Cementerio General
2013 

3.2
151
21 de septiembre de 2021
21 de septiembre de 2021
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con sus altibajos, sus más y sus menos al largo de su historia, poco conocida en el ámbito de nuestro público general (especialmente significativa fue la crisis que sufrió durante la década de los 80 y principios de los 90 del s.XX, pareja a otras dificultades de índole económica, social y geopolítica), el cine peruano nos obsequia con un curioso producto, de la mano del entonces jovencísimo Dorian Fernández-Moris, con el que adentra su cine patrio de lleno en el cine de terror, directo a una cinta repleta de tópicos y clichés harto trabajados en lo más conocido del cine comercial: conjuros, ouijas, demonios, posesiones…, protagonizado por adolescentes, para un público adolescente, y, como no, dado este perfil de audiencia diana que se apercibe por el contenido, con toques finales de “slasher”, como se etiquetaría en la nomenclatura usada para referise a la liquidación en serie de púberes y jóvenes en algún pasaje de la trama propuesta.
El director, que entonces tenía horneando ya su obra de referencia “Desaparecer”, que no vería la luz hasta 2015 por un complejo proceso de edición y postproducción, se lanza a la lid de las salas con un largometraje destinado claramente en su final objetivo, de conseguir una buena recaudación.
Sin entrar a valorar hasta qué punto podríamos tener en cuenta la influencia que podía haber tenido el éxito de posibles referentes fílmicos como “The Blair Witch Project” (2003), o las franquicias de “REC” o “Paranormal Activity”, el realizador peruano apuesta por una narrativa similar, aunque no de forma integral; sólo la parte central usa el formato de la cámara doméstica, siendo el resto (presentación y resolución de la urdimbre) presentado desde el habitual marco expositivo al que estamos acostumbrados.
Con toques de imaginario local, en el que todos los de cultura hispánica nos podemos sentir identificados (cementerios, almas, posesiones, invocación de espíritus, brujería y maldiciones… ), abre juego entre el público andino, casi muriendo de éxito dentro de sus fronteras (por lo que se lee), pero con una recepción bastante fría y dispar a nivel internacional, excepto para coleccionistas o amantes de la temática, y hasta con un rechazo patente en varios andurriales de cultura anglosajona, que más bién poco familiarizados están con el almanaque de la cultura latina en materia escatológica.
El resultado es un todo sincrético que funde quimeras de nuestras tradiciones, con las de los paradigmas hollywoodienses. Aunque a mí jamás se me habría ocurrido echar kétchup o mostaza a un plato de pachamanca.
La fotografía de Miguel Ángel Valencia nos sitúa en la primera persona del personaje protagonista Pablo (Jürgen Gómez), quién contará la historia como principal en el tramo inicial, y después en el bloque del desenlace, siendo prácticamente un obervador desde el ojo de su filmadora. Construye el discurso de la cámara desde dos planos diegéticos superpuestos bien diferenciados: las escenas de Pablo como actor, con un enfoque centrado prácticamente en su figura; y las mareantes tomas con el aparato doméstico, las veces a la luz de los infrarrojos en los encuadres nocturnos, en toda la parte que representa el desenvolvimiento de los hilos que enredan el tejido del relato. En los que el chaval ejerce de registrador de todo lo que acontece; el testimonio de la “veracidad” de lo que mostrará a la madre de Andrea (Marisol Aguirre).
Dentro de lo convencionales, corrientes, hasta grises y frías que pueden parecer las tomas de este mirador extrínseco, el responsable de la base del lenguaje visual de la cinta, usa su arte (por ejemplo, el plano vespertino de la entrada del cementerio antes de que la cuadrilla de jóvenes en él se adentre) para causar buenos impactos emocionales, despertando con la mayor elegancia los sentimientos de terror, sin tener que recurrir prácticamente a artificios ni efectos especiales que harían incurrir en el ridículo.
