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México México · Guadalajara
Críticas de Wilmer Ogaz
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de agosto de 2021
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay ciencia ni técnica para analizar nuestra esencia, versa una canción de Kurt que suena en Spotify, y vaya que tiene toda la razón. Por más que se trate de escudriñar los misterios de la mente humana —al menos en su plano fantástico— siempre fracasarán. Pero existe alguien que nos acerca bastante a su definición, y ese es Ernesto Contreras. Con ‘‘Sueño en otro idioma’’ nos dejó claro el respeto que le tiene a su vocación al crear un nuevo idioma para la película. Parece que armar historias, desde ángulos que jamás se pensaría podrían unirse, es su peculiar estilo. Así pues, tal como lo explica el título de su nuevo filme, logra cosas imposibles.

La historia sigue a Matilde (extraordinaria Nora Velázquez) una solitaria viuda, y a su desorientado vecino Miguel (eficaz Benny Emmanuel) un comerciante y dealer de su barrio. Tras la muerte de su esposo, la vida parece haberse detenido en un sinsentido para Mati, cuya única responsabilidad, y compañía, es Fidel, su gato. Sin embargo, hay algo que la atormenta, y es la despreciable presencia de Porfirio (Salvador Garcini) su difunto esposo, que la sigue ofendiendo y menospreciando desde otra dimensión. Los problemas aumentan cuando la compañía de pensiones desaparece y Mati tendrá que averiguárselas sola para poder comer y pagar los gastos de su departamento. Al darse cuenta de su situación, Miguel se acercará para ayudarla, tomando sus vidas un giro inesperado.

Con esta premisa, Contreras reescribe los parámetros de la amistad, y de paso, le devuelve al cine mexicano la oportunidad de demostrar que no todo es sórdido y oscuro, que el sol puede iluminar un multifamiliar de tonos lila, y hasta colarse al interior de los vagones del metro en la Ciudad de México, para brillar con los más hermosos recuerdos de su protagonista.

Quién pensaría que una vertiginosa primavera pudiera influir en el otoño con su dureza implacable. Por eso digo que logra lo imposible, amalgamar a dos almas desorientadas en distintas edades y con distintas costumbres, pero con algo en común: las mismas ganas de soñar.

''Por alguna razón cuando todo está mal, aparece'', le confiesa Matilde a su nuevo amigo refiriéndose a las apariciones de su marido, en un intento por apaciguar sus males. Y es que cuando las soledades se encuentran, el efecto aquí es bastante prometedor, saber escuchar y complacer al otro es pieza clave para empatizar. Todos tenemos una voz que nos taladra la cabeza, algunos suelen llamarla conciencia, aunque no todos le ponen cara. Con o sin ella, de vez en cuando suele recordarnos nuestros peores miedos, para comprobar en la mayoría de los casos, que solo habitan en nuestra cabeza, y nunca se acercan para nada a lo que realmente son.

Mención especial, y grata sorpresa ver a Luisa Huertas, considerada Patrimonio Cultural Vivo de la Ciudad de México en el personaje de Eugenia, para callar bocas y romper etiquetas con sus 50 años de carrera. Los viejos no venden en el cine, aseguran algunos, pero es imposible salir ileso de la extraordinaria emotividad que transmite Nora en complicidad con Benny, una química perfecta que hace parecer son amigos de toda la vida. Y es justo en esos pequeños detalles que su mensaje conecta con el público. Otras películas en la búsqueda de la perfección se pierden, y cometen muchos desatinos. En ‘‘Cosas imposibles’’ se permite dar rienda a la honestidad. El resultado, una película genuina, fresca, revitalizadora y sumamente divertida. Una aspirina que va directo al alma.

Así como Matilde saborea las mieles de hacer cosas por primera vez a sus sesenta y tantos —echarse un porrito, fantasear con el plomero, y hasta tomar clases de baile— el espectador también comparte ese mismo deseo. Ese inusual par enciende las ganas para vivir la vida sin miedo de una vez por todas y hacer planes para visitar muchos lugares.

Matilde nos enseña que nada es para siempre, ni siquiera los insultos y las vejaciones, y que envejecer, es nada más que cambiar de gustos. Con Miguel, la lección es impensable, siempre se puede corregir el rumbo. Ernesto Contreras se erige como el nuevo exponente del realismo mágico en el cine mexicano con sus ‘‘Cosas imposibles’’ para recordarnos que lo maravilloso no tiene que ser hermoso ni amable. Atiende la adversidad con total franqueza y la diversifica. Ojalá algún día recordemos que fuimos un poco como Mati y Miguel, los locos de algún lugar. Que no fuimos perfectos, pero si intentando siempre ser nuestra mejor versión.
Wilmer Ogaz
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9
18 de septiembre de 2018
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegará el día en que la inteligencia artificial rebase a sus creadores y se convierta en una nueva forma de vida que ponga en peligro el futuro de la humanidad. Así lo advirtió en vida el científico británico Stephen Hawking, y coincidiendo con el gurú de la tecnología Elon Musk aseguró que, hasta que la gente no vea a los robots matar a las personas en la calle, no entenderán los peligros de la inteligencia artificial.

