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Críticas de Ana Mayo
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de junio de 2020
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Terrence Malick, todos lo sabemos, es muy particular. Days of Heaven (1978), su segundo largometraje, ya contiene los elementos representativos que se convertirán en eje de toda su filmografía.

¿Es el ser humano dueño de su destino o, al contrario, es víctima de las circunstancias? ¿Puede cada persona hacer uso de su libre albedrío? ¿Sería recomendable, o estrictamente necesario, conocer el fuero interno de nuestra voluntad para poder alcanzar eso que los filósofos denominan la ‘buena vida’? Estos y otros interrogantes se plantean en Days of Heaven, una obra de marcado carácter moral, donde los personajes (ya nos lo explica la narradora) no son del todo buenos ni del todo malos, sino que oscilan como un péndulo en busca de la buena suerte y la prosperidad (el caso de Bill, Abby y Linda), o de un amor que mitigue la soledad (el patrón).

Nuestra voluntad nos define, por actuación o por omisión, y cualquier acto que cometamos tendrá su consecuencia. Jean-Paul Sartre dijo que “estamos condenados a la libertad”. No creo que Bill y Abby midieran bien los efectos colaterales de su conducta, no creo que les moviera un afán de causar un daño irremediable; tan solo pretendían aprovechar la oportunidad que les brindaba la vida para alcanzar la ‘buena vida’. Avanzado el acontecer de la historia, podemos percibir en Abby los remordimientos de su conciencia, que se propone en lo sucesivo vivir de forma sencilla, procurando no causar daño al prójimo.

Terrence Malick homenajea a la América profunda, a su Texas natal, a la vasta naturaleza y la inmensa lámina de los campos de trigo. Days of Heaven transmite más de lo que, en apariencia, transmite.
Ana Mayo
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8
18 de mayo de 2021
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida y la obra póstumas de Vincent Van Gogh son un ejemplo de recuperación histórica y divulgación de un artista muerto en el silencio, en la soledad y en el olvido (tres elementos de amargo jugo que acompañan la trayectoria vital de no pocos artistas que acaban muriendo en el anonimato más gélido y descorazonador). Ese fue el triste sino de Vincent Willem Van Gogh (1853-1890), primogénito de Theodorus Van Gogh, pastor protestante, y Anna Carbentus. En 1857 nacería su hermano Theodorus, coloquialmente llamado Theo.

Entonces, si el universal artista Van Gogh murió en el olvido, ¿quiénes se encargaron de recuperar su memoria y su legado? Principalmente esta labor recayó en manos de su cuñada, con la compilación del epistolario del pintor, publicado en español con el título “Cartas a Theo”. Además de ella, otros contemporáneos del artista publicaron sus testimonios, cartas o memorias, como es el caso de Paul Gauguin (Oscar Isaac en la película) que narró su estancia en Arlés en el texto “Avant et Après”, publicado algunos años después de la muerte de Van Gogh.

La película que nos ocupa es una obra muy personal del también pintor Julian Schnabel . Años atrás ya se atrevió con las biografías de otros artistas atormentados, como el pintor Jean-Michel Basquiat (“Basquiat”, 1996) y el poeta Reinaldo Arenas (“Antes que anochezca”, 2000). En la cinta se intenta reflejar la andadura de Van Gogh como un auténtico “peregrino en el camino de Dios”. En mi opinión, Dios, la luz y la verdad son los tres conceptos, las tres claves, los tres lados que conforman el triángulo equilátero de esa sed o búsqueda existencial.

A Willem Dafoe, espléndido en el papel protagonista, le acompaña un reparto internacional, una galería de actores y actrices convincentes en sus respectivos papeles: Rupert Friend como su hermano Theo, Oscar Isaac como el enérgico Paul Gauguin, Emmanuelle Seigner como “la arlesiana”, Mathieu Amalric como el compasivo doctor Gachet, o Mads Mikkelsen como el sacerdote del sanatorio.

