Toni Erdmann

Hay películas construidas sobre la férrea voluntad de su autor de esquivar los lugares comunes, las situaciones trilladas, los giros previsibles. El precio que pagan por su originalidad es alto, y a menudo resultan forzadas, artificiosas, inverosímiles: a fin de cuentas, los tópicos son un destilado de las experiencias cotidianas, y evitarlos obliga a convencer al espectador de que la excepción es tan legítima como las opciones habituales. Maren Ade consigue el milagro en 'Toni Erdmann': transforma una trama delirante sobre el papel en una verdadera epifanía para el espectador, un ejercicio magnético en el que este se ve obligado a reconocer la verdad última (a veces hilarante, en ocasiones cruel, a menudo tierna y siempre conmovedora) de las intimidades que por una vez, y frente a la falsedad estereotipada de buena parte del cine actual, le muestra la pantalla. Hágase un favor y véala.