Esa ambición del ser humano por convertirse en dios intentando crear a alguien similar a él, lejos de progresar podría desencadenar un apocalipsis tecnológico. Rescatando esa premisa, el australiano Leigh Whannell —famoso por interpretar y escribir la saga de terror Saw, y también el guion de Insidious— construye Upgrade: Máquina asesina, un thriller de acción con influencias de filmes ochenteros como Terminator y RoboCop, bastante marcadas, pero situadas en un futuro cercano.

En una sociedad distópica donde la tecnología se ha hecho omnipresente para todo y todos, menos para Grey Trace —formidable Logan Marshall-Green— un mecánico que la desaprueba totalmente, y se rehúsa a convivir con ella, se contraponen a los intereses de su guapa esposa Asha —interpretada por Melanie Vallejo— que labora para una enorme firma de tecnología. Víctima de un truculento plan donde su esposa es asesinada, y a él lo dejan parapléjico, su única esperanza será aceptar la oferta de Eron —Harrison Gilbertson— un viejo cliente que le ofrecerá implantar un chip llamado STEM en su columna vertebral, que le devolverá la movilidad, la vida y la posibilidad de una venganza como humano supermejorado.

Aunque todos los elementos de la trama cyberpunk se muestren predecibles, y los sangrientos enfrentamientos entre hackers por conseguir el último invento de una megacorporación pareciera que ya lo hemos visto antes en el cine, el mérito de Whannell se sostiene del sutil juego de la cámara, cuando STEM demuestra tener el control sobre el cuerpo de Grey, deteniéndose por segundos y tratando de emular los movimientos robóticos de su huésped, con una alucinante banda sonora.
Otra pieza sobresaliente en Upgrade: Máquina asesina es la actuación de Marshall-Green —no, no es Tom Hardy— sus gestos van del asombro al horror, y del enojo a la frustración, debatiéndose entre lo moralmente correcto y lo que su nueva conciencia le obliga a hacer con sus nuevas habilidades.

La experiencia deconstructiva de la sociedad que plantea Whannell parece desprovista de memoria. Adictos a la realidad virtual, coches autónomos, asesinos a sueldo con armas incrustadas en la piel y drones al servicio policiaco; la humanidad corre el riesgo de arruinarse a sí misma en su ambición de lograrlo todo.

Resulta irónico decir que la conciencia —en voz de STEM— es egoísta, el deseo de estar en un lugar mejor se enciende cuando el alma es valiente, pero sobre todo libre. Esa independencia adquiere limites insospechados en la mente, pues un mundo falso es menos doloroso que uno real.
Wilmer Ogaz
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Chavela
Documental
Estados Unidos2017
7,3
1.484
Documental, Intervenciones de: Chavela Vargas, Pedro Almodóvar, Elena Benarroch, Miguel Bosé ...
10
18 de septiembre de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El documental Chavela, es un viaje introspectivo por la vida y obra de una fabulosa mujer, que por más rota que se encontrara nunca despreció la parranda y los amores. Dirigido por Catherine Gund y Daresha Kyi, guiados a través de una serie de entrevistas grabadas veinte años atrás, convergen en un sendero de historias contadas por sus colegas, amigos y amantes.

Cómo relatar algo nuevo sin caer en lo que tantos han dicho ya. Cómo describir a alguien que supera por mucho los calificativos que puedan adornarle. Cómo transmitir esa franqueza de sus frases con aguardientosa voz. Cómo ubicarla en el tiempo cuando su legado es atemporal.

Empecemos para dónde voy, abre diciendo la fantástica mujer con 71 años a cuestas, en la pantalla grande, pero que no parecen pesarle, o al menos eso aparenta. Su nombre es María Isabel Anita Carmen de Jesús, nació en Costa Rica, pero pícara, asegura que los mexicanos nacen donde se le da la chingada gana. Desde muy niña supo lo que era el desamor, sus padres se avergonzaban de ella y la escondían como si fuera un perro rabioso. Enfermó de poliomelitis cuando estaba al cuidado de sus tíos, pero gracias a la intervención de brujos, logró curarse. De ahí que siempre llevaba amuletos, por lo que se ganó el mote de La Chamana. Siendo ya una adolescente se rindió ante la majestuosidad de México, donde sin saberlo, la esperaba ese ser desconocido que era el arte. Con las venas llenas de coraje invadió las cantinas para cantarle al desamor y a la soledad que conocía bastante bien. Cambió los vestidos por pantalón y un jorongo, cargaba una pistola en su cinturón, y nunca le faltaba la botella de tequila, un escándalo para su época.

