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Una historia inmortal

Drama En el Macao del siglo XIX, un rico comerciante está obsesionado con una antigua leyenda que corre de boca en boca entre los marineros. La de un hombre rico que pagó a un marinero pobre 5 guineas para engendrar a un niño con su joven esposa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
10 de agosto de 2008
26 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la obra de un famoso escritor que en realidad era escritora, Welles adapta esta historia recurriendo a una fotografía de enfermiza precisión en el color pese a la factura televisiva (fíjense en el oro que baña la dorada juventud del marinero en su primera entrevista con Welles), pero que queda finalmente en un producto de efecto algo plúmbeo, autocomplaciente y excesivamente aparatoso en su ritmo e interpretaciones.

Las imágenes encajan divinamente con las piezas de Satie de la banda sonora, cierto, pero pronto el efecto de la luz y las notas queda lastrado por el abigarrado peso de la metáfora y la barroca composición pictórica de las imágenes. La búsqueda de la exactitud en el plano (uso de escaleras, espejos, arcos, barrotes…) es tan agotadora, que el metraje, pese a su escasez, termina siendo algo torpe y casi fallido al no haber una plasmación flexible y natural de la fábula y los ricos recursos visuales en personajes y diálogos, resultando un cuento rígido de melancolía hueca y poco sutil.

Riqueza, juventud, egoísmo, soledad, sensualidad… Y al final muerte, claro. Que de esa sólo se libran las historias inmortales. Diré, pues, que no es el caso de la película que nos ocupa.
Bloomsday
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29 de abril de 2011
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así como El ciudadano Kane narraba la historia de un magnate todopoderoso, Una historia inmortal vuelve sobre las reflexiones "wellesianas" al respecto de las dimensiones metafísicas del poder. En una obra depurada, sumamente trabajada desde lo estilístico el director nos ofrece, una vez más, una visión sobre el destino prefijado y la negrura frente al mismo.

Omnipotencia pura, este anciano quiere el control total sobre sus criaturas. Para ello decide hacerlas representar una historia que se corre de boca en boca, un rumor casi, y hacerse con el poder de la misma y de los protagonistas. Como él mismo lo dijo, odiaba las profecías: tienen esa cuota de lo inaprehensible como para que cualquier poderoso se tomase de los pelos, reconociendo su inferioridad. El dinero lo sobrevive, en sus propias palabras, allí radica su visión del poder. Poco a poco irá descubriendo que tan afuera se queda de esas leyes que él pretendía controlar, formándose un metatexto, cuentos dentro de cuentos que lo superan al margen de sus propias riquezas.

Con una puesta en escena notable y un uso de la fotografía a base de juegos de luces y sombras extremadamente geniales, Welles nos introduce en sus mundos kafkianos, agostados, finitamente interminables. Lamentablemente el tono de la obra termina rozando lo pomposo, haciendo énfasis en las metáforas hasta tornarlas demasiado explícitas y redundantes. A veces el esmero por el artificio culmina en un excesivo maniqueísmo sobre la criatura que se pretende engendrar.
Juan Rúas
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5 de octubre de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siento disentir de almas sensibles como alguna que aquí se manifiesta , pero es una obra, si no maestra, si genial como dice alguiien. Con unos mínimos medios: poniendo unas banderolas chinas en Chinchón y utilizando su casa de Aravaca, Welles hace una puesta en escena barroca donde las luces y las sombras crean el marco de una "Historia Inmortal" : la diferencia entre los "hechos" y la "narración". Sólo los "hechos" de las ciencias físico-matemáticas o los asientos contables, no pueden ser narrados, sino sólo expresados en sus matemas , aunque sí pueden narrarse sus metáforas; el resto son "narrativas", donde la verdad se esconde en los múltiples recursos de la retórica. "Facts", "facts".. dice el viejo Mr. Clay, pero no existen los "facts" sino la narración de los mismos. Porque si no fuera así, los reporteros de "Ciudadano Kane", habrían haber podido llegar a la esencia de Kane, pero al final tienen que desistir porque las narraciones son equívocas y es imposible el acuerdo de quien fuera Kane, por la mera adición de los "hechos".
El otro tema es "el poder", tan querido y padecido por Welles. El poder, el deseo y la frustración por su imposibilidad.
Luces y sombras de la existencia humana.
rocamadur01
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14 de noviembre de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia inmortal es un título realmente desconocido, una película que pertenece al gran Orson Welles, un director conocido por su gran Ciudadano Kane, una de las obras maestras del cine.
En este caso nos encontramos ante un mediometraje, una película de unos sesenta minutos, una película extraña pero con una peculiar fuerza.
Un título poco conocido dentro de su filmografía pero digno de ver por ciertos aspectos.

