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Críticas de Manuel Sierra
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
3
6 de enero de 2017
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leí en algún lado que varias clasificaciones situaban “Cuentos de Tokio” (1953) de Yasujiro Ozu como una de las mejores películas de la historia, si no la mejor. Intrigado me puse a verla y confirmé lo que ya sabía: que los críticos ensalzan títulos que el común de los mortales quitaría a los diez minutos. No quiero decir que no sea bella, que no se trate de interés para antropólogos porque este tipo de cintas, al basarse en la realidad cotidiana, en concreto en la desconexión entre generaciones inmersas en el conflicto entre tradición y progreso, con el tiempo se convierten en testigos de una época. Las vestimentas, las costumbres, cómo eran las calles, cómo vivía la población, etc. Pero aburrida es para hartarse. Y simple. Aunque no puedo decir que no fuese revolucionaria. La palabra que un crítico, y un director gafapasta, emplearían para describir esta cinta es “sensibilidad”, y con ello se quedarían tan contentos. En cierto modo, observando “Cuentos de Tokio” uno descubre detalles en una obra de 1953 que los directores independientes de los ochenta y noventa como Jim Jarmusch imitaron hasta la saciedad. Planos fijos inamovibles con pretensiones poéticas, buscando dar una sensación de profundidad, de superación de las dos dimensiones, conversaciones anodinas pero que en conjunto adquieren forma, no hay grandes planes, no existen discursos, la verdadera trama y la tragedia (en este caso el desdén que los hijos urbanitas conceden a sus padres de pueblo) hay que identificarla en la acción de conjunto. En otras palabras, una película de 1953 se adelantó en casi treinta años al lenguaje habitual que usa el cine independiente.

Ahora bien, yo no la catalogaría como una de las mejores películas de la historia. Una rareza, un punto de vista diferente, una precursora para cierto de tipo de cine. Pero existen muchísimos tipos de cines, con guiones mejor labrados, con un dominio de la cámara monumental sin punto de comparación con la simpleza de Jasujiro Ozu que por mucho que resulte poética a veces, siendo malvado, lo que uno llega a pensar es que se tiende hacia la sensibilidad por la incapacidad técnica de hacer algo mas elaborado. Es el reduccionismo típico del intelectual, aparenta que rechace lo que a la gente le gusta para darse aires.

Por otra parte, habiendo visto otras películas japonesas, y he visto unas cuantas, lo que uno se pregunta es si la obra de Jasujiro Ozu, el que sea así y no de otro modo, no es tanto producto de una manera personal de tratar el arte por parte del autor como una cuestión cultural. Es decir, que un director japonés, por ser japonés, por haber crecido en esa cultura y no en otra, presenta una tendencia a que cuando hace una película destinada a un público más culto lo que le sale es eso: Cuentos de Tokio. Como si se tratase del templete de San Pietro in Montorio del estilo, el ejemplo ideal de película japonesa. Falta de dinamismo en los planos, la cámara no se mueve, pero el fondo es elegido estratégicamente para mostrar acciones a diferente profundidad, inexpresividad característica de los personajes, sus rostros son una tumba, de tal manera que cuando hablan parece que estallaran de repente, el interés por reflejar acciones aparentemente insulsas de la vida cotidiana como comer o ver cómo se corta un tomate, lentitud en la narración, dos horas para contar lo que otros harían en media. Casi todo lo que llega desde Japón, o al menos mucho de lo que recibimos desde el país del sol naciente, es así. A excepción de algunas estrellas rutilantes pero anecdóticas como Kitano o como Hayao Miyazaki en sus buenos tiempos.

Porque hablando de Miyazaki, su última película, “El viento se levanta”, se aproximaba a esto. Se alejaba de la belleza salvaje de “La princesa Mononoke”, de la capacidad e inventiva de “El viaje de Chihiro”, de la ironía existencial de “Porco Rosso”, para desembocar en una supuesta poética que yo tildaría más bien de insulsez. Y qué decir de sus sucesores. Por ejemplo, “El recuerdo de Marnie”, una de las últimas obras de Estudio Ghibli con Miyazaki ya retirado, y por catalogarla, por mucho que la alaben los críticos, un Cuento de Tokio con fantasmas de por medio y confeccionada con dibujos animados. Pesada, soporífera, con una incapacidad para sorprender congénita, cuyo único argumento a su favor es la poética y una sensibilidad que a mí, francamente, me son accesorias.

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Manuel Sierra
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8
7 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los diecinueve años cayó en mis manos casi por casualidad una novela titulada “El samurái”, de un escritor japonés llamado Shusaku Endo. La novela trataba sobre la expedición de japoneses que al mando de Tsunenaga recorrieron medio mundo para recalar en la Sevilla y en la Roma del siglo XVII. Habiendo leído novelas mejores, no obstante, sucedió que cada vez que me preguntaban por algún libro o título favorito, si tenía poco tiempo para responder, contestaba: El samurái.

Hubiera preferido que Martin Scorsese hiciese una version de “El samurái”. Años más tarde leí Silencio, y el impacto fue menor. Porque ya había recibido el mensaje, ya me había calado. Yo, que me había separado de las enseñanzas de la Iglesia, sin embargo en las reminiscencias de cristianismo que me quedaban, recopilaba ejemplos diversos, desde las más variopintas fuentes, como la fe de unos samuráis, incapaces de comprender por qué imperios tan poderosos rezaban a un dios debilucho clavado en una cruz, pero que en su sufrimiento reconocieron el mensaje de un Cristo que les acompañaba en la adversidad. Ese es, en definitiva, el mensaje principal del autor, un hombre que a menudo fue golpeado por la condición de minoritario. Católico en Japón, japonés en Francia, con una salud menguada por la tuberculosis. Como una parábola que capté en la película CRAZY. Un hombre que caminaba por el desierto acompañado de Cristo, al final de su vida mira hacia atrás y contempla dos líneas de huellas sobre la arena, a excepción de en algunos tramos donde solo observa una. Consternado mira a Jesús y le pregunta: ¿Por qué en los momentos que más sufría me abandonaste? A lo que Jesús responde: No te dejé. Si ves una sola línea de huellas allí donde más padeciste es porque te llevaba sobre mis hombros.

