La eternidad y un día
Drama
Cuando a Alexander, un escritor griego, le quedan pocos días de vida, necesita resolver un dilema: morir como alguien ajeno a los demás o aprender a amarlos y a comprometerse con ellos. Elegida la segunda vía, lee las cartas de Anna, su esposa fallecida, y cierra su casa en la playa. Un día lluvioso, encuentra a alguien que le ofrece la oportunidad de cumplir su compromiso: un niño albanés al que ayuda a pasar la frontera mientras le ... [+]
4 de junio de 2008
4 de junio de 2008
77 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alexandre ha elegido su particular manera de despedirse del mundo. En lugar de enterrarse entre las frías e impersonales paredes y el hálito de miserias de un hospital, va a lanzarse a la ventura por la niebla, la nieve y el invierno de su presente para regresar a la playa luminosa de su pasado.
Atesorando innumerables recuerdos, rindiéndose a la magia de su amor perdido, y a la evocación de tantos momentos que se marcharon, tragados por el tiempo... Alexandre vaga por la ciudad sumido en el hechizo de las palabras y de las imágenes de la ciudad actual difusa en el etéreo grisáceo de la niebla, que a veces se diluyen para dar paso a unos días ya enterrados en la memoria, días de sol y mar azul. Y Anna. Y la pequeña Katerina. Y su madre.
Como suele ocurrir, las soledades se atraen y se buscan. Alexandre, sin rumbo, se cruza con un pequeño inmigrante ilegal albanés que se sustenta limpiando parabrisas de coches en los cambios del semáforo. El niño no ha perdido aún la luz de sus ojos limpios. Su necesidad y su dulzura atraen como un imán el frágil corazón adulto. A partir de entonces, niño y hombre deambularán juntos sabiendo que uno de ellos camina hacia la muerte, y el otro hacia la vida.
Alexandre le habla de un poeta decimonónico que compraba palabras a la gente. Cada vez que alguien le enseñaba alguna palabra nueva, él pagaba y la anotaba en su libreta para componer un poema que nunca llegaba a acabarse.
Lo que Alexandre no dice fue que él era ese poeta, aunque no hace falta. El niño lo sabe y le vende algunas palabras para su poema inconcluso.
Y de este modo, uno y otro se acompañarán durante un día tocado por una superficie ordinaria, dura, dulce, resignada; y por una esencia que quizás esconda en sus revueltas el secreto de la eternidad.
La eternidad en las miradas. En la sonrisa pura y plena del pequeño desamparado que no tiene a nadie más que a un hombre moribundo. En los acordes de una canción que Alexandre atesora. En el cabello rizado de Anna, y en su piel cálida. En el carrito de su hija recién nacida cubierto por un mosquitero de gasa blanca. En la melancolía de su madre. En la casa de la playa. En el camino de tablas que conduce al mar.
-Una vez te pregunté: ¿Cuánto dura el mañana?
-La eternidad y un día.
Angelopoulos crea auténtica poesía sobre el ocaso de una vida.
Un poema compuesto de imágenes que a veces acarician, a veces golpean, y en las que el tiempo fluye despacio. Planos fijos, flashbacks, escenas que en su aparente intrascendencia tal vez oculten la fórmula de la belleza, y también de la dureza, de las pequeñas cosas.
Un poema compuesto de palabras con las que despedirse de unas horas que se escapan, de las horas de una vida entera. Con las que continuar (ya que no cerrar) esa oda que nunca pudo concluir.
Y un poema compuesto de una música que se agarra al alma y que también habrá de acompañarle en su viaje.
Atesorando innumerables recuerdos, rindiéndose a la magia de su amor perdido, y a la evocación de tantos momentos que se marcharon, tragados por el tiempo... Alexandre vaga por la ciudad sumido en el hechizo de las palabras y de las imágenes de la ciudad actual difusa en el etéreo grisáceo de la niebla, que a veces se diluyen para dar paso a unos días ya enterrados en la memoria, días de sol y mar azul. Y Anna. Y la pequeña Katerina. Y su madre.
