Es complejo escribir sobre Calle Cloverfield 10 eludiendo todos los pequeños y profundos detalles determinantes en la película. La nueva producción de J.J Abrams se mueve entre el thriller psicológico, el suspense y la ciencia ficción.

Gracias al fantástico guión de Damien Challeze, Josh Campbell y Matthew Stuecken y a la sofocante fotografía de Jeff Cutter tan solo hacen falta unos pocos y angustiosos minutos para cautivar al espectador manteniendole alerta durante toda la película. Y es que ésta producción no necesita más que tres excelentes actores para crear en el refugio una atmósfera difícilmente etiquetable llena de dudas, tensión, terror, humor e intriga, mucha intriga.

John Goodman (Howard) se mueve entre la cordura y la locura a lo largo del film frente a los ojos de un espectador deseoso de resolver ese dualismo que tanto le caracteriza, siendo su personaje lo mejor de Calle Cloverfield 10. Mary Elisabeth no se queda atrás y lejos de ser la típica chica asustadiza y chillona de las películas de terror es inteligente, resolutiva, intuitiva e intrépida. Podemos empatizar desde un primer instante tanto con Mary Elisabeth como con John Gallager, la actuación de ambos se podría calificar de realista e impecable.

La trama no solo se guarda un as en la manga, se alimenta de innumerables giros argumentales que refuerzan el dramatismo de la historia. Cada suceso está perfectamente medido para hacer que nos perdamos en un laberinto de misterio, incertidumbre y desconfianza.

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Cien años de perdón” está repleta de unos cuantos tira y afloja que más que sorprendernos nos hacen conectar con la turbia realidad. El tema principal del filme va más allá de un robo con rehenes, es una similitud de la situación actual: la corrupción a un nivel individual, los límites ocultos de la legalidad, el peso de la mentira y el poder de la verdad. Sobretodo nos muestra una de las más peligrosas armas: la palabra. Nos encontramos ante una película de acción que se permite el lujo de bailar con la comedia en situaciones nada cómicas, o de tensar al límite la intriga de un espectador que puede verse reflejado como un extra que forma parte de la trama.

Todos estos componentes se dan gracias a un guión que trata de no impregnarse al extremo de ningún género cinematográfico evitando caer en los tópicos. El director ha tratado de buscar la estabilidad en una película cargada de acción, humor y tensión. Estamos ante un thriller digno de ver.

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Repleta de un humor desbordante, Kiki el amor se hace es un homenaje al amor, al placer y a la libertad. La normalización con la que se trata la búsqueda y auto-conocimiento sexual de cada personaje mediante un lenguaje transparente es lo que hace grande a este filme, exenta de de prejuicios y tabúes.

La química entre los actores es palpable y en gran parte es gracias a Paco León. Los protagonistas se llaman igual que los actores que los interpretan y esto, según Natalia Molina, ayudó a que se acercasen más a los personajes y le dieran parte de su corazón, sacandoles de su zona de confort. Hay que mencionar la exquisita, vitalista y luminosa fotografía de Kiko de la Rica que nos transporta a un eterno y caluroso verano Madrileño.

Todas las historias sexuales hilan con los dramas personales de cada protagonista de la manera más realista y tierna posible, dando cabida a escenas desternillantes e inteligentes.

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Joy (Brie Larson) nos muestra una doble cara reflejada en el espejo de la vida. Tras ser secuestrada y tener que criar a su hijo Jack (Jacob Tremblay) dentro de la habitación, decide contarle que ese pequeño cuarto es el mundo entero. Y para Jack ¿Qué hay fuera de la habitación? EL ESPACIO. Para Jack la habitación es todo un mundo, un lugar de juego, de aprendizaje y de diversión; su curiosidad pone a prueba la admirable capacidad de Joy a la hora de dar respuesta a todas sus preguntas.

Jack es un niño feliz que ignora la razón por la cual su madre pasa el tiempo observando con desesperación la escasa luz que se asoma por la claraboya que hay en el techo, acción que se repite con frecuencia cuando las cosas en el cuarto se ponen difíciles: a raíz de una serie de sucesos junto con las constantes preguntas y necesidades de Jak, el ambiente se vuelve perturbador y angustioso y es en esos momentos cuando comienza una segunda y asombrosa parte.

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Esta vez en la piel de Carol Aird y de la mano del director Todd Haynes, Cate Blanchett ha vuelto a enamorar a muchos cinéfilos en la gran pantalla. Quién fuera Therese Belivet para fotografiar en el Nueva York de los años 50 cada uno de los sutiles pero electrizantes movimientos de Carol, una mujer de clase alta y distinguido temperamento que se deshace ante nuestros ojos a lo largo de la película.

La sutileza con la que Haynes nos muestra la historia de amor entre Carol Aird y Therese Belivet convierte este trabajo en una historia de lo más visual donde el espectador queda prendado de cada uno de los movimientos de nuestras dos protagonistas. Y quizás, es precisamente eso lo que nos atrapa: los segundos que se nos regalan para poder apreciar un guiño, una sutil sonrisa o una mueca haciéndonos olvidar que existen las palabras. Los silencios juegan un papel importante canalizando la magia de una historia poética. La subjetividad visual utilizada por el director sumerge al espectador en escenas inmersas de susurrantes colores y matices que nos acompañan en el desarrollo emocional de los personajes...

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