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Críticas de Manuel Sierra
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Críticas 15
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
29 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Propongo una lista: metraje escesivamente largo, más allá de las dos horas y media; una historia basada en la extraña relación entre un padre y una hija; incomprensión y separación entre generaciones; hastío existencial; momentos en los que la trama se sale de un discurso lineal, volviéndose extravagante o tediosa; el humor observado como un elemento caótico, que rompe las reglas del decoro; la franqueza criminal y sin sentimientos del capitalismo neoliberal; instantes perversos y morbosos que hacen levantar el estómago; momentos en los que el velo se desprende, los mitos son disueltos y destrozados; incomodidad ante la crudeza de algunas actuaciones; y un clímax absurdo, surrealista, desternillante y agradable. Estos son los elementos de una película que los críticos europeos han tildado como la mejor del año en el viejo continente. En cuanto al público en general, si han seguido leyendo la lista hasta el final, Toni Erdmann es su película.

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Manuel Sierra
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La tortuga roja
Francia2016
7,1
9.077
Animación
8
21 de enero de 2017
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Mucha gente irá a ver este título al cine pensando que se trata de un titulo japonés, producido por Estudio Ghibli. Incluso algún crítico despistado dirá de ella: "Nada tan hermoso como un poema japonés". Pero la cuestión es que no es una pelicula japonesa. "La tortuga roja" es un título muy distinto a casi todo lo que hemos visto de Ghibli hasta ahora. Si bien no puedo hablar de "El cuento de la princesa Siguya" porque es una de las pocas obras del sello nipón que no he contemplado, "La tortuga roja" se inspira más bien en películas francesas como las de Michel Ocelot (Kirikou, o Azur&Asmar) que en cualquier otra dirigida y realizada por el estudio Ghibli anteriormente. Sin embargo, no desmerece, e incluso a mi parecer ya era hora que los dibujos animados gozaran de un cambio de aires como este. La textura. El silencio. La falta de diálogos. La maestría impresionista con que se retrata la vivacidad de la luz solar y la oscuridad de la noche. No recuerdo haber contemplado una cinta ilustrada tan hermosa como esta. Lo único que le falta es, a mi parecer, algo de lo rocambolesco e imaginativo del mejor Miyazaki. Pero claro, si me he enamorado del minimalismo pictórico de esta cinta, también he de hacerlo de la simplicidad elemental del argumento.
Manuel Sierra
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8
7 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los diecinueve años cayó en mis manos casi por casualidad una novela titulada “El samurái”, de un escritor japonés llamado Shusaku Endo. La novela trataba sobre la expedición de japoneses que al mando de Tsunenaga recorrieron medio mundo para recalar en la Sevilla y en la Roma del siglo XVII. Habiendo leído novelas mejores, no obstante, sucedió que cada vez que me preguntaban por algún libro o título favorito, si tenía poco tiempo para responder, contestaba: El samurái.

Hubiera preferido que Martin Scorsese hiciese una version de “El samurái”. Años más tarde leí Silencio, y el impacto fue menor. Porque ya había recibido el mensaje, ya me había calado. Yo, que me había separado de las enseñanzas de la Iglesia, sin embargo en las reminiscencias de cristianismo que me quedaban, recopilaba ejemplos diversos, desde las más variopintas fuentes, como la fe de unos samuráis, incapaces de comprender por qué imperios tan poderosos rezaban a un dios debilucho clavado en una cruz, pero que en su sufrimiento reconocieron el mensaje de un Cristo que les acompañaba en la adversidad. Ese es, en definitiva, el mensaje principal del autor, un hombre que a menudo fue golpeado por la condición de minoritario. Católico en Japón, japonés en Francia, con una salud menguada por la tuberculosis. Como una parábola que capté en la película CRAZY. Un hombre que caminaba por el desierto acompañado de Cristo, al final de su vida mira hacia atrás y contempla dos líneas de huellas sobre la arena, a excepción de en algunos tramos donde solo observa una. Consternado mira a Jesús y le pregunta: ¿Por qué en los momentos que más sufría me abandonaste? A lo que Jesús responde: No te dejé. Si ves una sola línea de huellas allí donde más padeciste es porque te llevaba sobre mis hombros.