Demostrando también su dominio del arte musical, del mismo Fernández-Moris es la partitura que, de manera eficaz, discreta y en los momentos adecuados realza los clímax del hilo argumental. Son mínimos, fugaces, pero cuidadosamente insertados en algunos de los precisos momentos en que se requiere poner en guardia al espectador.
Los protagonistas, pese a su inexperiencia consiguen trasladar un aire de naturalidad a sus respectivas interpretaciones. A ninguno de ellos se le ha visto un recorrido estelar en el mundo del cine desde los ocho años que hace que se rodó “Cementerio General”, y sólo a Nikko Ponce le vemos aparecer de vez en cuando en shows y chismorreos de la prensa amarilla (aka, el mundillo del famoseo), como amarillos los calzoncillos que exhibe en algunas de las fotos en las que se supone que vive de posar su cuerpo, y la estrella que tiene tatuada, justo debajo de la cadera, en el lado de su jamón izquierdo.
Este grupo de adolescentes están moldeados, cada uno, en su respectivo cliché, como si el script se quisiera asegurar de hacerlos inconfundibles en los procesos de identificación que pudiera hacer un potencial público diana (gente de su edad). Está Andrea (Airam Galliani), la chica alrededor de la cual gira el embrollo: su necesidad de “contactar” con su padre, al que no llegó a conocer…; Gabriel (Niko Ponce), el ligón, el que va de valiente y osado. Pero que también sabe mostrar su más profundo sentimiento de miedo y dolor ante lo que sucede, y esto lo hace más humano y creíble (no tanto su novia, con mera función de florero); la hermana pequeña de Andrea, pesadita que no para hasta que se la llevan con ellos a hacer las invocaciones al cementerio… total, una pandilla prototípica que nos recuerda a los de “Verano Azul”, y en la que no puede faltar Julito, el que más se parece al “Piraña” de la famosa serie de principios de los 80, y cuyo cometido es el de dar la sal del “donaire”, con sus inocentes y cómicas salidas. Jürgen Gómez (Pablo), nuestro principal, aún parecer algo paleto, es el más realista.
El director, que entonces tenía horneando ya su obra de referencia “Desaparecer”, que no vería la luz hasta 2015 por un complejo proceso de edición y postproducción, se lanza a la lid de las salas con un largometraje destinado claramente en su final objetivo, de conseguir una buena recaudación.
Sin entrar a valorar hasta qué punto podríamos tener en cuenta la influencia que podía haber tenido el éxito de posibles referentes fílmicos como “The Blair Witch Project” (2003), o las franquicias de “REC” o “Paranormal Activity”, el realizador peruano apuesta por una narrativa similar, aunque no de forma integral; sólo la parte central usa el formato de la cámara doméstica, siendo el resto (presentación y resolución de la urdimbre) presentado desde el habitual marco expositivo al que estamos acostumbrados.
Con toques de imaginario local, en el que todos los de cultura hispánica nos podemos sentir identificados (cementerios, almas, posesiones, invocación de espíritus, brujería y maldiciones… ), abre juego entre el público andino, casi muriendo de éxito dentro de sus fronteras (por lo que se lee), pero con una recepción bastante fría y dispar a nivel internacional, excepto para coleccionistas o amantes de la temática, y hasta con un rechazo patente en varios andurriales de cultura anglosajona, que más bién poco familiarizados están con el almanaque de la cultura latina en materia escatológica.
El resultado es un todo sincrético que funde quimeras de nuestras tradiciones, con las de los paradigmas hollywoodienses. Aunque a mí jamás se me habría ocurrido echar kétchup o mostaza a un plato de pachamanca.
