La idea de partida es simpática. Empieza con buen ritmo, engancha desde el primer momento. Argumento interesante, buenos actores. Hasta aquí todo bien.

En un momento dado nos revelan de qué va todo el asunto. Es un poco lioso y nos obliga a prestar atención y hasta a tomar buena nota para no perdernos. Pero nos gusta que no sea simple, que sea una idea, no muy original, pero sí elaborada. Una vez dadas estas hebras, empezamos a tejer la historia, y seguimos entretenidos, la acción está en marcha e incluso tenemos momentos cómicos que no nos esperábamos.

El problema empieza cuando la película se enreda en un loop. Vuelve una, y otra, y otra vez sobre lo mismo. No desarrolla. Es un continuum de peleas y e incidir todo el rato en la misma premisa. Llegamos a un punto en que esperamos que avance la trama con algo novedoso, pero no acaba de poner la tercera, por lo que esperas que al menos vaya terminando ya. Pero no. Vuelve otra vez sobre la premisa machacona, y otra pelea, otra vez. Es un bucle cansino. Y miras el reloj y ves con espanto que aún queda hora y media y te dices casi que voy a ir dejándolo aquí, porque el resto me da que va a seguir siendo todo el rato lo mismo. Y lo que antes te entretuvo ya te aburre, y hasta te asquea. Y lo que fue novedoso ahora es risible. Y lo otrora divertido ahora es cansino.

P.D. Se han copiado bastante de Matrix
P.D. (Bis) Mensaje de la peli: el amor todo lo puede. En serio. Aún estoy esperando la película cuyo mensaje sea ‘la salchicha frankfurt es la mejor para el hotdog’

En mi opinión esta es una de las películas más sobrevaloradas de FilmAffinity. Nada más y nada menos que un 7,6. Poca broma.

Retrata la cotidianeidad de una familia, algo que a mí de entrada me encanta, pues me gustan mucho las películas que hacen retratos intimistas o cuentan historias ‘pequeñas’. Pero no siempre sale un buen producto, y este es uno de esos casos.

Ninguna familia es una balsa de aceite, pero lo de esta gente es demasiado. Cada uno tiene lo suyo, pero madre e hija son especialmente insufribles. Con ellas no hay ni un momento de concordia. Están instaladas en la perpetua discusión, la crítica, el reproche, la amargura, las quejas, las malas caras, los gritos, la insatisfacción… ¡Qué estrés de señoras por dios! Me daban ganas de traspasar la pantalla y darle un abrazo a ese bendito aita que se encuentra en medio de las dos como en un fuego cruzado. Lo mismo aplica a Javier, pareja de la protagonista (Amaia). Ya lo quisiera yo para mí. A pesar de que sin comerlo ni beberlo se convierte en el punching ball de Amaia, el muchacho no dice una palabra más alta que otra, es todo buena voluntad y complacencia.

No sé si pretendía la directora aportar una cercana mirada a la maternidad, pero más bien lo ha hecho al perpetuo infantilismo de los millennials. Resulta que Amaia es una mujer de 35 años que acaba de tener su primer hijo. Entonces se le viene el mundo encima porque la bebé llora y, en un momento dado, el padre tiene que irse a ganar el jornal, porque de algo hay que comer. Como no puede sola con su hija, Amaia se va a vivir a la casa de sus padres al pueblo, para que le echen una mano. Pero con eso y todo sigue sin poder con la vida. La casa es estupenda y no le falta de nada, pero la niña llora, el perro ladra, hay que lavar sardinas, qué asco, y ya no puede más, una mierda todo. Y a lo tonto en este plan hacemos dos horas de película. Y no hay mucho más que eso, no crean.

Me ha decepcionado profundamente. En las críticas todo el mundo habla de lágrimas, pero a mí más que emocionarme me ha puesto de mala leche, la verdad.

Sí, desesperante. Para cortarse las venas. Lo que cuenta en dos horas y pico lo podía haber hecho perfectamente en la mitad de tiempo. Hay escenas que transcurren horriblemente lentas. Y al final casi no cuenta nada.