Como suele ocurrir, las soledades se atraen y se buscan. Alexandre, sin rumbo, se cruza con un pequeño inmigrante ilegal albanés que se sustenta limpiando parabrisas de coches en los cambios del semáforo. El niño no ha perdido aún la luz de sus ojos limpios. Su necesidad y su dulzura atraen como un imán el frágil corazón adulto. A partir de entonces, niño y hombre deambularán juntos sabiendo que uno de ellos camina hacia la muerte, y el otro hacia la vida.
Alexandre le habla de un poeta decimonónico que compraba palabras a la gente. Cada vez que alguien le enseñaba alguna palabra nueva, él pagaba y la anotaba en su libreta para componer un poema que nunca llegaba a acabarse.
Lo que Alexandre no dice fue que él era ese poeta, aunque no hace falta. El niño lo sabe y le vende algunas palabras para su poema inconcluso.
Y de este modo, uno y otro se acompañarán durante un día tocado por una superficie ordinaria, dura, dulce, resignada; y por una esencia que quizás esconda en sus revueltas el secreto de la eternidad.
La eternidad en las miradas. En la sonrisa pura y plena del pequeño desamparado que no tiene a nadie más que a un hombre moribundo. En los acordes de una canción que Alexandre atesora. En el cabello rizado de Anna, y en su piel cálida. En el carrito de su hija recién nacida cubierto por un mosquitero de gasa blanca. En la melancolía de su madre. En la casa de la playa. En el camino de tablas que conduce al mar.
-Una vez te pregunté: ¿Cuánto dura el mañana?
-La eternidad y un día.
Angelopoulos crea auténtica poesía sobre el ocaso de una vida.
Un poema compuesto de imágenes que a veces acarician, a veces golpean, y en las que el tiempo fluye despacio. Planos fijos, flashbacks, escenas que en su aparente intrascendencia tal vez oculten la fórmula de la belleza, y también de la dureza, de las pequeñas cosas.
Un poema compuesto de palabras con las que despedirse de unas horas que se escapan, de las horas de una vida entera. Con las que continuar (ya que no cerrar) esa oda que nunca pudo concluir.
Y un poema compuesto de una música que se agarra al alma y que también habrá de acompañarle en su viaje.
2 de febrero de 2010
2 de febrero de 2010
74 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para todo aquel con un poco de sensibilidad, una mínima capacidad para la empatía y una cierta capacidad introspectiva puntuar con un diez esta película resultará inevitable por muy variadas razones. El visionado de esta película me ha obligado a mí mismo a prometer esmerarme en la redacción de esta crítica, creo que es lo menos dado el apego que siento hacia la pequeña gran comunidad que configuramos y las sensaciones que ha despertado en mí este hermoso film de Angelopoulos.
Desde el mismo comienzo el director lleva a cabo un despliegue de lirismo apabullante (creo que es la película más equilibrada de Angelopoulos que he visto): una banda sonora hermosa y delicada que se une a un esmerado tratamiento de la fotografía y los planos largos; un montaje que pronto se descubre como una verdadera maravilla. Esto ya es con todo derecho un clásico, porque llega con facilidad a lo más profundo del alma y combina un genial guión con un trabajo técnico increíble (hay que ver las simetrías como están trabajadas, no había visto algo igual desde Visconti). Es una obra maestra con todas las letras.
A partir de aquí hago un análisis crítico del argumento que seguirá en el spoiler:
El lugar donde transcurren las imágenes del pasado (la casa de playa) simboliza la memoria individual y la pérdida de ésta en la infinidad de pequeños universos microscópicos (realidades individuales) que componen el universo macroscópico. La destrucción de la casa de playa encargada por su hija y el marido de ésta no significa más que el choque generacional, la rotura del legado oral-familiar y el fin de la propia vida de Alexandre (el protagonista) y de sus oportunidades para hacer algo diferente con su vida. Trata de darnos una idea de la fugacidad de las vidas y de lo que éstas traen consigo.
En el filme podemos ver (paralelamente) una crítica a las mafias que se sirven de los seres humanos como mercancía para la explotación, en este caso niños. En cierto modo representa una cierta crítica a la sociedad occidental que da la espalda a estas realidades (el comportamiento de Alexandre es un reflejo de la hipocresía de ésta porque, en cierta manera, está tratando de ayudar al niño para redimirse a sí mismo dado su sentimiento de culpabilidad).