Lo mejor: Willem Dafoe abandona su identidad de actor norteamericano y se vacía completamente para metamorfosearse en el pintor holandés, con todo su dolor y sufrimiento. Por otro lado, Mads Mikkelsen, sobrio a la par que fabuloso, nos regala unos minutos de conversación metafísica y teológica con el pintor. Asimismo merece una mención la fotografía, con un cuidado tratamiento de la luz y hermosas escenas bucólicas.

Lo peor: La cinta se puede hacer larga y reiterativa, le sobra metraje. Aun así vale la pena su visionado, sobre todo para apasionados del arte o interesados en la biografía de este artista incomprendido en su tiempo, que escribió: “Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido y, sin embargo, puede que nadie acuda jamás a acogerse a él.”
Ana Mayo
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6
15 de mayo de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mayor atractivo de “Mujercitas” es que pone sobre la mesa un puñado de cuestiones sobre las que reflexionar y discutir. He tenido que ver más de una vez el film para que me guste un poco, para encontrar en ella un atisbo, un vislumbre, una pista, un porqué: ¿Por qué Greta Gerwig decide versionar un clásico entre los clásicos? Seguramente esta arriesgada propuesta de la directora sea una invitación al diálogo.

La película tiene un comienzo prometedor. Un personaje se encuentra inmóvil ante una puerta. Está a punto de entrar, pero espera varios segundos. Quizá sea la imagen más poderosa de toda la película. Abrir una puerta puede cambiar el rumbo de una vida. Sortear los obstáculos y adentrarse en un terreno hasta entonces vetado a las mujeres. Ahí reside la clave: las mujeres, la literatura, el arte y la peligrosidad. Vive peligrosamente quien se sale de las reglas establecidas. A lo largo de la historia esas normas han sido amplias y laxas para los hombres, quienes han podido permitirse casi todo tipo de conductas y oficios; para las mujeres, sin embargo, han sido estrictas: tenían restringido el acceso a la cultura. De ahí que algunas precursoras publicasen sus obras bajo pseudónimo. Es el caso por ejemplo de Aurore Dupin, cuyo nombre literario fue George Sand, y animaba a sus amigos: “¡Seamos artistas!”. Y el caso, por supuesto, de la misma Louisa May Alcott, que antes de publicar “Mujercitas” firmó con pseudónimo gran parte de sus obras.

¡Seamos artistas, pues! Tres de las hermanas March exponen sus inquietudes artísticas. Asistimos a una serie de cuestiones que preocupan a las protagonistas: a qué mujeres dejan entrar en el club de los genios; quién decide ‘quién’ es un genio. Y el eterno dilema: tener talento o convertirse en un ornamento de la sociedad.

Como propuesta renovadora y feminista, el trabajo de Gerwig resulta interesante. Pero, a mi parecer, la cinta adolece de ciertos puntos débiles. Son frecuentes los saltos temporales, abusivas concatenaciones de pasado y presente. Entiendo que es un recurso narrativo para agilizar y poder abarcar tantos acontecimientos. Recordemos que la película se basa en dos novelas de Alcott: “Mujercitas” (1868), parcialmente autobiográfica, inspirada en su niñez junto a sus hermanas en Concord, Massachusetts; y “Aquellas mujercitas” (1869), que traslada a sus protagonistas a la edad adulta.

