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The Final Wish

Terror Aaron (Michael Welch) es un abogado con problemas que regresa a casa para ayudar a su madre tras el fallecimiento de su padre. Mientras investiga en las pertenencias que éste ha dejado atrás, Aaron encuentra una urna que resulta ser mucho más de lo que parece. Aunque al principio convierte todos sus deseos en realidad, con el paso del tiempo descubre que existe en ella un maleficio mucho más siniestro de lo que creía. (FILMAFFINITY)
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7
30 de mayo de 2022
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de sus dos primeras incursiones en el cine de terror con “Finders Keepers: The Root of all Evil” (2013) y “Gnome Alone” (2015), y de una serie no demasiado gloriosa de películas de acción y westerns, Timothy Woodward Jr. vuelve a la carga con dos cintas en las que retoma el género: “The Final Wish” (2018) y posteriormente “The Call”(2020). En ambas, aborda el horror desde una perspectiva más centrada en el suspense y la intriga, que no en el puro slasher en el que se abandonará, por ejemplo, “Wish Upon” (2017), de John R. Leonetti, que tiene todos los números de ser la musa fotocopiadora de la que nos ocupa. A todas luces, no se puede descartar que Woodward instigara a Jeffrey Reddick a fusilar una trama que guarda muchas similitudes con el libreto de Barbara Marshall.

Para estas dos últimas producciones de bajo presupuesto, el director repite equipo, no sólo con Reddick, quién también se halla tras el burladero de la producción, sino que figuran en el aparato técnico el mismo director de fotografía, Pablo Díez, y el compositor Samuel Joseph Smythe. Así como la ya veterana actriz Lin Shaye, que de forma postrimera afianzó su fama con la franquícia de “Insidious”, y cuya factura debió de suponer un talismán para garantizar el éxito publicitario.

“The Final Wish” es una película con escasa trascendencia en el volumen del mercado cinematográfico. Su aceptación entre el público, y me atrevería a decir también que entre la crítica, es de las más dispares que haya visto. De los usuarios que hayamos tenido la oportunidad de visionarla, contrastan las alabanzas de una parte que le encuentra no pocas virtudes, de forma bastante paritaria con aquellos otros espectadores que la han puesto a parir. De lo que no cabe duda, es que su sucesora, “The Call” (2020), incluso con la presencia añadida de Tobin Bell, no obtendría mejores resultados en este sentido, incluso lo contrario, pues su calidad deja bastante más que desear.

Pero a pesar del exiguo eco mediático y pecuniario, el trabajo de Woodward Jr. es artísticamente muy superior al que hallamos en “Wish Upon”, en todos los sentidos, de modo que se cumpliría en este caso que el “calco” es mucho mejor que la original de la que se hizo prácticamente un “remake”.

Ambas surten su efecto a partir de la focalización de sus respectivas tramas en una de las fuentes de motivación más primarias de las que es objeto el ser humano: el deseo. El querer lo que no se posee o no se puede alcanzar, es algo inherente a las personas; base del institnto de supervivencia y el afán de superación, pero al mismo tiempo causa de muchas de las desgracias que puedan sobrevenir. Reddick y el resto de la cuadrilla encargada del guión toman debida nota de esta característica intrínseca humana, para convertirla en el núcleo central de la trama.

La voluntad de no resignarse a un fato o predeterminación es un clásico en la literatura universal (y sus derivadas en el arte: el teatro, el cine la ópera…). El anhelo de conseguir algo a costa del precio que sea, incluso el de vender el alma al mismísimo Diablo, es un “leitmotive” omnipresente: en “Histoire du Soldat”, compuesta por Igor Stravinsky en 1918, sobre un texto de Charles F. Ramuz, y cuya ejecución musical suele ir acompañada con la interpretación de un narrador y bailarines.

En el cine, por citar una producción relativamente reciente, nos podemos remitir a la franquícia de “Destino Final” (2000 – 2011), de la que precisamente Jeffrey Reddick fue idearca.

El esquema narrativo de “The Final Wish”, como todas sus homólogas a lo largo de la historia del cine (y porqué no decir, del arte en general), bebe de las tradiciones judía, de la antigua Persia y, por ende, islámica, en la que se identifican unas entidades de naturaleza espiritual, que las veces se dedican a favorecer a los humanos, y otras a amargarles la vida. Estos seres, llamados “jinns”, “ángeles”, “demonios”, “espíritus impuros (o malignos)”, están presentes en casi todos los tradicionarios religiosos de las principales confesiones monoteístas.