La fotografía de Miguel Ángel Valencia nos sitúa en la primera persona del personaje protagonista Pablo (Jürgen Gómez), quién contará la historia como principal en el tramo inicial, y después en el bloque del desenlace, siendo prácticamente un obervador desde el ojo de su filmadora. Construye el discurso de la cámara desde dos planos diegéticos superpuestos bien diferenciados: las escenas de Pablo como actor, con un enfoque centrado prácticamente en su figura; y las mareantes tomas con el aparato doméstico, las veces a la luz de los infrarrojos en los encuadres nocturnos, en toda la parte que representa el desenvolvimiento de los hilos que enredan el tejido del relato. En los que el chaval ejerce de registrador de todo lo que acontece; el testimonio de la “veracidad” de lo que mostrará a la madre de Andrea (Marisol Aguirre).
Dentro de lo convencionales, corrientes, hasta grises y frías que pueden parecer las tomas de este mirador extrínseco, el responsable de la base del lenguaje visual de la cinta, usa su arte (por ejemplo, el plano vespertino de la entrada del cementerio antes de que la cuadrilla de jóvenes en él se adentre) para causar buenos impactos emocionales, despertando con la mayor elegancia los sentimientos de terror, sin tener que recurrir prácticamente a artificios ni efectos especiales que harían incurrir en el ridículo.
Demostrando también su dominio del arte musical, del mismo Fernández-Moris es la partitura que, de manera eficaz, discreta y en los momentos adecuados realza los clímax del hilo argumental. Son mínimos, fugaces, pero cuidadosamente insertados en algunos de los precisos momentos en que se requiere poner en guardia al espectador.
Los protagonistas, pese a su inexperiencia consiguen trasladar un aire de naturalidad a sus respectivas interpretaciones. A ninguno de ellos se le ha visto un recorrido estelar en el mundo del cine desde los ocho años que hace que se rodó “Cementerio General”, y sólo a Nikko Ponce le vemos aparecer de vez en cuando en shows y chismorreos de la prensa amarilla (aka, el mundillo del famoseo), como amarillos los calzoncillos que exhibe en algunas de las fotos en las que se supone que vive de posar su cuerpo, y la estrella que tiene tatuada, justo debajo de la cadera, en el lado de su jamón izquierdo.
Este grupo de adolescentes están moldeados, cada uno, en su respectivo cliché, como si el script se quisiera asegurar de hacerlos inconfundibles en los procesos de identificación que pudiera hacer un potencial público diana (gente de su edad). Está Andrea (Airam Galliani), la chica alrededor de la cual gira el embrollo: su necesidad de “contactar” con su padre, al que no llegó a conocer…; Gabriel (Niko Ponce), el ligón, el que va de valiente y osado. Pero que también sabe mostrar su más profundo sentimiento de miedo y dolor ante lo que sucede, y esto lo hace más humano y creíble (no tanto su novia, con mera función de florero); la hermana pequeña de Andrea, pesadita que no para hasta que se la llevan con ellos a hacer las invocaciones al cementerio… total, una pandilla prototípica que nos recuerda a los de “Verano Azul”, y en la que no puede faltar Julito, el que más se parece al “Piraña” de la famosa serie de principios de los 80, y cuyo cometido es el de dar la sal del “donaire”, con sus inocentes y cómicas salidas. Jürgen Gómez (Pablo), nuestro principal, aún parecer algo paleto, es el más realista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Fácilmente, con esa apariencia de ser inocente, honesto y sincero, y a la vez algo frágil y enclenque, sobretodo emocionalmente, fijado en su cámara, que lo aleja del mundo real (simbolizado en la escena del campo de deportes donde están todos participando del partido de fútbol, él se queda en las gradas, de camiseta azul celeste y pantalón corto negro, el uniforme deportivo de la escuela, grabando a la también taciturna compañera, a la que desea ayudar). Todo lo contrario de Mayra (Diva Rivera), que mostrará poco talento, en un repertorio de sobreactuaciones harto forzadas y exageradas.