Aparte de las cuatro hermanas, hay otro personaje que aparece con frecuencia en ambas novelas. La propia Alcott lo describe así: “es el joven Laurie, dotado de intensa simpatía, vigoroso, alegre y algo travieso.” He de decir que no me convence en absoluto la elección del actor Timothée Chalamet para encarnar al carismático Laurie (en ese sentido, es difícil llegar a la maestría de Christian Bale, que interpretó al inolvidable personaje en 1994, bajo las órdenes de Gillian Armstrong). La misma sensación de interpretaciones planas o desdibujadas me transmite una pequeña parte del elenco. No es el caso de Meryl Streep, que realiza un trabajo correcto en su breve papel de la áspera tía March; ni tampoco el caso de Louis Garrel, con una solvente interpretación del profesor Bhaer. Por su parte, Saoirse Ronan, cuyo talento descubrimos en “Expiación, más allá de la pasión” (Joe Wright, 2007), consigue transmitir el torrente, la fuerza del carácter reivindicativo de la joven y vital Josephine. Como también lo lograron sus antecesoras: una encantadora Winona Ryder (Gillian Armstrong, 1994); una vigorosa June Allyson (Mervyn LeRoy, 1949); y una rotunda y formidable Katherine Hepburn (“Las cuatro hermanitas”, George Cukor, 1933).

En definitiva, Greta Gerwig ha filmado un trabajo arriesgado, donde se intuye la fiebre, la pasión intelectual y la proclamación de la igualdad de sexos, pero no resulta redondo en su totalidad.
Ana Mayo
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10
19 de septiembre de 2023
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta extraordinaria película está basada en el libro escrito por Michael Holroyd, una detallada biografía sobre la pintora Dora Carrington y el escritor Lytton Strachey, la historia de su amor atípico, de su vida juntos. Desde el primero hasta el último fotograma la película respira autenticidad. Asistimos a la narración de unos hechos vividos por unos personajes que se sentían raros, perdidos, con sed de aprender y sed de amar; personajes valientes por haber emprendido una búsqueda vital; que rozaron la extravagancia y pagaron el precio social de ser diferentes a ojos de la sociedad rígida y encorsetada de principios del siglo XX.

Lytton Strachey nació en Londres en 1880. Creció en una casa oscura y maciza, una laberíntica mansión que, según el propio Strachey, ejerció una profunda influencia en él. De su infancia hay que destacar dos datos relevantes. El primero de ellos es que fue un niño débil y enfermizo. Y el segundo es que sus padres le internaron en una institución educativa muy severa, de régimen espartano, que tuvo un efecto devastador en la salud del joven Lytton, que no recuperó su equilibrio emocional e intelectual hasta que ingresó en el Trinity College, Cambridge, para sus estudios universitarios. De sus lecturas filosóficas en aquel período extrajo la conclusión de que las relaciones personales más la experiencia estética dan como resultado una vida plena. A mí me parece una regla fundamental, algo así como una ECUACIÓN VITAL:

Relaciones Personales + Experiencia Estética = Vida Plena.

Fue también en esta época cuando Lytton tomó conciencia de su homosexualidad. El Trinity College de Cambridge transformó la vida del joven por completo: había ingresado en Cambridge como un chico tímido e inseguro, pero desarrolló una personalidad influyente para las posteriores generaciones de estudiantes. Allí conoció a carismáticas figuras con las que mantuvo su amistad y formaron el núcleo del llamado Grupo de Bloomsbury. Fueron, entre otros, E.M. Forster, novelista; Maynard Keynes, economista; Leonard Woolf, escritor y editor, que se convertiría en el marido de la gran escritora Virginia Woolf (de soltera Stephen); y Clive Bell, crítico de arte, esposo de Vanessa, la hermana de Virginia.

Tras finalizar sus estudios, no obtuvo plaza como profesor en Cambridge, por lo que trabajó durante varios años como crítico literario. Y poco a poco fue ganando un hueco entre los escritores gracias a la publicación de biografías de personajes célebres, sus famosos victorianos ilustres.

Para huir de sus fracasos amorosos con los hombres, pidió matrimonio a Virginia Stephen unos años antes de que se casara con Leonard Woolf. Para sorpresa de Strachey, aceptó. En los dos fue más una fantasía que una realidad, por lo que ambos abortaron la propuesta de matrimonio.

