iglesia, a la que pertinentemente deja sin música. Pero no da su brazo a torcer y se entrega inocente en la última escena. Para morir. Para transformarse y proseguir con su camino en el espacio y en el tiempo. Para, en resumen, trascender, como hacen las obras maestras.

@CinoscaRarities | Más críticas en http://cachecine.blogspot.com
8
11 de octubre de 2018
89 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había que adentrarse en una recóndita aldea de la Italia profunda para encontrar a un ser humano de la pureza e inocencia de Lazzaro, el protagonista de esta maravillosa fábula que asiste impávido a la degeneración de su entorno. Esta especie de ángel caído del cielo, para el que la maldad y la picardía no existen, sobrevive a la dura vida en el campo siempre con una sonrisa, mientras el resto de jóvenes sueña con una vida mejor y los mayores asumen resignados su papel de esclavos en pleno siglo XXI. Lazzaro es la bondad perpetua, la virginidad inviolable ante las miserias y debilidades de los mortales. Una auténtica rareza.

Podría considerarse Lazzaro feliz como una obra de ciencia ficción, desde el momento en que un inesperado elemento sobrenatural nos guía del costumbrismo de una pequeña y aislada comunidad de campesinos a la inmensidad de una urbe deshumanizada. Asistimos a ese tránsito desde la mirada ingenua del protagonista que, en busca de su nuevo amigo, no es consciente del declive que se está produciendo a su alrededor. Nosotros sí. Y es que de un humilde colectivo en el que se confunden los familiares y se comparten los buenos y malos momentos damos el salto a la civilización, al supuesto progreso. Y donde antes había fraternidad ahora hay desconfianza, donde abundaban cosechas ahora malviven hierbajos. Y lo que antes era un hogar hoy es un refugio para aquellos que no tienen lugar en el nuevo mundo.

Alice Rohrwacher nos propina una soberana bofetada echando mano de una enorme sensibilidad, duplicando así nuestro desconsuelo. Pocas veces las miserias de la condición humana se retratan de forma tan amarga, en sintonía con el personaje que dibujó Lars von Trier para Nicole Kidman en Dogville. Focalizar las miserias de nuestra sociedad en la mirada pura de Lazzaro, que para colmo encarna un actor debutante como Adriano Tardiolo, es un duro golpe para nuestras conciencias. Y es que en nuestro afán por sobrevivir en un mundo de locos, y en el que todos ejercemos nuestro abuso de poder, no admitimos hueco en la manada para el lobo solitario que prefiere no cazar.
8
13 de noviembre de 2018
55 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atípica e impactante alegoría sobre la sociedad de nuestro tiempo, donde la bondad está ausente de las relaciones humanas, donde la utilización del más débil o indulgente se ha convertido en la forma normal de relacionarse entre los individuos de una población que sólo conoce el beneficio egoísta de cada uno como motor del comportamiento. Comienza como un relato realista y sobrecogedor, que a mitad de proyección deviene en una fábula o ensoñación sobre la conducta cainita y depredadora de unas relaciones que vienen dictadas por el lucro personal y la manipulación del entorno para conseguir una mínima ganancia temporal, por efímera que ésta sea. El aprovechamiento del prójimo se erige en ley universal inapelable que dicta su sentencia en favor de los desalmados que no muestran ninguna caridad e ignoran toda compasión.

Un pueblo acinado, atrasado y aterrado por la presencia de unos lobos de los que tan solo percibe sus aullidos aterradores. Una latifundista explotadora y desalmada que los mantiene en la pobreza e ignorancia para facilitar así su prosperidad económica. El más fuerte se aprovecha así del más necesitado. Pero también entre los aldeanos se da el mismo proceder: todos ellos utilizan a Lázaro, el tonto bondadoso y útil, a quien encomiendan todas las tareas más ingratas y esforzadas, porque nada pide y nunca se niega a satisfacer sus inagotables y abusivas demandas. El mismo comportamiento que el de su usurera señora, sin asomo de arrepentimiento ni mala conciencia, con la única excusa de que si el joven no se queja es que no hay motivo para cambiar de práctica. Un microcosmos donde la maldad parece anegada en un páramo de insensibilidad.

Pero se produce un abrupto corte en el relato. El esclavismo de la señora marquesa es desenmascarado por la policía local y los ‘esclavos’ son ‘liberados’ y devueltos al mundo real. Pasa el tiempo y nos encontramos en una gran ciudad. Lázaro ‘resucita’ y va en busca de sus compañeros perdidos, ahora que el pueblo yace abandonado y la casa señorial permanece cerrada y es saqueada por unos mezquinos ladrones. Y nos damos cuenta de que la maldad, que la inquina, que la manipulación y explotación del fuerte frente al débil parece ser el pan nuestro de cada día, que no se requiere de títulos nobiliarios para explotar al semejante, sino que basta con creernos más necesitados que los demás, que nos han hurtado algo vital para poder aprovecharnos de los otros.

Esta es la pesimista parábola que urde Alice Rohrwacher. No queda ni un resquicio para la compasión ni para la camaradería. El hombre es lobo para el hombre. Aprovecharse de los demás es la cantinela desesperanzada y sombría que se repite, perpetua.
8
9 de octubre de 2018
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un pequeño milagro, una fábula costumbrista donde el protagonista es Lazzaro, un ser bondadoso en una sociedad enferma.

La película está dividida en dos partes, campesinos esclavizados sometidos a la señora marquesa y la supervivencia en la gran ciudad moderna. En esos dos mundos todos se aprovechan del que es más débil mientras se quejan del que tienen por encima y que, a su vez, se aprovecha de ellos. El único que escapa a ese terrorífico funcionamiento social es Lazzaro, es el único ser puro y bondadoso.

La crítica a la sociedad es muy dura, remarca la incomprensión hacia la gente diferente, aunque sea por algo positivo como la extrema bondad.
9
14 de octubre de 2018
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ganadora del premio al Mejor Guión en el Festival de Cannes 2018, "Lazzaro Felice" es de las cosas más bellas, luminosas y poéticas que he visto en lo que va del año y en mucho tiempo. Es uno de esos filmes que llamo: joyas preciosas. Durante todo el visionado no podía dejar de sonreír y reír, por su dulzura, sus sorpresas, su humor y patetismo. Su guión es realmente brillante, porque da vueltas de género y recrea momentos realmente bellos, líricos y tristes; y la misma guionista que dirige, y ya nos sorprendió con peliculas tan llenas de luz como "El país de las maravillas", donde vuelve el tema de la familia, de los ídolos, de la mentira y el engaño. Lazzaro es un joven campesino, tan inusualmente bueno, que todos se aprovechan de él, desde los dueños de la aldea hasta su misma familia. Pero la llegada del joven de la familia de los dueños, Tancredi, hace amistad con Lazzaro, lo que desencadenará en una serie de eventos cambiarán la vida de todos los personajes. Es una historia llena de luz, de magia, de realidad, de maldad y de humanidad. Recuerda a los grandes maestros italianos que tan bien mezclaban la realidad con la magia... Fellini, Visconti... y aunque no es italiano, Buñuel y etc. Pero es una obra original y tremendamente bella. Creo, por ahora, que debió ganar la Palma de Oro.
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