El director, como siempre, no perdona referencias a la Historia y la memoria de Grecia. Nos presenta al poeta comprador de palabras allá por el siglo XIX, mientras los griegos trataban de liberarse del yugo otomano, como un símbolo claro de que uno no es por necesidad de allá donde nace o allí donde sus raíces lo llevan; la identidad, misma esencia de la vida, no es algo que pueda ser comprado. Uno tiene que estar dentro del mundo en que vive para no ser allá donde está un extranjero, lo cual significa interactuar de un modo directo con los elementos que lo componen y le rodean.
Desde el mismo comienzo el director lleva a cabo un despliegue de lirismo apabullante (creo que es la película más equilibrada de Angelopoulos que he visto): una banda sonora hermosa y delicada que se une a un esmerado tratamiento de la fotografía y los planos largos; un montaje que pronto se descubre como una verdadera maravilla. Esto ya es con todo derecho un clásico, porque llega con facilidad a lo más profundo del alma y combina un genial guión con un trabajo técnico increíble (hay que ver las simetrías como están trabajadas, no había visto algo igual desde Visconti). Es una obra maestra con todas las letras.
A partir de aquí hago un análisis crítico del argumento que seguirá en el spoiler:
El lugar donde transcurren las imágenes del pasado (la casa de playa) simboliza la memoria individual y la pérdida de ésta en la infinidad de pequeños universos microscópicos (realidades individuales) que componen el universo macroscópico. La destrucción de la casa de playa encargada por su hija y el marido de ésta no significa más que el choque generacional, la rotura del legado oral-familiar y el fin de la propia vida de Alexandre (el protagonista) y de sus oportunidades para hacer algo diferente con su vida. Trata de darnos una idea de la fugacidad de las vidas y de lo que éstas traen consigo.
En el filme podemos ver (paralelamente) una crítica a las mafias que se sirven de los seres humanos como mercancía para la explotación, en este caso niños. En cierto modo representa una cierta crítica a la sociedad occidental que da la espalda a estas realidades (el comportamiento de Alexandre es un reflejo de la hipocresía de ésta porque, en cierta manera, está tratando de ayudar al niño para redimirse a sí mismo dado su sentimiento de culpabilidad).
El director, como siempre, no perdona referencias a la Historia y la memoria de Grecia. Nos presenta al poeta comprador de palabras allá por el siglo XIX, mientras los griegos trataban de liberarse del yugo otomano, como un símbolo claro de que uno no es por necesidad de allá donde nace o allí donde sus raíces lo llevan; la identidad, misma esencia de la vida, no es algo que pueda ser comprado. Uno tiene que estar dentro del mundo en que vive para no ser allá donde está un extranjero, lo cual significa interactuar de un modo directo con los elementos que lo componen y le rodean.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El pequeño inmigrante albanés le propone la misma idea, venderle palabras. Sin embargo éstas proceden de su propia realidad, de su propia existencia cotidiana (como ser que sí interactua con su entorno, por eso le faltaron las palabras a Alexandre para acabar su poema, porque no las sentía, no las vivía y el lenguaje es algo vivo que cobra sentido al ser utilizado entre seres humanos) y curiosamente encajan en estos últimos momentos de lucidez del escritor condenado. A través del pequeño albanés cobra conciencia de su realidad, de su vida, y viaja al pasado en busca de sí mismo encontrando exactamente lo que fue. Es un viaje de catarsis el que realiza a lo largo de la película. La escritura había hecho que nunca fuera capaz de vivir su propia vida condenándose a vivir a través de su pluma y de las palabras de sus libros. Él fue un verdadero extranjero en su propia vida.
El título es, de este modo, propicio porque la vida y el mañana que parecían una eternidad se han convertido en un día. La eterna oportunidad de Alexandre por hacer algo de sí mismo para con los suyos ha pasado, "es demasiado tarde". En un sólo día tiene que reencontrarse con el yo que pudo ser y no fue. De ahí que el encuentro con su madre sea especialmente duro, ya que ella vivió única y exclusivamente por y para su marido, de modo que se negó a sí misma disfrutar de las alegrías del presente; es entonces cuando Alexandre se pregunta "¿Porqué nada salió como habíamos planeado?... ¿Porqué hace falta que uno se pudra entre el dolor y el deseo?... ¿Porqué viví mi vida en el exilio?".