Atrás quedó la figura de Isabel Vargas Lizano, para darle paso a Chavela, sí, con ‘v’, nomás por joder, decía. La Chavela era enamoradiza, se acostó con medio México, aseguran sus más allegados; magnética, explosiva, tierna, solitaria, pero más cabrona, más macha y más borracha.

Luchó por muchísimos años contra el monstruo del alcoholismo. El tequila la envalentonaba para abrir sus brazos y entregarse por completo en el escenario. Su compañero de borracheras era José Alfredo Jiménez, pero también fue el mayor impulsor de su carrera. Chavela se codeaba igual con Pablo Neruda, que con Joaquín Sabina, que decía: Las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela. Conoció íntimamente a Frida Kahlo, conquistó a la actriz hollywoodense Ava Gardner en la boda de Liz Taylor en Acapulco, y hasta le robó la novia al Tigre Azcárraga, lo que provocó que fuera vetada de su compañía discográfica.

Su magnetismo atrajo también a Pedro Almodóvar, quien le ayudó a internacionalizar su carrera, y a cumplir su sueño de cantar en el Teatro Olympia de París, con un lleno total. En el documental recuerda los momentos tras bambalinas: Ella había dejado el alcohol y yo el tabaco, y en esos instantes, éramos como dos síndromes de abstinencia juntos.

Tantísimas historias que los 93 minutos que dura el metraje parecen no bastar para este icono de la mexicanidad. Lo inédito de Chavela no es ni su lesbianismo, ni su alcoholismo, ni su explosivo carácter, ni siquiera lo es su inconfundible poncho rojo; el mito de su vida se vuelve eterno con el testimonio de sus amigos más íntimos coincidiendo, todos, en una sola idea: Chavela Vargas era magia pura.
Wilmer Ogaz
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8
14 de mayo de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un pequeño paraíso al interior de la selva veracruzana sirve de escenario para que el director Ernesto Contreras —Párpados azules, 2007 y Las oscuras primaveras, 2014— narre la historia de un par de corazones separados por el miedo en una comunidad indígena tradicionalista.

Presentada en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, Sueño en otro idioma fue parte de la selección del Festival de Sundance 2017, donde ganó el Premio del Público para película extranjera de drama; y estuvo nominada al Premio del Jurado. El relato escrito por Carlos Contreras, hermano de Ernesto, aspira a 16 premios Ariel; sin embargo, no figura en la categoría a Mejor director, dado que Ernesto Contreras es presidente de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), que otorga dicho reconocimiento. Hecho por el cual renunció a votar por sí mismo, para no negar la posibilidad a sus demás compañeros de equipo de obtener el máximo galardón de esa noche.

El filme cuenta la odisea que tiene que pasar Martín —interpretado por el prometedor actor Fernando Álvarez Rebeil—, un joven lingüista de la Ciudad de México que llega a la comunidad enclavada en la selva para buscar a los dos últimos hablantes de zikril para grabarla, estudiarla y contribuir así a su conservación. Lo que no se imagina es que los dos viejos gruñones que hablan esta milenario lenguaje, Isauro y Evaristo —José Manuel Poncelis y Eligio Meléndez respectivamente—, están peleados a muerte por viejas rencillas de su juventud. Las malas lenguas dicen que por el amor de una mujer, María —Nicolasa Ortíz Monasterio—, pero el problema rebasa los cánones de la época.

Aunque parece sencilla, la premisa de los hermanos Contreras encierra mucho más de trasfondo; la férrea tarea de reunir y convencer a los enemigos para que vuelvan a hablar después de más de 50 años nos revela sorpresivos secretos, enmarcados bajo una perspectiva diferente en el remanso de la selva.

A manera de vívidos flashbacks, el espectador es testigo de la estrecha relación entre Isauro y Evaristo en su juventud —a quienes dan vida Hoze Meléndez y Juan Pablo de Santiago—; y de las pláticas de ambos en zikril, que no entendemos pero sí llegamos a imaginar el sentido de sus frases. Aquí hace su aparición Lluvia —interpretada por Fátima Molina—, la nieta de Evaristo, que ayuda a Martín y convence a su abuelo para participar en las grabaciones. Cuando los rencores parecen haberse disuelto, y los viejos retoman su amistad, la historia da un inesperado giro hacia las entrañas de la jungla.

El drama poco a poco se convierte en relato fantástico, la invención de la mágica lengua sirve para contextualizar a sus personajes en la narración, y contagiar a las nuevas generaciones con la idea de que aprender una lengua desconocida es volver a nacer, reconociendo la simbiosis entre vida y madre naturaleza.