Los adultos no destacan, y quedan relegados a un rol secundario, aunque en su escaso papel, Marisol Aguirre es eficaz. Se me antoja ingenioso el ritual de festejo que la señora le brinda a Pablo, preparándole un batido de fresa (“te tomaría acá mismo, pero no puedo porque todavía eres un crío”)
Después de la estremecedora primera escena del entierro, que culmina en la visita de Pablo a la madre de su amiga, el guión nos invita entrar a otra historia (la que se verá en el vídeo tomado), dentro de la historia en la que ya se nos ha ubicado. Un recurso bien utilizado, y que servirá para desarrollar y prácticamente los secretos de todo lo urdido).
Este “acto” puede aparecer confuso, caótico… con los vaivenes de la cámara… pero es precisamente el efecto que se quiere crear ¿o no? En este fragmento se puede tildar de pueril, hasta cómica, la actuación de los chicos/as, intentando encontrar y contener a la posesa hermana de Andrea. Desde fuera, claro. Pero ya me gustaría ver que haríamos todos nosotros en la misma situación.
Ahí se podría dar por resuelto el asunto. Desde el momento en el que Pablo da marcha atrás para encontrar las pertenencias que se han dejado en el lugar de la invocación, y descubre los nombres de los “invitados sorpresa” (demonios), escritos en el reverso de la tabla de ouija, se descubre el pastel. Entonces, Mayra confiesa su plan de venganza, y con su muerte a manos de la endemoniada que le secciona la yugular, y el regreso al punto de partida, cerramos ciclo (el entierro de la hermana poseída de Andrea, que se da por supuesto que ha muerto como consecuencia de la posesión, y el de Mayra; curiosa simbología: el más concurrido, con el retrato, la vista de la caja blanca con rosas encima de la inocente descendiendo al foso; frente al ataúd marrón, sólo con tres familiares, a punto de ser metido en uno de los innumerables nichos).
En el punto en el que el enredo ya parece solucionado, y se podría echar el telón, se alargan los últimos minutos como una especie de “coda musical”, en la que el vengativo espíritu de Mayra (o un demonio disfrazado de ella, que se viene a cobrar la factura de la fiestuki en el cementerio), tortura a Pablo, y se va cargando a todos, uno a uno: Niko ahogado en la piscina (sus admiradores/as, se olvidarán seguro de lo macabro del asunto para alegrarse la vista de su cuerpo desnudo flotando en el agua); Julito hecho literalmente papilla por un camión al cruzar de espaldas una calle (moraleja, no hablar por el móvil mientras se anda en zona de tráfico rodado). Pablo intenta desesperadamente avisarles, y corre a casa de Andrea para “salvarla” de ese misterioso ejecutor del que sólo vemos el brazo negro (menos mal que no es el de Santa Teresa).
El destino de los dos protagonistas queda más que obvio, aunque elíptico, tras Pablo entrar en la habitación de Andrea, y una vez dentro aparece ese malvado espíritu de Mayra, el demonio (o lo que sea ese tiznado bicho con globos oculares blancos), que nos cierra la puerta a las narices, y acto seguido los títulos de crédito finales.
Créanme, si van de guateque vespertino al cementerio, donde lógicamente pensaran que no molestan a nadie de los que están allí, asegúrense de no hacer un “sinpa”, porque alguno de sus aparentemente silenciosos e inofensivos habitantes, no se conformará con que después alguien se quede a fregar los platos.
Los adultos no destacan, y quedan relegados a un rol secundario, aunque en su escaso papel, Marisol Aguirre es eficaz. Se me antoja ingenioso el ritual de festejo que la señora le brinda a Pablo, preparándole un batido de fresa (“te tomaría acá mismo, pero no puedo porque todavía eres un crío”)
Después de la estremecedora primera escena del entierro, que culmina en la visita de Pablo a la madre de su amiga, el guión nos invita entrar a otra historia (la que se verá en el vídeo tomado), dentro de la historia en la que ya se nos ha ubicado. Un recurso bien utilizado, y que servirá para desarrollar y prácticamente los secretos de todo lo urdido).