Silencio es una novela dura, más árida desde luego que aquella con la que he comenzado. Sin embargo, reconozco más personal, que atraviesa un camino aciago que una persona habrá un momento que tendrá que recorrer.

La película de Martin Scorsese responde a esta aridez. Scorsese se despoja de su pasado. Renuncia a la música, a los grandes escenarios, a las composiciones con centenares de personajes, a la grandilocuencia, para centrarse en el viaje de uno mismo. Se desnuda en definitivas cuentas. Es un tipo de cine al que no nos tiene acostumbrados, al que nadie ya nos tiene acostumbrados, sin la música que separa una escena de otra, centrándose en el ser que se retuerce. La contradicción. La fotografía es inmensamente bella, los parajes sobrecogedores, las construcciones de un cuidado exquisito, y la pregunta es cómo en esos escenarios es posible el sufrimiento. Y por qué Dios no habla, aunque sea con un hilo musical. Silencio no es un entretenimiento cualquiera. No puede ser entendida como un entretenimiento cualquiera.

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Manuel Sierra
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9
6 de enero de 2017
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece una película de Jim Jarmusch, instalado en la lentitud cotidiana, en el respirar por sistema, en la grandilocuencia de lo anodino. Caminamos, dedicamos tiempo a conversaciones triviales, de vez en cuando nos topamos con lo esperpéntico, con la nota disgresora. Porque lo esperpéntico como detalle diferente también forma parte del hábito de la existencia diaria. Uno que pensaba que este discurso era propio y original de Jarmusch, el director de culto independiente por excelencia. Pero ya existía antes, desde los años cincuenta, en la obra de un poeta que francamente en España no conocemos, y que no suele salir en las películas norteamericanas como William Carlos Williams. Paterson es ante todo un homenaje a este autor, a través de la localidad donde habitó, desde un tipo de poesía inspirada en lo que redactó, desde los lugares que le conmovieron y conformaron su ciclo vital. Paterson pertenece a un tipo de cine que no gustará al gran público, muy lento, sin argumentos que den la vuelta, sin explosiones ni dramatizaciones. Sin embargo, dentro de lo lento convence. Te hace recordar: tú que dices que ante todo lo que te gusta es la prosa, existe también la poesía, y no aquella pretenciosa que reivindica fantasías y castillos en el aire, sino anclada en lo verosímil, en lo que ocurre cada día, en la habitual evolución de un mundo desarrollado y confortable. Jim Jarmusch se disfraza de William Carlos Williams, y lo hace tan bien, es tan convincente, en el fondo su arte ha bebido tanto de sus aguas, que resulta una película que no es de Jim Jarmusch pero que parece de Jim Jarmusch.

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Manuel Sierra
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8
6 de enero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen no sabe componer escenarios humildes, no sabe dejar de ser Woody Allen. “Café Society” es una manera de denominar a la creme de la creme, a la sociedad de alto copete, glamurosa, que va a los locales de moda, se codea con las estrellas de cine, y escucha jazz a las dos de la madrugada. Uno esperaría que una película titulada “Café Society” fuera sobre los entresijos, la hipocresía y las falsedades de este tipo de comunidad. Pero no es así. Es tan solo el escenario. El guión trata sobre las pasiones humanas, eternas, inmutables, lugares comunes. Sobre amores que se perpetúan en el tiempo, no correspondidos, o precisamente correspondidos pero inconvenientes. En definitiva, sobre la tensión sexual, resuelta o sin resolver, pero que perdura en el tiempo. Como la vida misma, a todos nos ha sucedido algo como eso, sin necesidad de ser famosos, o de convivir con ricos, modelos de lencería, o futbolistas de renombre. Lo dicho. Woody Allen es perro viejo, y como tal se ha quedado en sus viejas costumbres. Sigue hablando sobre relaciones humanas, y sigue sin acercarse a la gente común de la calle, a la población que no es mitómana, excesivamente culta o melómana del jazz. Woody Allen sigue siendo Woody Allen y nunca dejará de serlo.

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Manuel Sierra
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