Sin embargo observamos que una débil flor surge como esperanza ante la adversidad y la desesperación de esos últimos momentos, y es el niño albanés, quien ofrece a Alexandre la posibilidad de tratar de enmendar sus errores en éste. El niño es el símbolo de la continuidad de la vida ya que éste es un ser con todas las puertas abiertas. Ambos tienen miedo: uno porque está empezando a vivir y el otro porque va a dejar de hacerlo sumido en una guerra interior y sin esperanza. Un sólo instante en el autobús muestra la potente pulsión de la vida como un movimiento inquebrantable e imparable que no cesará a la muerte de Alexandre. Todo seguirá: la pasión, el amor, las luchas, las protestas... Una sola vida es algo insignificante en la inmensidad del universo, pero para su poseedor es lo único verdaderamente importante porque es a partir de ésta como puede tener la capacidad de influenciar de alguna manera sobre el conjunto global. La vida individual es el vínculo con el cosmos en constante movimiento.
Para acabar queda la imagen del coche parado en el semáforo durante horas mientras el resto de vehículos pasan a su alrededor. El viaje de Alexandre ha terminado ahí tras haber dejado al niño partiendo en un barco hacia algún puerto del Mediterráneo. Todos prosiguen su camino, porque la vida no es más que eso: el eterno discurrir de diferentes caminos que vienen y van, que se cruzan y se separan.
El título es, de este modo, propicio porque la vida y el mañana que parecían una eternidad se han convertido en un día. La eterna oportunidad de Alexandre por hacer algo de sí mismo para con los suyos ha pasado, "es demasiado tarde". En un sólo día tiene que reencontrarse con el yo que pudo ser y no fue. De ahí que el encuentro con su madre sea especialmente duro, ya que ella vivió única y exclusivamente por y para su marido, de modo que se negó a sí misma disfrutar de las alegrías del presente; es entonces cuando Alexandre se pregunta "¿Porqué nada salió como habíamos planeado?... ¿Porqué hace falta que uno se pudra entre el dolor y el deseo?... ¿Porqué viví mi vida en el exilio?".
Sin embargo observamos que una débil flor surge como esperanza ante la adversidad y la desesperación de esos últimos momentos, y es el niño albanés, quien ofrece a Alexandre la posibilidad de tratar de enmendar sus errores en éste. El niño es el símbolo de la continuidad de la vida ya que éste es un ser con todas las puertas abiertas. Ambos tienen miedo: uno porque está empezando a vivir y el otro porque va a dejar de hacerlo sumido en una guerra interior y sin esperanza. Un sólo instante en el autobús muestra la potente pulsión de la vida como un movimiento inquebrantable e imparable que no cesará a la muerte de Alexandre. Todo seguirá: la pasión, el amor, las luchas, las protestas... Una sola vida es algo insignificante en la inmensidad del universo, pero para su poseedor es lo único verdaderamente importante porque es a partir de ésta como puede tener la capacidad de influenciar de alguna manera sobre el conjunto global. La vida individual es el vínculo con el cosmos en constante movimiento.
Para acabar queda la imagen del coche parado en el semáforo durante horas mientras el resto de vehículos pasan a su alrededor. El viaje de Alexandre ha terminado ahí tras haber dejado al niño partiendo en un barco hacia algún puerto del Mediterráneo. Todos prosiguen su camino, porque la vida no es más que eso: el eterno discurrir de diferentes caminos que vienen y van, que se cruzan y se separan.
6 de diciembre de 2007
6 de diciembre de 2007
22 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que vi esta película a trozos, aunque desde la mitad hasta el final me quedé pegado a la pantalla, absorbiendo pasivamente todo lo que creo que la cinta consigue transmitir. Me gustan los flash back en los que el protagonista se sumerge en su pasado, que podría ser el de cualquiera. Me gustan los escenarios, el paisaje urbano que muestra angelopoulos y que podría situarse en cualquier otro lugar del mundo. Me gusta la atmósfera un poco deprimente, gris, lluviosa, invernal que contrasta con la luminosidad de los recuerdos del protagonista. Me encanta especialmente el mar daliniano del puerto de Salónica que también aparece en la mirada de Ulises. Allí podríamos estar cualquiera de nosotros, sentados en un banco, encarnados en forma de niño, joven o viejo, sin hacer nada o comiendo pipas y dejando que pase el tiempo sin dramatismo.