Por su delicada salud y por cuestión de conciencia, no fue llamado a filas para luchar en la Primera Guerra Mundial. Dado que se registró como objetor de conciencia, su caso fue juzgado, y esto le causó una profunda crisis nerviosa. En la película podemos ver la importante escena en la que declara ante el tribunal y expone con convicción sus argumentos de conciencia (que llegan a emocionarnos porque constituyen la base de todo pacifismo). Fue declarado no apto para cualquier tipo de servicio militar y proclamado oficialmente un hombre libre.

En la cinta emociona ver el acercamiento mutuo de estos seres, Lytton y Dora, como dos astros perdidos que gravitan en busca de un sistema solar. También emociona la fortuna de poder disfrutar de un trabajo actoral de gran altura: no sólo Emma Thompson o Jonathan Pryce, espléndidos en sus respectivos roles; sino también Rufus Sewell como el torturado novio de Dora Carrington, Steven Waddington como el marido, o Samuel West en el dulce y sentimental papel del joven Gerald Brenan, en sus inicios como escritor antes de marcharse a vivir a la Alpujarra granadina. Emociona el guión adaptado, inteligente, ágil, que recorre los convulsos años de la Gran Guerra y después los felices años 20. Y, por supuesto, emociona la banda sonora compuesta por Michael Nyman, que acababa de alcanzar un éxito mundial por "El piano". En esta ocasión nos deleita con una partitura fundamentalmente de cuerdas que maridan a la perfección con las situaciones narradas y los estados anímicos de los protagonistas.

En definitiva, constituye un placer visionar o redescubrir "Carrington": si no una obra maestra, una auténtica obra cinematográfica.
Ana Mayo
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8
1 de marzo de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Hong Sang-soo abordan la vida cotidiana y tejen un mapa de las relaciones interpersonales, poniendo énfasis en la cartografía de los sentimientos (sobre todo la soledad e intemperie del alma humana). Es un director que suele trabajar con presupuestos bajos y rodajes cortos, de hecho “Hotel by the river” fue filmada entre el 29 de enero y el 14 de febrero de 2018. Cosechó los premios a mejor película y guión en el Festival Internacional de Cine de Gijón. Por su parte, el actor principal, Joo-Bong Ki, obtuvo los premios a mejor actor en el citado Festival de Gijón y también en el Festival de Locarno.

Este filme en blanco y negro, de título tan evocador, en el apartado de fotografía se caracteriza por composiciones y encuadres minimalistas. El director nos muestra un poema que debemos interpretar, un poema que se asemeja a los haikus que cantan a la belleza del paisaje y al sentido de la vida. En efecto, todo nos conduce a la poesía, porque Joo-Bong Ki da vida a un poeta, buscador de la esencia más profunda de las cosas, que se fija en los detalles (“esta planta necesita agua”), en el significado de los nombres, en el impresionante espectáculo de la nieve recién caída, en la armonía de dos mujeres que caminan juntas sobre el inmenso blanco… Pero este poeta tiene el presentimiento de que va a morir pronto, y siente la necesidad de llamar a sus hijos para que le hagan una visita al hotel donde se aloja.

Merece la pena el visionado de esta cinta por tres razones:

La primera razón es por la importancia de conceptos como “bendición” y “agradecimiento”. La nieve como bendición, como regalo del invierno, aunque estemos viviendo una situación dolorosa. La nieve no detiene a las urracas, que se afanan por construir su nido en el árbol situado frente a la ventana del hotel. Presenciar el espectáculo de la naturaleza es una razón para sentirnos agradecidos.

La segunda es que Hong Sang-soo compone un poema visual que hay que degustar en silenciosa calma, como los grandes haikus, como aquel kaiku de Issa Kobayashi: “Noche nevada. / Hay personas que caminan / calladas.”

Y la tercera razón es porque asistimos a una lección (en spoiler) que se nos revela de manera sencilla, sentados a la mesa de esa cafetería de hotel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ana Mayo
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