Este “acto” puede aparecer confuso, caótico… con los vaivenes de la cámara… pero es precisamente el efecto que se quiere crear ¿o no? En este fragmento se puede tildar de pueril, hasta cómica, la actuación de los chicos/as, intentando encontrar y contener a la posesa hermana de Andrea. Desde fuera, claro. Pero ya me gustaría ver que haríamos todos nosotros en la misma situación.
Ahí se podría dar por resuelto el asunto. Desde el momento en el que Pablo da marcha atrás para encontrar las pertenencias que se han dejado en el lugar de la invocación, y descubre los nombres de los “invitados sorpresa” (demonios), escritos en el reverso de la tabla de ouija, se descubre el pastel. Entonces, Mayra confiesa su plan de venganza, y con su muerte a manos de la endemoniada que le secciona la yugular, y el regreso al punto de partida, cerramos ciclo (el entierro de la hermana poseída de Andrea, que se da por supuesto que ha muerto como consecuencia de la posesión, y el de Mayra; curiosa simbología: el más concurrido, con el retrato, la vista de la caja blanca con rosas encima de la inocente descendiendo al foso; frente al ataúd marrón, sólo con tres familiares, a punto de ser metido en uno de los innumerables nichos).
En el punto en el que el enredo ya parece solucionado, y se podría echar el telón, se alargan los últimos minutos como una especie de “coda musical”, en la que el vengativo espíritu de Mayra (o un demonio disfrazado de ella, que se viene a cobrar la factura de la fiestuki en el cementerio), tortura a Pablo, y se va cargando a todos, uno a uno: Niko ahogado en la piscina (sus admiradores/as, se olvidarán seguro de lo macabro del asunto para alegrarse la vista de su cuerpo desnudo flotando en el agua); Julito hecho literalmente papilla por un camión al cruzar de espaldas una calle (moraleja, no hablar por el móvil mientras se anda en zona de tráfico rodado). Pablo intenta desesperadamente avisarles, y corre a casa de Andrea para “salvarla” de ese misterioso ejecutor del que sólo vemos el brazo negro (menos mal que no es el de Santa Teresa).
El destino de los dos protagonistas queda más que obvio, aunque elíptico, tras Pablo entrar en la habitación de Andrea, y una vez dentro aparece ese malvado espíritu de Mayra, el demonio (o lo que sea ese tiznado bicho con globos oculares blancos), que nos cierra la puerta a las narices, y acto seguido los títulos de crédito finales.
Créanme, si van de guateque vespertino al cementerio, donde lógicamente pensaran que no molestan a nadie de los que están allí, asegúrense de no hacer un “sinpa”, porque alguno de sus aparentemente silenciosos e inofensivos habitantes, no se conformará con que después alguien se quede a fregar los platos.
27 de agosto de 2013
27 de agosto de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos un poco empachados de los filmes rodados cámara en mano. Hay que reconocer que tienen su gracia, pero su reiteración hace que perdamos el interés. Cementerio General, del joven realizador peruano Dorian Fernández-Moris, consigue que, aunque sin aportar nada nuevo, la miremos con simpatía, sobre todo por la sinceridad y buenas intenciones con que está rodada. Muchos pensaréis que esto no es suficiente, pero en mi opinión son unos argumentos que tenemos que valorar. A veces nos tenemos que tragar cintas grandilocuentes y pretenciosas, que a la hora de la verdad no aportan nada nuevo.
A la naturalidad que destila esta película contribuyen las interpretaciones de unos jóvenes actores que, casi sin hacer ningún esfuerzo, dan un aire desenfadado, con ciertos toques de humor, que hacen muy entretenido su visionado. Por otra parte tampoco es un film rodado en su totalidad de manera subjetiva, mezcla de manera un tanto aleatoria y para nada clara el cine tradicional con esa modalidad tan de moda. ¿El resultado? bueno, un poco irregular y, porque no decirlo, sorprendente.
