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Críticas de Nicolás Racedo
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eliminemos los vestuarios pomposos, las interminables alfombras rojas -tanto en longitud como en duración-, las sonrisas perfectas* que saltan como un resorte que se libera de la resistencia de una prensa hidráulica ante los fulgurantes flashes de los fotógrafos en una, normalmente, agradable tarde de Los Ángeles a finales de febrero; las solapas y bajos de vestidos que bailan al son de la ligera brisa mediterránea en un puerto de Cannes que se ve reflejado en gafas de sol polarizadas de cientos** de euros, los pases de prensa en los que se habla de todo menos de cine, las entrevistas promocionales que son un festival de la incomodidad y las entregas de premios*** que todos, de una forma u otra, terminamos viendo, como diría David Foster Wallace, “a pesar de lo grotesco que es ver a una industria felicitarse a sí misma por sus pretensiones de seguir siendo una forma de arte”.

Entonces, ¿qué nos queda?

Nos queda el cine. Lo mencionado en el primer párrafo no es cine, sino el resultado de permitir que este se convierta en un instrumento masivo de recolecta de fondos para personas que lo último que necesita en el mundo es dinero. Seguro que podéis pensar en una institución parecida.

Pero, entonces, ¿qué narices es el cine? ‘La noche americana’ es cine. Evidentemente. A lo que me refiero es a que lo que se cuenta en ella es el cine. Los contratiempos, la resolución de los mismos, también las no resoluciones y la adaptación a una nueva situación, la lucha de egos y las relaciones humanas que se establecen entre personas que pasan semanas y a veces meses prácticamente viviendo juntas. El cine es familia, es comunión. Son un montón de personas que navegan a bordo del Pequod que es un rodaje, en el que capitán Ahab es el director o la directora y Moby Dick es una película terminada. Truffaut consigue su objetivo, que es mostrar esto mismo. Y lo consigue a través de una estructura cuasi episódica en forma de secuencias. Una secuencia, un problema. A veces, una secuencia, diversos problemas. Películas como ‘La noche americana’ sí que son una “fiesta del cine”.

No tengo la suerte de saber si Truffaut era igual en los rodajes que su alter ego en esta cinta. De una cosa estoy seguro sin conocerle, y es de que en la secuencia en la que este alter ego sueña con su yo de niño robando pósters promocionales de Ciudadano Kane del cine de su barrio se trata del verdadero François Truffaut. Un tipo que vivía y soñaba cine. Y en esta película queda demostrado.


*Y perfectamente falsas.
**Y miles, pero me da vergüenza incluso escribirlo.
***No hace falta que diga el nombre, ¿verdad?
Nicolás Racedo
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8
15 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La joven que ansía el glamour de la capital, la inherentemente buena mujer enamoradiza que sueña con casarse, la entrometida señora y sus compinches que son una suerte de Gestapo de los cotilleos, el cura socialista*, los ancianos que acompañan el vino de la iglesia con más vino en el bar de la plaza, entre los que se encuentra un farmacéutico que cree en los métodos milagrosos -a los que recurre con preocupante frecuencia-, un tipo que es capaz de dejar paralítico a su hermano con el fin de conseguir un beso entre la maleza que rodea el pueblo y que, al mismo tiempo, forma parte del grupo de músicos capitalinos que acuden cada sábado al pueblo para que la joven ansiosa pueda lucir sus encantos; criticados por la Gestapo, naturalmente. El sueño de casarse cada vez más cerca gracias a una zarzuela. ¿No es bonito? ¡Un robo! ¡Ha desaparecido un corsé! La señora entrometida, dueña de la mercería, no duda en estirar el dedo acusador. Los ancianos siguen tomando vino. Y Angelines** busca un bikini para una sesión de fotos que la lance al estrellato.

Por encima de las vicisitudes del pueblo se eleva un balcón por el que asoma una esbelta figura fantasmagórica acompañada de dos figuras menos paranormales, más bajitas y más rechonchas. Doña Ignacia y su sonrisa imperfecta, su pelo recogido y cuya vestimenta suma años. Paquita y Venancio, ingenuos, bienintencionados, compañeros. Los detectives más entrañables del cine español. ¿Qué tramará Doña Ignacia?