Woodward prende esta percha mitológica para crear una historia que explica utilizando un cargado lenguaje que se acerca a lo onírico y surrealista, en los puntos álgidos de dramatismo, y que la fotografía de Pablo Díez se encarga de dibujar primorosamente con todo tipo de efectos en los planos, los juegos de penumbras, las coloridas tonalidades… en el set donde se confabulan los elementos que caracterizan, tanto la casa en la que viven el protagonista (Aaron) y su madre, como el rural entorno inmediato de ésta. Y la población más cercana, que desprende una rancia atmósfera al más puro estilo provinciano, y de la que apenas conoceremos unos pocos habitantes, los más estrechamente relacionados con la familia Hammond…

El barroco, lúgubre y recargado de antigüedades, interior de la casa Hammond es el encuadre por excelencia en el que Lin Shaye se maneja, como si este tipo de decorado ya fuera algo inherente a su propio encanto, tanto por lo que respecta a su presencia, como a su buen actuar. Igual que en “The Call”, ahí no puede faltar la función de los espejos, como expresión gráfica del tránsito entre la frágil cordura psíquica de los personajes, y sus respectivos delirios de ensueño.

De la partitura de Samuel Joseph Smythe, destaca el contraste entre el tempestuoso y agitado motivo del tema principal, con el tinte ominoso que le encuñan los metales bajos, y el minimalismo impresionista que envuelve algunas de las escenas más sobrecogedoras, en las que desearíamos arroparnos junto a Aaron (el guapísimo Michael Welch), con el que rápidamente se establece la identificación. En esta ocasión, el compositor sabe sacar partido de una bién amortizada orquesta sinfónica, que como ya está mandao en los protocolos actuales del terror, tiene que sumarse con sus efectos sonoros al fácil “susto de salto felino” (así lo llamo yo), que aunque tengamos que entender que son de rigor, y Woodward no abusa de ellos,
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son cansinos y molestos (hasta ridículos, como en la escena del espejo cuando Aaron se cepilla los dientes), o aparece la hortera manifestación pictográfica de un demonio, que entre lo asqueroso y lo feo que es, en vez de terror causa hastío. Es decir, resulta improcedente y de poco gusto (y lo siento por el diseñador gráfico que lo creó, pero se lo podría haber ahorrado; habría hecho mejor labor barriendo el set de rodaje).

Con unos diálogos sobradamente mejorables, los actores llevan a cabo unas intervenciones más que dignas en sus respectivos papeles. De los que destacaría como mejor resuelto, tan elegante como breve, el del veterano Tony Todd (Colin), quien marca el tiro de salida a la recta final de la historia.

Aunque se aperciba el estéril esfuerzo de sobreactuación, tan innecesario como las veces algo ridículo, tanto en Lin Shaye, como en Michael Welsh, ambos procuran lucir lo mejor que pueden el traje de las respectivas pusilánimes personalidades que les han creado. Para mi gusto, les sobran por igual, tanto el exceso de interpretación como el maquillaje, que ahí alguien se pasó tres pueblos embadurnándoles la jeta a todos.

Contando con la complicidad del montaje, el guión resuelve con soltura el rompecabezas en el que ha convertido un simple hilo de trama: chico frustrado de la vida, y con una ingente carga represiva sobre sus hombros, pide deseos (¿cómo no iba a hacerlo, el pobre?) a un genio maligno, que después se va a cobrar sus servicios con intereses: quedándose con el alma del muchacho. Una línea sencilla y básica, basada en el cuento de Aladino y la Lámpara Maravillosa, invertida, claro, se convierte en un frenético “tetris”, en el que se van haciendo encajar las piezas, y a cada encaje consigue dar un apretón más a la tensión a la que tiene sumido al espectador.

Giros que, de otra manera resultarían totalmente estúpidos o absurdos ante nuestra comprensión, son perfectamente explicables con las artimañas que se ingenia el ente demoníaco para engañar a los personajes, y hacerles desear y tomar las decisiones que no harán más que complicar la situación.

En el clímax del nudo en el que se han visto todos atrapados por los deseos que ha ido formulando Aaron, éste, viéndo el cúmulo de desgracias que ha ocasionado, involuntariamente y timado por el “jinn”, sea dicho de paso, decide sacrificarse por la persona a la que más quiere, dándose cuenta de que el amor que le profesa, aunque imposible, merece más la pena que su egoísta y mundana ambición de parchear su vida con dinero y una cara bonita. Aaron pide su último deseo: haber muerto el día que le atropella el coche de su amigo Tyron (Jean Elie); curiosamente final parejo en “Wish Upon”, donde la protagonista acaba también arrollada por el auto de su odiada compañera de instituto.

Aaron no sólo logra, en cierto modo, redimirse, , sinó que redime también a todos los de su alrededor, con su sacrificio.

Maravillosa la escena del espejo, en la que a parte de poder contemplar por segunda vez el regalo a la vista del desnudo de Welsh, adivinamos lo que va a ocurrir porque el plano es el especular del mismo que sucede cuando despierta de una pesadilla a media película (lo notamos porque el enfoque es desde el otro lado de la cama).