Con unos personajes y una trama en cierto modo muy locales, meritoriamente consigue deshacerse de esa imagen contribuyendo a extender un cine, el sudamericano, el cual es, para nosotros, muy cercano y al mismo tiempo muy lejano.
Aparte del aire de falso documental comentado anteriormente, la sinopsis se mueve en el filo también de cosas muy vistas, tales como ouija, apariciones, venganzas del más allá, etc, pero la introducción de ciertos elementos peculiares hará que nos parezca más novedosa de lo que en realidad es. Esto es, sin duda, un mérito a añadir al producto final.
Andrea no se ha podido despedir como ella quería de su padre recientemente fallecido. Para remediar eso, y con ayuda de sus amigos, acude a métodos para nada tradicionales. Desgraciadamente ese esfuerzo solo le servirá para descubrir una oscura historia, en la cual se introducirá para acabar siendo involuntaria protagonista.
Interesante película del totalmente desconocido cine peruano, que además de lo comentado anteriormente, tiene más cosas positivas. Entre ellas destacaría el guión de Javier Velásquez y Dorian Fernández-Moris, que sin llegar a ser una obra maestra, cumple su función de mantener el interés durante todo su metraje, en su contra está un final un tanto confuso y que tiene el efecto contrario al buscado. La fotografía de Miguel Angel Valencia introduce una pequeña novedad, el descarado y, hasta a veces, molesto desenfoque de la cámara, no obstante, eso tiene la función de aumentar la tensión, lo cual consigue ampliamente. No me extenderé en las comentadas interpretaciones, sumamente realistas y naturales, sin poder destacar a nadie.
En fin, ya está todo dicho. No asustéis por el género que toca ni la manera que está rodada, solamente mirarla como una pieza de entretenimiento, pero, atención, con algún que otro susto en el momento justo.
http://www.terrorweekend.com/2013/08/cementerio-general-review.html
A la naturalidad que destila esta película contribuyen las interpretaciones de unos jóvenes actores que, casi sin hacer ningún esfuerzo, dan un aire desenfadado, con ciertos toques de humor, que hacen muy entretenido su visionado. Por otra parte tampoco es un film rodado en su totalidad de manera subjetiva, mezcla de manera un tanto aleatoria y para nada clara el cine tradicional con esa modalidad tan de moda. ¿El resultado? bueno, un poco irregular y, porque no decirlo, sorprendente.
Con unos personajes y una trama en cierto modo muy locales, meritoriamente consigue deshacerse de esa imagen contribuyendo a extender un cine, el sudamericano, el cual es, para nosotros, muy cercano y al mismo tiempo muy lejano.
Aparte del aire de falso documental comentado anteriormente, la sinopsis se mueve en el filo también de cosas muy vistas, tales como ouija, apariciones, venganzas del más allá, etc, pero la introducción de ciertos elementos peculiares hará que nos parezca más novedosa de lo que en realidad es. Esto es, sin duda, un mérito a añadir al producto final.
Andrea no se ha podido despedir como ella quería de su padre recientemente fallecido. Para remediar eso, y con ayuda de sus amigos, acude a métodos para nada tradicionales. Desgraciadamente ese esfuerzo solo le servirá para descubrir una oscura historia, en la cual se introducirá para acabar siendo involuntaria protagonista.
Interesante película del totalmente desconocido cine peruano, que además de lo comentado anteriormente, tiene más cosas positivas. Entre ellas destacaría el guión de Javier Velásquez y Dorian Fernández-Moris, que sin llegar a ser una obra maestra, cumple su función de mantener el interés durante todo su metraje, en su contra está un final un tanto confuso y que tiene el efecto contrario al buscado. La fotografía de Miguel Angel Valencia introduce una pequeña novedad, el descarado y, hasta a veces, molesto desenfoque de la cámara, no obstante, eso tiene la función de aumentar la tensión, lo cual consigue ampliamente. No me extenderé en las comentadas interpretaciones, sumamente realistas y naturales, sin poder destacar a nadie.