A partir de estos personajes se construye una especie de Monstruo de Frankenstein narrativo. ¿Terror? ¿Comedia negra? ¿Drama? ¿Crítica social? El cuento de este pequeño pueblo en el que están contenidos todos los personajes que poblaban la campaña española de mediados de siglo se mueve sinuosamente entre todos esos géneros. Y lo hace con la misma elegancia y delicadeza con la que Angelines mueve las caderas.


*Título otorgado por la señora entrometida.
**La joven ansiosa.
Nicolás Racedo
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10
30 de diciembre de 2019
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine es un juego de ilusiones. El Entretenimiento, como lo llamaría David Foster Wallace. Un lugar donde confluyen fotografía y música para crear el arte más complejo, con más capas y mayor número de posibilidades. Yo lo pienso. Y, según he visto y leído, el autor de esta, mi película favorita de 2019, también. Quentin Tarantino deja claro (por si no lo estaba ya) que así es como él concibe el cine.

Con un título que, desde el comienzo, dejaba claro que la cinta iba a ser una oda a un momento en concreto de la historia de Estados Unidos. Con un título con el que hace referencia a uno de sus directores predilectos: Sergio Leone ('Once upon a time in the west', 'Once upon a time in America'). Antes de ver la película, el título me gustó por lo que he comentado hasta ahora en este párrafo. Después de verla me parece maravilloso, tremendamente poético y, según mi forma de verlo, con hasta tres sentidos.

En primer lugar, el sentido espacio-temporal. En tan solo el transcurso de tres días se basta para retratar a la perfección, gracias a un diseño de producción excelso, el ocaso tanto de los años 60 como de la cultura hippie, de la cual Los Ángeles fue cuna. Es el Tarantino nostálgico con la ciudad que le vio crecer.

En segundo lugar, el sentido cinematográfico. Es por todos sabido que Tarantino es un arduo defensor del cine analógico. Y no me refiero solo al celuloide, sino también a un cine "hecho a mano", a un cine artesanal. Como lo hacían sus ídolos. Los paseos de la dupla Rick Dalton/Cliff Booth por los diferentes sets son una auténtica delicia. Tarantino consigue crear un mundo riquísimo en detalles en el que todo está vivo y está en continuo movimiento, en el que cada plano cuenta una historia diferente, con todos esos trabajadores invisibles del cine llenando el encuadre. Y es que el de Knoxville se permite hacer un homenaje a todas esas personas que salen en los créditos finales y que hacen posible el cine. Currantes como Cliff Booth, que se ganan la vida en el barro. Porque el glamour de las alfombras rojas es una filfa, pura apariencia. El cine es arte y trabajo a partes iguales.

En tercer y último lugar, pero no menos importante, el sentido de la fantasía. Ese Tarantino que ya vimos en 'Malditos bastardos', que juega con la historia a su antojo, que usa la misma como plataforma a partir de la cual crear su cuento de hadas. Sabemos que Tarantino es un amante de los westerns, del cine de artes marciales, del cine negro, del blaxploitation... pero su gran amor es la Nouvelle Vague, de la que extrajo su manera de entender el tiempo narrativo, el narrador omnisciente (todo muy novelesco) y su manera de concebir el cine. Lo primero lo vimos en sus dos primeras películas. Lo segundo en las dos últimas y lo último en la película que nos concierne ahora. Los autores de la Nouvelle Vague creían en un cine que se sabía cine. De ahí que la mayoría de las historias que contaban fueran tan simples y estuvieran tan llenas de referencias cinematográficas y literarias. Primero formalmente con esos cortes abruptos, errores de continuidad, sonidos desfasados, rupturas de la cuarta pared... ('Al final de la escapada'; Jean-Luc Godard) y después desde el apartado narrativo ('La noche americana'; François Truffaut). Tarantino ama tanto la Nouvelle Vague que puso de nombre A Band Apart a su ya extinta productora en honor a la cinta de Jean-Luc Godard.

Quentin Tarantino tiene 56 años en el momento en el que escribo esta crítica. Y a esa edad sigue teniendo la pasión de un adolescente por el cine. Habrá quien lo llame síndrome de Peter Pan, pero, qué queréis que os diga, ojalá yo pueda decir a los 56 años que me apasiona algo. La pasión mueve el mundo. Es el fuego interior que nos empuja a hacer lo que amamos sin escuchar críticas. Y eso es lo que ha llevado a Quentin Tarantino a hacer esta obra atemporal a la cual el tiempo se encargará de colocar como una de las mejores películas sobre cine jamás rodadas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Nicolás Racedo
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