Hay un magistral plano en el que el protagonista, Bruno Ganz, y el niño que le acompaña, permanecen sentados y contemplativos en el interior de un autobús municipal mientras el mundo pasa a su alrededor.
Una pequeña joya para almas serenas.
Hay un magistral plano en el que el protagonista, Bruno Ganz, y el niño que le acompaña, permanecen sentados y contemplativos en el interior de un autobús municipal mientras el mundo pasa a su alrededor.
Una pequeña joya para almas serenas.
13 de julio de 2009
13 de julio de 2009
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Theodoros Angelopoulos nos presenta un cansino ciclo de la vida. Un juego de contrastes y de recurrente circularidad, sobre la intangibilidad del tiempo, la importancia del amor, el valor de la amistad y la esperanza de encontrar en la finitud la eternidad a través de los recuerdos. El desarrollo lo encontré bastante irregular pero es innegable que hay calidad en varias secuencias, es para destacar el uso de los flash-backs como guiños cronológicos en los cuales Ganz es el mismo en apariencia tanto en el pasado como en el presente. Finalmente, la poética de la premisa es poderosa. Invita a la reflexión y a la introspectiva, nos lleva a pensar que carajo estamos haciendo de nuestra vida...
...porque la vida se va.
...porque la vida se va.
13 de octubre de 2008
13 de octubre de 2008
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Preciosa película, maravillosa, conmovedora, toda una gran obra maestra de Theo Angelopoulos, considerado uno de los mejores cineastas europeos de los últimos años, y estoy totalmente de acuerdo. Después de ver la notable "Paisaje en la niebla" y la aceptable "Los cazadores", ésta es la mejor película que he visto de este genial director hasta la fecha.
El título del film, "La eternidad y un día", hace referencia a que la película narra el último día de vida de Alexandre, un escritor, (excelente Bruno Ganz) para transitar a la vida eterna. En lugar de ir al hospital y pasar allí sus últimas horas, agobiado, encerrado entre paredes, Alexandre realiza una especie de viaje por el país en donde conocerá y ayudará a un niño albanés que se encuentra ilegalmente en Grecia. Le ayuda a llegar a la frontera con Albania, pero en el último momento el niño decide quedarse con Alexandre.
Al igual que en otros films de Angelopoulos, la atmósfera es muy gris, llena de colores fríos y apagados. Sin embargo, cuando nos muestran los recuerdos de Alexandre en los que está con su familia y su esposa, el ambiente está lleno de luminosidad y de vida.
La fotografía es excelente, el guión también, la música muy bonita, y las actuaciones muy creíbles y convincentes. También está llena de planos largos geniales e impresionantes, entre los que destaco el del autobús y el último... magistral.
Una verdadera obra maestra que ganó muy justamente la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1998.
Por completo imprescindible.
El título del film, "La eternidad y un día", hace referencia a que la película narra el último día de vida de Alexandre, un escritor, (excelente Bruno Ganz) para transitar a la vida eterna. En lugar de ir al hospital y pasar allí sus últimas horas, agobiado, encerrado entre paredes, Alexandre realiza una especie de viaje por el país en donde conocerá y ayudará a un niño albanés que se encuentra ilegalmente en Grecia. Le ayuda a llegar a la frontera con Albania, pero en el último momento el niño decide quedarse con Alexandre.
Al igual que en otros films de Angelopoulos, la atmósfera es muy gris, llena de colores fríos y apagados. Sin embargo, cuando nos muestran los recuerdos de Alexandre en los que está con su familia y su esposa, el ambiente está lleno de luminosidad y de vida.
La fotografía es excelente, el guión también, la música muy bonita, y las actuaciones muy creíbles y convincentes. También está llena de planos largos geniales e impresionantes, entre los que destaco el del autobús y el último... magistral.
Una verdadera obra maestra que ganó muy justamente la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1998.
Por completo imprescindible.
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