En fin, ya está todo dicho. No asustéis por el género que toca ni la manera que está rodada, solamente mirarla como una pieza de entretenimiento, pero, atención, con algún que otro susto en el momento justo.
http://www.terrorweekend.com/2013/08/cementerio-general-review.html
10 de julio de 2017
10 de julio de 2017
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obtuvo un rotundo éxito durante su estreno, alcanzando el puesto 5 entre las películas peruanas más taquilleras de todos los tiempos y puesto 1 con respecto al género Terror. Lamentablemente en cuestión de calidad, es una de las peores que se ha filmado en Perú.
Si bien es cierto esta pseudo película es mala por donde se le vea, el peor error fue contar con un elenco tan paupérrimo. Salvo Marisol Aguirre que actúo en algunas telenovelas, ninguno de los demás es actor de verdad: Nikko Ponce fue conocido por ser parte de un reallity show mientras que Lesly Shaw fue conocida por ser una modelo de discotecas. Con respecto al gordo, la actriz principal, la villana y la hermana menor, ninguno de ellos volvió a actuar, fue un debut y despedida.
Podría decir que el guion fue soporífero de principio a fin, que el género documental ha envejecido terriblemente y que ninguna película podrá captar la esencia de The Blair Witch Proyect, que los efectos especiales fueron vergonzosos, que en toda la película los “actores” se la pasaron gritando sin razón, que habiendo tantas películas peruanas buenas el público haya decidido ver esta película en especial e ignorar a las demás –estoy seguro que muchos de los que han visto esta basura nunca han visto Contracorriente o alguna película de Francisco Lombardi–, la puta madre, podría decir muchas cosas más, pero lo que si es necesario destacar es que los cinco minutos iniciales fueron muy buenos, copiando el estilo blockbuster norteamericano, inyectando intriga, una canción terrorífica y la escena del velorio lleno de lamentos y oscuridad, lástima que la idea inicial que pintaba para bien se fue a la mierda.
Si bien es cierto esta pseudo película es mala por donde se le vea, el peor error fue contar con un elenco tan paupérrimo. Salvo Marisol Aguirre que actúo en algunas telenovelas, ninguno de los demás es actor de verdad: Nikko Ponce fue conocido por ser parte de un reallity show mientras que Lesly Shaw fue conocida por ser una modelo de discotecas. Con respecto al gordo, la actriz principal, la villana y la hermana menor, ninguno de ellos volvió a actuar, fue un debut y despedida.
Podría decir que el guion fue soporífero de principio a fin, que el género documental ha envejecido terriblemente y que ninguna película podrá captar la esencia de The Blair Witch Proyect, que los efectos especiales fueron vergonzosos, que en toda la película los “actores” se la pasaron gritando sin razón, que habiendo tantas películas peruanas buenas el público haya decidido ver esta película en especial e ignorar a las demás –estoy seguro que muchos de los que han visto esta basura nunca han visto Contracorriente o alguna película de Francisco Lombardi–, la puta madre, podría decir muchas cosas más, pero lo que si es necesario destacar es que los cinco minutos iniciales fueron muy buenos, copiando el estilo blockbuster norteamericano, inyectando intriga, una canción terrorífica y la escena del velorio lleno de lamentos y oscuridad, lástima que la idea inicial que pintaba para bien se fue a la mierda.
24 de julio de 2019
24 de julio de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde Perú nos llega esta película que alterna el found footage con el estilo tradicional.
La historia sigue a Andrea (Airam Galliani), una adolescente, quien sufre la muerte de su padre. Con la ayuda de sus amigos de colegio, la animarán a contactar con él usando la oüija. Sin embargo, esto provoca una serie de eventos terroríficos.