Como bien es de suponer, Welles tratará temas profundos dentro de su filmografía, la arrogancia del burgués, del rico y del poderoso y de su capacidad de mover a la gente como marionetas.

Welles se basa en el libro de Blixen para mostrar el triste lado de la arrogancia y de su poder, de la triste soledad que encierra al personaje que quiere hacer una leyenda realidad y demostrarse a él mismo que es capaz de conseguir lo que quiera y que es capaz de comprar a las personas, de que todas tienen un precio.

Orson Welles encarna al protagonista, le da tanta credibilidad que da hasta miedo el pensar que él era realmente así.

La película es sencilla pero encierra una historia profunda pero lo que es de destacar es la fuerza de ciertas imágenes, Welles era un maestro en saber crear un fuerza especial es sus escenas y gracias a una fotografía muy característica de él, solamente comparable e igualada a otro gran genio del cine, Kubrick.

Película interesante, irregular en ciertos momentos pero se siente el brillo del genio en algunas escenas.
manuel
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20 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
216/11(15/11/16) Turbadora última obra de ficción (completada) del genial Orson Welles, un mediometraje (la película más corta de OW) adaptación de encargo de una televisión francesa (para celebrar que emitían en color) de un relato corto (“Anécdotas del destino”, 1958)de Karen Blixen (pseudónimo de Isak Dinesen, la escritora protagonista de “Memorias de África”), que al realizador de Wisconsin guioniza junto a Louise Vilmorin (“Madame de...” o “Les amants”), le sirve para incidir en su mundo propio de filias y fobias, una mordaz reflexión sobre la soledad de los poderosos, sobre el peso del pasado, sobre la juventud, sobre el egoísmo, sobre la impotencia, sobre el deseo, sobre vidas huecas, sobre la muerte, en lo que es una de las pasiones de OW, el contar cuentos dentro de cuentos, estilo matrioskas, en lo que es un juego donde la línea entre ficción y realidad se intenta difuminar (algo tratado posteriormente por OW en “F de fraude”). Emitida originalmente en la televisión gala y más tarde fue estrenada en cines. Fue la primera y única película en color, obligado esto por los productores (OW siempre decía que el color atenuaba la expresividad actoral), también la más erótica de su filmografía, el proyecto estaba destinado a ser la mitad de una de dos partes película de antología, la segunda mitad basada en la historia Blixen “El diluvio en Nordenay”, sin embargo, la segunda película fue cancelada cuando Welles expresó su preocupación acerca de la profesionalidad de su equipo en Budapest (Hungría), donde fue la producción debía tener lugar.

SXIX en Macao, Sr. Clay (Orson Welles) es un avejentado, tiene por ayudante a su contable, un emigrante polaco-judío, Levinsky (Roger Coggio). Una tarde, Levinsky menciona una historia apócrifa de un anciano rico que ofrece a un marinero cinco guineas para fecundar a su esposa. Clay se obsesiona en hacer el cuento realidad, y Levinsky es enviado a encontrar un marinero y una joven para desempeñar el papel de esposa. Levinsky se acerca Virginie (Jeanne Moreau), hija del antiguo socio de negocios de Clay, el marinero inquirido es Paul (Norman Eshley).