Silencio es una novela dura, más árida desde luego que aquella con la que he comenzado. Sin embargo, reconozco más personal, que atraviesa un camino aciago que una persona habrá un momento que tendrá que recorrer.

La película de Martin Scorsese responde a esta aridez. Scorsese se despoja de su pasado. Renuncia a la música, a los grandes escenarios, a las composiciones con centenares de personajes, a la grandilocuencia, para centrarse en el viaje de uno mismo. Se desnuda en definitivas cuentas. Es un tipo de cine al que no nos tiene acostumbrados, al que nadie ya nos tiene acostumbrados, sin la música que separa una escena de otra, centrándose en el ser que se retuerce. La contradicción. La fotografía es inmensamente bella, los parajes sobrecogedores, las construcciones de un cuidado exquisito, y la pregunta es cómo en esos escenarios es posible el sufrimiento. Y por qué Dios no habla, aunque sea con un hilo musical. Silencio no es un entretenimiento cualquiera. No puede ser entendida como un entretenimiento cualquiera.

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Manuel Sierra
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6
29 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Propongo una lista: metraje escesivamente largo, más allá de las dos horas y media; una historia basada en la extraña relación entre un padre y una hija; incomprensión y separación entre generaciones; hastío existencial; momentos en los que la trama se sale de un discurso lineal, volviéndose extravagante o tediosa; el humor observado como un elemento caótico, que rompe las reglas del decoro; la franqueza criminal y sin sentimientos del capitalismo neoliberal; instantes perversos y morbosos que hacen levantar el estómago; momentos en los que el velo se desprende, los mitos son disueltos y destrozados; incomodidad ante la crudeza de algunas actuaciones; y un clímax absurdo, surrealista, desternillante y agradable. Estos son los elementos de una película que los críticos europeos han tildado como la mejor del año en el viejo continente. En cuanto al público en general, si han seguido leyendo la lista hasta el final, Toni Erdmann es su película.

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Manuel Sierra
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8
6 de enero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen no sabe componer escenarios humildes, no sabe dejar de ser Woody Allen. “Café Society” es una manera de denominar a la creme de la creme, a la sociedad de alto copete, glamurosa, que va a los locales de moda, se codea con las estrellas de cine, y escucha jazz a las dos de la madrugada. Uno esperaría que una película titulada “Café Society” fuera sobre los entresijos, la hipocresía y las falsedades de este tipo de comunidad. Pero no es así. Es tan solo el escenario. El guión trata sobre las pasiones humanas, eternas, inmutables, lugares comunes. Sobre amores que se perpetúan en el tiempo, no correspondidos, o precisamente correspondidos pero inconvenientes. En definitiva, sobre la tensión sexual, resuelta o sin resolver, pero que perdura en el tiempo. Como la vida misma, a todos nos ha sucedido algo como eso, sin necesidad de ser famosos, o de convivir con ricos, modelos de lencería, o futbolistas de renombre. Lo dicho. Woody Allen es perro viejo, y como tal se ha quedado en sus viejas costumbres. Sigue hablando sobre relaciones humanas, y sigue sin acercarse a la gente común de la calle, a la población que no es mitómana, excesivamente culta o melómana del jazz. Woody Allen sigue siendo Woody Allen y nunca dejará de serlo.

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Manuel Sierra
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6
6 de enero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"The man from Earth" es una película rodada en el 2007 con poco presupuesto. Tal es así que la acción únicamente se desarrolla en torno a una casa, las afueras y su salón. No obstante, la película está bien narrada, bien estructurada, los guiones son interesantes, atractivos y no cansan, y se ve con facilidad. Háganse a la idea de que ver esta película es casi como asistir a una obra de teatro.

La historia narra una reunión de amigos, todos profesores universitarios, que se disponen a despedir a uno de ellos que ha decidido marcharse para tomarse un descanso sabático. No entienden por qué se va y tras preguntarle enconadamente este decide responderles. La cuestión es que no es un ser humano normal, sino una persona que por una razón que él desconoce es inmortal, de hecho lleva ya catorce mil años sobre la faz de la tierra, desde la época de las cavernas. Sus amigos no le creen. Y en eso consiste la película, en una disquisición sobre si es verdad o se trata de una broma.

La clave de “The man from Earth” es entenderla como una película sobre la duda razonable, sobre cómo demostrar o cómo rebatir que ese hombre tiene en verdad catorce mil años, o en cambio no los tiene, sino que se trata de un charlatán. En el fondo recuerda a la anécdota que Carl Sagan relata sobre el dragón rosa en el garage en su libro “El mundo y sus demonios”. Imaginad que un amigo vuestro os dice “tengo un dragón en el garage”. No os lo creéis, váis al garage de vuestro amigo y por supuesto no lo véis. “Sí, pero es que es invisible”, os dice vuestro amigo. “Pues por lo menos lo podré tocar, ¿no?” “Es que es impalpable”. La cuestión es la dificultad para rebatir un hecho, cuando sabemos a ciencia cierta que es falso. Pero, ¿cómo demostrarlo? ¿Cómo llegar a la conclusión de que es falso?
Manuel Sierra
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