Al final, el objetivo de la herencia lingüística de Martín en Sueño en otro idioma cambia de dirección y fija su objetivo en reparar la relación de Isauro y Evaristo. Nos queda claro que los une mucho más que una amistad. La retrospectiva a la que recurre el director revitaliza la idea de que el amor es un lenguaje universal; mostrándonos que no sólo agoniza una lengua indígena, sino la figura de los adultos mayores, olvidados y rezagados, aún con todas sus memorias y frases tan veraces que nos comparten.

El deseo de Isauro y Evaristo no sustenta su valor en la falta de amor, sino en la incapacidad para verbalizarlo. ¿De qué sirve perpetuar una lengua si su más puro sentido es satanizado por falsos prejuicios que subsisten hasta nuestros días? La libertad de sentir en Sueño en otro idioma es suficiente para que el corazón del zikril lata eternamente.
Wilmer Ogaz
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9
14 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La retadora propuesta que expone la cinta Una cena incómoda, del boricua Miguel Arteta, pone de manifiesto la xenofobia que padecen en pleno siglo XXI miles de norteamericanos auspiciados por su actual líder. Beatriz —interpretada por una magnífica Salma Hayek— es una mexicana que practica la medicina holística en Altadena, California. Cierto día, después de atender un servicio a domicilio en el ostentoso Newport Beach, su coche se avería; por lo que su clienta, Kathy —Connie Britton—, la invita para que se quede a cenar en lo que será una informal reunión de negocios. Sin embargo, la velada se verá interrumpida por un ríspido debate con un peculiar invitado. Bajo esa premisa es que se sostiene el guión escrito por Mike White, hecho especialmente para la actriz veracruzana. Y aunque lo terminaron en 2015 —mucho antes de que Trump llegara a la Casa Blanca—, el tema de fondo resulta bastante actual.

La frugalidad con la que se desarrolla la vida de Beatriz transcurre sin contratiempos al lado de su cabra y sus perros. Se siente agradecida con lo que tiene y lo demuestra ayudando a todo aquel que se cruza en su camino. Sin maquillaje, con un flequillo maltrecho y sin ropa glamorosa, Hayek llena de matices a su personaje y en sus silencios logra transmitirnos su infinita bondad y compasión. Pero del mismo modo nos deja entrever su dolor, la desolación y la furia ante aquello que no puede ni podrá cambiar jamás.

Bajo el lente de Arteta no existen personajes buenos ni malos, solamente son seres humanos reaccionando bajo los estímulos de un injusto y sombrío mundo representado por el magnate de las bienes raíces, Doug Strutt —a quien da vida el maravilloso John Lithgow—, un despiadado millonario al que no le importa el caos que generan sus decisiones, destruyendo manglares, bosques, selvas, familias y vidas.

Pese a que Beatriz fue invitada, no es bienvenida en el grupo. Su aspecto latino no empata con la facha de los demás invitados. Jay Duplass, Chloë Sevigny, Amy Landecker y David Warshofsky complementan el elenco invitado a la mesa. Las figuras femeninas retratan sumamente bien el papel de compañeras fieles tan acostumbradas a soportar las vejaciones de sus insulsos maridos.

El choque entre Beatriz y Doug se da siquiera antes de comenzar a discutir. Hayek con 1.57 metros de estatura y Lithgow con 1.93 metros insinúan sus abismales diferencias, no sólo físicas sino morales. Y se reafirman cuando Doug confunde a Beatriz con el personal de servicio. Es ahí donde comienzan los insultos, las preguntas incómodas, las malas caras y las ínfulas de grandeza, un sello característico de ese cerrado círculo que pretenden cambiar al mundo.

Beatriz parece perturbada con todo lo que escucha durante la cena. Atenta nos sugiere una interrogante: ¿cómo te puedes enfrentar a un poderoso personaje al que no le importa un comino lo que piensas? Pero tal como sucede con las minorías, esta es una pregunta que en vez de ser contestada es silenciada de tajo cuando el marido de Kathy la invita amablemente a dejar la reunión. Es más fácil callar una boca prontamente para que sus peticiones no hagan eco, peor aún cuando se lleva la etiqueta de migrante.

Estrenada en el Festival de Sundance el año pasado Una cena incómoda —cuyo título en inglés es Beatriz at Dinner— llega sin planearlo a las salas norteamericanas, coincidiendo con el anuncio de la retirada de los Estados Unidos del Acuerdo de París, que trata sobre los efectos del calentamiento global que, en palabras de Trump, es un invento de los chinos.

El ejercicio reflexivo de Arteta resulta atrevido y necesario en estos tiempos. Además, ilumina a Hayek desde cualquier ángulo que se le vea, y transgrede los límites de lo posible pisoteando los clichés. Nunca se coloca al mismo nivel de su enemigo, pues entiende que las cosas simples las devora el tiempo, y uno termina volviendo siempre a los viejos sitios donde amo la vida.
Wilmer Ogaz
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