Un hombre aparece en el desierto, en Texas, caminando sin rumbo. Su hermano va a buscarlo y el tipo no le habla en días y sólo está para fastidiar. Yo soy el hermano y lo abandono allí mismo. Cuando le da por hablar, dice bastantes tonterías, parece medio ido, que no se acuerda de las cosas. Su comportamiento es extraño. Al final resulta que se explica por un mal de amores.

Me parece pretenciosa, que se viste de "cine de autor", pero aburre a las moscas, y parece que si no te gusta es porque no eres profundo o algo así. Ejemplo de película sobrevalorada, que a la mayoría de la gente aburrirá soberanamente, pero que a un círculo de "cinéfilos" le fascinará por su cacao pseudopsicológico-sentimental, no sé cómo llamarlo.

Ya hemos visto anteriormente en el cine la historia del buen salvaje, es decir, esa persona que ha vivido recluida, apartada, escondida de la sociedad, por el motivo que sea y, en un momento dado, es arrojada a la misma. Este ser, hombre o mujer, con su mirada límpida, virgen, trata de adaptarse a un mundo desconocido, lo que da lugar a situaciones cómicas, extrañas, extravagantes, tiernas, etc. De todo ello se suele extraer la típica y tópica conclusión de que la sociedad está construida a base de injusticia e hipocresía, emanada de la maldad intrínseca al ser humano, frente a la cual el buen salvaje derrama lágrimas amargas de incomprensión y deseos de volver al lugar del que vino.

‘Pobres criaturas’ ofrece este manido planteamiento con la originalidad añadida de hacer una apología, alegato o defensa de la pedofilia, ni más ni menos.

Cuando he leído que se alaba este filme como oda al feminismo, se me ha caído la mandíbula al suelo, y ahí sigue, pues no he sido capaz de recogerla. Pesa como el plomo ante estas afirmaciones.

Aubrey Plaza es la baza que juega fuerte esta película. El guión está trabajado, así como las actuaciones, pero definitivamente su actriz protagonista lleva el peso de aupar el filme de sólo ‘bueno’, a ‘bastante bueno’. Carga a sus espaldas con soltura el interpretar a una mujer en sus treinta que intenta abrirse camino en la vida, como tantos otros coetáneos. Ha estudiado en la universidad, pero no encuentra trabajo de lo suyo, aparte del lastre que le supone tener que pagar un astronómico préstamo estudiantil, lo que la aboca a centrar sus esfuerzos en meramente sobrevivir y dejar aparcadas sus aspiraciones personales y laborales. Se resigna a emplearse de repartidora de comida a domicilio y a tener que compartir piso con extraños. Una situación con la que nunca soñó, que la frustra enormemente, y que por otra parte resulta muy familiar para tantos jóvenes de hoy en día. A ello se añade que Emily (Aubrey) tuvo un tropezón en el pasado con la justicia, con lo que ya está ‘marcada’ por esa anotación en su historial de penales.

Con el lema de ‘you’ve gotta do what you’ve gotta do’ por bandera, Emily se encuentra continuamente batallando entre luchar por lo que quiere, pagar las facturas e intentar dilucidar si perseguir sus sueños es de ilusos o tiene una base legítima. Por ello, todos los caminos son posibles. Y para alguien como Emily, a veces no hace falta mucho para adentrarse en los más convulsos. Ser parte del sistema que te ahoga, o decidir salirse de él y ganar una libertad que tiene, muchas veces, un alto precio que pagar.

Recomendable película, con buen ritmo y alejada de tópicos. Se aprecia que evite caer en la auto complacencia. A Aubrey Plaza nos la creemos en su papel de Emily, y su evolución como personaje es coherente y no forzada. Sentimos cómo continuamente libra una lucha interna tratando de decidir qué camino tomar, cómo posicionarse en la vida; si tomar la píldora roja, o la píldora azul.
Y hace que a cada rato nos preguntemos: si yo estuviera en el lugar de Emily, “¿de qué sería capaz?”