La cinta puede ser una alegoría sobre la compleja relación de Orson Welles con el poder, con los productores, corruptores del arte, el dichoso dinero de estos que al polifacético artista tantos proyectos impidió terminar, para el ello realizador se vale de un perverso “mecenas”, y nos muestra a través de él como el arte se puede pervertir, de cómo contar una historia puede ser algo doloroso, de los sacrificios que debes afrontar para poner en marcha tu idea, de cómo los productores, en este caso Clay, manipulan y compran voluntades, y de cómo luego tu visión puede ser alterada maliciosamente, ello en un juego retorcido de espejos, fantasías, certezas, venganzas, fabulaciones.

En una obra menor Welles pero en la que vierte su mundo propio, sus constantes narrativas, las que que ya proyectaba en su magna “Ciudadano Kane”, la displicencia, condescendencia, petulancia, arrogancia de los magnates, tratado en obras posteriores como “El cuarto mandamiento” o “Mr Arkadin”, de cómo el dinero te da el poder de convertirte en maestro de marionetas para aprovecharte de las carencias de la gente para manipularla a tu antojo, para corromperla, para degradarla moralmente.

Es un relato austero, frugal en su estructura, donde todo son vis a vis, cuatro personajes (Clay, Levinski, Virginia y Paul) que interactúan en binomios ante la cámara, con el añadido del prólogo en que un comerciante local (Fernando Rey) habla a otras personas como Clay traicionó y hundió a su socio, padre de Virginia. Quedando una cinta extraña, singular, atractiva, envuelta en un halo de surrealismo atemporal (nunca mejor el título “Una historia inmortal”), donde se nos habla con mordacidad sobre los diferentes caminos por los que pueden discurrir las leyendas, cuentos, fábulas, sobre los caprichos del destino, sobre el arte como algo moldeable y vivo, sobre el peso del tiempo existencialmente, sobre nuestra mortalidad, sobre nuestro efímero pasa por la vida, temas que Welles analiza con bisturí envenenado, con recursos visuales notables, aportando una honda melancolía en cada fotograma, con un cuidado por cada toma y encuadre espléndido. Lástima que se resienta de cierto tono teatralizado-pomposo, cierto aire de forzamiento artificioso, que lastra algo la nostalgia inherentes a las imágenes.

La puesta en escena resulta un alarde impresionista, sobre todo en los interiores, recreando Macao en Chinchón (Madrid), siendo la vivienda de Clay la casa real de Orson Welles, utilizando camareros de restaurantes chinos de Madrid como extras, con una decoración barroca abigarrada, la sugerente Willy Kurant (“Masculino, femenino”), atomizando los contrastes de luz, con un cromatismo saturado, acentuando los naranjas, amarillos dorados y blancos macilentos para proyectar impresión tristona y decaimiento anímico, con lentes de gran angular para dar sensación de gran profundidad, ello jugando con simbolismos visuales de elementos como escaleras, cortinas, espejos, velas, arcos, puertas, barrotes, creando cuadros de belleza notable, se suma la música clásica (la Gnossienne Nº 1 y Gymnopedie No. 1 de Erik Satie, presentes), que deriva en secuencias de resonancias oníricas.

Orson Welles, con un maquillaje híper-cargado, con un rostro que anticipa la muerte, realiza una carismática interpretación de cuasi-demiurgo, de hombre hueco, que por tener, solo tiene dinero, desplegando un crepúsculo nostálgico punzante. Jeanne Moreau aporta su tremenda expresividad, unas enormes dotes para emocionar y emitir sentimientos, desde la rabia, la reflexión, la frustración, la duda, la angustia, la ilusión, fenomenal. Roger Coggio cumple sin más con su cometido de correa de transmisión entre Clay y sus deseos. Norman Eshley está perdido en un papel crucial, fuera de lugar, pulpo en garaje, no te lo crees, no crea química alguna con Moreau.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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