Lo más llamativo de la película es, desde luego, la decisión de grabarla apuntando en casi todo momento a la parte posterior de la cabeza del protagonista. Al menos, que sea conocida por esto sirve como aviso disuasorio: si alguien considera que una película en la que la mayor parte del metraje consiste en largos planos secuencia centrados en una nuca no es lo suyo, puede evitar verla. Para mí, la duda es más bien si se podría contar una historia sobre un campo de concentración que resultase más o menos fresca, y es que películas sobre el Holocausto hay muchas y es difícil innovar. Fue una grata sorpresa comprobar que sí me resultó una historia entretenida y no me dio la sensación de ser algo que ya había visto muchas veces. Así, en el balance final, sin llegar a alcanzar la categoría de obra maestra, El hijo de Saúl me parece una buena película.

El cine de terror y el cine político tienen un largo recorrido, pero rarísima vez se combinan; y hacerlo con tanto acierto como en La llorona tiene mucho mérito. Su principal virtud es ésa, es una vuelta de tuerca muy interesante a ambos géneros al combinar con acierto elementos de cada uno, formando una historia a la que, eso sí, quizá se le pueda reprochar cierta previsibilidad o demasiado apego a los tópicos. Mención aparte merece la banda sonora, incluyendo una versión brillante de La llorona de los cafetales interpretada por Gaby Moreno, con la letra ajustándose a la trama del film.

Una película sorprendentemente larga para la fecha (y más larga aún era la versión completa, de casi 9 horas, que, por desgracia, se perdió). Su argumento, basado en una novela de Frank Norris, tampoco es muy complejo (al menos, en la versión que sobrevivió), y buena parte de la acción es muy costumbrista. Con estas características y siendo además una película muda, se podría pensar que saldría una película aburrida, pero qué va; tal vez tenga algo en el ritmo que la hace ágil, tal vez los actores principales sean carismáticos, pero el caso es que el resultado no es en absoluto aburrido, para mi gusto, al menos. El trabajo de Stroheim es impecable. La temática de la película también es muy universal, dado que la pobreza y la avaricia son temas que funcionaban igual hace 100 años que ahora.

Película surgida casi por casualidad a raíz de un disco del grupo de metal sinfónico Nightwish. En un principio, su líder, Tuomas Holopainen, sugirió al director Stobe Harju hacer un videoclip para cada una de las 13 canciones del disco. Él respondió que sería interesante que los videoclips también tuvieran diálogos. Una cosa llevó a la otra, y el plan original de hacer 13 videoclips conectados sólo por su temática evolucionó a hacer una película con un argumento que explorara las ideas de este disco. Así nació Imaginaerum, titulada igual que el disco (y cuyo nombre original habría sido Imaginarium de no ser por problemas de copyright con una empresa juguetera española), y que se convierte en un homenaje a la fantasía infantil desde la nostalgia de la vida adulta. Así, bebe de influencias muy diversas: Blancanieves, Peter Pan, Alicia, Tim Burton, Neil Gaiman, circos, parques de atracciones, monstruos, sirenas, piratas y muñecos de nieve que hablan se dan la mano para crear un tapiz cautivador.

Una buena combinación entre animación basada en hechos reales y documental propiamente dicho, hablándonos de un conflicto del que no se habla mucho: la guerra de la independencia de Angola, continuada por la guerra civil. El punto de vista es el del periodista polaco Ryszard Kapuściński, afín al MPLA (Movimiento Popular por la Liberación de Angola). Como consecuencia de esto, la película toma partido por el MPLA, de forma nada disimulada. Destaca el personaje de Carlota, enormemente carismático. La animación podría haber sido algo mejor, pero a mi gusto, eso no opaca una película muy buena.