Desde el primer minuto la falta de empatía con la narradora es descomunal. ¿Qué tan psicópata hay que ser para, fría y calculadamente, grabar 13 horas de cintas culpando a una serie de personas por un acto que uno mismo va a cometer? Se podría argumentar que se trata de «un recurso narrativo ingenioso», pero el hecho de que sea un recurso narrativo no lo exime de la carga descomunal que conlleva: realmente es ella, la narradora-protagonista, la que fríamente está contando eso minutos antes de suicidarse.

Más allá de eso, todos los hechos que le ocurren a la protagonista (salvo uno) son verdaderas estupideces. No, claro que no son momentos agradables, pero ¿razones para suicidarse? Al final uno parece estar viendo una serie que, más que tratar el tema del bullying, es una apología del suicidio. ¿Te ha salido algo mal en la vida? Ya tienes una razón para suicidarte. ¿Te han salido dos cosas mal? Dos razones. Y así hasta 13. Genial. Ah, y por supuesto TODO es culpa de los demás: házselo saber antes de cortarte las venas.

Si uno piensa que durante el reinado de Isabel el Imperio británico se ha desmoronado, que su carácter es completamente anodino y su papel político casi nulo, cuesta ver cuál es la verdadera razón por la que se ha convertido en un objeto cinematográfico de tanto interés en los últimos tiempos. He de confesar que sólo he llegado a ver los ocho primeros capítulos: la continuación se me antojó una anodina e insípida pérdida de tiempo. Sí, está más o menos bien rodada (hay prespuesto detrás, ok), la trama de vez en cuando es interesante, los actores hacen un trabajo decente; pero en última instancia uno se queda con una pregunta en la cabeza: ¿y a mí qué me importan las vidas insustanciales de estos personajes insustanciales? El personaje de la reina, alrededor del cual gira la serie, consigue ser tan banal como es la verdadera reina de Inglaterra, haciendo que el sopor se vaya apoderando cada vez más y más de uno, con conflictos poco desarrollados y casi irrelevantes. Especialmente irritante resulta el personaje del rey consorte, un niño de papá cuyas pataletas se nos presentan como si tuvieran alguna relevancia: no, no la tienen, es el niño rico llorando porque no puede tener su trigésimo pony.

Al final la respuesta a la duda con la que iniciaba mi crítica parece ser sólo una: la reverencia desmedida que los ingleses sienten por la institución monárquica, reverencia que es imposible para el resto compartir. Quizá un buen inglés sepa disfrutar de esta serie.

Al comienzo de la serie se tiene la impresión de que se va a asistir a un baile cósmico e intercultural de imágenes bellamente realizadas e ideas interesantes, al mismo tiempo que se espera con suspense una explicación a un misterio paranormal. Sin embargo, esta esperanza se ve rápidamente defraudada. Lo que prometía ser un baile cósmico de bellas imágenes se ve enseguida reducido a un vaivén desordenado (y a cámara lenta, muchas cámaras lentas, casi la mitad de cada capítulo lo pasamos en cámaras lentas) de personajes cuyo interés es relativamente menor, lo que prometían ser ideas interesantes se queda en dos o tres frases vacías y lo que prometía ser un misterio paranormal se diluye entre los relatos íntimos anodinos de los personajes.
En definitiva, lo que se nos presenta bajo un envoltorio de profundidad y belleza en realidad no es más que una carcasa vacía de plástico, donde todo es falso y exagerado hasta una intensidad que cae en el paroxismo casi ridículo. La enorme cantidad de cámaras lentas que recorren la serie son una excelente muestra de esa hipérbole: los Wachowski necesitan estar visualmente gritándonos a cada rato, como deseando demasiado desesperadamente nuestra atención (¡Mira esto! ¡Mira qué bien lo hago! ¡Mira cómo me gusto! ¿No soy poético? ¿No es todo hermoso?). Pero ni siquiera nos ofrecen algo atractivo y realmente hermoso, sino un pastiche de escenas que casi parecen videoclips, unas pegadas detrás de otras.
En ese sentido, la narrativa es completamente burda. Sin ninguna estructura, nos movemos de un lado a otro del planeta, pero ni la unidad de los capítulos forma una unidad narrativa: podría ponerse el metraje de todos los capítulos seguido, hacer los cortes por cualquier otro lado y todo seguiría teniendo el mismo sentido. Lo peor de todo, además, es que en cada capítulo se nos vuelve a ofrecer hasta la saciedad la misma falsa intensidad, la misma vaciedad.
En el fondo, la sensación es la de estar asistiendo a la perorata pedante de alguien que se cree profundo, que se cree poético. Pero todo es de plástico. Con muchos colores, colores muy chillones, pero de plástico.

Su inteligente locura es su grandeza. Estamos muy acostumbrados a comedias que se creen que por ser irreverentes y meter algunas cuantas locuras por aquí y por allá nos van a hacer reír y disfrutar. Pues no. Sin embargo, Rick & Morty es inteligente y lo consigue. Su locura está perfectamente medida. Desde luego que es una serie llena de referencias a otras grandes comedias de animación, pero su presentación y su desarrollo son orgánicos hasta el punto de hacernos creer que estamos viendo algo 100% original. Espero ya con ansias la tercera temporada y ojalá esta serie dure muchos años, que las risas no terminen: «let's get schwifty».

«Call me by your name» es un idilio veraniego, esa época del año semimítica, en la que parece que la vida queda detenida, como entre paréntesis, y todo es posible. Esto es especialmente verdadero, quizá, en la adolescencia, período de descubrimientos y despertares vitales. Más aún en la adolescencia de nuestro protagonista (a través del cual se focaliza la historia), que vive un verano (y parece que una vida) ajena a todo sufrimiento, en una fabulosa época previa a la tecnología de internet.

Se nos plantea, en definitiva, la típica historia de un amor de verano, ese período en el que los adolescentes pueden experimentar sus despertares sexuales sin miedo a unas consecuencias demasiado graves, pues el verano terminará pronto. El marco de la historia (una altoburguesa «villa» italiana de una familia políglota) parece subrayar el aura onírica.

Y poco más. Con ese planteamiento, la película apenas deambula por los sentimientos contradictorios y la tensión sexual que el personaje siente, hasta que consuma su amor y entonces todo va cuesta abajo, sin ofrecernos apenas nada más que unos pocos planos bonitos no muy bien insertados en la historia y unos personajes que finalmente resultan poco interesantes.

El guion se queda en otra historia más de despertar sexual, de amor veraniego, con algunas metáforas dispersas de pronto aquí y allá, sin desarrollo ni profundidad (las esculturas griegas: ¡vamos, ahí estaba el «tema» de la película, hombre!).

Los actores hacen un buen trabajo, la película está bien rodada con unas hermosas locaciones y el último plano es destacable. Pero este idilio es fallido.