Con una trama vista anteriormente en innumerables ocasiones, Cementerio General es la típica cinta de terror adolescente con todos sus elementos característicos como ciertos toques de comedia o los cansinos y predecibles jumpscares, precedidos por una música que prácticamente te dice cómo y cuándo te van a asustar. Los personajes de esta cinta concuerdan exactamente con el molde que parece haber para casi todo este tipo de subgénero, y están interpretados por unos jóvenes actores que sin ser ningún prodigio, no están del todo mal. La película tiene un primer acto donde no ocurre prácticamente nada de interés salvo la presentación de unos personajes muy planos y de escaso interés, pero remonta un poco sobre la media hora cuando esta gira hacia un horror marcado por el viejo truco del found footage de aprovechar la confusión de los giros bruscos de cámara para meterte el susto.
Una cinta muy justa con poco a resaltar salvo algún giro final decente aunque visto, quedando en conjunto otra cinta más de consumo rápido y de olvido aún más veloz.
-Nota personal: 4/10
Críticas, noticias y recomendaciones en https://instagram.com/elchicodeloshorrores?utm_source=ig_profile_share&igshid=15t600ok3rat8
La historia sigue a Andrea (Airam Galliani), una adolescente, quien sufre la muerte de su padre. Con la ayuda de sus amigos de colegio, la animarán a contactar con él usando la oüija. Sin embargo, esto provoca una serie de eventos terroríficos.
Con una trama vista anteriormente en innumerables ocasiones, Cementerio General es la típica cinta de terror adolescente con todos sus elementos característicos como ciertos toques de comedia o los cansinos y predecibles jumpscares, precedidos por una música que prácticamente te dice cómo y cuándo te van a asustar. Los personajes de esta cinta concuerdan exactamente con el molde que parece haber para casi todo este tipo de subgénero, y están interpretados por unos jóvenes actores que sin ser ningún prodigio, no están del todo mal. La película tiene un primer acto donde no ocurre prácticamente nada de interés salvo la presentación de unos personajes muy planos y de escaso interés, pero remonta un poco sobre la media hora cuando esta gira hacia un horror marcado por el viejo truco del found footage de aprovechar la confusión de los giros bruscos de cámara para meterte el susto.
Una cinta muy justa con poco a resaltar salvo algún giro final decente aunque visto, quedando en conjunto otra cinta más de consumo rápido y de olvido aún más veloz.
-Nota personal: 4/10
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18 de agosto de 2013
18 de agosto de 2013
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no sea muy original, el ambiente de los primeros minutos de la película promete.
Lástima que luego el film se dirige resueltamente hacia el desastre: interpretaciones penosas (gritonas, histriónicas a más no poder); las consabidas danzas de la cámara de video de un falso documental, que hace que haya minutos donde no se ve absolutamente nada de lo que pasa en la pantalla; la historia también naufraga, con correteos de los actores de aquí para allá sin sentido (pero, eso sí, con muchos gritos) y un final sin pies ni cabeza (spoiler).
Y, por enésima vez, señores directores: la fórmula del falso documental es una bazofia que no hay por donde cogerla; estuvo bien en las dos o tres primeras veces que se usó (por su originalidad) pero ahora sólo puede complacer al público adolescente que va al cine a escuchar gritos y poco más.
Lástima que luego el film se dirige resueltamente hacia el desastre: interpretaciones penosas (gritonas, histriónicas a más no poder); las consabidas danzas de la cámara de video de un falso documental, que hace que haya minutos donde no se ve absolutamente nada de lo que pasa en la pantalla; la historia también naufraga, con correteos de los actores de aquí para allá sin sentido (pero, eso sí, con muchos gritos) y un final sin pies ni cabeza (spoiler).
Y, por enésima vez, señores directores: la fórmula del falso documental es una bazofia que no hay por donde cogerla; estuvo bien en las dos o tres primeras veces que se usó (por su originalidad) pero ahora sólo puede complacer al público adolescente que va al cine a escuchar gritos y poco más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El fantasma de la chica ¿por qué se quiere vengar de los chicos, si ellos no tienen que ver ni con el adulterio de su madre ni con su muerte en el cementerio?
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