La despedida de la madre de Aaron y de Lisa (Melisa Bolona), nos sugiere que la estratagema del chico para zafarse del pifostio en que iba a terminar todo ha funcionado, aunque él haya tenido que pagar un caro precio. Pero la jamba yéndose con la urna en brazos, es el último giro que nos dejará con el último suspiro cortado, a las puertas de los títulos finales de crédito. Que ya no sabemos si era para anunciar secuela (que no la hubo), o por la ya manida tradición de no querer dejar nada concluso.

El caso es que, si deseando que les toque la lotería, un buen día les cae un fajo de billetes a los pies, asegúrense de que por detrás no merodea ninguno de esos feos “jinns”, antes de agacharsse a recogerlo.
3
21 de abril de 2019
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Difícil es analizar los aspectos positivos y negativos de esta película, simplemente porque los negativos son tan predominantes que terminan camuflando a los primeros. Siempre es posible crear algo admirable partiendo de ideas ya planteadas, pero este no es el caso de The final Wish, tal que por momentos llega a generar una sensación de confusión o dejá vu, en la que no es posible establecer en qué película uno está parado...
¿Por qué será que Lin Shaye interpreta en todas las películas el mismo personaje (o casi el mismo)? Considerando el presupuesto que insume un film de estas características esto resulta un misterio. Es posible observar en el joven protagonista Michael Welch un exagerado esfuerzo por realizar una buena actuación, pero su trabajo repetitivo, junto con el de Shaye y una deplorable dirección, hacen que su esmero sea inútil hasta casi caer, por momentos, en lo grotesco.
Definitivamente esta película abre una interesante expansión de complejidad para quien busque explorarla y describirla desde una óptica propia pues claramente no posee nada propio. Las escenas giran una sobre otra, y sobre las de otras películas también, reiterándose una y otra vez hasta enredarse en sí mismas. Realmente motivan el deseo de llegar al final, no por curiosidad sino por hartazgo.
The final Wish muestra luminosamente la complejidad de decir algo nuevo con lo ya dicho, de mostrar una cara desconocida en cada actuación, de no desvanecer, de no recaer, de no repetir, de poder crear algo diferente a partir de lo ya creado que, en sí, encierra el verdadero arte de crear.
3
10 de junio de 2020 1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando pretendes copiar algo que funciona, debes hacerte con los mejores mimbres para el cesto e intentar, sobre todo, que no se note que lo tuyo es una copia descarada y mucho más barata. Por desgracia en "The Final Wish" no lo han conseguido. A pesar del formalismo de la propuesta (esta correctamente rodada, eso si), todo aquí suena a ya visto. Que en una película de terror (o de "sustos", como esta) veas venir los sustos y estos apenas asusten, es su principal inconveniente. De acuerdo, una película de terror es más que cuatro sustos, debería haber una buena construcción de personajes, una buena historia y un arco argumental adecuado. Nada de eso sucede tampoco en "The final wish". La historia es floja, los personajes están desdibujados y ni tan siquiera ese final pretendidamente original, lo es. Vamos a coger a una actriz de la saga "Insidious" (cuyo tono copia descaradamente esta película), vamos a coger a otro acto de renombre para el fanático del terror (Tony Todd, el insuperable "Candyman") y con eso conseguiremos engañar al espectador. Solo deciros que la suma de estos dos actores apenas son diez minutos de película, el resto son unos actores de serie B y un protagonista (Michael Welch) sin carisma que es incapaz de soportar el peso de la historia.

"The final wish" promete mucho más de lo que ofrece, me reitero en que no está mal rodada, la narrativa cinematográfica que usa es elegante, pero no hay nada más.

Una película que conseguirá aburrir incluso a los fans porque ni es tan buena como parece ni tan mala como para echarse unas risas.
3
16 de abril de 2019
7 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay casi nada que decir de esta película, es mala, pero no tanto como para profundizar en eso, ya que ni siquiera destaca en ese aspecto, ver a Lin Shaye interpretando a una vieja histérica por décima vez, o a Tony Todd el de un tipo misterioso con aficiones extrañas por vigesimoctava tampoco.
La premisa de un demonio que concede deseos y después empieza a cobrarlos ya se ha visto antes y mejor realizado, ésta solo aporta gritos y sobreactuaciones.
4
21 de febrero de 2019
6 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el comienzo se desarrolla muy lenta. Los personajes no atrapan y las situaciones transcurren en un clima de letargo y monotonía. La temática no es original y ni siquiera genera en ningún momento tensión al espectador. Creo que la temática por más que no es original podía haber sido explotada con otra intensidad que al menos permitiera pasar un rato ameno.
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